Foto: Taringa
“Vía muerta, calle de asfalto siempre destrozado.
Tren de carga, el humo y el hollín están por todos lados.
Hoy llovió y todavía está nublado”.
Llegó febrero nomás, las vacaciones pasaron rápido y ya nadie se acuerda como salieron los partidos de verano en Mar del Plata. La tarde acompaña, la gente todavía se está sacando la arena de las zapatillas; es que muchos volvieron de la costa y fueron directo hacia al estadio.
Por la calle Italia desfilan miles de camisetas blancas y celestes, se las puede divisar desde Mitre, a otras desde Belgrano; pero todas enfilan hacia el fondo, allá donde está el Cilindro. Por Alsina es todo fiesta, las canciones se multiplican, desde los siete puentes avanza la marea roja, flamean banderas que orgullosas visitarán la casa de unos vecinos ya muy conocidos.
En la calle Cordero es todo diferente. El blanco y el celeste son barbarie, el rojo es sangre, la vía muerta oficia de testigo mientras el asfalto queda destrozado. Un tren de carga pasa por un costado y no se entera de nada. El hollín ahora es el azufre del diablo, pero del malo: el de la muerte. Es una tarde de sol pero sin embargo acá llovió porque la falsa pasión volvió a matar, ya pasaron más de 13 años y todavía está nublado.
“Sur y aceite, barriles de barro, galpón abandonado.
Charco sucio, el agua va pudriendo un zapato olvidado.
Un camión irrumpe el triste descampado”.
Gustavo Rivera yace en el piso. Desde un lado vuelan tiros, desde el otro llueven piedras. Un rato antes fue al revés; los primeros comían un asado y respondían con piedrazos, los segundos tiroteaban.
El sinsentido se apoderó de la situación, la parca se amotinó en Avellaneda. Un febrero trágico, un 2002 fatal, como si no hubiera alcanzado con los cadáveres que la política arrojó en diciembre.
Sur del conurbano, aceite y barro. El fútbol se convirtió en un galpón abandonado donde se atrincheran delincuentes. El charco de sangre que ensucia la fiesta, el presente se pudre porque está olvidado como el zapato que alguno dejó en agua.
Pasaron 13 años, de un lado gobiernan llamando al edificio pintado de rosa y enfrente irrumpió un camión verde que está cada vez más amarillo. Cambiaron los colores por Avellaneda y el fútbol sigue siendo un triste descampado.
“Luz que muere, la fábrica parece de hormigón
y la grúa, su lágrima de carga sobre el Docke.
Un amigo duerme cerca en un barco español”.
"El asesinato de Rivera marca un antes y un después en el fútbol argentino”, contaban en los noticieros. “Indignación por otra muerte en el fútbol”, rezaban los diarios. “El show debe continuar, Independiente ganó 2-1”, relataba el locutor en la radio.
Un enfrentamiento entre dos barras que no aman sus colores, la complicidad de policías que liberaron la zona, la vulgaridad dirigencial que todo lo apaña. Gustavo muere una hora después en el Fiorito, dos de sus amigos pelean por vivir. En el hall del hospital siguen los enfrentamientos.
Se apagó un alma injustamente, como la luz que muere por las noches. Las fábricas rellenas de hormigón observan acongojadas. La grúa de aquella construcción que trabaja en el Docke. Cerquita llegan barcos, inmigrantes que no entienden lo que pasa.
Pasaron 13 años, en el medio mucha muerte. Pasaron 13 años, en el medio poco fútbol. Pasaron 13 años y ya no hay público visitante. Pasaron 13 años, Independiente y Racing volvieron a jugar. Pasaron 13 años. "¡Que esta vez sea en paz!", pensé.
“Amanece, la avenida despierta pronto se agitará
y los obreros, fumando impacientes, a su trabajo van.
Sur, un trozo de este siglo, barrio industrial”.
Manal (1970) | 
