Carpintero, seminarista, licenciado en filosofía, docente, profesor de latín, vendedor, camionero, marinero, piloto, escritor y militante revolucionario (y seguramente algún Haroldo quedará afuera de la enumeración). Conti desafía la lógica benjaminiana del narrador que se queda mudo ante la falta de experiencias que narrar. “Yo soy escritor nada más que cuando escribo. El resto del tiempo me pierdo en la gente.” confesó en una entrevista y no caben dudas de esto.
Su obra está marcada a fuego por el camino recorrido. En él, como casi en ningún otro de la llamada “Generación Contorno”, vida y literatura van de la mano. Nacido en Chacabuco, Provincia de Buenos Aires en 1925, pasó su juventud de pupilo en un colegio escribiendo obras para títeres. Eso, y “un padre al que le gustaba contar historias”, lo inclinaron hacia la literatura.
Fue seminarista durante 7 años,” abandonando el hábito” a dos de consagrarse cura y entrecomillo el abandono porque anduvo todo un año vestido con la sotana. “Por una cuestión de comodidad”, argumentaba.
En los ’60, conoce el Delta y se recluye en el Tigre. Allí, comienza a fabricar su pequeño barco: “El Alejandra”. Ese paisaje y sus habitantes influenciarán gran parte de la obra del autor. Es también en esa época que naufraga en las cercanías de la costa uruguaya y recae en el puerto de La Paloma, adonde se encuentra con un mundo de viajeros y marinos con quienes entabla amistad y que finalmente se terminaran convirtiendo en personajes de sus relatos.
También nace en de esa experiencia su novela más conocida, Sudeste (1962), que lo llevó a tener mundialmente el reconocimiento del mundo literario. El río, con sus tiempos, las islas del delta y los personajes que las habitan son tan característicos de la prosa de Haroldo como lo son también para la poesía de Juan Ortiz.
Escribió numerosos libros: dramaturgia, novelas, cuentos y guiones, todos poblados de personajes y paisajes de movimientos imperceptibles, casi inmóviles y obtuvo numerosos premios (Revista "Life" (1960), Fabril, en narrativa (1962), Municipal (1964), Universidad Veracruzana (1966), Barral Editor (1971) y Casa de las Américas (1975), dándose el gusto de rechazar, por una cuestión de principios, la beca que otorga la Fundación Guggenheim.
Si bien siempre aseguró que más allá de su militancia política, no le era posible escribir una literatura comprometida, sus últimos dos trabajos: el libro de relatos de “La balada del álamo carolina” y la novela ”Mascaró, el cazador americano” (ambas publicadas en 1975 y ésta última galardonada con el premio Casa de las Américas del mismo año) están impregnados por la influencia que sobre Conti ejercieron los dos viajes que realizara a Cuba, el primero de ellos en 1971, adonde participó como jurado.
Su militancia
En 1974, en una columna publicada en la revista “Crisis” (que dirigía su amigo Galeano), escribe: “Para terminar con esto, sin dejar por otra parte de ser consecuente con lo que llevo dicho, quiero dejar establecido, porque son pocas las oportunidades de proclamar lo que uno piensa, que apoyo al FAS (Frente Antiimperialista y por el Socialismo), a cuyo IV Congreso en el barrio de Ludueña, de Rosario, acabo de asistir, (...) que he ofrecido en Córdoba mi colaboración para lo que mande el compañero Agustín Tosco y que creo decididamente en la patria socialista”.
Más tarde y hasta el momento de su desaparición militaría en el Partido Revolucionario del Pueblo (PRT) como parte del grupo de intelectuales que apoyaban la acción revolucionaria.
Secuestro y desaparición
Haroldo y su compañera Marta volvían del cine, habían ido a ver "El Padrino" de Martin Scorsese. Sus dos hijos estaban al cuidado de un compañero que había encontrado refugio en casa del escritor. El 5 de mayo, apenas pasada la medianoche, Haroldo Conti abrió la puerta y lo recibió un civil armado a punta de ametralladora. Adentro había otros cinco, todos miembros de una patota del Batallón 601. Los derribaron a culatazos y a patadas. La misma suerte había corrido el amigo al que dieran asilo. En el dormitorio, sus hijos habían sido adormecidos con cloroformo.
Marta en el transcurso del juicio oral por el secuestro y desaparición de su compañero daba cuentas de lo vivido por el escritor y su familia aquella noche: Dos militares discutían sobre la suerte que debía correr su hijo menor, de apenas 3 meses. “¡Es mío!”, gritaba uno. “¡No, es mío porque es rubio y blanco, se puede conseguir muy buena guita y esta vez me toca a mí!”, le respondía el otro. Así estuvieron hasta que su atención se desvió hacia un televisor que se habían olvidado de cargar y que desvió la atención del niño.
Luego de 4 horas de suplicio uno de los secuestradores llevó a Marta hasta la habitación donde estaba Haroldo. Ella había pedido que la dejaran despedirse. Golpeada, con los dientes partidos, logró ver al escritor por un pequeño agujero que se había formado entre las camisas que le habían colocado para encapucharla. En ese resquicio la besó Conti. “Estoy bien, no te preocupes” lo oyó decirle y nunca más lo vio.
La intelectualidad cómplice
Dos semanas después del secuestro, Borges, Sábato, Alberto Ratti, presidente de la Sociedad Argentina de Escritores, y el sacerdote nacionalista Leonardo Castellani aceptaron una invitación para almorzar en la casa presidencial con Videla. Todos habían recibido la petición de solicitar por el paradero de Haroldo. Ratti lo hizo, y entregó además una lista de otros once escritores presos. Castellani, quien había sido maestro de Haroldo Conti, pidió a Videla que le permitiera verlo en la cárcel. Aunque nunca se ratificó, corrió el rumor que Castellani pudo verlo en la cárcel de Villa Devoto. Lo encontró en muy mal estado de salud y le dio la extrema unción.
Ni Borges ni Sábato, quienes tenían muy buena relación con la cúpula militar, levantaron la voz por el escritor.
Desde el exterior se hicieron múltiples pedidos para que se hiciera público su paradero. Gabriel García Márquez, quien lo había elogiado en numerosas oportunidades, fue uno de los escritores que más intercedió por él. Su reclamo jamás obtuvo una respuesta.
“… escribo como vida que vivo, no como un monumento literario”
En su escritorio, al momento de su desaparición, Haroldo Conti había colgado un cartelito que rezaba: "Este es mi lugar de combate, de aquí no me muevo". Sus verdugos nunca se enteraron, estaba escrito en latín.
Quienes hemos leído parte de su obra, no podemos separar su nombre de los lugares y personajes que nos hizo conocer a través de su literatura y los cuales se nos hicieron parte. Ni podemos recorrer sus páginas sin pensarnos navegando río abajo como “robinsones” criollos, cargando nuestros muertos, mientras el agua barrosa se arremolina con serenidad al romper contra la proa. |