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4 de agosto de 2020 Twitter Faceboock

RESEÑA DE "POR QUÉ EL CAPITALISMO PUEDE SOÑAR Y NOSOTROS NO"
¿El capitalismo puede soñar y nosotros no?
Tomas Quindt

Coeditado por Siglo XXI y la Revista Crisis, a principios de este año se publicó el libro de Alejandro Galliano (Bruno Bauer en Twitter) titulado "Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no". El autor es docente en las carreras de Historia y de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. Como el subtítulo explicita, se trata de un breve manual de las ideas de izquierda para pensar el futuro, reflexión que viene ensayando en diversos artículos de las revistas Crisis, Panamá Revista, Nueva Sociedad, entre otras.

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El libro -escrito de forma amena y con sentido del humor- está dividido en cuatro partes. La primera es El capitalismo 4.0, donde se propone una breve historización de las etapas del capitalismo -1.0, 2.0, 3.0 y 4.0- en función de los pilares tecnológicos en los que se basaron y se realiza un diagnóstico del actual 4.0. La segunda es En el reino de la escasez, donde analiza las teorías de la economía social, el decrecionismo y contiene un apéndice sobre el animalismo. La tercera es En el mundo de la abundancia, que cuenta con un capítulo sobre postescasez, uno sobre aceleracionismo y un apéndice sobre transhumanismo. La última es Capitalipsis, donde se realiza un ejercicio de síntesis y algunas reflexiones. En esta reseña repondremos algunos de los tópicos del libro y presentaremos algunos comentarios críticos.

¿Qué es el capitalismo 4.0?

Aparecido hacia los años 2000 con la web 2.0 y el desarrollo de la Inteligencia Artificial, el capitalismo 4.0 integró tres tecnologías surgidas del capitalismo 3.0 que juntas permiten transformar objetos en robots: la difusión del Internet, las plataformas y los algoritmos [1]. Según Galliano, el capitalismo 4.0 es una extensión del anterior al punto que mantiene las políticas neoliberales: desempleo estructural para disciplinar al trabajador, ajuste fiscal para fortalecer la moneda y desregulación del capital para incentivar la inversión. Pero también desarrolla elementos nuevos como el internet para controlar a personas y objetos, plataformas para bajar costos y startups para absorber capitales [2]. Asimismo, el autor diagnostica algunos síntomas de esta época: el malestar en el trabajo, el fin de la igualdad y el estancamiento del mundo, (Galliano 2020, 20).

El malestar en el trabajo hace referencia, entre otros aspectos, a la automatización. Para el economista estadounidense David Autor la automatización no acabará con el trabajo sino que lo polarizará al generar una eliminación de puestos de trabajo concentrada en el sector de calificación intermedia (centralmente industriales, de transporte, administrativos), es decir, aquellos trabajos que no son ni creativos o afectivos (habilidades que aún no tienen los robots), ni aquellos de tan baja calificación que no vale la pena automatizar, como puede ser el trabajo de una mucama o de un peón de albañil. Sin embargo, Galliano plantea que los trabajos aparecidos en el sector servicios como subproducto de la incorporación de la tecnología no serían fácilmente asequibles ni seguros para los ‘desempleados tecnológicos’. Los motivos son varios: la limitación en la calificación, la imposibilidad de desplazarse hacia el nuevo trabajo y las frágiles e inestables condiciones laborales de la nueva economía. Para el autor, el combo del capitalismo 4.0 se completa con una situación de aguda desigualdad (que no cesa de crecer desde los años 70) y estancamiento económico (0,7% de crecimiento anual en promedio desde los años 80).

