Ilustración: @mataciccolella.
Las clases dominantes hacen pasar sus intereses particulares como si fueran los intereses de las mayorías.
Algo de eso se vio estos días. Aparentemente, todos tendríamos que estar felices como los funcionarios del actual gobierno. O del anterior gobierno, como el exministro de Finanzas, Luis Caputo, que felicitó a Alberto Fernández y a Martín Guzmán.
Todos deberíamos estar felices junto a los poderosos del país que festejan el acuerdo con los lobos de Wall Street.
Pero, para las mayorías populares no hay nada que festejar. Con la deuda estamos dominados por potencias imperialistas que extraen riquezas y lo único que dejan es pobreza.
Desde la dictadura cívico-militar hasta la actualidad, bajo el régimen del endeudamiento eterno, la pobreza pasó de ser menor al 10 % en los años 1970 a ubicarse en un nuevo piso histórico de al menos un cuarto de la población.
En los períodos de crisis aguda, como en 2001-2002, la pobreza se expande a más del 50 %. Este año puede pasar lo mismo.
La última semana se conoció un informe de UNICEF que estima que el país llegará a diciembre con el 63 % de la infancia en situación de pobreza: habrá 8,3 millones de niñas y niños pobres a fin de año.
La consultora Ecolatina estima que la desocupación se va a ubicar por encima del 15 % cuando se conozcan los datos oficiales del segundo trimestre del año.
El discurso público del Gobierno es que hace un "esfuerzo" enorme para “cuidar a la gente” con el IFE, la ATP y recursos para la salud.
En privado el discurso parece ser otro. Martín Guzmán se jactó ante un grupo de empresarios del poco gasto que comprometió en la cuarentena. Lo contó Alejandro Bercovich en su columna de BAE Negocios del último viernes.
Efectivamente, aún con la crisis social y sanitaria, el “esfuerzo” del Gobierno es escaso.
La CEPAL realizó un relevamiento de los recursos destinados por los gobiernos latinoamericanos para atender la emergencia del coronavirus.
El “esfuerzo” del Gobierno de Fernández no es particularmente importante en comparación con países vecinos [1]. Es menor que el “esfuerzo” de El Salvador, Chile, Perú, Brasil y Paraguay [2].
Ni que hablar que es mucho menor que el “esfuerzo” de países imperialistas, que pueden destinar más recursos, entre otras cosas, por las riquezas que se llevan de economías como la Argentina. Según informa el FMI, en las economías avanzadas el promedio del "esfuerzo" fiscal por el COVID-19 alcanza el 8,6 % del PIB [3].
El IFE de Argentina por $ 10 mil es prácticamente bimensual. Está por detrás de lo que otorgaron gobiernos derechistas de la región que tuvieron una política sanitaria desastrosa. Y de países que tienen un sistema de salud pública mucho más débil que Argentina.
En Brasil, el Coronavoucher es el equivalente en pesos argentinos a $ 16.800 [4]. No obstante, Jair Bolsonaro planea recortarlo a un tercio.
En Chile, el Gobierno de Sebastián Piñera, en crisis después de la revuelta, realizó varias concesiones: una familia promedio (4 integrantes) percibe $ 36.604, siempre traducido a pesos argentinos.
A la vez, para intentar desactivar el triunfo que finalmente consiguió el movimiento de masas contra el sistema privado de jubilaciones, Piñera anunció un bono por única vez para a clase media: otorgó $ 46.132 (500 mil pesos chilenos) a quienes tenían ingresos superiores a los $ 36.604 ($ 400 mil chilenos) y habían sufrido una disminución mayor a un 30 % en esos ingresos.
Las comparaciones no son, obviamente, para embellecer al reaccionario Bolsonaro o a Piñera, que es repudiado él y las políticas neoliberales por amplios sectores de la población.
La comparación sólo da una idea sobre cómo se gestiona la miseria a nivel regional [5].
No es casual que la CEPAL haya informado que la región sigue siendo la más desigual del planeta y que Argentina es uno de los países donde más creció la desigualdad durante la pandemia [6].
No es casual que Argentina tenga este desempeño en medio de la negociación con los lobos de Wall Street y la que viene con el FMI.
Cuando los pibes se mueren de hambre en Jujuy; cuando los docentes, como Sandra y Rubén, mueren por explosiones evitables en las escuelas; cuando a las Ramona de este país no les conectan el agua, no habría que olvidarse nunca de la la soga al cuello de la deuda. |