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La Izquierda Diario
16 de agosto de 2020 Twitter Faceboock

SEMANARIO IDEAS DE IZQUIERDA
Trotsky y el arte de la insurrección
Matías Maiello | @MaielloMatias
Emilio Albamonte

Con motivo de los 80 años del asesinato del fundador del Ejército Rojo a manos de un agente stalinista, publicamos a continuación para Ideas de Izquierda, el trabajo introductorio realizado por Emilio Albamonte y Matías Maiello al libro de Harold Walter Nelson León Trotsky y el arte de la insurrección (1905-1917) publicado por Ediciones IPS-CEIP (2016). El libro puede conseguirse en la librería virtual de Ediciones IPS.

Link: https://www.laizquierdadiario.com/Trotsky-y-el-arte-de-la-insurreccion

León Trotsky y el arte de la insurrección es un libro inquietante. Escrito por un coronel del ejército norteamericano, analiza de manera documentada la evolución del pensamiento militar de León Trotsky hasta el triunfo de la Revolución rusa. Desde el otro lado de la barricada, Harold W. Nelson descubre la profundidad del revolucionario ruso como teórico militar, como estratega y “general” revolucionario.

Si la insurrección de Petrogrado de octubre de 1917 pone de relieve la talla de Trotsky como estratega, sus análisis sobre la Primera Guerra de los Balcanes (1912-13) ya lo muestran como precursor de temáticas que serán fundamentales para el análisis del fenómeno de la guerra en el siglo XX, y que décadas después desarrollarán autores como John Keegan o Michael Howard [1]. Desde este punto de vista, no llama la atención el interés de un militar como Nelson en la obra del fundador del Ejército Rojo. Tampoco sería el primero en tener esta inclinación, como, por ejemplo, el diplomático e ideólogo de la estrategia norteamericana de la “contención” en la Guerra Fría, George Kennan [2].

Entre las motivaciones de Nelson parece pertinente la conjetura de Ted Crawford [3], sobre la búsqueda de explicaciones al fracaso norteamericano en la guerra de Vietnam en la que combatió. Un caso muy diferente al ruso pero con un tema común que parece estar muy presente en su reflexión: la crisis de ejércitos reclutados masiva y compulsivamente, en ambos casos para luchar por objetivos imperialistas.

A favor de aquella hipótesis, vemos que el ojo del coronel se posa muy especialmente en las conclusiones de Trotsky y los bolcheviques sobre el trabajo político en las filas del ejército ruso y sus fundamentos estratégicos.

Contradictoriamente, esta parte de la obra de Trotsky ha sido prácticamente relegada al olvido dentro del marxismo, incluidas las corrientes que se referenciaron o se referencian en la figura del revolucionario ruso. El propio Nelson señala, en relación a Isaac Deutscher, cómo incluso “El más competente de los biógrafos de Trotsky escogió omitir la discusión de su pensamiento militar” [4].

Esto tiene sus causas. La IV Internacional después de la Segunda Guerra Mundial quedó diezmada, entre la persecución del fascismo, el stalinismo y el imperialismo “democrático”. En este marco, se produjo un quiebre en la unidad entre programa y estrategia. El resultado fue la adaptación a otras estrategias, como por ejemplo las “estrategias” guerrilleras que eran producto de revoluciones donde primaba el peso del semiproletariado y el campesinado, dirigidas por partidos en forma de ejércitos.

A la inversa, luego de la derrota del último ascenso de la lucha de clases internacional, que va desde el Mayo Francés de 1968 al proceso revolucionario en Polonia de 1980-’81, y la subsiguiente ofensiva imperialista a escala global, se produjo una especie de “trauma epistemológico” –como lo llamó Roberto Jacoby [5]– donde los problemas militares de la revolución prácticamente desparecieron del horizonte del marxismo.

Tanto el militarismo guerrillero como el pacifismo posterior desplazaron a la estrategia insurreccional, para la cual podía ser útil el pensamiento militar de Trotsky. De ahí el poco interés que éste ha suscitado dentro del trotskismo.

Más en general, son escasos –aunque significativos– los estudios comprensivos sobre el pensamiento militar de Trotsky. Entre esta escasa bibliografía, junto con el libro de Nelson, se encuentra el amplio trabajo del historiador norteamericano Neil M. Heyman, “León Trotsky as a Military Thinker”.

La publicación desde Ediciones IPS-CEIP de León Trotsky y el arte de la insurrección (1905-1917) por primera vez en castellano busca contribuir a revertir aquella situación y es parte de un esfuerzo más amplio que incluye la publicación en castellano de los principales escritos militares de fundador del Ejército Rojo [6], los escritos de Trotsky y debates en la IV Internacional en torno a la Segunda Guerra Mundial y su génesis [7], Los marxistas y la Primera Guerra Mundial, con textos de Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburg, Karl Liebknecht y Franz Mehring, así como el libro El Significado de la Segunda Guerra Mundial de Ernest Mandel.

También el libro Estrategia socialista y arte militar, donde junto con el abordaje de la obra de Carl von Clausewitz y algunos de sus continuadores como Hans Delbrück, retomamos las principales polémicas y elaboraciones sobre estrategia –política y militar– de Trotsky, otros clásicos como Lenin y Gramsci, junto con marxistas posteriores como Mandel, Isaac Deutscher y su escuela.

Trotsky como estratega

La obra de Nelson reconstruye históricamente la maduración de Trotsky como estratega militar partiendo de sus intervenciones en la Revolución de 1905 y las polémicas posteriores en el seno de la socialdemocracia rusa, para luego desentrañar su rica experiencia como corresponsal de guerra en los Balcanes en 1912-13, así como sus análisis sobre la Primera Guerra Mundial.

En este recorrido, Nelson muestra cómo el fundador del Ejército Rojo va extrayendo conclusiones y adquiriendo los conocimientos militares que le permitirán convertirse en el gran estratega de la insurrección de octubre en 1917.

Gran parte del trabajo está basado en las Sochineniia, Obras Completas de Trotsky, que fueron publicadas en Moscú o Leningrado, y de los 23 tomos proyectados, por orden de Stalin que ordenó su suspensión, solo se llegaron a publicar 12, entre 1923 y 1927; así como en los documentos y resoluciones del Partido Socialdemócrata Ruso y sus fracciones bolchevique y menchevique.

No se trata de un relato lineal, sino de un intento de reconstrucción histórico-biográfica que el autor busca ligar constantemente al contexto político, y en especial a las polémicas al interior de la socialdemocracia rusa de aquellos años.

El punto de partida son las lecciones de la derrota de la primera revolución rusa de 1905. A los 25 años, el joven Trotsky llega a estar a la cabeza del Soviet de Petrogrado. El inevitable conflicto armado que plantea la revolución lo encuentra con escasos conocimientos militares buscando comprender y abrirse paso como estratega al calor de los propios acontecimientos.

Sobre las conclusiones de aquel proceso elaborará la primera formulación de su teoría de la revolución permanente [8]. La insurrección, la relación con el ejército, la constitución de una fuerza armada de la revolución, serán algunos de los problemas de estrategia que acompañarán la reflexión de Trotsky a partir de entonces.

Será a partir de 1912, como corresponsal del periódico Kievskaia Mysl [El Pensamiento de Kiev] en la primera guerra de los Balcanes, que Trotsky entrará en contacto casi directo con el fenómeno militar. Pondrá todas sus capacidades al servicio de sumergirse en la “guerra real”, captar la fricción que la diferencia de la “guerra en el papel” [9], las contradicciones de las sociedades en guerra y sus condicionamientos estratégicos y tácticos. Experiencia que continuará durante la Primera Guerra Mundial.