En este marco, Galliano repone algunas de las interpretaciones sobre el estado y las perspectivas del capitalismo actual. Por solo mencionar algunas de ellas, están las posturas críticas de las tesis del ‘desempleo tecnológico’, que retomaremos al final; otras provenientes de la burguesía digital son más optimistas y ven en el capitalismo 4.0 una ‘segunda era de las máquinas’ y en las plataformas la vía de hacer negocios simplemente intermediando (Uber, Facebook, Airbnb), como la que defiende Andrew McAfee, científico del MIT; por último Nick Srnicek, profesor de Economía Digital y autor del Manifiesto Aceleracionista, que caracteriza a la economía digital como ‘capitalismo de plataformas’ [3]. Para Srnicek tanto Facebook, como Google, Uber, Airbnb, Spotify o Amazon apuntan a un mismo modelo de negocios basado en la extracción de datos de la actividad de sus usuarios, que constituye su materia prima y el programa que propone es colectivizarlas.

Pero, ¿cuál es el diagnóstico que Galliano hace del pensamiento de izquierda y burgués actual?

¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?

Para Galliano, la conocida frase que Frederic Jameson atribuye a un anónimo,hoy es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo, es la que mejor describe la imposibilidad contemporánea de pensar un futuro distinto al presente, (Galliano 2020, 39). Y eso para el autor es un problema: “En efecto, el impulso utópico no es un ejercicio fantasioso sino una especulación realista que toma experiencias concretas como modelos para futuros realizables”. Es por eso que afirma que la crisis del pensamiento utópico es la manifestación de un problema mayor, la ausencia de imágenes de futuros alternativos. Para Galliano hacia comienzos de los 2000 se empezó a experimentar una reducción del horizonte de expectativas [4], es decir, la sensación de extinción del futuro. “Los grandes proyectos que ordenaron las expectativas del siglo XX se habían agotado, desde las vanguardias estéticas hasta el propio pensamiento moderno, pasando por el comunismo.”

Frente a esta imposibilidad de pensar el futuro por parte de las izquierdas, Galliano narra los futuros excluyentes -y delirantes- que la burguesía soñó y sueña. Son los que ocuparon casi exclusivamente el espacio de enunciación de futuros. Por ejemplo, la compañía We Work, una startup que provee espacios de coworking y supo venderse como un espacio de trabajo colaborativo, “buena onda”, descontracturado, donde conviven el trabajo y el hogar. Rápidamente demostró su insolvencia y fue absorbida por la corporación SoftBank. Resulta que el caso We Work es una muestra de dos elementos que para Galliano hacen a los síntomas del capitalismo 4.0. Primero, la sobreliquidez de capitales que no encuentran lugar para valorizarse y apuestan a cualquier startup que promete ser rentable a partir de la introducción de la tecnología. Segundo, proyectos como estos contienen imágenes de futuro que los capitalistas construyen como representación de su ideal de superación de la crisis que atraviesa el 4.0. Entre esas imágenes de futuro también está la idea de colonizar Marte de Elon Musk.

Pero el autor también se ocupa de los pensamientos críticos del capitalismo 4.0. Valiéndose de las elaboraciones del economista Anwar Shaikh, Galliano retoma la diferenciación entre las distintas teorías de la crisis capitalistas en dos grandes ’familias’. Aquellas que consideran al capitalismo un sistema que no puede ampliarse, donde las tecnologías llevan a producir más bienes de los que se pueden o deben consumir (teorías del estancamiento, decrecionismo) y aquellas que consideran al capitalismo como un sistema que se limita a sí mismo porque el desarrollo tecnológico limita la tasa de ganancia, como los partidarios de la teoría del valor trabajo, entre los que está Shaikh. Los partidarios del poscapitalismo y el aceleracionismo se ubican dentro de esta segunda ’familia’. Se trata, para estos últimos, de acelerar el desarrollo tecnológico más allá de la escasez y del capitalismo.

