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8 de agosto de 2020 Twitter Faceboock

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Crónicas de la revolución que estremeció al mundo
Cecilia Mancuso | Pan y Rosas - Neuquén | @CeciMancuso

Ponemos a disposición del lector el capítulo "La victoria", del libro Diez días que estremecieron al mundo escrito por John Reed

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Hay libros que nunca se vuelven a leer de la misma manera. Este es uno de ellos. Diez días que estremecieron al mundo llegó a mí en el año 2008, cuando comenzaba a abrazar la militancia revolucionaria. Acá va una humilde recomendación de su lectura a quienes estén transitando por el mismo camino o tengan la curiosidad de conocerlo.

Recuerdo que por 2008 quienes militaban conmigo en la universidad me hablaban de este libro como “la mejor crónica de los días más difíciles en el comienzo de la Revolución rusa”. Pero yo todavía conocía poco de aquella revolución, quería conocer a los protagonistas, cómo habían hecho la revolución en un país donde reinaban los zares pero supuestamente existía el proletariado más concentrado y enormes ciudades industriales que convivían con lo más atrasado del campo. No lo leí hasta que al año siguiente llegó a mis manos una edición vieja y estalinista, una de esas “de bolsillo”, que seguramente se perdió en alguna mudanza. Para ese entonces, ya había leído Historia de la Revolución Rusa, Cómo hicimos la Revolución rusa (disponible en Octubre, Lecciones de Octubre, (publicado recientemente en El marxismo y nuestra época) y quién sabe cuántos textos más sobre aquellos acontecimientos que habían puesto en pie al primer Estado obrero de la historia, luego de la breve experiencia de la Comuna de París.

Cuando terminé de leerlo, les di la razón a quienes habían insistido. El libro me había gustado muchísimo, pero ahora que volví a leerlo, caigo en la cuenta de que me perdí cientos de detalles escondidos entre cada página. Doce años después de que ese libro llegara a mí por primera vez, a días de que se cumplan 80 años del asesinato de León Trotsky a manos de un sicario de Stalin, saqué Diez días que estremecieron al mundo de la biblioteca de mi casa en Neuquén. Ahora es el libro de Ediciones IPS, y no aquella rotosa versión de bolsillo. Y en él me sumergí en cada detalle. Desde la presentación de Raúl Godoy, obrero de Zanon sin patrones, el prólogo del mismísimo Lenin, que escribió para la primera edición norteamericana y las impresionantes ilustraciones de La Caja Roja al comienzo de cada capítulo.

Es por todo eso que escribo estas líneas con la intención de recomendarlo, como hicieron conmigo, a quienes comiencen a abrazar las ideas revolucionarias, a quienes estén haciendo su primera experiencia política, a quienes estén conociendo la historia de aquella revolución en la que trabajadores y campesinos de Rusia tomaron el cielo por asalto de la mano del Partido Bolchevique, con Lenin y Trotsky a la cabeza. No dejen pasar tanto tiempo para leer a Reed –o volver a leerlo– y sobre todo, disfrútenlo muchísimo, porque en palabras de su propio autor "este libro es un trozo condensado de la historia tal como yo la vi".

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John Reed.
John Reed. Ilustración: Sergio Cena

¿Por qué leer Diez días que estremecieron al mundo?

John Reed era un periodista norteamericano que había viajado a Rusia con su compañera Louise Bryant para ser testigo privilegiado de la victoria de la revolución socialista. Su crónica de esos días fue recomendada por Lenin como un libro que debía ser “difundido en millones de ejemplares y traducido a todos los idiomas, pues ofrece una exposición veraz, escrita con extraordinaria vivacidad, de acontecimientos de gran importancia para comprender lo que es la revolución proletaria, la dictadura del proletariado". Con Reed van a escuchar los principales debates políticos, viajarán al frente de guerra junto a los soldados en camiones llenos de bombas y ferrocarriles atestados de gente, comerán en los cuarteles, conocerán los edificios más antiguos de Rusia y tendrán el placer de encontrarse con los principales dirigentes de aquella gesta histórica.

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La edición presentada por Ediciones IPS les irá introduciendo en una guía detallada para seguir la narración. Lo que me gustaría compartir son algunos de los aspectos centrales de este apasionante relato de Reed, protagonizado por el poderoso proletariado ruso a comienzos del siglo XX. No son los únicos ni necesariamente los más importantes, sino los que sugiero a quienes tomen este libro por primera vez en sus manos

Una revolución viva

El libro sigue una línea cronológica, cada capítulo abarca los diez días que. entre octubre y noviembre de 1917. vieron caer el gobierno provisional ruso, la insurrección de obreros, soldados y campesinos, la toma del poder, el asentamiento del gobierno obrero y el enfrentamiento a la contrarrevolución. Sin embargo, ningún lector podrá decir con seguridad qué día y en qué momento ocurrió tal o cual cosa, porque el camino por el que nos lleva Reed nos atrapa e involucra: en un abrir y cerrar de ojos estamos siendo parte de cada acontecimiento vivo de aquella revolución.