El libro de Harold Walter Nelson tiene como una de sus grandes virtudes, explorar esta etapa como parte de la evolución del pensamiento estratégico de Trotsky. Difícilmente podrían sobrevalorarse aquellos años formativos, en los que un lector atento puede ver preanunciados gran parte de los rasgos distintivos de la reflexión estratégica del fundador del Ejército Rojo. Muchos de los cuales podríamos distinguir como “clausewitzianos”, por su parentesco con los desarrollos del general prusiano.

Nelson muestra cómo Trotsky aborda en forma notable las alternativas estratégicas y tácticas de la ofensiva de la Liga Balcánica contra el Imperio Otomano de 1912. Para ello, parte de las condiciones para la ofensiva, evaluando su fuerza física, donde la débil estructura productiva de los países de la Liga les impedía un esfuerzo de guerra prolongado, tanto como su “fuerza moral”, como la denominaba Clausewitz.

En relación a esta última, observa cómo el esfuerzo de guerra también estaba comprometido: el campesino podía morir para defender su aldea y su familia, pero no tenía ningún interés –y menos entusiasmo– en arriesgar su vida en una guerra tan ofensiva como aquella. Así, el odio nacional surge como precario sustituto ante esta falta de “fuerza moral”.

Llama la atención de Nelson también, que Trotsky, lejos de dejarse llevar por los éxitos iniciales, busca determinar el “punto decisivo” de la guerra. Una vez determinado –en este caso pasaba por la toma de Constantinopla– Trotsky logra establecer los posibles cursos de acción y determinar cuál es el que contiene las mayores probabilidades de éxito.

La precisión de estos análisis, que en su libro describe detalladamente, llevan Nelson a afirmar que: “En retrospectiva, Trotsky parece haber sido mejor estratega que los que se encontraban en el Estado Mayor búlgaro” [10].

Otro tanto muestra Nelson respecto al análisis de las elaboraciones de Trotsky sobre la Primera Guerra Mundial. Entre los muchos aspectos que reseña, muestra cómo Trotsky fue un agudo intérprete de la guerra de trincheras, desde sus consecuencias en la psicología del soldado, hasta el análisis de sus características técnicas, pasando por sus consecuencias tácticas y estratégicas.

La profundidad de estas elaboraciones contradice las interpretaciones vulgares del revolucionario ruso que lo presentan como alguien supuestamente incapaz de comprender el valor de las “trincheras” y las “fortalezas” en la guerra moderna, en contraposición a interpretaciones –también vulgares– del pensamiento de Antonio Gramsci.

En estos análisis de Trotsky se puede ver la complejidad de su pensamiento. Por ejemplo, cuando aborda la discusión sobre la obsolescencia o no de las fortalezas para el futuro, siendo que los avances en la artillería habían liquidado las fortificaciones permanentes del tipo clásico. Su respuesta –típica de Trotsky en muchos otros aspectos– es que siendo que los principios generales que le dieron origen no desaparecieron, “la pregunta ya no era si las fortalezas eran adecuadas o no, sino más bien qué formato asumirían” [11].

De ahí que busque en la guerra de trincheras los indicios de la construcción de las fortalezas del futuro, su carácter subterráneo, implementadas con las últimas técnicas de construcción, con almacenes, talleres, y plantas de energía subterráneas, entre otras características. Nelson señala que las formulaciones de Trotsky parecían preconizar la construcción de la Línea Maginot francesa. Sin embargo, también destaca cómo Trotsky se burlaba de quienes quisieran transformar aquellas consideraciones en una estrategia. “Concluyó su ensayo –dice Nelson– en tono burlesco sobre los ‘pobres, escrofulosos pacifistas’ que esperaban eliminar la posibilidad de otra guerra reforzando las fronteras de los Estados con más trincheras” [12].

Toda una conclusión anticipatoria, no solo en lo militar, sino también en política, ante las variantes socialdemócratas que, utilizando las metáforas militares, sostuvieron que la “guerra de trincheras” debía transformarse en estrategia para el movimiento obrero occidental.

Para Trotsky, no se trataba de generalizar determinadas circunstancias sino de comprender las causas del estancamiento durante la Primera Guerra Mundial. Desde lo político y económico, hasta la tecnología militar en la cual veía una enorme brecha, que lo llevó reflexionar sobre las formas de superar la vulnerabilidad del motor a combustión y vaticinar, como señala Nelson, en forma precisa la introducción del tanque [13], capaz de modificar nuevamente el equilibrio entre defensa y ataque.

Como señala Nelson: “Después de estudiar la guerra en los Balcanes y Europa Occidental, Trotsky aprendió las ventajas tácticas de la defensa […] había aprendido también que la victoria definitiva puede alcanzarse solo mediante la acción ofensiva” [14].

Este tipo de conclusiones acompañarán a Trotsky mucho más allá de lo militar, marcarán el tipo de pensamiento que lo distinguirá como estratega revolucionario a lo largo de toda su vida.

El “arte de la insurrección”

El tema central del libro de Nelson, como su título lo indica, es “el arte de la insurrección”, alrededor del cual articulará los diferentes momentos de la trayectoria de Trotsky hasta 1917. Se trata de un concepto crucial para la revolución proletaria que hace a la diferencia con las revoluciones burguesas clásicas [15]. “La burguesía poseedora y educada […] no hizo la revolución sino que esperó a que fuera hecha. Cuando el movimiento de las capas inferiores se desbordó y el viejo orden social o el viejo régimen político fueron derrocados, entonces el poder cayó casi automáticamente en las manos de la burguesía liberal” [16].

En el caso del proletariado sucede lo opuesto, y la extensa experiencia de las revoluciones del siglo XIX y XX lo demuestra. No puede hacerse del poder en el momento decisivo sin disponer de un partido revolucionario que cumpla un papel de dirección política, organizativa, y técnico-militar de las masas revolucionarias.

Este es el punto de partida para la noción de “arte de la insurrección”. ¿Cuáles son sus elementos fundamentales? Trotsky, retomando el planteo formulado por Engels, en su Historia de la Revolución Rusa señala: “La insurrección es un arte y, como cualquier arte, ella tiene sus leyes. […] La conspiración no reemplaza a la insurrección. Por mejor organizada que se encuentre, la minoría activa del proletariado no puede adueñarse del poder independientemente de la situación general del país”. Y agrega, pero “para conquistar el poder, no basta al proletariado un alzamiento de fuerzas elementales. Necesita la organización correspondiente, el plan, la conspiración” [17].

De esta combinación entre la fuerza del movimiento revolucionario de masas con la planificación consciente y la conspiración para hacerse del poder surge la insurrección como arte. De ahí que se diferencia de las “jornadas revolucionarias” o las “semiinsurrecciones”, donde prevalecen, en mayor o menor medida, los elementos espontáneos del movimiento.

Aunque Nelson no define el “arte de la insurrección” conceptualmente, en su libro el hilo conductor de la evolución del pensamiento estratégico de Trotsky estará, justamente, en aquella relación entre las fuerzas elementales de la revolución y la preparación consciente de la conquista del poder.

El punto más destacado de Trotsky y el arte de la insurrección se encuentra en el abordaje de los aspectos militares de aquella relación. Como “defecto profesional” cabe señalar que el ojo penetrante del militar por momentos pierde de vista el peso de determinante de la lucha de clases.