El reino de la escasez

La segunda parte del libro es un repaso por distintas líneas de pensamiento que parten del problema de la escasez: de trabajo (economía social), de capacidad de explotación de los recursos naturales (decrecionismo) y de explotación de los animales (animalismo). Galliano considera a la economía social como un proyecto de una economía de supervivencia para los caídos del capitalismo 3.0, es decir, para la ‘masa marginal’. Con ese concepto José Nun definió en 1969 a esa superpoblación capitalista que no cumple la función de ejército industrial de reserva sino que “puede ser disfuncional o afuncional, es decir, ser nociva o completamente irrelevante para el capitalismo”, (Galliano 2020, 53-54). En esta propuesta política confluyen la economía social de origen francés (cooperativas, mutuales, empresas sin fines de lucro), la economía solidaria que se propone hibridar el sector público, privado y el ‘sector social’ bajo la orientación social del sector solidario, y la economía popular, que consiste en emprendimientos informales orientados al autoconsumo doméstico o el comercio local, el menudeo (recicladores urbanos, comedores comunitarios, granjas cooperativas).

Hay dos críticas interesantes que el autor realiza a economía social. Primero, la considera una propuesta fundamentalmente práctica y empírica, muy influenciada por el catolicismo y su voluntad conservadora de contención social. “Sin sistemas y sin utopías, la economía social es lo que haga cualquier homínido por sobrevivir. Esta es la consecuencia de la antropología de la economía social: un humanismo tan elemental, tan miserabilista, que termina animalizando al hombre como mero mamífero que solo busca comida y calor”, (Galliano 2020, 62). En segundo lugar, plantea que es ingenuo pensar que “una modalidad tan inorgánica como la economía social pueda llegar a ‘hegemonizar’ todo un modo de producción. Socialmente, no puede ofrecer más que precariedad: es difícil que el reciclaje urbano o el minifundio de subsistencia tengan algo que ver con ‘la buena vida’ o la ‘reproducción ampliada de la vida con calidad’. Tecnológicamente, los emprendimientos sociales no están ni cerca de alcanzar la eficiencia de la industria 4.0 ni parecen capaces de incorporar sus tecnologías”, (Galliano 2020, 68-69).

Pero Galliano también afirma que algunos preceptos de la economía social pueden radicalizarse. ¿De qué manera? Dejando de buscar pobres en los márgenes y asumiendo que en el capitalismo 4.0: “todos somos híbridos, todos somos agentes de mercado y agentes de la economía social a la vez (...) La retracción del trabajo asalariado bien pago, conforme a las nuevas posibilidades y necesidades del capital, obligará a las democracias y los movimientos sociales a transformar los derechos laborales en derechos ciudadanos si no quieren que se conviertan en privilegios de una minoría. El resultado sería una sociedad con más tiempo libre y un ingreso menor, que necesariamente deberá complementarse con algún tipo de asignación no salarial”, (Galliano 2020, 67). A su vez, destaca un mérito de esta perspectiva: definir un sujeto sobre el cual construir una nueva economía, “no se trata solo de la masa marginal, sino de lo que hay de marginal en cada uno de nosotros; nuestra creciente precarización, pero también la incesante e invisible actividad económica que desarrollamos al margen del salario”, (Galliano 2020, 68).

Decrecionismo

El decrecionismo parte de la idea de decrecimiento que propuso André Gorz frente al catastrófico Informe Meadows de 1971 que determinaba que se había llegado al límite de crecimiento económico que la Tierra podía soportar. En 2018 se edita el libro Decrecimiento, vocabulario para una nueva era, de Giacomo D’Alisa, Federico Demaria y Giorgos Kallis, tres especialistas europeos en economía ecológica. Allí se plantean los principales ejes del decrecionismo. 1) El crecimiento económico es insostenible: con un crecimiento al 2 o 3% anual no hay descarbonización posible; 2) El crecimiento es injusto: además de producirse de forma desigual entre el centro y la periferia, está subsidiado por el trabajo reproductivo doméstico impago; 3) El crecimiento es antieconómico: incrementa lo daños más rápido que la riqueza. La meta es no crecer, sino lo contrario. El programa decrecionista podría resumirse en cinco puntos. 1) Desempleo cero por la vía de la reducción de la jornada laboral y la redistribución del trabajo entre empleados y desempleados, con el Estado como garante y empleador en última instancia; 2) Dinero estatal libre de deuda, mediante la emisión y la recuperación de la masa monetaria que hoy controlan los bancos; 3) RBU financiada con impuestos progresivos a salarios y beneficios; 4) Desarrollo de nowtopias, es decir, las cooperativas, huertos urbanos, mercados de trueque y comunidades de todo tipo; 5) Los procomunes, sistemas de autoabastecimiento y gobernanza ajenos al mercado y el Estado.

