En un video de unos siete minutos, Ricardo Anaya anunció su regreso en el marco de fuertes críticas al gobierno de AMLO.
Justificó su retiro tras la derrota electoral para “darle espacio” a quien había ganado los comicios de 2018, en los cuales se expresó el profundo repudio de la mayoría de la población a los partidos patronales tradicionales (PRI y PAN) y al centroizquierdista PRD, antecesor del Morena.
Ahora Anaya quiere vestir la capa de héroe para hacer propuestas ante lo que califica como “el desastre” actual para las elecciones de 2021 y 2024.
Declara en el video-lanzamiento de su campaña pre-electoral, que buscar “proponer”, no oponer. Y que escribió un libro sobre su propuesta de país que irá dando a conocer capítulo a capítulo.
Afirma que “cuando recorres el país de punta a punta es un aprendizaje que duele porque te hace desear con toda el alma que las cosas cambien”. Así de edulcorado es el discurso del panismo deseoso de volver a conducir el destino de México.
Se olvida que parte de la crisis actual se gestó desde los gobiernos panistas -y los priistas-. Como el de Vicente Fox, también acusado de corrupción y célebre por el incidente diplomático “Comes y te vas”, espetado a Fidel Castro para no molestar a George W. Bush, y que tiene en su haber la brutal represión contra la lucha del magisterio oaxaqueño en 2006.
O como el legado de Felipe Calderón, quien inició la guerra contra el narcotráfico que dejó millones de personas desaparecidas, ejecutadas, torturadas, así como desplazamientos forzados, la militarización del país y la guardería ABC -propiedad de parientes de Margarita Zavala, la primera dama- cuyo incendio en 2009 dejó 49 niñas y niños muertos, mientras los responsables están impunes.
Fue en la transición entre el gobierno de Calderón y el de Peña Nieto cuando se votaron la reforma energética -cuya sanción estuvo plagada de sobornos- que legalizó la entrega de hidrocarburos al capital privado, y también la reforma laboral, que legalizó el outsourcing y la precarización laboral.
A su vez, el PAN, junto con el partido Encuentro Social -socio de AMLO en las elecciones de 2018- y las Iglesias, son acérrimos enemigos de los derechos de las mujeres (como al aborto) y la comunidad LGTBI (al matrimonio igualitario).
Todas cuestiones que el gobierno de AMLO ha mantenido, aunque dándole su toque personal, con la creación de la Guardia Nacional, y con la sanción de otra reforma laboral que incluye la llamada “democracia sindical”, pero que en realidad establece que el sindicato emplazante contabilizará los votos, y que los burócratas sindicales el cumplir o no con la disposición de ejercer el voto directo, personal, libre y secreto para la elección de dirigencias sindicales al dejarlo como “voluntaria”, entre otros puntos.
Definitivamente no será el PAN -tampoco el PRI ni el PRD- el que dé una salida favorable a las mayorías ante la actual crisis. Aunque AMLO mantiene un discurso “progresivo”, no sólo condenó a decenas de miles de trabajadores a morir durante la pandemia por una política sanitaria pasiva que agravó el desastre, sino que además militarizó los hospitales y le ha dado cada vez más poder al Ejército, responsable de la desaparición forzada de los 43 normalistas de Ayotzinapa junto a policías locales y el crimen organizado.
La gravedad de la crisis que estamos viviendo hacen necesario que la clase trabajadora ponga en pie un partido político propio, independiente de los empresarios y las trasnacionales, que defienda sus intereses y enfrente el ataque del imperialismo, las corporaciones y los empresarios que buscan aprovechar esta crisis para degradar aún más las condiciones de trabajo y de vida de la mayoría de la población. Una organización política socialista y revolucionaria que se plantee enfrentar el poder de los capitalistas y sus partidos. |