Esto lleva a Nelson a simplificar la evolución del pensamiento estratégico de Trotsky respecto a la insurrección. Desde un joven Trotsky de 1905, que parte de una concepción más o menos escéptica de la posibilidad de organizar una fuerza armada de la revolución y apuesta a la acción espontánea de las masas [18], hasta un Trotsky maduro que, mediante un brusco giro subjetivo, a partir de agosto de 1917 “rechazó la acción espontánea de las masas y reconoció la necesidad inevitable del control de la fuerza armada para hacer la revolución” [19].

Nelson está en lo correcto al señalar que las expectativas del joven Trotsky en que un nuevo ascenso del movimiento de masas fuera capaz de unir detrás de un programa revolucionario a mencheviques y bolcheviques, no podían más que jugar en contra de una clara estrategia de preparación de la insurrección.

Sin embargo, en la explicación de ambos momentos necesariamente cobra suma importancia el contexto más amplio de la lucha de clases. La visión “casi monolítica” del ejército –formado por masas de campesinos– que le atribuye Nelson a Trotsky en 1905, era menos una concepción que la expresión, según el propio Trotsky, de un problema político más amplio que marcó la primera revolución rusa: la falta de hegemonía del proletariado sobre el campesinado [20]. La discordancia entre los tiempos del levantamiento en las ciudades y en el campo fue una de las claves de la derrota de aquel proceso.

Otro tanto podría decirse del supuesto optimismo del revolucionario ruso sobre la potencialidad de la acción espontánea de las masas para derrotar al ejército en 1905. Donde Nelson ve una concepción, más bien había un cálculo entre diferentes escenarios adversos. En palabras Trotsky: “aunque el partido eludiese el conflicto en octubre y en noviembre, porque tenía conciencia de la necesidad de una preparación en regla, esta razón perdió todo su valor en [la insurrección de Moscú de] diciembre […] si el partido se hubiese negado a dar batalla […] lo único que habría conseguido sería, simplemente, precipitar la insurrección en condiciones más desfavorables aún…” [21].

A la inversa, a partir de agosto de 1917, donde Nelson supone una conversión “radicalmente completa” [22] de Trotsky que lo lleva a ponerse a la cabeza de los preparativos militares de la insurrección, hay más bien una constatación de la madurez de la situación para pasar a la ofensiva, tanto por la evolución de la influencia de los revolucionarios en los Soviets, como del desarrollo de la guerra civil en el campo, y el desgaste del Gobierno Provisional y la dirección oficial conciliadora de aquellos.

Más allá del análisis de cada uno de los puntos señalados respecto al pensamiento de Trotsky en particular, de conjunto lo importante a destacar para el abordaje de los problemas militares de la revolución, es que en la guerra civil la política se mezcla con las acciones militares mucho más estrechamente aún que en la guerra entre Estados.

En este sentido sintetizaba Trotsky, años después de la Revolución rusa: “La guerra civil, hemos dicho siguiendo a Clausewitz, es la continuación de la política, pero por otros medios. Esto significa: el resultado de la guerra civil depende solo en 1/4 (por no decir 1/10), de la marcha de la propia guerra civil, de sus medios técnicos, de la dirección puramente militar, y en los restantes 3/4 (si no 9/10) de la preparación política. ¿En qué consiste esa preparación política? En la cohesión revolucionaria de las masas, en su liberación de las esperanzas serviles en la clemencia, la generosidad, la lealtad de los esclavistas ‘democráticos’, en la educación de cuadros revolucionarios que sepan desafiar a la opinión pública burguesa y que sean capaces de mostrar frente a la burguesía, aunque más no sea una décima parte de la implacabilidad que la burguesía muestra frente a los trabajadores. Sin este temple, la guerra civil, cuando las condiciones la impongan —y siempre terminan por imponerla— se desarrollará en las condiciones más desfavorables para el proletariado, dependerá en mayor medida de los azares; después, aún en caso de victoria militar, el poder podrá escapar de las manos del proletariado” [23].

Y concluía: “Quien no vea que la lucha de clases conduce inevitablemente a un conflicto armado, es un ciego. Pero no es menos ciego quien, frente al conflicto armado, no ve toda la política previa de las clases en lucha” [24].

En este marco, el gran mérito del libro de Nelson es sumergirse en los problemas militares de primer orden de la revolución: desde el papel de los propios Soviets, hasta la organización de las milicias obreras, su armamento, y el trabajo sobre el ejército, pasando por las tácticas militares en la propia insurrección. Mostrando, a su vez, el diferente abordaje de los mismos por parte de mencheviques y bolcheviques. Todos temas, por cierto, cuya importancia estratégica para el marxismo revolucionario, es inversamente proporcional a la reflexión acumulada sobre sus métodos y objetivos.

Los Soviets como órganos de la insurrección

Los Soviets o Consejos son una de las grandes novedades históricas introducidas por el movimiento obrero durante la Revolución rusa de 1905. Surgen como instituciones de autoorganización de las masas constituidas en base a la representación democrática a partir de las unidades de producción. Trotsky será uno de los primeros en dimensionar la magnitud de esta innovación en el terreno político, pero no solo en éste.

Nelson acierta en comenzar su recorrido del pensamiento estratégico de Trotsky por la cuestión de los Soviets, dando cuenta de las consecuencias militares que el desarrollo de los mismos trae aparejadas. El coronel norteamericano, señala sobre Trotsky que “sus experiencias en 1905 lo habían llevado a desarrollar algunas conclusiones bastante originales sobre la inevitabilidad del choque armado […] el desarrollo del Soviet parecía tener implicaciones importantes en el ámbito del uso organizado del poder por parte de las masas revolucionarias […] Este poder era el único poder con verdadera legitimidad durante el período de levantamiento revolucionario y le otorgaba al Soviet el derecho a organizar un Ejército” [25].

Efectivamente, sin entender el papel de los Soviets resulta incomprensible la concepción estratégica de Trotsky sobre la insurrección: el desarrollo de la fuerza armada de la revolución está indisolublemente ligado a los organismos de autoorganización de las masas, ya sean Soviets o instituciones de similares características. A su vez, estos no son un verdadero poder si no cuentan con una fuerza armada propia.

Será en 1917 cuando los Soviets, en tanto organización de Frente Único de masas para la ofensiva, desplieguen toda su potencialidad. “La organización –dice Trotsky– en base a la cual el proletariado puede no solo derrocar el antiguo régimen, sino también sustituirlo, son los soviets. Lo que después fue el resultado de la experiencia histórica, hasta la insurrección de Octubre era un simple vaticinio teórico, cierto que fundado en el ensayo preliminar de 1905. Los soviets son los órganos que preparan a las masas para la insurrección, los órganos de la insurrección y, después de la victoria, los órganos del poder” [26].

La principal evolución estratégica del pensamiento de Trotsky entre una y otra revolución, consiste en clarificar la relación entre estos organismos de autoorganización y el partido revolucionario. Como señalábamos, previamente tenía expectativas en la unificación de las dos principales fracciones de socialdemocracia rusa. Será hasta 1917, cuando finalmente confluirá con el partido de Lenin.

De allí su formulación definitiva de que “lo soviets no resuelven por sí mismos la cuestión [del poder]. Según sean su programa y su jefatura, así habrán de servir para diversos fines […] El problema de la conquista del poder sólo puede resolverse mediante la combinación del partido con los soviets o con otras organizaciones de masas que de un modo u otro les equivalgan” [27].

Esta articulación entre partido revolucionario y autoorganización de masas, y la que mencionábamos, entre los organismos de autoorganización y la fuerza armada de la revolución, encierran de conjunto una enorme innovación del pensamiento estratégico militar del marxismo que le da su carácter distintivo.

