Valentina Schatz
| @valen.schatz
Estudiante de Comunicación Social - UNJu
Ya no es ninguna primicia decir que el coronavirus transformó nuestras vidas, las formas de relacionarnos, comunicarnos y las formas de trabajar. Estamos rodeados de artículos sobre la “nueva vida” o la “nueva normalidad”. No voy a hacer un análisis de esto, pero te voy a contar una de las muchas historias que hay detrás de las estadísticas que resuenan diariamente en las noticias,
Estoy cansada, fué lo primero que me dijo después de que el agua mojara por primera vez la pendiente de yerba, casi perfecta, que formó obsesivamente con la bombilla, y así empezó una de nuestras primeras conversaciones después de un largo tiempo. En las videollamadas no suele escucharse bien, pero ese dia como nunca su voz retumbaba, la voz de docente, la voz de artista, con un par de historias atoradas que andaban buscando refugio.
Tras el primer sorbo continuó su relato, al principio de la cuarentena una docente del colegio, mandó un mensaje diciendo que estaba mal, que sus ojos no le daban para tanto, es una mujer grande, aunque no tan grande, que por problemas de salud no podía seguir las exigencias al pie de la letra, los padres están dejando de pagar porque “no lo dan todo”, bajo ese fundamento agregaron horas, tareas, informes y una gran responsabilidad a nuestros hombros. Unos días después llegó la renuncia de esa docente, yo no la conocía más que de vista, pero igual me comí la cabeza pensando en lo descartables que somos para los dueños, esa docente llevaba varios años en el colegio, su edad no le permitió adaptarse a la “nueva normalidad” y la respuesta que le dieron fué “que todos estamos haciendo un gran esfuerzo” un “sana sana” y un sticker de abrazo, como si ellos no tuvieran la más mínima responsabilidad por el agotamiento y la sobrecarga de los docentes.
Es verdad que en el colegio están re pesados tengo que hacer informes semanales de todos los pibes, planillas eternas que se resumen en cuanto participa, si estuvo en la clase virtual, si entregó el trabajo práctico, y así cientas de categorías más, me lleva toda la semana tenerlas listas para “el lunes antes de las seis”, remarcó sarcásticamente. Ya no tengo horario de trabajo, mi cuarto se convirtió en un aula improvisada es lo primero que veo cuando me levanto y lo último que veo ante de dormir, las consultas, los trabajos, las dudas no paran de llegar, a la mañana, a la tarde, a la noche e incluso a la madrugada.
En tiempos normales el aula es uno de mis lugares favoritos, trabajamos todos los contenidos pero en forma de taller, buscamos crear mediante lo que a ellos les interese, escucho sus voces en desarrollo que me cuentan de su semana, sus ocurrencias, miradas de asombro intentando descifrar alguna pintura de Miró o algunos ojitos recorriendo las escaleras de Escher, veo en sus pinturas lo que sienten, lo que les pasa. Rompemos un poco con la estructura de mirar al pizarrón y alborotamos los bancos para interactuar mejor. Ahora a través de la pantalla, no hay alboroto, no hay risas, ni anécdotas eternas que comparten entre los bancos del fondo.
Ahora con las clases virtuales es todo diferente, hay una pantalla entre nosotros lo que dificulta muchas cosas, en artes es centralmente lo práctico, la producción propia, es muy difícil mostrarles algo así, y que ellos lo puedan trasladar al papel, entonces tuve que ir adaptando los contenidos para que no se pierda la creatividad que es lo que los caracteriza y lo que buscó siempre, lo bueno es que se pudo utilizar los museos y galerías que liberaron en la pandemia y empezamos a trabajar con otros recursos, que no son solo la hoja y el papel, sino la fotografía, videos, o ediciones con las aplicaciones que más usan como TIK TOK e Instagram, lo central igual es que puedan seguir nutriéndose de los propios compañeros, que es un poco de lo que se trata en el aula
Hace una pausa con un aire a nostalgia mientras retoma ese mate olvidado y en un tono confidente retoma, cuando era chica quería ser docente, tenía una visión medio inocente pero que significaba aportar algo a la sociedad, cambiar algo como el típico “poner tu granito de arena”. Después crecí y me encontré en la facultad de artes, fui pasando por distintos momentos pero cuando comencé las prácticas me encontré de frente con distintas realidades, lo que significó volver a aprender, aprender a enseñar y lo primero más importante “ las escuelas no son burbujas”, están atravesadas por los problemas sociales, económicos, lo que los pibes viven en sus casas. Me acuerdo por ejemplo una suplencia de preceptora que hice hace algunos años, estaba en el patio viendo a los chicos y "de golpe vinieron y me dijeron ves esa chica de ahí, mirala en los recreos está en riesgo de suicidio".
Ahí fue donde definitivamente elegir ser docente y ver todo eso, se convirtió en querer cambiarlo, no desde el lugar idealizado de con lo que enseño con lo que aprendí, si no involucrarme en un rol social.
Sus ganas de enseñar y aprender traspasan la pantalla de cientos de pibes a diario, pero nada de lo que ella me dice se condice con el discurso del gobierno hacia ellos, cientos de esenciales, que desde sus casas le ponen el pecho a todas las exigencias de esta nueva forma de enseñanza y además de ser profesores son hijos, madres, padres, hermanos, consejeros, remunerados con pagos mínimos en cuotas, sueldos bajísimos, paritarias a la miseria, como si pudieran mantenerse de pie, sin agua, sin comida, sin luz y sin casa por no poder pagar el alquiler.
No alcanza con publicar cientos de artículos sobre el tema, porque realmente para garantizar el derecho a la educación, alimentación y el trabajo de las familias tenemos que ganar las calles, unir nuestras fuerzas y organizarnos para imponer en los sindicatos la defensa de nuestras demandas y de los 41.000 pibes que no tienen acceso a las clases virtuales en la provincia, a los que tampoco acceden a un comedor y se ven más afectados por la crisis.