Se puede ir con él desde el Smolny, ocupado por el Comité Militar Revolucionario, hasta la plaza de Petrogrado, se puede recorrer de su mano los grandes salones donde obreros y soldados vueltos del frente debaten fervorosamente el curso de los acontecimientos y sentir el vértigo de los días en los que el Partido Bolchevique analizaba, lleno de posiciones y contradicciones, los pasos a seguir.

Todo se encadena con lo que está por ocurrir después, ya que en esta crónica, aunque una sepa el final, nada está dicho de antemano. “La vieja Rusia se desmoronaba rápidamente” y el o la lectora está siendo testigo de aquello.

Al gobierno provisional ya no le quedaba mucho margen cuando Reed comienza los primeros capítulos: azotado por la guerra mundial, el hambre y la pauperización de las condiciones de vida de las masas rusas, a las que se sumaba la efervescencia de lo que dicho gobierno había “prometido” cambiar con la revolución de febrero y con el paso del tiempo no cumplía. El general Kornilov, que había colaborado en la puesta en pie de este gobierno provisional, dimite en abril y organiza un levantamiento en su contra. Pero la respuesta obrera, campesina y de los soldados fue contundente. Como describe Reed al final del capítulo IV:“Lenin y los obreros de Petrogrado habían decidido la insurrección, el Soviet de Petrogrado –presidido por Trotsky (NdR)– derribó al Gobierno Previsional y colocó al Congreso de los soviets ante el hecho del golpe de Estado. Ahora había que ganarse a toda la inmensa Rusia y luego al mundo entero”.

El Smolny, centro de conspiración revolucionaria

John pasó mucho tiempo en el Smolny. El edificio, que supo ser un convento y que con los acontecimientos revolucionarios Lenin eligió como cuartel general del Partido Bolchevique, era el búnker de militantes y delegados de las distintas tendencias de izquierda. Por su condición de periodista y extranjero, Reed obtuvo sencillamente un pase libre a aquel edificio gracias a lo cual vivenció, en primera persona, las principales discusiones que allí se llevaban adelante.

Siempre que se ingresa al Smolny no se puede pasar por alto la pasión del proletariado, de los soldados y campesinos, por ser parte de los debates políticos en curso. Hay una pelea por quién lee primero la prensa de tal o cual partido: el rol que juegan los diarios de cada agrupamiento, ordenan la agenda del día, acomodan el humor de las masas, traen noticias del frente y delinean los pasos a seguir.

Y también, en este exconvento, hay abucheos y aplausos, pero por sobre todas las cosas, el Smolny es democracia. Quien quiera, pasa a la tribuna y toma la palabra, se delibera, se expresan las tendencias políticas, hay delegados de cada sector y asambleas hasta en altas horas de la madrugada. Allí llegan las noticias de cada Soviet, las resoluciones de los sindicatos –uno que tendrá gran protagonismo será el Sindicato de los Ferroviarios– el reclamo de los campesinos por avanzar rápidamente con el programa agrario. Y desde allí saldrán también las proclamas del Soviet de Obreros y Soldados de Rusia, dando instrucciones a Petrogrado, desafiando a los enemigos y tratando de ganarse el apoyo de los indecisos.

Es allí donde, en vísperas de la toma del poder, los y las bolcheviques quedaron prácticamente solos, con la decisión en sus manos de avanzar con la insurrección. Y así lo hicieron porque la confianza por sus ideas estaba en el apoyo del pueblo ruso: “Luego subió a la tribuna Trotsky, en nombre de los bolcheviques, impulsado por una oleada de aplausos entusiastas que fue creciendo hasta convertirse en un clamor estruendoso. Su rostro flaco y afilado, con su expresión de maliciosa ironía, era verdaderamente mefistofélico. ‘Hay dos alternativas; o la revolución desencadena un movimiento revolucionario en Europa, o las potencias europeas destruirán a la revolución rusa.’ Los asistentes lo aclamaron con un inmenso aplauso, decididos a arriesgarse en defensa de la humanidad. Y a partir de ese momento, hubo en todos los actos de las masas rebeldes algo consciente y resuelto que ya nunca las abandonaría”.

Reed transcribe textual otro fragmento de Trotsky, cuando luego de declarar el Estado obrero, quienes se habían retirado comienzan las exigencias de “unidad” y gobierno de coalición, luego de haber dejado solos a los bolcheviques. Trotsky, flamante ministro de Asuntos Extranjeros, les responderá: “Todas esas consideraciones sobre el peligro de aislamiento de nuestro partido no son nuevas. En la víspera de la insurrección también nos predecían una derrota inevitable. Todos estaban contra nosotros. Sólo la fracción de los Socialistas Revolucionarios de Izquierda se adhirió al Comité Militar Revolucionario. Pero ¿de qué modo hemos logrado, a pesar de todo, derribar al Gobierno Provisional sin derramamiento de sangre? Este hecho es la más clara demostración de que no estábamos aislados. En realidad era el Gobierno Provisional el que estaba aislado; estaban aislados los partidos democráticos que marchaban contra nosotros ¡están aislados ahora y han roto para siempre con el proletariado!”.