La misma lo diferencia, no solo de la teoría militar convencional, para la cual “el pueblo” o “las masas” son concebidos, en el mejor de los casos como pura “masa de maniobra”. Sino incluso, de las formulaciones más sofisticadas, como la de Carl von Clausewitz, quien sostenía que lo novedoso de las guerras napoleónicas había sido la intervención militar del pueblo “con peso propio”, producto de las nuevas bases creadas por la Revolución francesa. Dando cuenta así de la nueva “fuerza moral” que había permitido a la Grande Armeé imponerse militarmente en Europa.

Desde luego, la novedad en la teoría, surge de dar cuenta de la novedad histórica. Esta última no consistía simplemente en el desarrollo de organismos de autoorganización de parte de los oprimidos en los procesos revolucionarios. En la propia Revolución francesa está el ejemplo de las secciones de París [28].

Pero nunca este verdadero “poder constituyente” de los oprimidos había llegado al nivel de los Soviets rusos de 1917, a pesar de tener antecedentes como la Comuna de París del 1871 o el Soviet de Petrogrado de 1905. “La característica fundamental semifantástica –decía Trotsky– de la revolución rusa […] consiste en la madurez inmensamente mayor del proletariado ruso si se le compara con las masas urbanas de las antiguas revoluciones” [29].

De la combinación entre partido revolucionario, organismos de autoorganización y fuerza armada propia, surgen los órganos de la insurrección, que como tales son el corazón una estrategia insurreccional para la toma del poder.

¿Cómo se formó esta fuerza armada de la revolución en 1917? ¿Qué disputas estratégicas se plantearon en torno a las vías para su desarrollo? ¿Cuál fue el papel de Trotsky, ya contando con un bagaje militar importante conquistado en los años anteriores? Estas son algunas de las preguntas que abordará en su libro Nelson.

Dos métodos: “democratización” vs. división del ejército

A diferencia de la guerra interestatal, donde cada Estado detenta su soberanía independiente o puede aspirar a detentarla más allá de que el oponente conserve la propia, en la guerra civil revolucionaria se da una situación de “doble poder” o “soberanía múltiple”, como la llamó Charles Tilly [30], donde hay dos pretendientes a la misma soberanía.

Si el partido pasa a la ofensiva, la derrota del ejército enemigo se transforma en el objetivo principal, ya que el mismo, siguiendo la terminología militar, es “la llave del país”. En términos de Lenin en El Estado y la Revolución: “… la ´fuerza especial de represión´ del proletariado por la burguesía […] debe sustituirse por una ‘fuerza especial de represión’ de la burguesía por el proletariado (dictadura del proletariado). En eso consiste precisamente la ‘destrucción del Estado como tal’” [31].

Para llevar adelante este objetivo Trotsky y los bolcheviques en 1917 se valieron, no solo del enfrentamiento militar directo sino también de una política específica para dividir al ejército burgués, ganar a una parte para las filas de la revolución y neutralizar otra. Como señala Nelson sobre la experiencia rusa: “la naturaleza de su lucha parecía confirmar las tempranas evaluaciones de Marx y Engels respecto a que la conscripción masiva debilitaría la capacidad de los ejércitos modernos para suprimir la revolución” [32].

En 1905 así como en 1917, el ejército contaba con una composición abrumadoramente campesina, reclutada masiva y compulsivamente para la guerra; en el primer caso para la guerra ruso-japonesa, en el segundo para la Primera Guerra Mundial. Muy distinto era el caso de las fuerzas policiales “profesionales”.

De ahí que en febrero de 1917 la actitud de las masas revolucionarias haya sido muy diferente hacía cada una de estas fuerzas. “La policía –cuenta Trotsky– no tardó en desaparecer completamente del mapa; es decir, se ocultó y empezó a maniobrar por debajo de cuerda. Vienen los soldados a ocupar su puesto, fusil al brazo. Los obreros los interrogan, inquietos: ‘¿Es posible, compañeros, que vengáis en ayuda de los gendarmes?’. Y agregaba: “Los gendarmes son el enemigo cruel, irreconciliable, odiado. No hay ni que pensar en ganarlos para la causa. No hay más remedio que azotarlos o matarlos. El Ejército ya es otra cosa. La multitud rehúye con todas sus fuerzas los choques hostiles con ellos, busca el modo de ganarlo, de persuadirlo, de fundirlo con el pueblo” [33].

Así, mientras que la policía fue destruida, en el caso del ejército se dividirá al inicio de la revolución de 1917, producto de aquella combinación entre la fuerza material de la movilización revolucionaria de los trabajadores que se enfrenta cara a cara con las tropas, y la confluencia política con las masas de soldados-campesinos que se revelaban para no morir en el campo de batalla de la guerra imperialista.

Tanto los bolcheviques como los mencheviques consideraban fundamental el trabajo político en las filas del ejército. La experiencia de la revolución de 1905 no había hecho más que confirmar su importancia. Sin embargo, desde aquel entonces se fueron delineando claramente dos métodos muy diferentes y estratégicamente opuestos para llevarlo adelante.

Harold Nelson realiza un interesante intento de reconstruir las polémicas sobre este punto que tuvieron lugar a finales de 1906 en las organizaciones militares de la socialdemocracia.

Los mencheviques trataban de desarrollar un agrupamiento no partidario de los sectores “democráticos” de los oficiales, en especial de la baja oficialidad, que desafiara a la oficialidad zarista tradicional. Esta oficialidad “democrática” debería responder a las demandas de los soldados y dar garantías políticas para poder desarrollar el trabajo de propaganda de los socialdemócratas entre las tropas para que estas avancen en su conciencia política.

La orientación de los bolcheviques era muy diferente. Ponían el centro de la política en desarrollar la desconfianza y la independencia de los soldados respecto a la oficialidad. Toda la propaganda entre las tropas estaba inspirada en este objetivo, que claramente superaba los límites de una “legalidad democrática”. Así, al mismo tiempo que buscaban expandir entre las tropas la organización de las masas democráticas, se proponían organizar fracciones revolucionarias entre los soldados.

Estratégicamente, se trataba de dos concepciones opuestas: una que aspiraba “democratizar” el ejército para ponerlo del lado de la clase obrera, y otra que buscaba unir a los soldados con los trabajadores preparando el enfrentamiento revolucionario contra el Estado.

Estos diferentes métodos tuvieron su oportunidad de desplegarse en 1917, partiendo de dos políticas diferentes. En el caso de los mencheviques, el llamado “defensismo revolucionario”, que pretendía proseguir la guerra imperialista escudándose en la revolución. En el caso de los bolcheviques –y Trotsky como principal portavoz de esta política– la política de combinar la defensa de la revolución frente a la contrarrevolución y el imperialismo, con el rechazo a la guerra imperialista; y por ende, la negativa a mandar tropas al frente para impulsar nuevas ofensivas militares [34].

En 1917, siguiendo los diferentes métodos que señalábamos, los mencheviques, al igual que los social revolucionarios, centraban su actividad en influir sobre los “representantes” de los soldados, que en un primer momento eran los individuos más instruidos, los que mejor sabían hablar, generalmente sectores de la baja oficialidad.

A diferencia de éstos, los bolcheviques realizaron desde el inicio un trabajo que podríamos llamar “orgánico”. Dirigido, no a quienes surgieron como los “representantes” de los soldados sino, en primer lugar, a los soldados mismos. De ahí que un aspecto clave y distintivo de su política, agudamente captado por Nelson, fuese concentrar esfuerzos en la conquista de bastiones, por sobre el reclutamiento de individuos sueltos, con el objetivo principal era ganar batallones, compañías, y regimientos enteros.

