Desde que inició la cuarentena las mujeres hemos visto los impactos económicos y sanitarios muy de cerca.
En primer lugar, al ser las que estamos contratadas en los lugares más precarios, fuimos las primeras en ser despedidas o a las que se les recortó el salario. Por otro lado la violencia no cesa, han aumentado las llamadas de emergencia por violencia de género y el feminicidio se incrementó un 25 %.
Por otro lado, para quienes conservaron su trabajo, la situación se divide en dos grandes posibilidades, por un lado, ser parte de los sectores esenciales como salud y servicios, en la primera línea enfrentando la pandemia sin los insumos y equipos de protección suficientes.
Y en segundo lugar las miles que tuvieron que integrarse al Home office. Miles de trabajadores y trabajadoras que han visto sus jornadas laborales aumentadas, atadxs a conectarse, realizar trabajos, contestar mails o realizar otras actividades laborales a cualquier hora, pues el home office desdibujó las jornadas de trabajo.
Todo esto mientras la patronal, además de aumentar sus ganancias a través de mayor carga laboral, no se hacen responsables de las formas en como laboran sus trabajadores y trabajadoras. No se hacen cargo de los equipos de cómputo o telefonía que se necesitan para laborar, tampoco de la renta del internet, ni el aumento de las tarifas de energía eléctrica por mayor uso de esta.
Ya ni hablemos de un espacio ideal para trabajar, con luz, sin ruido, con una silla y escritorio adecuados, que en estos momentos parecen verdaderos lujos.
Una doble jornada laboral
El hecho de que el trabajo reproductivo caiga mayoritariamente en las mujeres no es una novedad. La naturalización de este trabajo para las mujeres se sostiene desde hace siglos bajo prejuicios culturales patriarcales, en el que a las mujeres se nos designa nuestro lugar al interior del hogar. Incluso bajo esta excusa se nos impedia participar de la vida productiva o pública.
Con la entrada masiva de las mujeres al campo productivo, vendieron la idea de que las mujeres podían cuasi desafiar las leyes de la física y además de trabajar 8, 10 o 12 horas fuera del hogar, podían cumplir además con las tareas del hogar.
Esto existía antes de la pandemia y se estima que a nivel mundial las mujeres y niñas destinan 12 mil 500 millones de horas diarias a tareas del hogar y cuidado. En México hay estudios que calculan que las mujeres emplean en promedio 40 horas a la semana a estas labores.
Según la encuestas del Inegi, las mujeres empleamos más del doble de horas que los hombres para el trabajo reproductivo. Y si ese trabajo fuera remunerado equivaldría a más del 25 % del PIB.
Dicha situación se agravó aún más con la pandemia. Con los hijxs en casa, el cuidado de enfermos y adultos mayores las tareas aumentan. Limpiar más, cocinar más, lavar, cuidar, ayudar con las tareas escolares y seguir las clases en línea; tareas que se acumulan y consumen la vida de las mujeres día a día. A esto se suma las jornadas laborales para las que realizan home office, de 8 horas o más.
La carga de trabajo de cuidados o reproductivo, genera una desigualdad en el ámbito público para las mujeres, con la brecha salarial, los despidos o no contratación a embarazadas, tener que ocupar trabajos con mayor flexibilidad de horario y por ende más precarios y con salarios más bajos. Incluso perder “bonos” (que deberían estar integrados al salario) por faltar si se enferman los hijos, o si tienen que atender juntas escolares, etcétera.
Como vemos, no es casual ni nueva esta situación, la pandemia sólo vino a mostrar de forma más cruda el trabajo silencioso que diariamente realizamos las mujeres. Viene de construcciones culturales y económicas milenarias en las que las mujeres por “su naturaleza de procrear” son las que se tienen que ocupar del trabajo del hogar. Dichos argumentos incluso han sido replicados por el propio presidente, López Obrador, en el que afirma que los hombres son más desprendidos y las mujeres naturalmente se ocupan de los cuidados.
