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La Izquierda Diario
6 de octubre de 2020 Twitter Faceboock

Ideas Desde La Universidad
[Entrevista] “¿Se imaginan el impacto que tendría un paro de mujeres por el derecho a la vivienda en Guernica?”
Brenda Hamilton | Profesora de Historia (UBA). Integrante del Comité Editorial del suplemento Armas de la Crítica.

Continuando las discusiones que abrimos en el número anterior sobre la vida de las mujeres, la relación entre género y clase, y la actual situación en la pandemia. Entrevistamos a Paula Varela, partiendo de sus recientes investigaciones sobre la teoría de la reproducción social. Ella es politóloga, docente de la UBA e investigadora del CONICET.

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1) Recientemente, el Ministerio de Economía publicó una medición que señala cómo el aporte del trabajo doméstico y de cuidados no remunerado equivale a un 16% del PBI nacional, siendo la actividad que más ingresos aporta a la economía del país y en donde se calculan que son destinadas 96 millones de horas diarias. En tus artículos recientes venís trabajando con la Teoría de la Reproducción Social. ¿Cuáles son desde tu punto de vista los principales aportes que puede hacer esta teoría para interpretar estos datos?

Creo que el informe que publicó el Ministerio de Economía, con la dirección de Mercedes D´Alessandro, es sumamente importante para visibilizar la enorme cantidad de horas de trabajo (96 millones de horas por día!) que están dedicadas a las tareas domésticas y de cuidado en nuestro país. De esas millones de horas por día se ocupan, muy mayoritariamente, las mujeres. Los datos, que están tomados de la Encuesta de Uso del Tiempo que realizó el INDEC en 2013 (es decir que son de 7 años atrás, el problema es que el INDEC no tiene la política de realizar esa encuesta más periódicamente), muestran que 9 de cada 10 mujeres se ocupan de ese trabajo. Cuando las cosas están puestas de ese modo, blanco sobre negro, cualquier discusión acerca de porqué las mujeres ganan menos en el mercado de trabajo asalariado, o porqué las mujeres no acceden a determinadas actividades, o porqué las mujeres “se destacan menos” en la política o en el sindicalismo, se vuelve menos abstracta y más material: podemos dar todas las batallas culturales que queramos (y bienvenidas sean), pero si no logramos atacar esta desigualdad de origen o, dicho por la positiva, si las mujeres siguen siendo las “responsables” del enorme trabajo doméstico y de cuidado, no hay forma de avanzar hacia la tan mentada igualdad de género, sencillamente porque invierten una enorme cantidad de tiempo, de concentración, de energía, de vida en un trabajo que ni siquiera es reconocido como tal (ni monetariamente ni socialmente). Esto pone sobre la mesa una serie de cuestiones sobre las cuales la Teoría de la Reproducción Social tiene mucho para decir. En primer lugar, una cuestión que parece menor y no lo es: la teoría de la reproducción social llama a este trabajo que realizan las mujeres “trabajo de reproducción social”. ¿Por qué? Porque de ese modo se coloca en su lugar la centralidad que tiene este trabajo en el capitalismo. El trabajo doméstico y de cuidado es un trabajo absolutamente necesario para que la fuerza de trabajo se reproduzca cotidianamente y generacionalmente y, por ende, esté en condiciones de ir “al punto de la producción” para ser explotada. Dicho de otro modo, si ese trabajo no fuera realizado (por las mujeres), no habría trabajadores para explotar y producir valor… ¡¡Pequeño problema!! De allí que es importante llamar a ese trabajo por su nombre porque, de otro modo, se pierde la relación necesaria entre dicho trabajo y la forma en que se produce riqueza en el capitalismo. Trabajo doméstico y de cuidados ha existido siempre, en cualquier sociedad, pero en el capitalismo tiene dos características singulares: a) se realiza, mayoritariamente, en el ámbito privado de los hogares. Esa privatización es lo que hace que sea tan invisibilizado, devaluado y considerado como parte del “afecto” que las mujeres deben proporcionar en el ámbito familiar. Pero esa privatización es la que hace, también, que sea más “barato” para el capital: imaginate que todo lo que ese trabajo produce tuviera que ser reemplazado por mercancías compradas en el mercado: comida hecha, lavado hecho, compras hechas, camas hechas, limpieza hecha; pero también la enseñanza a los niños para que aprendan a comer, a hablar, a bañarse, a levantarse a ciertas horas y dormirse en otras, a ser dóciles y disciplinados (para que, en un futuro, sean sujetos “empleables”), etc.. Si hubiera que comprar todo eso en el mercado (algunas ya se compran), los salarios reales deberían ser mucho más altos. Y, como ustedes saben, subir salarios es un pecado capital para el capital. El trabajo de reproducción social en el hogar garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo a un bajo costo. Y bajar el costo de reproducción de la fuerza de trabajo es una búsqueda constante de los capitalistas para aumentar sus márgenes de ganancia. De allí viene la segunda característica: b) es un trabajo cuyo fin no es “garantizar la vida” en un sentido abstracto y general, sino “garantizar la vida de quienes producen la ganancia para los capitalistas” o sea, de los trabajadores y trabajadoras, el fin del trabajo de reproducción social es garantizar que exista fuerza de trabajo disponible para ser explotada. De allí que Fraser, usando la metáfora de Marx, diga que la reproducción es la morada oculta de la producción: algo que es tan necesario (como invisible) para que exista la producción y, por ende, la acumulación de capital. En síntesis, discutir el trabajo doméstico y de cuidados es discutir un elemento central de la forma en que se produce valor en el capitalismo y, por ende, abre la puerta a una crítica general a esa forma: una crítica al trabajo asalariado, a la explotación, a la permanente tensión entre acumulación de ganancias y valor de la fuerza de trabajo, que no es otra cosa que la tensión entre capitalismo y una vida digna para los millones de trabajadores y trabajadoras que mueven el mundo. Quitarle ese filo al debate sobre el trabajo doméstico y de cuidados, es como transformar una película de Ken Loach en una de Hollywood.

