En la lucha por la tierra y la vivienda, nuevamente las mujeres están al frente. "A nosotras, nadie nos manda", le advierte Juana, de Guernica, al ministro de Desarrollo y a quienes quieran escucharla. Hace falta un feminismo que colabore para amplificar la voz de todas las Juanas. Diez postales sobre la incipiente emergencia de una nueva subjetividad en las mujeres más pobres de nuestra clase.
Un ejército invisible e invisibilizado de mujeres sostiene sus familias, limpia las casas propias y ajenas, las oficinas, las escuelas, los hospitales, las fábricas y las grandes estaciones del transporte urbano. Un ejército silencioso y silenciado deja la espalda doblada en las máquinas de coser, desconoce el dolor de sus huesos gastados en la venta ambulante y en el cuidado de otros cuerpos enfermos y ancianos. Son las más pobres de su clase, las más oprimidas de su género. Fueron las primeras en quedarse sin trabajo durante las limitaciones que se impusieron por la pandemia. Y después de perder el trabajo, fueron las primeras que no pudieron seguir pagando el alquiler o sosteniendo a sus familias como lo hacían, a duras penas, hasta entonces. En la mayoría de los casos, solas. Algunas de ellas son las mujeres de la toma de Guernica.
II.
La vida cotidiana de estas mujeres trabajadoras y del pueblo pobre suele transcurrir a un ritmo continuo y previsible. Las jornadas se suceden, sin solución de continuidad, iguales a sí mismas. La amenaza tangible de que todo podría ser peor restringe las aspiraciones y los sueños, moldea los deseos con la mano temerosa del conservadurismo y disciplina los impulsos de cambio. La dura socialización temprana en la obediencia y la sumisión, recae aquí con todo el peso de las instituciones patriarcales de la familia, la Iglesia, incluyendo la violencia, el abuso, el maltrato. Pero, desde hace algunos años, se apropiaron del feminismo que retomó las calles. Se movilizaron para que no haya ni una menos. Y, con llantos atorados en la garganta, también decidieron ejercer su derecho a decidir. Por eso, en Guernica supieron que era buena cosa organizar una comisión de mujeres y pintar esa leyenda que hoy las distingue: "Ni una menos sin vivienda".
III.
El capitalismo golpea, con sus crisis, sobre las espaldas del pueblo trabajador y, en ocasiones, rompe ese tiempo amorfo de la cotidianeidad. La amenaza siempre latente de la catástrofe se transforma, velozmente, en un dramático y desesperado presente. Aquellos acontecimientos se precipitan y concatenan repentina e inesperadamente, interrumpiendo la pasiva monotonía de la rutina, con su reguero de padecimientos intolerables. La explotación es just in time y los despidos, los desalojos y los vencimientos de pago son siempre en el momento menos oportuno. La pandemia, esta vez, aceleró el derrumbe de la vida cotidiana, que se transformó velozmente en una “nueva normalidad”. Y, en esos momentos, las mujeres trabajadoras y de los sectores populares llevan la delantera, rompen sus ataduras y demuestran una inaudita fuerza de lucha. Son las que están en todas las primeras filas, cada vez que las crisis redoblan los padecimientos del pueblo pobre y las masas deciden tomar su destino en sus propias manos. Es que la crisis pone en juego aquello que, durante todo el tiempo anterior, les dijeron que era lo más preciado, que era lo único que les pertenecía: su prole. El capitalismo idealiza la maternidad y luego la convierte en una función imposible. La resistencia es un acto de insumisión, pero “es en primer lugar, un acto de conservación, la defensa encarnizada de una integridad amenazada por la destrucción” [1]. Entre los azotes de la crisis, se abre paso la acción consciente y creativa para la defensa de la vida, contra los vehementes ataques del capital y la violencia de su Estado.
IV.
Por eso, es una ley de la Historia que las mujeres más pobres y oprimidas del pueblo trabajador encabecen, siempre –aunque no sea tan ampliamente reconocido– los grandes procesos revolucionarios. ¿Qué hubiera sido de la Gran Revolución Francesa de 1789 sin las lavanderas, las vendedoras de pescado y las costureras que marcharon, bajo la lluvia, hasta el palacio de Versalles, para reclamar al Rey por el precio del pan? ¿Qué hubiera sido de la Revolución Rusa de 1917 sin “las madres de familia, agotadas por las colas interminables de los comercios, atormentadas por el aspecto hambriento y enfermo de los niños” [2] y las obreras textiles que desobedecieron a los dirigentes políticos y sindicales y convocaron a una huelga por el pan, la paz y contra el zar? Cuando no se aguanta más, ellas se agigantan.
