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La Izquierda Diario
18 de enero de 2025 Twitter Faceboock

Contrapunto
Marxismo y cuestión nacional: un debate con la CUP a tres años del 1-O
Federico Grom | Barcelona | @fedegrom

A tres años del 1-O, la CUP se propone tropezar con la misma piedra. Una reflexión desde el marxismo revolucionario sobre la dinámica política en Catalunya.

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El movimiento democrático catalán está en vías de una integración a una nueva normalidad autonómica bajo la dirección de los partidos del procesisme. La CUP vuelve a la “unidad estratégica” con la dirección burguesa y pequeñoburguesa del movimiento independentista: un error que se agrava tras los grandes hitos del 1-O o la huelga del 3-O del 2017. Y si antes de la pandemia las demandas democráticas no podían escindirse de las sociales, hoy, frente a una crisis capitalista sin precedentes, menos aún. No será de la mano de ERC y los convergentes que se podrán enfrentar los agravios sociales que sufre la clase trabajadora.

El procesisme ha sido el camino más largo para llegar al mismo sitio. Un camino recorrido por la izquierda independentista de la mano de los creadores de “las estructuras del nuevo Estado”, de “la Revolución de las sonrisas”, de la independencia “de la ley a la ley” y la República de los diez segundos; de los mismos que no prepararon la más mínima medida de resistencia frente al Estado español, temerosos de que las fuerzas que podían desatar fueran más allá de su voluntad, como lo hicieron el 1 y el 3 de octubre.

El último golpe de la judicatura y el régimen del 78 al movimiento independentista con la inhabilitación del President Torra y el acatamiento vergonzoso de esta sin la menor resistencia, se engarza como el último eslabón de una cadena de claudicaciones -como no podría ser de otra manera- de la dirección del procés al Estado y el Régimen español. Este nuevo golpe, sin la menor respuesta, prepara el camino hacia la nueva normalidad autonómica.

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Una nueva normalidad política, cruzada con la crisis económico y sociosanitaria tras la pandemia en donde las décadas de recortes y privatizaciones junto con la inacción y complicidad con las patronales de las residencias de la tercera edad, han dejado un tendal de muertes evitables. Donde se ha dado inicio del curso escolar con algunas pocas medidas improvisadas para frenar una segunda ola de contagios, que ya parece ser inevitable. En donde se han sufragado generosamente ERTEs y EREs con dinero público y permitido cierres de fábricas, mientras que los que aún pueden mantener su puesto de trabajo han visto cómo ha aumentado la intensidad de la explotación y se ha profundizado una precariedad sin precedentes. Décadas de recortes en la educación y en la sanidad catalana que quedó semiprivatizada. Todo esto, obra de los partidos de los gobiernos autonómicos que, llegada la pandemia, gestionaron esta crisis igual que el PP en Madrid y el gobierno central.

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Invariablemente, pero más aún en tiempos de crisis, el capitalismo se sostiene sobre la desigualdad, la precariedad y la miseria de millones. Y la burguesía catalana, junto a la mediana y a la pequeña (y sus partidos), comparten esta “gran empresa” junto a la burguesía española (y sus partidos). Es necesario reabrir una y mil veces un debate con la CUP, que renueva la “mano extendida” con “la unidad estratégica” con los partidos del procesisme, cuando es más que suficiente la experiencia histórica del pueblo catalán con ERC y el espacio convergente que llevó claramente a la derrota, los últimos años, el movimiento por el derecho a decidir. Y más aún cuando la crisis económica y social actual exige una organización independiente y de clase que pueda imponer un plan de emergencia al servicio de la clase trabajadora y que enfrente a los capitalistas. Y no que busque la permanente conciliación con sus partidos, que están llevando a cabo un verdadero crimen social.

Las tareas democráticas y la burguesía

Ya Marx en 1848, a la luz del desarrollo de la “primavera de los pueblos” –y la traición histórica de la decadente burguesía alemana a su propia revolución, señaló que los días de acción revolucionaria de la burguesía y la pequeñoburguesía se habían acabado y que ésta se entregaba a componendas con los vestigios del viejo régimen. Desde el punto de vista económico, sin embargo, la burguesía seguía avanzando y llevó el capitalismo hasta el último rincón del globo.