2) En tus trabajos retomás también el debate que existió entre quienes opinan que patriarcado y capitalismo son sistemas completamente separados y aquellas teorías que proponen una lectura de conjunto. Desde este punto de vista, ¿cuáles son las distintas explicaciones que intentan explicar el hecho de que sean las mujeres en su enorme mayoría las que realizan estas tareas? ¿Por qué estas tareas son realizadas en su inmensa mayoría por mujeres? ¿Qué debates hay en el feminismo y el marxismo al respecto?

Precisamente la Teoría de la Reproducción Social se propone como una “teoría unitaria” frente a las teorías dualistas que intentan explicar la opresión de las mujeres a partir de considerar al patriarcado como un sistema de opresión independiente del sistema capitalista que, en todo caso, es “aprovechado” por el capitalismo o que es “usado” por el capitalismo. Esa fue una discusión muy importante en la Segunda Ola Feminista (cuando se dio el riquísimo Debate sobre el Trabajo Doméstico) y creo que vuelve a serlo hoy, en esta nueva ola feminista a nivel internacional, justamente porque hay miles de mujeres, principalmente jóvenes, que se ven interpeladas por la lucha y las ideas feministas. La visión de dos sistemas independientes que se cruzan en algún punto de la historia te diría que es la predominante. En ese sentido, la Teoría de la Reproducción social va contracorriente porque lo intuitivo es pensar en forma dualista: hay explotación de clase por un lado, y opresión de género por el otro… ¡Qué problema! Obviamente, un pensamiento dualista te coloca sobre la mesa un montón de problemas políticos: ¿Qué dominación es más importante? ¿Qué dominación atacar primero? De hecho, es la visión dualista la que permite que haya una Feminismo de tipo liberal que dice “lucho por los derechos de las mujeres” pero no lucho contra el capitalismo porque se puede lograr la igualdad de género en los marcos del capitalismo. Pensar de ese modo es posible, sí y solo sí, se considera al capitalismo y al patriarcado como dos sistemas de dominación. Pero incluso, dentro del campo anticapitalista o socialista, la visión dualista muchas veces ha permitido pensamientos del tipo “ataquemos primero la explotación de clase, que es la fundamental, y luego la de género, que es secundaria”. Esas tensiones entre clase y género, entre movimiento obrero y movimiento feminista a lo largo del siglo XX están muy bien descriptas por Cinzia Arruzza en el libro Las sin parte. La Teoría de la Reproducción Social, desde mi punto de vista, permite evitar esas polarizaciones de “clase sin género” y “género sin clase” porque coloca a la opresión de género en el plexo de la explotación de clase. No es que la opresión de género “es funcional” a la explotación de clase. La explotación de clase es, desde el origen, una construcción basada en la opresión de género, como lo es también (desde el origen) basada en la opresión racial. Colocar el foco en el trabajo de reproducción social permite ver la necesariedad de la opresión de género en el capitalismo y, por ende, la imposibilidad de liberación de las mujeres o de igualdad de género en este sistema de producción de valor y de riqueza. No es que el movimiento obrero tiene que ser “solidario” con la lucha de las mujeres (como si fuera la lucha de un sujeto externo a sí mismo), la lucha de las mujeres es una lucha central del movimiento obrero (o debería serlo) porque ataca uno de los pilares sobre los que se sostiene la explotación capitalista. De allí que, cuando vemos a los dirigentes sindicales secundarizar la lucha por los derechos de las mujeres (como el lamentable papel de la CGT en la lucha por la legalización del aborto), no sólo estamos viendo una expresión de machismo de sus dirigentes (lo que va de suyo) sino una concepción miserable de lo que es la clase trabajadora, de sus necesidades y de los horizontes de sus luchas. Y vemos, por supuesto, la funcionalidad de esas dirigencias sindicales con el mantenimiento del statu quo, incluso operando como aliadas expresas de la Iglesia católica.