V.
Cada mujer del pueblo trabajador se reconoce en las otras, descubriendo sus intereses comunes, la potencia de su unidad y su organización en el gobierno de su propio destino. Quizás por eso, como en Guernica, cobran fuerza las “comisiones de mujeres” también en otras tomas, en otras luchas. La de Guernica fue cobrando cada vez, mayor peso: a la iniciativa de unas pocas, ya se sumaron más de un centenar y se convirtieron en un ejemplo de autoorganización. Ellas escribieron una carta pública al ministro de Desarrollo que las estigmatizó y amenazó con desalojarlas con las mismas fuerzas policiales que, durante la cuarentena, asesinaron a un joven cada seis días, hijos de mujeres como ellas. Allí plantearon: “queremos decirle a usted señor Ministro Larroque que nosotras somos mujeres independientes que nadie nos paga, ni nos obliga a estar acá. Estamos acá por la necesidad de una tierra para vivir dignamente”. Juana le explica a las periodistas que la entrevistan: “hay delegados por manzana, delegados que nos representan en las marchas. Y, entre todos, nos organizamos. Tenemos reuniones, estamos constantemente en reuniones tratando de dialogar, viendo cómo hacer las cosas, viendo cómo nos vamos a manejar el día del desalojo. Bueno, estamos bastante organizados”. La comisión organiza las ollas populares, la construcción de las casillas de las compañeras. Pero además, lleva su voz a todas esas instancias de debate y organización. Las mujeres que son las más perjudicadas por la crisis, son también las protagonistas indiscutibles de la toma y la comisión de mujeres es el medio que encontraron para que, ese protagonismo, también se traslade al espacio asambleario de los debates democráticos y las decisiones comunitarias. Mientras tanto, el ruido ensordecedor del helicóptero policial y los reflectores en medio de la noche pretenden amedrentar a quienes no tienen nada que perder.
VI.
Cuando las crisis estallan, los Estados capitalistas se aprestan a reprimir a quienes desafían la inevitabilidad de la catástrofe. El ejemplo de quienes luchan no puede cundir, porque horada el orden consuetudinario. E incluso, siempre es mejor, para el gobierno, hacer las negociaciones a punta de pistola: ¡no vaya a ser que el pueblo trabajador imponga sus demandas con su fuerza de lucha! Pero al garrote, también lo acompañan las zanahorias. En tiempos de mareas feministas, hay mujeres que eligieron ser repartidoras de zanahorias desde ministerios y secretarías gubernamentales, donde a las mujeres pobres las tratan como estadísticas, como clientes o, en el mejor de los casos, como beneficiarias. Un feminismo institucionalizado que con algunas medidas, insuficientes y aisladas, termina legitimando al Estado capitalista que, en última instancia, tiene una única respuesta ante la resistencia a la crisis: la represión para garantizar, hasta sus últimas consecuencias, la defensa de la sagrada propiedad privada. ¿No están, siempre, al borde de representar ese triste papel?
VII.
“No queremos un feminismo con despachos y programas, con sueldos muy por encima de lo que cobran nuestras hermanas, si cuando están por desalojar Guernica las defensoras de niños, niñas y adolescentes no están ahí poniéndose frente a la represión como las heroicas mujeres de Portland en Estado Unidos, para proteger a sus hijos de la violencia policial, cuando protestan frente al racismo”, señaló la diputada del Frente de Izquierda, Myriam Bregman. Y no estuvieron ahí, obviamente. Pero las que sí estuvieron ahí fueron las maestras y enfermeras que dieron clases de apoyo, invitaron a jugar y montaron una posta sanitaria. También los obreros de las fábricas alimenticias, trabajadores del subte, petroleros y de muchos otros gremios que llevaron alimentos, ropa, dinero sin la mueca despectiva de la caridad de los ricos, sino con la alegría de la solidaridad de clase, del “si tocan a uno, tocan a todos” de otras crisis que atravesamos y que quedó guardado en la memoria. Y también estuvieron con sus pronunciamientos públicos y su arte algunas referentes de los feminismos, actrices, escritoras, profesoras universitarias, cineastas y cantantes con esas voces que calan hondo. “Bajen las armas, que aquí solo hay chicos comiendo”. Nora Cortiñas también está del “lado Guernica de la vida”, porque tiene memoria y reclama justicia.