Una crítica que Galliano hace es que sin una distribución del ingreso, detener el crecimiento en este momento implicaría dejar en la pobreza al 25% de la población mundial que vive con menos de 2 dólares y medio diarios. Pero además, “el decrecionismo se propone transformar el mundo para dejar la naturaleza intacta. Es políticamente prometeico y materialmente conservador: concibe al planeta como un recurso limitado y fragilísimo pero espera de la sociedad una plasticidad infinita para modificar sus hábitos”, (Galliano 2020, 85-86). Si bien aporta un diagnóstico implacable sobre el agotamiento de los recursos impulsados por el capitalismo, Galliano cuestiona su primitivismo, “la reivindicación de modelos sociales primitivos, la mistificación de la pobreza y la confianza, casi totalitaria, en que la sociedad se adaptará a ellos es socialmente injusta, ideológicamente peligrosa y políticamente inútil: no va a ocurrir, no importa cuánto daño hagamos en el camino”, (Galliano 2020, 86). Para el autor se trata de tomar su diagnóstico pero apostar a formas de producción diferentes, bajo una planificación central con un alto grado de descentralización, “paradójicamente, para reducir el consumo social de recursos debemos aprovechar al máximo las capacidad de producción y gestión a nuestro alcance”, (Galliano 2020, 87).

Galliano propone pensar a la economía social y al decrecionismo como dos filosofías de la miseria, vinculadas al animalismo. “No solo comparten profundas raíces religiosas sino también una vocación por animalizar al ser humano: tanto la reproducción material como la idea de una naturaleza intocable coinciden en entendernos fundamentalmente como un conjunto de seres con necesidades biológicas en un entorno material finito en el que debemos limitarnos a subsistir (...) La economía política de la ultraausteridad que plantean ambas perspectivas no puede dejar de contemplar la inviabilidad del consumo humano de animales”, (Galliano 2020, 88-89).

El mundo de la abundancia

Las reflexiones en torno a la postescasez, el aceleracionismo y el transhumanismo son las elegidas por el autor para retratar este enfoque, que parte de la abundancia.

Postescasez

Un ejemplo de fuente de abundancia que explica Galliano es nuestro smartphone, que permite digitalizar parte de la materia y convertir átomos en bits, anulando el principio de la escasez, (Galliano 2020, 105). En un sistema ciberfísico de producción el costo marginal es cero y eso ha llevado a economistas, incluso entre los ortodoxos, a discutir la posibilidad de que este sistema plantee una sociedad de la postescasez. Aunque el autor también advierte que hoy en día muchos de los servicios gratuitos de WhatsApp, Gmail y YouTube se sustentan en otros servicios que las mismas empresas como Google y Facebook venden y a los espacios publicitarios que cobran. Jeremy Rifkin es un autor que ha pensado la postescasez. Galliano repone su noción de procomún. “Para Rifkin esta tendencia (a la privatización) comienza a revertirse con la aparición de plataformas en las que los internautas comparten archivos, experiencias o servicios sin espíritu de lucro (...) Aún así, Rifkin prevé que corporaciones como Google o Facebook intentarán cercar el nuevo procomún, no solo con patentes, sino también con plataformas que distraigan y privaticen datos de la red común (...)”, (Galliano 2020, 108). Sin embargo, el autor dirige una crítica a la sociedad de postescasez pensada por Rifkin y otros, “el materialismo no dialéctico de Rifkin lo lleva a ver el motor del cambio histórico en tecnologías y fuentes energéticas sin preguntarse por las fuerzas sociales que las conducen”, (Galliano 2020, 109).

