Así lo confirmaron desde la querella. Se trata de una turmalina que usaba el joven desaparecido el 30 de abril. La encontró el perro Yatel del perito Marcos Herrero en el patrullero que había sido secuestrado el 25 de agosto y que el 8 de mayo había transitado en cercanías de donde apareció el cuerpo tres meses después.
El martes 25 de agosto, el mismo día que en la Ciudad de Buenos Aires Cristina Castro y sus abogados Luciano Peretto y Leandro Aparicio presenciaban el comienzo de la autopsia al cuerpo hallado diez días antes en un cangrejal de Villarino Viejo, en Bahía Blanca el fiscal federal Ulpiano Martínez ordenó el allanamiento de la sede de la Policía Local de Bahía Blanca y el secuestro, entre otros elementos, de un patrullero.
Se trata del Toyota Etios patente OMP782 (registro policial 20610) que hasta entonces estaba bajo la órbita de la Policía Local bahiense. Esa misma noche, el móvil fue trasladado desde la sede de esa dependencia, Pacífico 281, a la de la Policía Federal de esa ciudad del sur bonaerense, ubicada en Rondeau 139.
El motivo del secuestro (ya relatado en este medio) fueron las graves irregularidades observadas nada menos que por la Auditoría de Asuntos Internos en los registros del GPS de ese patrullero, especialmente movimientos fuera de su recorrido de rutina y con alteraciones espacio-temporales totalmente anormales.
Concretamente ese patrullero estuvo dando vueltas por la zona de Villarino Viejo en la que casi tres meses después sería hallado el cuerpo esquelitizado de Facundo Castro. Precisamente a unos 800 metros, ese patrullero se detuvo más de media hora y después se fue.
Mientras se espera que la Fiscalía Federal 1 de Bahía Blanca dé más precisiones sobre esos recorridos irregulares y altamente sospechosos, el móvil policial fue sometido a pericias para determinar si en su interior o exterior hay rastros de Facundo.
“Fue muy determinante el perro. Yatel inspeccionó los dos habitáculos, primero el de adelante e hizo una marcación y enseguida se pasó al asiento de atrás. Literalmente casi lo destruyó, rascándolo y mordiéndolo. Luego se abrió el baúl y cuando entró se dirigió a la parte de atrás del mismo asiento. Después se enloqueció mucho y volvió, por transportación del olor, al asiento de adelante y siguió marcando”, dijo el perito a La Izquierda Diario.
Tras ese primer peritaje, la querella de la familia pidió una nueva inspección sobre el móvil, pidiendo expresamente que se desarmen los asientos y demás partes del rodado para que los perros pudieran realizar una búsqueda a fondo.
Finalmente este viernes se desarmó casi por completo el Toyota Etios ante la mirada de las partes y a poco de comenzar a olfatear (previa toma de olor de prendas de Facundo) Yatel encontró uno de los objetos que más suelen impregnarse de los aromas de sus dueños: un collar de hilo con una piedra turmalina colgante.
Desde el entorno de la querella confirmaron a este diario que la turmalina es totalmente compatible con la que usaba Facundo. Pero sobre todo, como sucedió con el hallazgo de la sandía (amuleto) en la comisaría de Teniente Origone y con los rastros en otros dos patrulleros (uno de esa misma dependencia y otro de la de Mayor Buratovich), todas las dudas se despejan al haber sido encontrado por el experimentado perito Herrero y su perro adiestrado.
El mismo Herrero había manifestado al terminar el primer peritaje al patrullero de la Policía Local de Bahía Blanca que, por la forma en la que Yatel casi enloqueció al olfatear el asiento trasero (desde el interior y desde el baúl), seguramente si se desarmaba el perro podría hallar algo más que olor. Dicho y hecho.
Ahora, además de la explicación sobre las irregularidades del recorrido del Etios del 8 de mayo registradas en el GPS (informadas por Asuntos Internos, nada menos), el Poder Judicial deberá determinar oficialmente la pertenencia de la piedra de collar a Facundo.
En caso de así confirmarlo, se deberá determinar cómo llegó ese objeto al baúl del patrullero. Y, obviamente, se deberá indagar y procesar a los policías implicados.
Mal que le pese a Ulpiano Martínez, el fiscal que durante dos meses hizo de todo para congraciarse con la Bonaerense y su jefe Sergio Berni.
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