3) Tu objeto de investigación desde hace muchos años, se inscribió en los estudios sobre la clase obrera. ¿Qué relación guardan estos estudios con la Teoría de la Reproducción Social? Y, en definitiva, ¿por qué mirar al género para comprender a la clase?

Por lo que les decía recién. Nosotros somos un equipo (en la Universidad de Buenos Aires y en CONICET) que estudiamos hace ya varios años a la clase obrera en los lugares de trabajo: las formas de su explotación, de su organización y sus luchas (como el proceso de sindicalismo de base durante el kirchnerismo [1]. La decisión de estudiar a la clase obrera en los lugares de trabajo está relacionada con dos cuestiones. La primera, con el discurso dominante que fue instalándose en la década del 90 de que “ahora la fábrica es el barrio” (como dijo la CTA en su momento), como forma de decir que el lugar de la producción (el lugar de la explotación) ya no era un locus importante de la lucha de clases. Obviamente esa idea estaba de la mano de las teorías del fin de la clase trabajadora que trajo consigo el neoliberalismo. Contra eso, nosotros dijimos “vamos al lugar de la producción a ver qué está pasando”. La segunda, con el hecho de que el movimiento obrero argentino tiene (a diferencia de otros movimientos obreros de la región) una fuertísima tradición de organización en los lugares de trabajo a través de comisiones internas y cuerpos de delegados. Y lo cierto es que esa fuertísima tradición se recompuso (parcialmente y con características sumamente contradictorias) en la recomposición social y gremial de la clase trabajadora post crisis de 2001. El sindicalismo de base, con el surgimiento de decenas de Comisiones Internas en fábricas y establecimientos laborales, y con un peso importante de la izquierda, es parte de esa reaparición de la organización en el lugar de trabajo. Pero mirar lo que pasa en el lugar de trabajo, lo que Adolfo Gilly en un muy buen texto llamó “el núcleo de la dominación celular”, no es lo mismo que considerar que la clase obrera se reduce a lo que pasa en el lugar de trabajo. Eso sería un reduccionismo absurdo. Lo que pasa en el lugar de trabajo tiene que ser puesto en relación con lo que pasa fuera de él, por ejemplo, en el terreno de la reproducción social. El neoliberalismo corrió las fronteras entre producción y reproducción generando dos movimientos simultáneos (ambos muy perjudiciales para la clase obrera): por una parte, achicó al máximo el tiempo de ocio para quienes tienen trabajo asalariado porque hay que trabajar cada vez más para vivir peor (una suerte de presencia totalitaria del trabajo a través de jornadas extendidas y rotatorias que impiden cualquier planificación de la vida extra laboral para las familias obreras); por otra parte, aumentó el desempleo y el subempleo estructural, pauperizando de tal modo las condiciones de vida que la reproducción de la fuerza de trabajo se transforma en una odisea.