Como señala el autor de León Trotsky y el arte de la insurrección: “Mientras que los bolcheviques estaban construyendo apoyo en las bases de las unidades, los mencheviques y los eseristas trabajaban para mantener sus puestos en los comités de soldados” [35].

Nelson, en su libro, describe las características de este trabajo llevado adelante por la Organización Militar Bolchevique. Así como su amplio desarrollo de la prensa partidaria dirigida a los soldados –que incluía, además de Soldatskaia Pravda que desde junio tendría una tirada de 400 mil copias, un periódico para Kronstadt, otro para Helsingfors, otro para el frente–, y el trabajo político en los clubes donde los bolcheviques iban a discutir, y detectar a los individuos más permeables a la propaganda revolucionaria.

En este desarrollo el lector podrá apreciar, cómo los métodos para el trabajo en el ejército de los bolcheviques eran acordes con su estrategia revolucionaria, así como los de los mencheviques lo
eran respecto a una estrategia de conciliación de clases.

Dos modelos: “milicia ciudadana” vs. “milicia obrera”

En el marco del estallido de la Revolución en febrero, la derrota de las fuerzas policiales y la división del ejército, comienza a desarrollarse en 1917 el sistema de milicias. Éstas cumplían una doble función: de autodefensa frente a la contrarrevolución, y de “policía del bienestar público”, como señalaba Lenin [36].

La Revolución de 1905 ya había dado una rica experiencia de desarrollo de la autodefensa para enfrentar a las Centurias Negras [37], y como señala Trotsky: “Al armarse contra las Centurias Negras, el proletariado estaba armándose de forma automática contra el poder zarista” [38].

Ahora bien, en 1917 el desarrollo de las milicias será exponencialmente superior y mucho más complejo. El Gobierno Provisional, desde el inicio de la revolución estableció por decreto “el reemplazo de la policía por una milicia popular con una administración electa, subordinada a los órganos de autogobierno local” [39].

Sin embargo, como apunta correctamente Nelson: “En tanto comenzaron a formarse las organizaciones de milicianos, pronto se hizo evidente que este aspecto del gobierno revolucionario era mucho más complicado que lo que el decreto inicial había dado a entender. Un estudioso soviético moderno identificó el corazón del problema cuando escribió: ‘Había dos concepciones corrientes sobre la milicia: la ‘democrático europea’ y la de ‘orientación de clase’’ [40]. Tanto el liderazgo soviético como el Gobierno Provisional estaban pensando en el modelo ‘democrático europeo’ cuando se publicó el decreto, pero muchos grupos en Rusia pensaron pronto en la milicia como una institución clasista activamente comprometida en la lucha por el poder” [41].

Las milicias ciudadanas –o modelo “democrático europeo”– son heterogéneas desde el punto de vista de la composición de clase, y así lo fueron en la Revolución rusa. Eran unidades que reemplazaban a la policía en el mantenimiento del orden y estaban bajo el control del Gobierno Provisional.

Aunque las milicias ciudadanas contenían compañías obreras, las milicias obreras tenían un carácter muy diferente: eran unidades formadas a partir de las necesidades de autodefensa obrera y respondían a las organizaciones de base del proletariado, los comités de fábrica.

Desde este punto de vista, se plantean diferencias cualitativas frente a las milicias ciudadanas. “A las clases dominantes las inquietó desde un principio que los obreros dispusiesen de armas, ya que ello modificaba bruscamente la relación de fuerzas en las fábricas. En Petrogrado, donde el aparato del Estado, sostenido por el comité ejecutivo central, poseía en los primeros tiempos una fuerza indiscutible, la milicia obrera no resultaba entonces demasiado amenazante. Pero en las regiones industriales de provincia el refuerzo de la guardia obrera implicaba la subversión de todas las relaciones…” [42].

Es importante resaltar que, mientras las milicias obreras eran las únicas formaciones militares que respondían directamente a los comités de fábrica, el Gobierno Provisional contaba con el control de las milicias ciudadanas, y a través de la dirección conciliadora de los Soviets, también de los sectores del ejército que en febrero se habían pasado a la revolución. Recordemos que “los soviets del período de febrero ejercían sólo un semipoder; sostenían el poder de la burguesía, no sin mantenerla a raya con el peso de una semioposición” [43].

Al igual que en la política hacia el ejército, también en relación a la milicia obrera quedaron expresados dos métodos. Además de las milicias ciudadanas y las milicias obreras, cada grupo contaba con su propia una milicia partidaria (los anarquistas, los bolcheviques, los mencheviques, los socialrevolucionarios). Sin embargo, solo la Organización Militar Bolchevique dedicó parte importante de sus esfuerzos al adiestramiento de la Guardia Roja, procurándole también armas, en la medida de sus posibilidades.

En esta relación entre milicia obrera y partido revolucionario, como destaca Nelson, los bolcheviques y Trotsky no solo tuvieron una política para “ganar” a los trabajadores de las Guardias Rojas para la revolución, sino que fueron un pilar, incluso militarmente, para que estas pudiesen desarrollarse.

La relación de fuerzas entre la milicia obrera y la milicia ciudadana fue cambiando a lo largo de la revolución, pero el carácter contrapuesto de ambas se expresó cada vez más agudamente a medida que se desarrollaba la revolución. La Guardia Roja se encontraba prácticamente desarmada durante los primeros meses de la revolución, era relativamente tolerada y mayormente perseguida. Luego de los acontecimientos de julio la dirección conciliadora de los Soviets intentó quitarle por la fuerza el limitado armamento con el que contaba, y sustituirla definitivamente por la milicia ciudadana.

Esta contraposición entre milicia ciudadana y milicia obrera que se dio en la Revolución rusa, está lejos de ser un rasgo excepcional. Podemos verla en otros procesos revolucionarios que llegaron a este nivel de desarrollo. Un ejemplo emblemático del siglo XX es la Revolución española con la Guardia de Asalto, formada en 1932 como fuerza policial republicana. Esta fuerza al tiempo que se mantuvo leal a la República durante el alzamiento de Franco en 1936, cumplió también un papel fundamental en la represión del movimiento obrero. Tanto para derrotar el levantamiento de Casas Viejas en 1933, como para reprimir durante las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona [44].

En la revolución rusa de 1917, la Guardia Roja resistió los embates que pretendieron liquidarla y mantuvo su independencia, hasta que durante el intento de golpe del general Kornilov a principios de septiembre su situación dio un enorme giro favorable, pasando de una situación de “semi-legalidad”, a estar legitimada por su acción frente a la contrarrevolución, para luego transformarse en la fuerza armada central de los Soviets.

La articulación de la fuerza armada para la insurrección

El recorrido que realiza Nelson permite apreciar, en forma sintética, la articulación estratégica entre el partido revolucionario, los organismos de autoorganización –Soviets y Comités de Fábrica–, la milicia obrera, y los sectores del ejército ganados para la revolución, que da nacimiento a la fuerza armada para pasar a la ofensiva insurreccional.

Como decíamos, los Soviets se constituyen en potenciales órganos de la insurrección dependiendo de que el partido revolucionario tenga éxito en conquistar su dirección. Paralelamente tiene lugar el trabajo de la Organización Militar Bolchevique para desarrollar fracciones revolucionarias en el ejército. Y a la par también, se desarrolla la disputa entre la Guardia Roja y la milicia ciudadana.