Para problemas estructurales no puede haber salidas individuales
Pese a que cada año se apela al aumento del involucramiento de los varones en las tareas del hogar, esto está lejos de ser un cambio para el conjunto de las mujeres. Aunque unas pocas puedan realmente distribuir las tareas en el hogar de forma equitativa, esto no resuelve el problema de fondo.
El marxismo revolucionario, ha hecho importantes aportes en este sentido. Recalcando que para verdaderamente obtener la emancipación de la mujer no bastaba con decretarlo, sino que había que cambiar radicalmente las condiciones estructurales de las mujeres.
Trotsky decía en 1923 en su texto Problemas de la vida cotidiana: “Hasta tanto la mujer esté atada a los trabajos de la casa, el cuidado de la familia, la cocina y la costura, permanecerán cerradas totalmente todas sus posibilidades de participación en la vida política y social”, esta visión también era sostenida por dirigentes revolucionarias del partido bolchevique.
En ese marco, acabar con el trabajo del hogar o sacarlo del ámbito privado era –y sigue siendo- una tarea primordial para las y los revolucionarios. Por ello para pensar en la emancipación de las mujeres, es importante pensar en la socialización del trabajo reproductivo, para que no tenga que resolverse de forma individual y para que sea realizado por personas en el ámbito público con salarios dignos y todos los derechos laborales. Con guarderías, comedores y lavanderías comunitarios.
Desde el marxismo se ha analizado el lugar que ocupa en trabajo doméstico en el capitalismo. Si bien no es trabajo productivo, es decir, no produce valor, o valores de cambio, sí es esencial para la reproducción del capital. Es decir representa una parte importante para el funcionamiento de sistema actual.
Si bien el trabajo reproductivo resulta en un beneficio a los varones, por no tener que hacerlo ellos, el verdadero beneficio se lo lleva el patrón, que a diferencia de la época feudal, ya no tienen que encargarse de la vida de quienes laboran para ellos, sólo dan un salario con el cual el trabajador o trabajadora -sobre todo las mujeres- tienen que arreglárselas para estirar el salario y hacer que rinda. Los salarios no alcanzarían si tuvieran que pagarle a alguien para hacer de comer, limpiar la casa, cuidar a los hijos, etc.
Es decir, no es casual que se reproduzca día a día la idea de que nosotras tenemos que realizar el trabajo doméstico de forma "natural". Es ahí donde hablamos de como se visibiliza uno de los tantos beneficios que trajo para el capitalismo, el retomar el patriarcado y profundizarlo.
Por ello, el hablar de la socialización del trabajo reproductivo no vendrá de ninguna democracia burguesa. Para este sistema capitalista patriarcal es clave mantener el trabajo doméstico no remunerado.
Hace más de 100 años hubo una experiencia muy importante en este sentido, la revolución Rusa, que no sólo trajo la toma del poder por parte del conjunto del proletariado, sino también cambios importantes para las mujeres, sobre todo atacando las condiciones estructurales de las trabajadoras. Los avances -y retrocesos encabezados por el estalinismo- en este sentido los relata Wendy Goldman en su libro La mujer, el Estado y la revolución.
Esa experiencia sigue siendo una fuente muy basta de inspiración para las revolucionarias que peleamos día a día por la emancipación de las mujeres y de la humanidad entera. De ahí se desprende la tarea que impulsamos las compañeras de Pan y Rosas, de organizar a mujeres trabajadoras y jóvenes precarias, en clave anticapitalista, socialista y revolucionaria, para luchar contra la opresión que se hace carne en el trabajo domestico, pero también contra la explotación.
Aunque han intentado por todas las vías mostrarnos ese camino como utópico, lo realmente utópico es pensar que en los marcos de este sistema capitalista patriarcal de hambre y miseria lograremos nuestra emancipación.
|