Estudiar lo que pasa en los lugares de trabajo hoy sin hacerlo en relación con lo que pasa en el ámbito de la reproducción social resulta muy problemático porque son dos ámbitos diferenciados pero inescindibles para pensar la situación de la clase trabajadora en la actualidad y para pensar también las formas de la lucha de clases en la actualidad. La Teoría de la Reproducción Social es una entrada analítica para pensar la relación entre producción y reproducción, relación que coloca a las mujeres de la clase trabajadora en el centro de la escena.

¿Por qué? Porque, como nunca antes, las mujeres forman parte de la masa de trabajadores asalariados (en América Latina, en 2017 llegaron por primera vez a una participación del 50%), es decir, están en el centro de los ataques que sufren los y las trabajadoras en el punto de la producción. Pero a su vez, las mujeres son las protagonistas ineludibles de la esfera de la reproducción social, no solo porque son quienes realizan el trabajo de reproducción social no pago en los hogares (lo que charlábamos antes) sino porque son también las que realizan ese trabajo de forma asalariada: trabajadoras docentes, enfermeras, acompañantes terapéuticas, trabajadoras de casas particulares, etc. Todos esos trabajos asalariados son altamente feminizados y altamente precarizados.

4) ¿Qué respuestas dan los distintos gobiernos al problema del trabajo doméstico y de cuidados? ¿Qué medidas se podrían tomar para que estas tareas no sigan recayendo mayoritariamente en las mujeres?

Esa es una muy buena pregunta que yo dividiría en dos partes. Lo primero tiene que ver con el carácter privado (en el hogar) de estas tareas domésticas y de cuidado. Mientras mantengan este carácter privado serán fuente de opresión de las mujeres porque las mantendrán en el hogar y las someterán a dobles y triples jornadas laborales. Sobre esto hay que incluir, dentro del pliego de demandas urgente de la clase trabajadora, que el Estado se haga cargo de las tareas de reproducción social: más escuelas, más jardines materno/paterno infantiles, más hospitales y salitas de salud, más geriátricos. Volviendo a lo que les planteaba antes sobre la relación entre producción y reproducción, en el neoliberalismo la clase trabajadora sufrió ataques a dos bandas: en el ámbito de la producción, toda la precarización laboral, la intensificación de las jornadas, la inestabilidad, la pérdida de derechos laborales, la caída de la tasa de sindicalización (muchas veces con la anuencia expresa de las burocracias sindicales), etc. etc.; en el ámbito de la reproducción, todos los recortes en servicios públicos a la población trabajadora y la privatización de esos servicios para transformarlos en nuevos nichos de acumulación de capital como la salud y la educación.

Los ataques en ambos territorios (producción y reproducción social) han sido ampliamente estudiados. Sin embargo, a la hora de pensar cuáles deben ser las demandas de las organizaciones sindicales, nadie duda de que un sindicato debe luchar por salario y condiciones de trabajo, ¿no? (aunque muchos sindicatos burocratizados ni siquiera eso hacen). ¿Por qué no se considera igualmente “obvio” que los sindicatos tienen que luchar por escuelas, hospitales, jardines, geriátricos, etc? Todos esos servicios son fundamentales para la reproducción social de la clase trabajadora y si el Estado no los presta, es la familia obrera la que tiene que ocuparse, de forma privada, de garantizarlo.

Eso implica más trabajo para las mujeres de la clase trabajadora y una enorme fragmentación obrera que se produce en el ámbito de la reproducción, entre quienes acceden a salud, educación y cuidados (porque pueden pagarla), y quienes no acceden. Entonces, yo creo que una demanda básica y urgente del movimiento de mujeres y del movimiento obrero tiene que ser hacia el Estado para que este garantice la reproducción social a través de servicios públicos gratuitos, porque sin eso, siempre será la clase trabajadora (y particularmente las mujeres) las que se romperán el lomo para “garantizar la vida” en sus hogares, en redes, en barrios, en comunidades. Pero por otro lado, hay una discusión que excede estas demandas urgentes y que el movimiento socialista ha puesto muchas veces sobre la mesa, que es la de la socialización de las tareas de reproducción social. Cuando alguien dice que eso es “música del futuro” a mí me gusta recordar una frase de Tithi Bhattacharya, en un artículo publicado en marzo en la revista Archivos [2], cuando dice “hasta donde sé, en la actualidad ya existen las cocinas públicas para los ricos: se llaman restaurantes”. Efectivamente, el propio capitalismo ya ha extraído ciertas tareas básicas de la reproducción social del ámbito del hogar, pero obviamente lo ha hecho como hace todo el capitalismo: buscando de dónde sacar ganancias. ¿Por qué está prohibido pensar en “cocinas públicas” pero no bajo la ley de la ganancia sino bajo el control de sus trabajadores y usuarios para la satisfacción de las necesidades? La socialización de las tareas de reproducción tiene que volver a ser parte del debate en el movimiento feminista y también en el movimiento obrero, porque si no, se corre el riesgo de naturalizar que el único “modelo” de reproducción social es el del hogar.