Estas batallas preparatorias simultáneas, cuyo común denominador es el partido revolucionario, convergen, durante la Revolución rusa, a partir del intento de golpe de Estado de Kornilov y su derrota en septiembre. En Petrogrado, lo harán en torno al Comité de Lucha contra la Contrarrevolución primero, y luego, alrededor del Comité Militar Revolucionario, institución soviética que tuvo a Trotsky como su principal estratega.

Trotsky, restituido como presidente del Soviet de Petrogrado y bajo el argumento de la defensa de la revolución contra el golpe contrarrevolucionario, firmó la orden de armar a las Guardias Rojas en Agosto. Para septiembre la situación de las milicias obreras, como decíamos, había cambiado radicalmente: eran legales, según la legalidad soviética y estaban, ahora sí, efectivamente armadas.

A medida que los bolcheviques van conquistando la mayoría en los Soviets locales, la Guardia Roja se transforma en una fuerza armada “oficial” de los Soviets. Deja de ser la milicia de las fábricas y los barrios obreros para transformarse en el “futuro ejército de la insurrección”, alrededor del cual se articularán los sectores del ejército campesino reclutados para la revolución.

La milicia obrera fue un elemento clave para la estrategia revolucionaria, para enfrentar a la burguesía y tomar el poder. De su desarrollo dependió la capacidad de la clase trabajadora de ejercer la hegemonía sobre los campesinos en armas. Fue la fuerza material que pudo articular en torno a sí la fuerza armada capaz de imponer un gobierno obrero y campesino revolucionario, antiburgués y anticapitalista [45].

Así sucedió en la Petrogrado, con la legitimidad de los Soviets, la fuerza de la Guardia Roja armada, y contando con las fracciones revolucionarias en el ejército que había desarrollado la Organización Militar Bolchevique, Trotsky a la cabeza del Comité Militar Revolucionario pudo lograr la adhesión de la mayoría de la guarnición para la insurrección.

Todo aquel trabajo de preparación posibilitó conquistar una posición inmejorable para la batalla. Como señala Nelson: “…Trotsky tenía una imagen clara de lo que se debía hacer para obtener la victoria revolucionaria. En Octubre su táctica política más básica reflejaba una comprensión de las realidades del campo de batalla que hasta los militares podrían admirar. Al defender la ‘legalidad del Soviet’, estaba poniendo a los insurrectos a la ofensiva estratégica, de modo tal que pudieran alcanzar sus metas, permaneciendo a la defensiva en el terreno táctico para reducir sus riesgos. En el campo de batalla, esta es la esencia de la maniobra: ubicar elementos de modo tal que no puedan ser evitados, pero que al mismo tiempo puedan destruir las fuerzas enemigas que buscan desalojarlos. Trotsky y los otros miembros del Comité Militar Revolucionario usaron la tenue cobertura de legitimidad del Soviet de Petrogrado para poner a las fuerzas en posición de defender la capital ante la contrarrevolución. Habiendo hecho eso, aumentaron radicalmente la posibilidad de la victoria” [46].

El éxito de esta maniobra termina de mostrar el “genio guerrero” [47] de Trotsky, así como de conjunto lo hace la insurrección de Octubre en Petrogrado, ejemplo de preparación y ejecución de la ofensiva insurreccional.

El combate en la batalla insurreccional

Además del ejemplo de Petrogrado en octubre de 1917, el otro caso de insurrección que aborda el libro de Nelson es el de Moscú en diciembre de 1905. En estas líneas fuimos reseñando, cómo muchas de las tendencias que hacen de 1905 un “ensayo general” se desplegarán en toda su magnitud en 1917.

Ahora bien, hay un aspecto clave donde la insurrección de Moscú aporta elementos significativos que no estarán desplegados en Petrogrado doce años después. A saber: las tácticas de combate durante la insurrección. De aquí que sea importante retomar las reflexiones de Trotsky sobre 1905 para dar un panorama completo de su pensamiento estratégico.

Sobre este punto, Nelson señala correctamente que Trotsky en 1905 quedó “impresionado por la guerra de guerrillas que se desató en Moscú en diciembre” [48], es decir por las tácticas de combate desplegadas en aquella insurrección por los bolcheviques. Sin embargo, según nuestro autor, con las polémicas al interior de la socialdemocracia en 1906 Trotsky comienza a revisar aquella apreciación [49], para luego descartarla completamente a partir de su experiencia como corresponsal de guerra en los Balcanes.

La interpretación de Nelson es que Trotsky, cuando analizaba la actividad guerrillera de los Chetniks serbios durante las guerras de los Balcanes: “estaba esencialmente describiendo el mismo escenario que había postulado para continuar la Revolución rusa después del levantamiento de diciembre de 1905 […] Pero ahora Trotsky concluía que estos métodos no podían ser aplicados a la revolución socialista, aun cuando éstos pudieran ser adecuados a la situación balcánica” [50].

Desde luego que Trotsky, rechaza el método de la guerra de guerrillas como estrategia para la revolución socialista [51]. Esta observación incluso no es menor teniendo en cuenta que el libro de Nelson fue escrito durante años en que las propias organizaciones que se referenciaban en Trotsky venían de sustituir la estrategia insurreccional por la guerrillera.

Sin embargo, hay una cuestión que es importante remarcar aquí: Nelson, al construir una interpretación de Trotsky que iguala su rechazo a la guerra de guerrillas con un rechazo de sus conclusiones de 1905, pierde de vista importantes observaciones del revolucionario ruso sobre las tácticas de combate durante la insurrección, que entran dentro del período que el propio Nelson analiza.

¿Por qué es una cuestión fundamental? Porque si bien en la insurrección de Petrogrado, Trotsky demostró todo su “genio guerrero”, se trató de una batalla atípica, en condiciones excepcionales. Fue tal el éxito que prácticamente no hubo combate cuerpo a cuerpo, así como tampoco bajas. Una insurrección, como dice Trotsky, “en dos veces” donde primero los regimientos se negaron a cumplir la orden del comandante en jefe sometiéndose a la decisión de los Soviets, y luego solo fue necesaria “una pequeña insurrección complementaria” [52].

La principal de las condiciones excepcionales era que no había un ejército, una fuerza armada, en condiciones de enfrentar a las fuerzas de la revolución. Trotsky mismo es tajante en este sentido. En 1924 escribe: “Ante todo, hacía falta un ejército que no quisiera ya batirse. Muy otro hubiera sido el desarrollo total de la Revolución, particularmente en el primer período, si no hubiéramos tenido, al llegar el momento oportuno, un ejército campesino de varios millones de hombres vencidos y descontentos” [53].

Y continúa: “Sólo en estas condiciones era posible realizar de modo satisfactorio con la guarnición de Petrogrado la experiencia que predeterminaba la victoria de Octubre. No convendría erigir en ley esta combinación especial de una insurrección tranquila, casi inadvertida, con la defensa de la legalidad soviética contra los kornilovianos. Por el contrario, puede afirmarse con certeza que nunca se repetirá semejante experiencia en ninguna parte bajo la misma forma” [54].

Es decir, lejos de considerar que el éxito obtenido en el trabajo sobre las tropas podía erigirse en regla para la insurrección, Trotsky lo consideraba una excepcionalidad. Consideraba, en este sentido, que era de primer orden su estudio para “ensanchar el horizonte de cada revolucionario” y aprovechar esta gran experiencia, pero nunca consideró Octubre de 1917 como el momento definitivo de su reflexión sobre la insurrección, aunque haya sido una de sus proezas más grandes como estratega.

