Una noche más en el hospital. Llegamos y charlamos entre todas y todos qué tareas nos tocan esta noche y en qué sector nos toca trabajar. El cansancio se siente. No recuerdo haber tenido la cara tan demacrada desde la última vez que pisé una fábrica. Mis compañeras igual.
Algunas aprovechan para desahogarse. Una cuenta que su pareja hace 15 días que no le habla porque no quiere que venga a exponer su vida al hospital. Y todas pensamos en esa maldita contradicción que te genera este sistema patriarcal: o te reventas el lomo pensando que al menos tenes un sueldo, la tan famosa independencia económica, o renuncias y solo dedicas lo que te deja de vida la explotación, a las tareas domésticas. Esas que también están aunque trabajés porque siempre nos toca esa forma de explotación no remunerada.
Luego algún compañero pregunta si depositaron algo del sueldo: “De la plata que nos debían yo cobre $5.800 nada más. ¡No llego a pagar nada! ¡Tengo un quilombo en mí casa que no veía la hora de salir de ahí! ¡Estos miserables juegan con nuestra necesidad!”.
Algunos cobraron 12 mil pesos, otros 4 mil, otros trescientos. ¡Sí... 300 pesos! No es un error de tipeo. La patronal se aseguró de que la situación sea bien confusa. Los esenciales de limpieza no recibimos nuestro recibo de sueldo desde marzo. Percibimos nuestros haberes en cómodas cuotas y al antojo de la patronal. Creo que este mes especulamos más nosotros que la patronal pensando si íbamos a recibir el ATP. Al menos nos garantizábamos unos pesitos para el alquiler, la comida, algunas cuentas, y para de contar.
El sindicato está cerrado, no atiende el teléfono y no tenemos delegados en los servicios. Desde la empresa nos dicen que se firmó un acuerdo que permite descontarnos presentismo y asistencia perfecta a los operarios que trabajaban en escuelas, y se han quedado haciendo cuarentena. El problema, según dicen, surgió cuando "por error" a quienes nos mandaron a trabajar a los hospitales y nos pagaron por medio del ATP, nos empezaron a descontar presentismo y asistencia perfecta, ¡argumentando además que ese dinero es una ayuda del Estado a la empresa, no a los trabajadores!
O sea que sin un peso en el bolsillo, trabajando 8 horas, turno noche, en un hospital, cobrás entre 12 y 15 mil pesos. Y lo demás que falta para llegar a los 21mil prometidos… ¡se los debes vos a la empresa! Y encima, cuando nos explicaron todo esto, nos marearon tanto, que aunque no lo crean, hasta le pedíamos disculpas al contador de la empresa por deberles plata.
Mientras nos asistimos unos a otros, seguimos charlando. Nos preguntamos dónde están los pacientes con COVID-19 que llegaron, tratamos de asegurarnos de que quien toma ese servicio esté lo más protegida posible. Si es la compañera que tiene 59, nos organizamos y discutimos para que ella no tome ese servicio.
Repartimos insumos, entre algunos chistes y bromas, y nos vamos despidiendo. Cada uno toma posición en su servicio. Quien queda de centinela en la covacha se encarga de alcanzar a los demás lo que haga falta. Hay noches donde somos 8 y otras donde somos 5. Y si hay algo que no falta en esas noches es la solidaridad. La pandemia hizo que formar parte de la primera línea signifique ponerle bien la bata o el mameluco a tu compañero, porque sabés que estás cuidando su vida. Eso hizo que nos respetemos entre hombres y mujeres al máximo. Con quienes comparto estas experiencias siento una unión de solidaridad enorme. Nos contenemos mucho. Nuestras familias muchas veces no están pudiendo con eso y tampoco entienden lo que significa entrar a limpiar un quirófano, un aislado o un paciente COVID.
La misma solidaridad se encuentra con enfermeras y médicas. Quienes nos alertan todo el tiempo de extremar medidas de protección. Muchas veces son ellas las que levantan el teléfono para exigir los elementos de protección personal que la empresa nos niega.
Es lo más hermoso de las noches en el hospital, la solidaridad entre laburantes. El que tiene franco, son las 3 de la madrugada y está preguntando por el grupo de Whatsapp como estamos y si nos estamos cuidando. Se hace difícil en medio de la pandemia alejarte del hospital, de tus compañeros, y tratar de relajarte y descansar.
Tenemos infectados entre trabajadores de limpieza. Las empresas los tapan y nos prohíben hablar sobre quien se contagió. Mandan en cuarentena a quienes tuvieron contacto sumamente estrecho, algunos hisopan, y los demás seguimos laburando.
Con el paro de colectivos los supervisores se encargan de llevarnos y traernos. A veces somos hasta 8 en una camioneta Fiorino. Sentados en la caja sin ninguna medida de seguridad. Así cruzamos todo tipo de controles policiales. Así de grande es la impunidad patronal.
La otra noche pensábamos que los choferes de colectivo están casi igual que nosotros. Que la pandemia le sirvió de excusa perfecta al Gobierno para ajustar y arrebatarnos las conquistas que habíamos ganado como trabajadores. Uno de nosotros dice: "¡Mirá lo que hacen a los municipales, están re envalentonados, van a querer que todos trabajemos por dos mangos! ¡O nada! Yo ya ni sé porque vengo. Por una promesa de que me van a pagar cuando revisen mi reclamo".
¡Qué importante la unidad de los laburantes! ¡Qué estratégico! Me imagino lo que sería si todos los esenciales pudiéramos discutir en grandes asambleas decidiendo a favor de nuestras vidas. Cuidando de cada una de nuestras vidas.
La realidad vuelve a golpear de un cachetazo. Parece que hay una compañera infectada. Hoy la hisoparon y se fue porque hace dos días que tiene síntomas. Estuve en la guardia e hice de circulante de recolección de basura. Andrea quedó afuera, sola. Tiene 59 y mucho miedo. Así y todo no la convencemos de que no venga más. De que se saque una carpeta médica. El miedo a perder el trabajo es enorme. En enfermería son tres los infectados. Dieron positivo. Siguen hisopando a quienes estuvieron con ellos. Si a la compañera le da positivo, tal vez pegamos cuarentena. ¡Esperemos que no! Es mamá soltera de una nena de 5 años.
Mientras, nos anoticiamos de que nos depositaron 10 mil pesos del ATP. Un pequeño respiro en el día a día. También nos avisan que ya no nos van a dar el desayuno en el trabajo, vuelven a cachetear.
La impunidad patronal, con la absoluta complicidad del Estado, es cada vez más descarada. Mientras, la crisis económica se agudiza, nos falta personal, nos faltan elementos para protegernos. El plan que ellos tienen para nosotros está claro, también está claro que sin nosotros la rueda no gira. Entonces es hora de tomar en nuestras manos el poner en pie una salida que no implique dejar nuestras vidas en esto. Llevar ese germen de solidaridad al próximo nivel y potenciar la pelea por una vida que merezca la pena ser vivida. Porque como dijo Trotsky, a quien leo en las noches tranquilas en el hospital “La vida es hermosa. Que las futuras generaciones la libren de todo mal, opresión y violencia, y la disfruten plenamente”. |