Finalmente, Galliano explica que “todos los modelos de postescasez parten del supuesto del desempleo tecnológico y la consiguiente necesidad de establecer un ingreso por fuera del salario, llámese ingreso básico universal, renta básica o salario social”, (2020, 113-114).

Aceleracionismo

Galliano presenta la idea de que en la izquierda hay una larga tradición, desde Marx, pasando por Lenin y Trotsky, hasta el operaismo italiano, de saludar el desarrollo de las fuerzas productivas como anticipos de una futura sociedad superior al capitalismo. El ya citado Nick Srnicek es un representante del ala izquierda del aceleracionismo y tiene una postura crítica sobre el defensismo de la izquierda autonomista y anticonsumista -por ejemplo del movimiento antiglobalización-. Se asoció con Alex Williams con quien escribieron el Manifiesto por una política aceleracionista (2013) e Inventando el futuro (2015). Para Srnicek y Williams “el capitalismo se frena a sí mismo, las fábricas robotizadas y la posibilidad de modificar genes conviven con bolsones de malnutrición y extensas jornadas laborales intactas desde la posguerra. La izquierda aceleracionista debe redirigir su potencial sociotecnológico en un sentido emancipador: una sociedad igualitaria, próspera y pluralista”, (Galliano 2020, 125-126). La acción política necesaria para esta transformación vendría de copiar la infraestructura intelectual de los think tanks neoliberales, formar cuadros técnicos e insertarse en las universidades y medios de comunicación, difundiendo ideas simples y radicales por medio de voceros. Autores como Benjamin Noys, consideran al aceleracionismo una reacción recurrente que tiene sus orígenes en el futurismo italiano de principios del XX. Galliano, por su parte, apunta sus críticas a la falta de un sujeto social claro en el aceleracionismo, a una mirada demasiado optimista de la tecnología y a ser una propuesta excesivamente intelectual en el caso de Srnicek y Williams, con la lucha política reducida a un conflicto de ideas.

Pero las discusiones con los postulados aceleracionistas no privan a Galliano de reconocer que proponen una imagen amable del futuro hacia donde dirigir nuestras energías políticas, algo tan necesario como un sujeto, un programa y un problema a resolver, (2020, 133-134). Uno de los conceptos de los aceleracionistas que interesan a Galliano es el de ‘hiperstición’: ficciones que motorizan la realidad futura, profecías cumplidas a partir de la retroalimentación del circuito cultural. El aceleracionismo de izquierda busca esas hipersticiones en el pasado, en las oportunidades perdidas de conjunción entre la izquierda y la tecnología, como los intentos de internet socialista en la Unión Soviética para perfeccionar la planificación económica y evitar el autoritarismo de la administración centralizada.

El apartado cierra con las concepciones transhumanistas (o H+). Galliano resume a sus adscriptos como aquellos “que están dispuestos a sacrificar su condición humana con tal de no morir, ni sufrir, ni fallar; personas convencidas de que el cuerpo y la mente pueden mejorarse gracias a la tecnología hasta dejar detrás su naturaleza (...), un movimiento intelectual que propone emanciparnos de la naturaleza a través de la tecnología”, (2020, 137). Más allá de que hay seguidores H+ de un amplio espectro político, Galliano considera que hay sectores de izquierda que plantean problemas que aportan a pensar luchas actuales: “algunos de los más dinámicos y productivos movimientos sociales de la actualidad se constituyen en torno a problemáticas vinculadas con el control del cuerpo (aborto, identidad sexual, calidad alimentaria)”, (2020, 146-147).