5) La pandemia del COVID19 impactó de forma negativa en las condiciones de vida de las mujeres y disidencias ¿Crees que afecta a todas por igual? ¿Qué relación encontrás entre las demandas del movimiento de mujeres y la clase trabajadora en estos tiempos?

La pandemia tuvo una suerte de efecto no deseado: puso al descubierto muchas cosas que son sistemáticamente negadas por las clases dominantes. Lo primero y principal es que volvió visible a los trabajos esenciales y sus trabajadores. Fíjense que, mientras en tiempos “normales”, nadie habla de un barrendero, recolector de basura, colectivero, repartidor de delivery, repositor de supermercado, trabajador de casa particular, enfermero, cuidador, docente, etc. (o sólo se habla de ellos para demonizarlos cuando hacen huelga), la pandemia mostró que todos esos trabajos son esenciales para que la cosa funcione ¡y que todos esos trabajos son realizados por alguien! Lo que los medios masivos se ocuparon bastante bien de ocultar fue que todos esos trabajos son super precarizados y muy mal pagos. Entonces, asistimos a un festival de hipocresía en el que, mientras desde cadenas nacionales y noticieros mainstream se aplaudía y se derramaban lágrimas por los “trabajadores esenciales”, nadie (o muy pocos) hacían siquiera un informe de cuál era el salario real de esos trabajadores por mes. Ni hablar de que esos mismos trabajadores esenciales vieron congelarse sus paritarias (para quienes tienen paritarias) mientras estaban poniendo el cuerpo en la primera línea (gracias a los oficios, una vez más, de las dirigencias sindicales). “Usted es esencial, pero marche preso” parece el discurso del gobierno nacional, el reverso complementario del discurso ante FMI que fue “usted es malo malo malo, pero honraremos la deuda más fraudulenta de los últimos 100 años”. Pero la pandemia también puso sobre la mesa dos cuestiones más: a) el papel de las dirigencias sindicales burocratizadas (y, en muchísimos casos, absolutamente enriquecidas) que, en lugar de aprovechar la puesta en evidencia del carácter esencial de los y las trabajadoras para exigir mejores salarios, mejores condiciones laborales (como equipamiento de protección personal para no contagiarse de COVID19 o recursos para el teletrabajo), un efectivo control del Estado para frenar los despidos y suspensiones, se dedicaron a negociar rápidamente rebajas salariales (como muy bien denunció tempranamente el Observatorio de Despidos durante la Pandemia) y a avalar (con la quietud) el avance de la precarización laboral y el desempleo. A seis meses, lo que tenemos es el informe de pobreza y de desempleo del INDEC con cifras alarmantes. Pero eso no fue obra ni del COVID19, ni siquiera de la cuarentena en sí misma, fue obra de la política Estatal y de las dirigencias sindicales ante esos dos fenómenos. Por último, la pandemia también puso en evidencia el carácter fuertemente generizado de la precarización laboral y de la informalidad. Si tomamos las cifras de América Latina, el 54% de las mujeres trabajan en la informalidad, dentro del trabajo informal que realizan las mujeres, las principales actividades son: comercio, trabajo doméstico y trabajo de cuidado (estas dos últimas corresponden a trabajo de reproducción social remunerado). En el trabajo doméstico el 70% de la actividad está en la informalidad y el 90% es llevado a cabo por mujeres. En el trabajo de cuidado, el 76% de las trabajadoras son mujeres. Todos esos sectores se vieron fuertemente perjudicados en la pandemia, cayendo directamente en el desempleo. Imaginate que, según datos de la OIT para América Latina, en 2019 la tasa de desempleo en mujeres era del 10.2% (y la de varones 7.3%), y todo indica que no sólo va a crecer el desempleo sino que va profundizarse esa brecha de género debido a que los trabajos informales son los primeros que se perdieron (lo que va a aumentar, a su vez, la brecha de ingresos entre varones y mujeres). A esto se suma la doble jornada de trabajo de las mujeres, que se ve muy claramente en el caso de las docentes que están completamente desbordadas debido a la virtualización de las clases (teletrabajo), que se superpone con las tareas domésticas y de cuidados en el hogar.