VIII.
Pero cuando las funcionarias estaban del otro lado del mostrador, antes de relegar demandas y ocupar sillones, sentían conmiseración por las mujeres del pueblo pobre ¿acaso no es el peor de los “paternalismos” presuponerlas víctimas? ¿qué tiene de sororidad infundir la idea de que la política es algo que las mujeres pobres tienen que dejar en manos de profesionales que gestionan beneficios, servicios y derechos en su nombre ante el Estado? Son las dos caras de la misma moneda: las mujeres del pueblo pobre, a lo sumo, pueden ser protagonistas en los movimientos sociales; la política es solo para otras que pretenden representarlas. En la sororidad, hay veces que algunas actúan como hermanas mayores. La autoorganización y el respeto por las decisiones tomadas democráticamente en asamblea convierte a las mujeres de Guernica en “ingobernables”. “A nosotras, no nos manda nadie”. Es lógico que eso no le guste a los gobiernos.
IX.
Parece que a las mujeres más oprimidas de entre los explotados, solo les estuviera permitido resistir, manifestar su impulso vital a defenderse de los ataques. La resistencia presupone la existencia permanente de aquello a lo que se resiste; presupone también la cosificación victimizante de quienes oponen una respuesta orgánica, vital, casi refleja, ante los ataques recibidos. La resistencia no necesita de teorías, ni de política para ejercerse casi automáticamente, por instinto de conservación. En síntesis, no necesita de estrategia. ¿No es, finalmente, una forma de escepticismo, de aceptar que no hay otra alternativa que sobrevivir en los márgenes? Es por eso que en los debates teóricos y políticos surgidos al calor de la nueva ola feminista, aun cuando se hable de anticapitalismo, la estrategia es el concepto obliterado. Como si la lucha de las mujeres no pudiera proponerse el objetivo de vencer o como si la idea misma de una victoria ni siquiera consiguiera ser incorporada al imaginario del movimiento. La comisión de mujeres de Guernica es el germen de algo nuevo y, por lo tanto, encierran algunas claves de comprensión del futuro. Quienes las miran con los anteojos del pasado, no alcanzan a descifrar esas partículas de emancipación que vibran en cada asamblea, cada mano levantada, cada decisión autónoma y colectiva. Les temen, también, porque toda pequeña cuota de poder puede ser cuestionada.
X.
Cuando se quiebran los tiempos aletargados y conservadores de la rutina, las mujeres no solo se encuentran en la primera línea de combate, resistiendo. Lo más peligroso, para la estabilidad y el orden de los explotadores, es que surge la posibilidad de que se también conviertan en sujetos políticos: tomar sus propias decisiones colectivamente, votar con autonomía ante la mirada de sus pares, forjar la unidad más amplia en la lucha y, sobre todo, distinguir amigos de enemigos. En cada crisis, las mujeres más oprimidas del pueblo trabajador vuelven a mostrar su abnegación y heroísmo frente a la adversidad. Pero sobre todo, vuelve a existir la oportunidad de que surjan las voceras más impensadas para esa política tradicional que se limita a administrar la miseria o a contener los desbordes. Vuelve a existir la oportunidad de que no solo resistan para conservar a dentelladas lo poco que puedan de lo viejo, sino que también se conviertan en quienes luchen más enérgica y constantemente por lo nuevo [3]. Por esto hay que jugar todas nuestras fuerzas, nuestra militancia y nuestra colaboración para que triunfe la toma de Guernica. Eso impulsamos, con toda nuestra energía, las feministas socialistas de Pan y Rosas. Para que la conquista de la tierra y la vivienda, sea un mojón más en la lucha por –como dice la canción– el pan para nuestros cuerpos y rosas para el corazón.