Capitalipsis

¿Cómo repasar el conjunto de las ideas de futuro del libro? Más allá de que entre ellas poseen diferencias irreconciliables, Galliano propone tomar sus aportes de la siguiente manera: “la economía social nos provee de un sujeto: la masa marginal que crece en el tejido social, pero también en cada uno de nosotros a medida que el capitalismo 4.0 nos precariza. El decrecionismo nos da un escenario, un diagnóstico: el agotamiento de los recursos (...) La economía de la postescasez nos otorga herramientas: las nuevas tecnologías, los nuevos materiales y formas de organización que se desarrollaron en el capitalismo 4.0 y que podemos tomar para superar sus límites y patologías. El aceleracionismo nos provee una ideología, un sistema de valores y de imágenes para encarar la lucha contra la escasez y por el control de aquellas herramientas, mudando la nostalgia en imaginación. El animalismo y el transhumanismo son memento mori civilizatorios, llevan las propuestas anteriores lo suficientemente lejos como para recordarnos que la humanidad no es el último capítulo de la historia (...)”, (2020, 150).

Galliano nos propone dejar de imaginar el fin del mundo y asumir que el Apocalipsis ya llegó, es el momento actual en el que vivimos, y a partir de ahí pensar un nuevo mundo. “Puede ser que sea un reino de escasez o un reino de abundancia, pero debe ser un reino de igualdad: un comunismo total que ya no se limite a la igualdad entre las personas, sino que se extienda a todos los objetos que nos acompañaron en estos siglos y a aquellos que creemos en el camino”, (Galliano 2020, 160). Sin embargo, también debemos pensar qué hacer con este capitalismo 4.0 que sufrimos. “El capitalismo 4.0 es un sistema sumamente inestable que depende de diferentes formas extractivas para funcionar, que amplía la masa marginal y requiere condiciones cada vez más excepcionales y violentas para funcionar. En algún momento colapsará o se reordenará en un capitalismo 5.0. O ambas cosas. No tenemos la fuerza para vencerlo, y salir de él es imposible. Debemos gobernarlo: aprovecharlo donde sea necesario, combatirlo donde sea nocivo y regularlo donde sea insuficiente. Y, sobre todo, parasitarlo allí donde podamos: luchar por el ocio civilizatorio y por el control social de las rentas naturales, digitales y financieras, tanto para captarlas y redistribuirlas, como para limitarlas. En fin, contribuir a la muerte lenta del capitalismo 4.0”, (Galliano 2020, 160).

Para Galliano se trata, por ejemplo, de aprovechar y regular los algoritmos y plataformas desarrollados por el capitalismo 4.0 para organizar de forma más racional distintos aspectos de la vida social -en un artículo del año 2018, Galliano abogaba por una economía popular de plataformas-; pero también se trata de combatir la destrucción de la naturaleza que propicia el capitalismo. Finalmente, para el autor también se trata exigir una Renta Básica Universal (RBU), en un contexto de muy baja demanda de mano de obra y empleo formal.

Un comentario crítico

Las propuestas políticas del autor no ocupan el núcleo del libro, aunque se atreve a plantear algunas. Sin embargo, discutiremos brevemente con algunas de ellas.

En primer lugar, parte del diagnóstico y las imágenes de futuro que Galliano propone se fundan en un supuesto que deberíamos tomar con reservas. Nos referimos al desempleo tecnológico, algo que se asume en la idea de que el llamado malestar en el trabajo es síntoma de una tendencia hacia una sociedad ‘post-industrial’. Existen críticas de autores de izquierda pero también del mainstream, como Robert Gordon, especialista en productividad, citado en el libro [5]. Aaron Benanav señala que la automatización, entendida como la eliminación de una categoría laboral producto del desarrollo tecnológico, es una constante del capitalismo desde sus orígenes y apunta a que casi el 60% de los trabajos que realizaban los trabajadores en la década de 1960 ya no existen en la actualidad [6]. En este último sentido, Benanav plantea que no hay evidencia empírica que pruebe que haya una ruptura cualitativa entre la automatización de períodos previos del capitalismo y la actual, aunque no descarta que en el futuro sí se produzca. Benanav también apunta a que el discurso sobre la automatización reaparece periódicamente en la historia del capitalismo debido a “una profunda ansiedad por el funcionamiento del mercado de trabajo: simplemente hay muy pocos empleos para demasiada gente”, (2019, 15). Para el autor, el error de los teóricos de la automatización no es discutir que esta provoca la destrucción de ciertos empleos, sino suponer que a través de los cambios tecnológicos actuales, las posibilidades utópicas sobre la automatización, se revelaran inminentemente mediante una catástrofe de desempleo masivo, (Benanav 2019, 14).