Lenin, posteriormente en 1916 en su libro “Imperialismo, etapa superior del capitalismo”, da cuenta de que la burguesía ya es “reacción en toda la línea”. Y en esta transformación del paso del capitalismo no monopolista a la época imperialista, algunas naciones ven irresuelta la conquista de su derecho de autodeterminación, manteniéndose como naciones oprimidas contenidas dentro de las fronteras de otros Estados. La opresión y el expolio de unas naciones por otras fuera de sus fronteras así como de las minorías nacionales hacia dentro de las mismas, es una de las características fundamentales del imperialismo. El imperialismo español y su nacionalismo centralista se ciñen perfectamente a esta definición.

Pero más allá que en tal o cual país hayan quedado tareas democráticas burguesas inconclusas, el tiempo en que la burguesía combatía contra los elementos y resquicios feudales por estas tareas, ha acabado hace mucho tiempo. Parafraseando a Marx, la historia se repite, primero como tragedia, después como farsa.

Catalunya en 2017, fue, como farsa, la última comprobación de la actitud de la burguesía y la pequeñoburguesía frente a las demandas democráticas en general y a la de autodeterminación en particular. Su política de buscar aliados en la “comunidad internacional” y europea, si hubiera tenido éxito, solo hubiera significado el interés imperialista de algún Estado sobre el territorio catalán y el aumento de la tensión interimperialista de aquel con el Estado español. Ningún Estado capitalista apoya la independencia de ningún pueblo sin un interés directo que lo posicione mejor en el “concierto de naciones” a costa de la independencia real, política y económica, de ese pueblo.

La búsqueda de aliados en la burguesía y la pequeñoburguesía a través de sus partidos históricos y en la conformación común de hojas de ruta y la búsqueda de la “unidad estratégica” por parte de la izquierda independentista y la CUP para la consecución de la independencia, como una etapa separada de la lucha de clases en la pelea por el socialismo, responde a un esquema etapista.

No existe, en la época imperialista, ningún proceso de independencia real de los pueblos contra un Estado capitalista que vaya de la “ley a la ley” y pacíficamente, sin lucha. La “ruptura democrática” suena a refrito del PCE de la transición en clave catalana, una estrategia utópica y reaccionaria que solo puede llevar al fracaso.
Ya hemos visto el resultado de la estrategia de colaboración de clases de la CUP, popularizada en su momento por David Fernández en la frase de “la mano extendida” y que hoy Carles Riera resume en el reclamo de su formación a la “unidad estratégica”. Aunque esta sea en pos de un proceso hacia la independencia, de la mano de sectores de la mediana y la pequeña burguesía no sólo no logra su objetivo, sino que se convierte en un impedimento para el surgimiento de una izquierda catalana consecuente y de clase, y lleva al mismo tiempo al movimiento democrático a la desorientación y la desmoralización.

Más aún, cuando son estos mismos sectores de la burguesía y pequeñoburguesía los que a través de sus partidos vienen aplicando décadas de recortes y han hecho una gestión de la actual crisis sociosanitaria que poco se diferencia de la del resto de comunidades autónomas. Este es un límite infranqueable para “ensanchar la base” hacia sectores de la clase trabajadora que fueron objetivo directo de estos ataques.
El derecho de autodeterminación se encuentra así entre dos callejones sin salida. El progresismo que venía a “romper los candados del Régimen” y “a tomar el cielo por asalto”, custodia hoy las puertas del régimen y sus llaves con Unidas Podemos en el gobierno del PSOE. Y quienes liderarían al pueblo catalán, solo han mostrado su charlatanería e incapacidad.

