Sin abandonar su tono habitual, en el que se incluye el barroquismo y la poesía en el lenguaje, el ritmo ágil y la minuciosa atención a los detalles, “Escenas de caza (furtiva)” -escrita en 1978- es una de las obras más crudas, brutales y comprometidas de un autor, todavía, mal conocido por estos lares y, recientemente, traducido al castellano.
La novela, a través de diferentes personajes, nos acerca a la terrible figura de don German Enríquez, jefe de policía, sicario del poder establecido, experto en torturar a todos los sospechosos de comunistas o subversivos, una sucia actividad en la que ha encontrado la razón de su amarga existencia.
Arcos no deja títere con cabeza, arremetiendo con ironía contra las altas instancias de la Iglesia y su convivencia con el poder, los sindicatos verticales de estudiantes, la complicidad de algunos médicos y el miedo instalado en una España donde se empiezan a oír las primeras voces de protesta organizada en nuevos sindicatos contra la opresión y la miseria.
Los huelguistas, encerrados en las Iglesias, son una de las obsesiones de las fuerzas policiales del momento de las que Germán Enríquez resulta ser un representante nada desdeñable, a pesar del olvido de muchos de los crímenes cometido por los poderes establecidos en los años en los que transcurre una trama subyugante, que mezcla la acción y la reflexión.
En el funeral del más “apreciado” que “querido” policía, matón a sueldo del régimen, el autor nos introduce en la historia a través de los monólogos interiores de algunos de los personajes que han formado parte de su vida, su fría y beata esposa, doña Carlota, insensible, codiciosa y descreída de su marido, al que no amaba, su amigo y dietista de prestigio Ramiro Portal -experto en certificar como ataques cardíacos las muertes fruto de las torturas del cada vez más desquiciado guardián de “la ley y el orden” contra el “peligro rojo”- y, por último, la voz de la viuda y el hijo de una de sus víctimas, Teresa López, minera, pobre y mujer invisible ante los ojos de la sociedad del momento.
De nuevo el autor se vale del discurso introspectivo, del “flash-back” literario y de un uso rico e incisivo del vocabulario de distintos estratos sociales. Trasladado a una zona minera del norte del país, especialmente convulsa en huelgas y manifestaciones, el inspector Germán se hace odioso a ojos de todos, menos de Kitty, esa prostituta con aspiraciones de lujo que se ha convertido en su auténtico amor y que disfruta con los arrebatos de crueldad del más “temido” que “respetado” jefe de policía.
Las fuerzas vivas no acuden a la Catedral, al suntuoso funeral, ya que, el muerto, es, sobre todo, un asesino a sueldo del régimen, encargado de fichar, delatar y aniquilar sin piedad a todos los peligrosos sociales, de hacer y deshacer los trabajos más oscuros de los gerifaltes. Sin perder la magia envolvente y rítmica de su prosa, Gómez Arcos nos acerca, de forma original, a algunos de los episodios y personajes más funestos de la España de finales del franquismo y lo hace sin medias tintas, convirtiendo la rabia y el dolor de la memoria en una novela a la vez bella, lúcida, feroz y estremecedora.
El autor de la magistral “El cordero carnívoro”, donde se atreve con temas tabúes como la homosexualidad en el seno de la Iglesia católica, el aislamiento de las mujeres consideradas “solteronas” o el fantasma del “incesto”, muestra aquí su lado más social y comprometido, con una despiadada descripción de la vida secreta de las fuerzas vivas al servicio del régimen franquista, pero dando también voz y verbo a los que resisten a sus más feroces zarpazos.
Si en “María República” lograba una afilada y magistral sátira de la vida en el interior de un convento de monjas y en “Un pájaro quemado vivo” describía, mezclando el cinismo y la poesía, la decadencia de una mujer conservadora ante la apertura de las costumbres en “Escenas de caza (furtiva)” nos obsequia con su libro más duro, sombrío y, aún hoy, necesario para echar una mirada a esas instituciones heredadas del antiguo régimen y a esa brutal dialéctica entre explotados y explotadores, entre sumisos y subversivos, que se sigue enmarcando, bajo nuevas formas, en nuestro suelo. |