El texto publicado por Eterna Cadencia se titula “Bienvenida a Saer” (1) y allí, con frescura y honestidad, Marina Closs explica lo que le ocurre al leer al escritor santafesino: la aburre, le parece una prosa en exceso retórica; su poética se le hace ripio (o sea, no le suena bien); sus abstracciones le arruinan lo filoso de la imagen, la vuelven “sosa”; la dilatación de la acción le produce tedio. Closs no dice que Saer sea un mal escritor, por el contrario, lo considera un excelente escritor, “de linaje”. Solo dice que a ella no le gusta. Incluso reconoce que lo que a ella le aburre era la propia intención de Saer. Es decir, no es que el tipo quería divertirla a ella y falló.
Saer probablemente era conciente de que una lectora como ella se aburriría, porque no escribía algo universal y abstracto, sino algo concreto y jugado: imaginaba cierto tipo de lector, que no era exactamente el mismo que imaginaban Puig o Walsh —por compararlo con los otros dos que integran “Las tres vanguardias” literarias que emergen en Argentina a fines de los 60, según analiza Piglia (2). Así también lectores y lectoras eligen a sus autores y autoras, odian a X, aman a D y, como pasa con el fútbol o las bandas de música, se pelean con sus amigos a ver cuál ídolo es mejor. Hasta acá, la vida misma.
Lo que verdaderamente me produce no ya aburrimiento sino hastío, o, al decir de Baudelaire, “un oasis de horror en un desierto de tedio”, es el modo en el que la “crítica especializada” a veces intenta regir por decreto el mundo de los gustos subjetivos. Es el caso de la nota de Omar Genovese en la revista Noticias, perteneciente al multimedios de Jorge Fontevecchia (3).
El hombre, sorprendido con la idea de que a alguien le aburra Saer, empieza hablando de una entrevista que le hizo a Beatriz Sarlo (a quien llama “Sarlox, una especie de medicamento contra la chatura irreversible de no ejercer el pensamiento”). Amparándose así en la autoridad de una de las principales intelectuales argentinas (desconocemos si ella entregó dicha autoridad), ataca a Marina Closs llamándola “ágrafa” (o sea, que es incapaz de escribir o que no sabe hacerlo) y dictamina que su artículo es una “especie de diatriba de dudoso tono intelectual”.
Los insultos vertidos hacia ella se trasladan a toda una generación de lectorxs y escritorxs jóvenes. Sería un problema de época esto de no saber “leer profundamente”.
“Sarlox señalaba que la lectura profunda, que tiene sus raíces en la lectura de las escrituras religiosas, es un ejercicio que desaparece en contra de la lectura literaria. Y que esta última entraña un goce en la ejecución de ese mecanismo que nos arrastra a un universo donde se juega el valor de los significados. En sí, Sarlox refiere al maravilloso acto de la lectura que, como la muerte, es un acto íntimo. Acto que se encuentra acorralado por la falta: de voluntad, de entusiasmo… de una falta absoluta de recursos intelectuales para su ejecución.”
Me preocupa esta añoranza medieval (que no atribuyo a Sarlo sino a la “Sarlox” de Genovese) esta nostalgia por los tiempos de la lectura del texto religioso, al que el lector rinde culto en vez de crítica. La literatura es literatura precisamente por haberse liberado de la religión. A nuestras espaldas, hubo siglos y siglos de luchas encarnizadas para que la producción y el disfrute de los bienes culturales no fuera algo reservado a la oscuridad del monasterio. Ahora el arte no está guardado en el templo, pero son las personas las que, en su mayoría, están guardadas en largas jornadas de trabajo (en la casa, el comercio, la fábrica), y no disponen de tiempo suficiente para la lectura prolífica, detenida, meditativa, estudiosa.
Muchas personas, sin embargo, luchan por aprovechar cada segundo, se quedan despiertas hasta cualquier hora o arrastran pesados tomos en el transporte público y leen, no en el silencio escolástico, sino en el barullo profano de la ciudad. A esta gente, el crítico Genovese le dice que leer es “como la muerte”. Alarmante invitación a que los cansados y oprimidos del mundo dejen el libro y prendan la tele.
Con este tipo de posiciones, la “crítica especializada” se encumbra dueña de un saber del que las mayorías carecen, no por motivos sociales, políticos y económicos, sino por “falta absoluta de voluntad, entusiasmo y recursos intelectuales”. Un chiste de mal gusto, propio de una posición elitista que no permite ver más allá de los propios privilegios.
Closs misma inicia su nota diciendo que empezó a leer a Saer ya mal predispuesta por este tipo de críticas, que endiosan por demás al escritor (“como si fuese una especie de curso al que uno está condenado”) y lo convierten en una suerte de enigma no accesible a las amplias mayorías que no entran en la categoría de “argentino intelectual”. Algo parecido se hizo con Borges, vendiéndolo permanentemente como algo difícil e intrincado. Si alguien se aburre, es porque “no entiende”.
Definitivamente Saer no tuvo defensores tan fanáticos en vida (y esto con suerte, porque de seguro lo hubieran horrorizado). Sobre la literatura parece pesar una eterna condena: el escritor muerto “vale más” que el escritor vivo, y si bien el santafesino tuvo la suerte de ser reconocido hacia fines de los ’80, sin dudas la valorización de su obra se disparó muchísimo más en su ausencia. No creo que una nota como la de Closs hubiera generado tanta polémica si se refería no a un autor ya fallecido e incorporado al “canon” sino a uno vivo, cuya obra aún se encontrara en proceso de elaboración y recepción, y cuyo cuerpo presente y hablante podría incidir en el modo en el que se lo valora.
Sartre tenía muy poca paciencia con este tipo de crítica oficial. “Para el crítico, es un placer que los autores contemporáneos le concedan la gracia de morirse: sus libros son demasiado crudos, demasiado vivos, demasiado apremiantes, pasan al otro lado, afectan cada vez menos y se hacen cada vez más hermosos; después de una breve permanencia en el purgatorio, van a poblar el cielo inteligible de los nuevos valores. (…) En cuanto a los escritores que se obstinan en vivir, se les pide únicamente que no se muevan mucho y procuren en adelante parecerse a los muertos” (2).
La verdad es que no coincido con la valoración que hace Closs de la obra de Saer, pero menos coincido con endiosar a Saer e intentar prohibir cualquier tipo de crítica, tachándola de ignorante. Si no hubiera escritores y escritoras y lectores y lectoras a quienes les aburriera una parte de la literatura precedente, seguiríamos contentándonos con leer la Biblia y no hubiéramos tenido un siglo XX plagado de nuevas vanguardias y tendencias literarias innovadoras, incluyendo al propio Saer.
(1) Se puede leer la nota completa en el blog de Eterna Cadencia: www.eternacadencia.com.ar
(2) Para un análisis de esta obra de Piglia, recomiendo “La novela según Piglia: la poética como estrategia”, de Ariane Díaz, publicado en revista Ideas de Izquierda.
(3) La nota de Genovese se titula “En defensa de Juan José Saer: la consagración de los ágrafos” y se puede leer en el sitio www.noticias.perfil.com
(4) Jean Paul Sartre, ¿Qué es la literatura?, Editorial Losada. |