Justamente por esto es que Trotsky, lejos de descartar sus observaciones de 1905 sobre las tácticas de combate durante la insurrección, se encargó posteriormente de desarrollarlas.

Los métodos de la “pequeña guerra” en la insurrección

El fundador del Ejército Rojo nunca abandonó su apreciación de 1905 respecto a la táctica durante la insurrección. Años después de la revolución de 1917 señala explícitamente que: “El insurgente combate, en líneas generales, observando los métodos de la ‘pequeña guerra’, es decir, por medio de los destacamentos de partisanos o semi partisanos, unidos mucho más por la disciplina política y por la clara conciencia de la unidad del objetivo a alcanzar que por cualquier disciplina jerárquica” [55].

El problema es que al analizar este aspecto del pensamiento de Trotsky es fundamental distinguir entre la estrategia, que es insurreccional, obrera y centralmente urbana, y la táctica, es decir, la forma en que se combate durante una insurrección, en la cual ciertos métodos se asemejan a los de la “pequeña guerra” o “lucha de guerrillas” [56].

Para abordar el tema de las tácticas de combate es preciso responder dos preguntas fundamentales: ¿qué tipo de batalla es la insurrección urbana? Y ¿cómo afectan tácticamente las características del terreno de operaciones?

Para responder estas preguntas son útiles las observaciones de Clausewitz sobre las batallas de montaña. Las insurrecciones en las ciudades, más aún las más modernas con sus múltiples centros, estructura edilicia y expansión geográfica, tienen muchos elementos en común con aquellas que permiten analogías.

El propio Clausewitz, plantea que “la montaña es el verdadero elemento de la insurrección popular” [57]. Esto se debe en gran medida a que en las montañas, por la escasez de movilidad, cada parte del ejército se fortalece, mientras que el ejército de conjunto se debilita. Sucede lo mismo en las ciudades.

Consideraciones similares parecen estar en la base de las apreciaciones de Trotsky sobre el carácter necesariamente descentralizado del combate y la dirección táctica en la insurrección. Así es que advertía: “…si ustedes sueñan con una organización militar jerarquizada, centralizada y constituida antes de que la insurrección haya tenido lugar, ésa es una utopía que, en el caso de que se le quisiera materializar, se expondría a ser fatal” [58].

De esta consideración general, a su vez, desprende consideraciones tácticas específicas sobre “cómo luchar” una insurrección. Dice Trotsky: “Si, con la ayuda de una organización militar clandestina, yo tengo que apoderarme de una ciudad (objetivo parcial en el conjunto de un plan para la toma del poder en el país), reparto mi tarea en objetivos individuales (ocupación de los edificios gubernamentales, estaciones, correo, telégrafo, imprentas) y confío la ejecución de cada una de esas misiones a los jefes de pequeños destacamentos iniciados de antemano en los objetivos que les son asignados. Cada destacamento debe apoyarse únicamente en sí mismo; debe tener su propia intendencia, si no, podría suceder que después de haberse apoderado del edificio de correos, por ejemplo, careciera totalmente de provisiones” [59].

No es casual en este sentido, la confluencia con las apreciaciones tácticas de Clausewitz respecto de la batalla de montaña, cuando señala: “Los más pequeños grupos de partisanos aventureros encuentran refugio en ella en caso de ser perseguidos y pueden, impunemente, reaparecer en otro punto; las columnas más fuertes pueden avanzar por ella sin ser apercibidas; nuestras tropas son constantemente obligadas a mantenerse a distancia para no caer bajo su poder tiránico y verse compelidas a una lucha desigual, expuestas a los asaltos y a los golpes imposibles de devolver” [60].

La ejecución táctica de la insurrección urbana para Trotsky –similar a la que supone Clausewitz para la batalla en la montaña– está en las antípodas de un enfrentamiento frontal entre dos ejércitos formados para una batalla en campo abierto en que cada movimiento a lo largo de la batalla puede ser conducido de manera centralizada. De aquí que la clave pase por la iniciativa de los destacamentos, con objetivos puntuales propios, con autonomía táctica, suficiencia operacional, centralizados más política que jerárquicamente.

No se trata de una combinación arbitraria sino que de la misma surgen ventajas tácticas importantes. Como decía Clausewitz, la defensa es, en términos generales, la forma más fuerte de combatir. La insurrección en tanto ofensiva estratégica, debe valerse de la forma más débil. Sin embargo, continuando con la analogía de la batalla de montaña, vemos que ésta le otorga especiales ventajas al atacante, siempre y cuando, no se proponga un objetivo parcial sino la derrota del ejército enemigo.

Decía el autor de De la Guerra: “La principal conclusión que allí extrajimos [en el capítulo sobre la defensa en montaña] fue que la defensa debe adoptar un punto de vista enteramente diferente en el caso de un encuentro secundario que el que adopta en el caso de una batalla importante. En el primer caso, el ataque a una montaña sólo puede considerarse como un mal necesario, porque tiene todas las condiciones en contra; en el último caso, sin embargo, las ventajas se hallan del lado del ataque. Por lo tanto, el agresor, si está armado con la fuerza y la resolución para librar batalla, se enfrentará con el enemigo en las montañas y sin duda obtendrá ventajas al hacerlo” [61].

¿Por qué sucede esto? Porque la cadena de montañas divide al defensor en diferentes puestos que constituyen los puntos de la defensa, que en el caso de las ciudades podrían ser edificios gubernamentales específicos, determinados medios de comunicación, centros de telecomunicaciones, estaciones de transporte, arterias viales, etc. En la conquista de uno de estos puntos solo puede estar implicada una porción muy pequeña del ejército, con lo cual si el avance se considera que depende de determinada conquista –por ejemplo, un edificio público emblemático–, el ejército ofensor puede ser demorado por un pequeño destacamento que defienda aquella posición.

Sin embargo, cuando el ataque es simultáneo y de conjunto, el ejército defensor debe dividirse entre los múltiples puestos clave, defendiendo cada uno con igual fuerza. De ser derrotado en uno de estos puestos, el objetivo de detener al enemigo puede fracasar, quedando el defensor a merced de una maniobra envolvente del atacante que le permitiría obtener ventajas cualitativas para conquistar todas las demás posiciones.

Esta es una de las grandes ventajas tácticas de la ofensiva insurreccional desplegada con “destacamentos de partisanos o semi partisanos” que conserva valor en la analogía entre la batalla de montaña y la insurrección urbana. De aprovecharla, la ofensiva, que en términos generales es la forma más débil de combatir, puede adquirir excepcionalmente, por las características del terreno, ventajas tácticas inapreciables sobre la defensa.

Trotsky y el carácter activo de la estrategia

Difícilmente pueda comprenderse el pensamiento estratégico de Trotsky, no solo militar sino también político, sin establecer el lugar y las características que en él tiene “el arte de la insurrección”. La reconstrucción histórica y de los debates que presenta el libro de Harold Walter Nelson, tienen un carácter ineludible para cualquiera que se proponga conocer el legado del fundador del Ejército Rojo.

León Trotsky y el arte de la insurrección, nos lleva hasta el triunfo de la Revolución de Octubre, que es el período que el libro se propone analizar. Desde luego, Trotsky continuó desarrollando estos temas a lo largo de toda su vida.

Muy claro respecto a los contornos de su trabajo, Nelson sostiene, sin embargo, una conclusión al pasar al final de su trabajo. “Las teorías de Trotsky sobre la insurrección –dice– habían ganado suficiente apoyo de los elementos armados como para poner a los bolcheviques en el poder, pero sus teorías políticas más amplias sobre la revolución mundial no coincidían con la realidad” [62].