Las tareas democráticas, la clase obrera y la revolución socialista

Estamos viviendo hoy el fracaso de esta estrategia de conciliación de clases y etapista. La tarea democrática pendiente de que el pueblo catalán decida si quiere constituirse en un Estado propio o no, trastoca de tal manera el orden existente y genera tales resistencias entre los capitalistas catalanes y españoles, entre los elementos de Estado como la judicatura, la policía y las fuerzas armadas, que su consecución efectiva está íntimamente ligada a vencer esta resistencia, por la vía de la acción revolucionaria, y es indisoluble de las transformaciones sociales más profundas para romper con el capitalismo, en un sentido socialista. Esta es la única perspectiva que puede garantizar los derechos democráticos más elementales, pisoteados día a día en el capitalismo.

Las tareas democráticas, como la completa separación de la Iglesia respecto del Estado, la cuestión nacional, la reforma agraria, acabar con la monarquía, pero también terminar con la sujeción y el expolio del Estado imperialista español y de las multinacionales españolas y catalanas en el resto del mundo, etc., están vinculadas al poder de los trabajadores y el pueblo, como agentes reales de la resolución íntegra y efectiva de aquellas. La burguesía no solo ha dejado de lado las tareas democráticas, sino que hace lo imposible por limitarlas e incluso anularlas.

Las tareas democráticas y las sociales (o socialistas) son indisolubles entre sí, si no se quiere caer en el oportunismo y la impotencia. La resolución a los problemas sociales no puede buscarse dentro de los márgenes del capitalismo e inevitablemente se debe atacar a la propiedad privada de la burguesía y el interés de los capitalistas. Claro que no pareciera ser el camino más fácil ni rápido, pero es la única salida realista. Lo utópico es pensar que se podía lograr una “Republica social” en alianza con Artur Mas, Puigdemont o Junqueras.

Los aliados, por tanto, debe ser la clase trabajadora de Catalunya y de todo el Estado, así como todos los oprimidos y oprimidas. Por un lado, compartimos un enemigo común, y por el otro, ningún pueblo que oprima a otro será libre, por lo que es una tarea que no solo compete a la clase trabajadora catalana. Esta es la única posición que puede soldar la unidad de la clase trabajadora de todo el Estado en una lucha común que permita acabar con la Monarquía y el régimen.

Peleamos, desde estas posiciones, por la perspectiva de una República catalana socialista en el marco de una federación libre y voluntaria de repúblicas socialistas ibéricas y europeas. La pelea por el derecho de autodeterminación y la consecución de una república independiente catalana, estarán ligadas al poder de los trabajadores y la revolución socialista para ser una realidad, o solo será demagogia para negociar una cuota de poder dentro del régimen.

La actual situación de crisis, económica, social y sanitaria, abre un escenario mundial en el que volveremos a vivir importantes procesos de la lucha de clases, posiblemente con un mayor nivel de radicalidad como adelanta la rebelión contra el racismo y la violencia policial en EEUU.

Las contradicciones no resueltas por el intento de “restauración progresista” del PSOE y Podemos, agravadas por la pandemia, volverán a surgir con más fuerza, avivadas por nuevos fenómenos de la lucha de clases. Que estos pasen del estadio de movilizaciones ciudadanas o incluso rebeliones, para convertirse en procesos revolucionarios capaces de imponer una victoria, no es un proceso natural o mecánico.

Por eso, creemos importante que la izquierda independentista y la CUP reflexionen sobre las lecciones que dejan los últimos combates de la lucha del pueblo catalán por su emancipación nacional y no tropiecen con la misma piedra.
La República Catalana será de los trabajadores y el pueblo o no será. Pero lo será en tanto que estos puedan construir una organización que pelee consecuentemente por esta perspectiva. Por eso la importancia de construir una izquierda revolucionaria que se ancle en la independencia política de clase, que rechace abiertamente tanto las políticas de conciliación de clases con los partidos burgueses y pequeñoburgueses, como la utopía reformista que sólo conduce a la desmoralización y desorganización.

Algo fundamental para los que queremos acabar con toda opresión nacional, así como con toda opresión, en el camino de la superación de la sociedad de clases capitalista y la extinción de todo Estado como horizonte histórico: el comunismo.

 
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