6) Estos últimos días cobró relevancia la lucha de las 2500 familias que se enfrentan a las amenazas de desalojo por las tomas de terreno en Guernica y allí las mujeres también se están organizando y vienen de realizar asambleas feministas. En tus artículos hablás de las mujeres como “puentes” entre la producción y la reproducción ¿Qué significa esto? ¿Qué rol crees que pueden jugar las mujeres en este tipo de conflictos?

Lo que está sucediendo en Guernica (aunque no solo allí hay tomas) es una gran muestra de una lucha de un sector pauperizado de la clase trabajadora por sus condiciones de reproducción social. Y no es en absoluto llamativo que, al frente de esa lucha, se vean muchas mujeres muy combativas. Nosotros, en Argentina, ya lo habíamos visto con el movimiento piquetero que estaba compuesto por miles de mujeres de la clase trabajadora que estaban allí luchando por trabajo, subsidios, recursos para los barrios, etc. Ese papel que juegan, poniendo en riesgo todo lo que tienen, está directamente ligado a lo que charlábamos antes del papel de las mujeres como garantes de la reproducción cotidiana y generacional de la familia trabajadora. Es un hecho muy progresivo que diversos agrupamientos del movimiento feminista hayan expresado su apoyo a la toma de Guernica y que se hayan realizado ya cuatro asambleas feministas allí, porque muestra que un ala importante del feminismo en Argentina comprende la lucha de las y los trabajadores por derechos básicos (como la vivienda) como una lucha propia. Como dicen las mujeres de la toma, “Ni una menos sin vivienda digna” debe ser una consigna de todo el movimiento feminista. Creo que también es un llamado de atención al Ministerio de Género de la Provincia de Buenos Aires que jugó un papel triste haciéndose presente tarde y con el objetivo de implementar la política de “desalojo no violento”. La puesta en práctica del feminismo popular que pregonan muchas de las feministas que hoy ocupan cargos en el gobierno, hoy tiene nombre propio: Guernica. Pero creo que Guernica también presenta la oportunidad para aquellas compañeras que militan dentro del movimiento sindical y que han intentado llevar “la marea verde” a los sindicatos. El mayor protagonismo de las mujeres en los sindicatos en los últimos años presenta la oportunidad, justamente, de que las organizaciones obreras tomen como propias demandas que suelen ser ninguneadas por los sindicatos. Entre ellas, las demandas que hacen a la reproducción social, como la vivienda, el agua, el medio ambiente, los servicios, la educación, la salud.

¿Se imaginan el impacto que tendría la convocatoria a un Paro de Mujeres para que les den el derecho a la vivienda a las trabajadoras y trabajadores de Guernica y de las decenas de tomas que proliferaron durante la pandemia? No solo sería un gran apoyo a la toma de Guernica sino que sería un tsunami al interior de las organizaciones sindicales.

El tema es que, una política de esa naturaleza, implica de facto una modificación sustancial de la política de los sindicatos en la actualidad, una revolución en los sindicatos porque obligaría a enfrentarse a la política del gobierno nacional que ha sido (más allá de las declaraciones de buenas intenciones) que la crisis caiga, básicamente, sobre la espalda de las y los trabajadores, mientras se les garantiza ganancias a los empresarios con subsidios, bajas de retenciones, devaluación, cuasi-congelamiento de salarios, etc. Esa revolución en los sindicatos es, sin dudas, la que hay que hacer. Y las mujeres de la clase trabajadora ocupan un lugar privilegiado para llevarla a cabo, porque operan de “puentes” entre las luchas de la producción y de la reproducción de las cuales son protagonistas. Son una voz estratégica para convocar a todos los trabajadores a comprender ambos espacios como territorios de lucha de la clase obrera en su conjunto, como espacios articulados de la lucha de clases.

 
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