Por su parte, David Harvey retoma las elaboraciones de Marx para afirmar que las máquinas son capital muerto o constante, y como tales son incapaces de producir valor. “Parte del valor de la máquina pasa al valor de la mercancía, pero lo hace como capital constante (es decir, capital que no cambia de valor a través de su uso). El trabajo vivo (y no el trabajo pasado) es la única fuente de plusvalor. Las máquinas simplemente ayudan a elevar la productividad de la fuerza de trabajo, de modo que el valor total permanezca igual, mientras el valor de las mercancías individuales cae”. Pero la mayoría de los capitalistas cree que las máquinas producen valor y Harvey establece una relación entre esa creencia (fetichista) y la lógica por ellos difundida de que debe haber una solución tecnológica para cualquier problema social o económico [7].

En segundo lugar, más allá de que un enorme sector de la clase obrera sufre del desempleo estructural, y si bien se ha transformado profundamente con el neoliberalismo, en términos numéricos es más amplia que en los años 60 y 70 como subproducto principalmente de la incorporación de millones de trabajadores de los ex-Estados obreros burocratizados (URSS, China). Por otra parte, la clase obrera industrial ‘clásica’ ha sufrido un retroceso en su peso absoluto pero como contrapartida ha crecido -tanto en número como en importancia- el sector logístico y de servicios, como muestra Kim Moody en su libro sobre las transformaciones de la clase obrera norteamericana [8]. Además, en el planteo de Galliano se ve subvaluada la posición estratégica para la reproducción ampliada del capital que cumple la clase obrera, tanto industrial como de servicios. Consideramos que se trata de una cierta resignación a que ‘todos nos convirtamos en masa marginal’ cuando por una parte, ese proceso es parcial y debe ser matizado muchísimo a la hora de pensar las transformaciones en el mundo del trabajo. Además, en varios sentidos será la lucha de clases la que aportará a su consecución.

Por último, consideramos que debemos discutir partiendo desde un cuestionamiento a algunas otras de las tendencias que operan sobre el capitalismo 4.0. Por una parte, tomando un aspecto programático que comparte el decrecionismo y un representante aceleracionista como Srnicek, el reparto de las horas de trabajo entre ocupados y desocupados, sin afectar el salario [9]. Un planteo que cuestiona la contradicción a la que empuja la lógica capitalista de acumulación, en donde al mismo tiempo que una parte importante de la clase trabajadora no consigue trabajo o se encuentra subempleada, otra parte considerable trabaja muy por encima de la jornada de 8 horas. Por otra parte, es fundamental poner en cuestión la propiedad burguesa de los medios de producción, algo que solo aparece en el libro bajo la forma de lucha por espacios no capitalistas de propiedad motorizados por el Estado y que muy difícilmente puedan disputarle la hegemonía al capitalismo 4.0. En este último sentido, compartimos más el horizonte de un combate por la apropiación obrera y popular de aquellos grandes medios de producción que constituyen al capitalismo 4.0.

La pandemia del coronavirus, muestra indiscutible de la crisis ecológica a la que nos ha empujado al capitalismo, ejemplifica la idea de ese colapso civilizatorio al que -parafraseando a Galliano- nos acostumbramos a predecir pero que ya ha llegado; la centralidad que han empezado a adquirir (bajo el nuevo rótulo de trabajadores esenciales) los trabajadores de apps nos obliga a discutir qué hacer con las plataformas; por último, el teletrabajo, el renovado y multiplicado uso de la tecnología para las más diversas actividades debería hacernos pensar en qué potencialidades y qué contradicciones plantean. En una frase, es un buen momento para leer y debatir el libro de Galliano.

 
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