El funeral en Moscú

Elegí esta escena porque en ella se condensa un símbolo muy fuerte en el relato de los acontecimientos de Octubre, que al lector o la lectora que va palpitando con cada detalle los acontecimientos, logrará sin dudas emocionar. En Petrogrado, obreros y soldados tomaron primeramente el poder. Pero Moscú fue un centro de mayor resistencia por parte de la aristocracia y la burguesía que resistió la entrega del poder a la revolución naciente. Enfrentamientos abiertos y atentados sobre edificios milenarios, como el Kremlin, que quedaron destruidos en el combate son postales comunes del capítulo X. El Comité Militar Revolucionario logró tomar la ciudad días después de la toma de Petrogrado: “El Soviet de Moscú se había instalado en el palacio del gobernador general, un imponente edificio blanco en la Plaza Skobelev. Los guardias rojos custodiaban la entrada.(...) En el suelo y sobre las mesas habían extendidas largas franjas de tela roja y negra y medio centenar de mujeres cortaban y cosían cintas y banderas para los funerales de los revolucionarios caídos. Los rostros de estas mujeres se habían arrugado y endurecido en las dificultades de la lucha por la existencia. Trabajaban tristes y serias, muchas con lágrimas en los ojos. Las bajas del Ejército Rojo eran grandes”.

Efectivamente, se preparaban para enterrar a 500 proletarios caídos en combate, caídos por la revolución. Y acá empieza una escena que se va viviendo en carne propia. Como por arte de magia una se encuentra en la Plaza Skobelev, el silencio invade el aire. Pero un rumor llega de lejos con la salida del sol. “El apagado rumor de movimiento, que llegaba de lejos, iba en aumento y crecía hasta convertirse en fragor”. Van llegando las mujeres, los obreros, los soldados. Y flamean las banderas hechas especialmente para la ceremonia. Los comercios permanecían cerrados. En las basílicas, los sacerdotes habían huido. Reed describe las columnas que llegan por todas las calles que confluyen en la Plaza. Se entona con orgullo La Internacional: “Uno tras otro, los quinientos ataúdes fueron bajados a la fosa. Oscurecía ya y las banderas seguían ondeando y susurrando en el aire, la banda tocaba la Marcha Fúnebre y el mar humano cantaba. Sobre la tumba, en las ramas desnudas de los árboles, como raras flores multicolores, pendían las coronas. Doscientos hombres empuñaron las palas y empezaron a llenar la fosa. La tierra golpeaba sordamente en los ataúdes y los golpes secos se oían claramente a pesar de la canción. Se encendieron los faroles. Pasó la última bandera, y también la última mujer llorosa. La oleada proletaria se retiró de la Plaza Roja. Y comprendí de pronto, que el devoto pueblo ruso no necesitaba sacerdotes para rezar al cielo. Este pueblo estaba construyendo en la tierra un reino tan esplendoroso como no lo hay en ningún cielo, un reino por el cual era una gloria morir”.

La enorme pelea de los bolcheviques y una revolución más actual que nunca

Aunque historiadores e intelectuales al servicio de las ideas dominantes derramaron ríos de tinta contra el legado de la revolución, lo hicieron apoyándose en la degeneración del Estado obrero bajo el estalinismo. Se dedicaron a hacerle creer a millones que el germen de dicha degeneración estaba en el seno del Partido Bolchevique y, particularmente, en la figura de Lenin y Trotsky.

Lo último que me gustaría señalar es que a quienes lean este libro no le quedarán dudas de la profunda pertenencia del Partido Bolchevique surgido de las masas proletarias, explotados y oprimidos de Rusia, de su pelea por la más amplia democracia en todos los ámbitos y de la determinación por expandir una revolución libertaria, democrática e igualitaria que terminara con cualquier forma de explotación y opresión, a todo el mundo: “¡Bienvenidos camaradas campesinos! ¡No vienen aquí como huéspedes, sino como los dueños de esta casa en la que late el corazón de la revolución rusa! En esta sala está concentrada hoy la voluntad de millones de trabajadores. De ahora en adelante, la tierra rusa no conoce más que un dueño: la unión de obreros, soldados y campesinos”.

Esta tarea, que emprendieron con profunda convicción los y las bolcheviques, que solo pudieron desviar y destruir a fuerza de persecución y muerte, hoy está más vigente que nunca. Que este nuevo aniversario del asesinato del gran revolucionario León Trotsky, protagonista de esta enorme revolución, presidente del Soviet de Petrogrado y luego fundador del Ejército Rojo, sea un momento para conocer su vida, sus peleas y la pasión por la militancia revolucionaria para cambiar de una vez y para siempre esta sociedad de raíz.

Si esta reseña sirve para generar curiosidad por estos acontecimientos para que nuevas generaciones conozcan su historia, entonces el objetivo se habrá cumplido.

El libro se puede conseguir por medio de la página de Ediciones IPS, en la sede de nuestra editorial, Riobamba 144, Buenos Aires, en locales del PTS en todo el país y en librerías. Diez días que estremecieron al mundo

 
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