Contrariamente a lo que sugiere Nelson, la extensión internacional de la revolución no era solamente una cuestión de “teorías políticas más amplias sobre sobre la revolución mundial”, sino también al igual que en el terreno militar, se trataba de una cuestión de estrategia. Trotsky, estratega militar al frente del Ejército Rojo, fue simultáneamente, el principal organizador, junto con Lenin, de la Internacional Comunista.

El fundador del Ejército Rojo nunca pretendió generalizar las condiciones rusas para pensar cualquier revolución más que en sus aspectos generales. En los debates de la III Internacional fue el que más claramente planteó las diferencias entre “Oriente” y “Occidente”, que luego retomaría Gramsci aunque en forma mucho más tajante. Posteriormente las exégesis socialdemócratas de la obra del revolucionario italiano llevarían al extremo aquella distinción para negar la revolución en Occidente [63].

Respecto a aquellas diferencias entre las guerras civiles, Trotsky señalaba: “El análisis de las condiciones esenciales de la insurrección deberá estar adaptado a las diferentes clases de países. Por un lado, tenemos países donde el proletariado constituye la mayoría de la población y, por otro, países donde el proletariado es una ínfima minoría entre la población campesina. Entre esos dos polos, se encuentran países de un tipo intermedio. Entonces, tenemos que basarnos para nuestro estudio en tres tipos de países: industriales, agrarios e intermedios. De la misma manera, en el capítulo introductorio dedicado a los postulados y condiciones revolucionarias que son necesarios para la toma del poder, describiremos las particularidades de cada uno de estos países, desde el punto de vista de la guerra civil” [64].

Está proyectada sistematización a la cual se refiere Trotsky aún espera ser escrita. Sin embargo, en la obra del revolucionario ruso podemos encontrar miles de páginas con innumerables precisiones, referidas en la mayoría de los casos al análisis de procesos concretos. No solo sobre “Oriente”, como los de Rusia o China, por ejemplo, sino sobre “Occidente” en sus elaboraciones sobre Alemania de 1923 o sobre al ascenso del nazismo; también en sus escritos sobre Inglaterra en 1926, sobre la revolución española, o sobre el proceso en Francia de mediados de los años ‘30, entre otros. Algunas de estas elaboraciones las hemos abordado en otros trabajos sobre la problemática de la revolución en Occidente [65] y superan ampliamente los límites de estas páginas.

Sin embargo, antes de concluir nos parece fundamental señalar que Trotsky al destacar las condiciones particulares de Rusia y alertar contra las generalizaciones mecánicas, no tenía un objetivo puramente historiográfico sino estratégico-político. Se proponía combatir a todas aquellas tendencias que pretendiesen “esperar” para preparar la insurrección a que se reproduzcan previamente las mismas condiciones estratégicas rusas; por ejemplo, un ejército no dispuesto a batirse contra la revolución o un sistema de Soviets ya desarrollado.

Trotsky nos aporta un ejemplo claro de lo que queremos decir cuando a propósito del proceso revolucionario alemán de 1923, se pregunta cómo determinar sin Soviets, u organismos de autoorganización equivalentes, el momento de comenzar los preparativos inmediatos para la insurrección.

La respuesta plantea de por sí ya un problema difícil. Es necesario establecer si el partido contará con la mayoría de la clase obrera para la ofensiva. Se pueden tener indicios de esto, como el aumento del ritmo de crecimiento del partido revolucionario. Sin embargo, no se puede tener una conclusión final hasta que la situación se torne suficientemente clara, y es de esperar que cuando esto suceda sea demasiado tarde para comenzar los preparativos de la insurrección.

Los Soviets en Rusia habían sido fundamentales para responder aquella pregunta en 1917. Los bolcheviques se supieron mayoritarios al conquistar la dirección de los Soviets en Petrogrado y Moscú. Ahora bien, los Soviets habían sido organizados desde febrero por los mencheviques y los socialrevolucionarios, cuya acción desde luego no dependía de la voluntad de los bolcheviques.

Así es que Trotsky se pregunta en 1923, “¿Cuál habría sido nuestra estrategia si no hubiese habido soviets?” [66], dado que en Alemania no existían. Y se responde: “En tal caso nos hubiésemos girado hacia otras medidas de nuestra influencia: los sindicatos, las huelgas, las manifestaciones callejeras, las elecciones democráticas de todo tipo, etc.” [67].

Pero luego va un paso más allá, e “imagina” un caso en el cual: “las masas ya habían comenzado a avanzar espontáneamente hacia nosotros, pero en el que todavía no nos hubiesen asegurado una mayoría aplastante” [68]. Y se pregunta: “¿Cómo habríamos, entonces, debido preparar nuestro plan de acción? ¿Podríamos fechar la insurrección?” [69].

En un escenario de radicalización de masas, su respuesta es contundente. Contra todo fatalismo, sostiene, que la dirección debe establecer, sobre la base de la evolución política de las masas hasta entonces, qué plazos puede fijarse para conquistar la mayoría, y a partir de esta definición, poner todas las fuerzas necesarias del partido para llevar adelante esta tarea. Una vez lograda, llamar a la formación de una red Soviets o Consejos locales, y establecer qué plazo sería necesario para organizarlos, por lo menos en las principales ciudades. En estos Soviets, que reflejarían la mayoría conquistada por el partido revolucionario, propondría un congreso nacional de Soviets.

Trotsky, como se ve, cruza lanzas contra toda ilusión en que la revolución simplemente “suceda”, y apela a la necesaria actividad de planificación y conspiración. Así como con los Soviets, en el caso de que estos no existiesen al momento de pasar a la ofensiva, también el desarrollo de las milicias obreras, su armamento, y el trabajo en el ejército –dependiendo de las características del mismo– deberán ser parte de los preparativos para la batalla insurreccional [70].

Al desarrollar la necesidad de un plan preciso, el fundador del Ejército Rojo, lector de Clausewitz y experimentado militar para 1923, no supone que la realidad va a adaptarse dócilmente al mismo. Parte justamente de que: “Un plan de operaciones militares no se realiza nunca en una proporción del 100 %, hay que considerarse dichoso si, en el curso de su ejecución, se realiza en un 25 %” [71]. Pero también advierte que “el jefe militar que se base en eso para negar de modo general la utilidad de un plan de campaña merecería simplemente que le pongamos el chaleco de fuerza” [72].

En su flexibilidad, en su anti-fatalismo, en su comprensión de la fricción y el azar [73], en su concepción activa de la estrategia, está el método de pensamiento de Trotsky y la esencia del arte de la insurrección.

Como señalaba Clausewitz, la teoría militar “servirá para que cada uno no tenga necesidad de investigar y coordinar de nuevo la cuestión, sino que la encuentre clara y ordenada. Ella educará para la guerra el espíritu de los futuros jefes, o, mejor aún, los servirá de guía en la educación de sí mismos, pero no los acompañará al campo de batalla” [74].

Desde luego, solo la experiencia de futuras revoluciones será la encargada de sellar los contornos y las características concretas de la estrategia insurreccional en el siglo XXI. Las cuestiones sobre estrategia y táctica en la obra de Trotsky que el lector encontrará desarrolladas en León Trotsky y el arte de la insurrección (1905-1917) comparten aquel propósito señalado por Clausewitz, para que cuando la burguesía eche mano a la espada, el proletariado evite salirle al cruce con una simple ceremonia.

 
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