Corría el año 82’ y en el estadio Obras se realizaba un festival que reunió cerca de 70.000 personas. Era la primera vez que se organizaba una fecha así luego de años de fuerte persecución y censura a artistas. Contó con figuras que en ese momento ya eran legendarias en el rock local como Charly García, Luis Alberto Spinetta y Pappo (entre otros). También habían otros artistas que empezaban a surgir como Virus. Una banda nueva de chicos glamorosos con sintetizadores oníricos y repeticiones rítmicas. Hacía un año habían sacado su primer disco Wadu Wadu.
Unos días después, la famosa revista Pelo le hace una entrevista a Federico Moura, el líder tácito de la banda para aclarar unos hechos inesperados que habían ocurrido en el recital. Según las palabras de la misma revista “el público agredió de palabra y de hecho en una situación incomprensible” la actuación de la banda. Al parecer, mientras tocaban parte del público comenzó a insultar a la banda y a tirarles monedazos. Esto no detuvo a Virus, que siguió tocando. En la entrevista Moura explicaba: “Nosotros seguimos porque había gente que disfrutaba de la música y merecía que siguiéramos tocando” -y agregaba sentencioso- “Además, no tiene sentido achicarse en un escenario...”
El público del rock venía, en la década anterior, de ser encasillado desde todo tipo de instituciones. En la música encontraban el abrigo para refugiarse de los agravios del Estado militar. Los artistas locales se las ingeniaban para hablar de lo que pasaba intentando que no fuera lo suficientemente obvio para que las fuerzas armadas lo censuren. En esto debe estar parte de la explicación de lo mal que pegó en los que comúnmente se congregaban en los recitales el hecho de que alguno diga arriba del escenario (unos años después del recital de Obras) que “a la vida hay que hacerle el amor”.
Virus, y en particular Federico Moura no ignoraban este sentimiento en el público. La angustia que generaba el Estado militar no les era ajena tampoco: el mayor de los seis hermanos Moura, Jorge, militaba en el ERP y fue desaparecido. Se podría decir en realidad que después de años de la derrota que la dictadura significó donde los músicos, de alguna manera, buscaban contener, la banda quería generar en el público el deseo de bailar y pasarla bien. Esto no significaba la antítesis al compromiso social. La New Wave quería seguir peleando y a la vez, retomar el amor a la vida, profundizar en el goce que también había sido un objeto prohibido durante esos años. Esto aparece fuertemente en las letras de su segundo álbum Recrudece. Además incluyeron algunas polémicas que estaban abajo de la alfombra, como los temas referidos a la diversidad sexual que son visibles en canciones como “Los sueños de drácula”, del álbum El Agujero Interior.
Con sus matices musicales, Virus formaba parte de la misma generación que Los Redondos que hablan de los “Rockeros bonitos, educaditos” o de Sumo: “Un pseudo-punkito/ con el acento finito/ quiere hacerse el chico malo/ tuerce la boca/ se arregla el pelito/ toma un trago/ y vuelve a Belgrano”. El viejo público del rock, que alababa a Riff y vestía camperas de cuero prefería las letras directas, preponderantes en la década de los setenta. Muchos acordaron que el rock era eso y no otra cosa. Como cualquier cambio de tiempos el choque generacional produjo muchas tensiones y a los muchachos que perseguían por tener el pelo largo les costaba digerir que en el escenario se empiece a mover otra cosa. Se toparon con la poesía neobarroca donde los conceptos valen más que la sumatoria de palabras, las camisas coloridas y los bailecitos en el escenario. Por eso, las bandas ochentosas, sobretodo las New Wave, tuvieron que hacerse un lugar a los codazos, deshaciendo los prejuicios condenatorios a los que eran sometidos de un lado y del otro. Virus no fue la excepción, y por eso, antes de consolidarse como una banda a nivel latinoamericano tuvo que dar, como diría Maiakovski, “una bofetada al gusto del público” para abrirle paso también al nuevo público que necesitaba hacer lo que el cuerpo le pedía: Bailar y gozar (que es tan necesario, mi amor).
En la década de los 80’ hubo un cambio radical de concepción y composición del rock tanto a nivel internacional como nacional. Era un mundo convulsionado y particularmente en Argentina, donde terminaba la dictadura militar y venían los aires de la vuelta a la democracia. Esto tuvo una incidencia profunda en el rock local, que comenzó a ser exigido por la industria musical para producir y promover sus nuevos sonidos. La anécdota de Virus en Obras es una ilustración del clima de época en los nuevos artistas que empezaban a surgir y recomendaban “largar la piña en otra dirección”. En una década extrañada por el fin de la dictadura, como mostraba Charly con Clics Modernos, y la necesidad de que hubiesen bandas como los Twist que hicieran bailar y liberar los cuerpos, Virus tuvo su propia impronta. Como plantea Juan Bautista Duizeide en su libro “Federico Moura. Ironía y romanticismo”, La suma del sonido de sus teclados tan propio e identificable, la colaboración en las letras de Roberto Jacoby, su producción irónica sin caer en lo cínico y la voz enigmática de Federico Moura dieron como resultado una “rara avis” del rock. Hablar de Virus también es hablar de su culto al hedonismo, que como mostraban bandas internacionales como los Rolling Stones, puede ser interpretado como algo propio de la época. Pero mientras el hedonismo de los Rolling respondía a la necesidad de integrarse al sistema, en Virus fue una respuesta vital a la represión que había ejercido la dictadura sobre la juventud y sus cuerpos. Por eso, Moura cantaba en “El rock, mi forma de ser”: “solo quiero sacudirte/ para darme satisfacción/ solo quiero sacudirte/ en plaza Constitución/ solo quiero sacudirte/ porque sos mi generación”.
Desde su aparición en 1981 hasta la muerte de Federico Moura, Virus generó 8 discos: Wadu Wadu, Recrudece, Agujero interior, Relax, Locura (que esta semana cumplió 35 años), el disco en vivo Virus Vivo , Superficies de Placer y Tierra del Fuego. El repaso cronológico de su trayectoria nos sumerge en las expectativas de esa generación y en la progresiva extinción de ellas. Hay que recordar que a mediados y finales de la década de los 80, la promesa alfonsinista de que con la democracia “se come, se educa y se cura” se desdibujaba, sintiéndose cada vez más los planes de ajuste, las amenazas carapintadas, la hiperinflación y la desocupación. Pero el mundo también comenzaba a girar diferente. Se sentía en la nuca el fin de la URSS y el comienzo de la arremetida neoliberal. La letra de “Epocalipsis” da unas pinceladas de ese aire enrarecido: “Mueren los días/ Los siglos/ Otro milenio/ Se apaga/ Pero en mi pecho sigue igual/ El hueco de la soledad/ Dibuja un vicio circular/ Zonas de nada/ Violenta/ Bifurcaciones/ Acechan/ Busco un atajo personal/ Para salvar el huracán/ Unos proyectos de canción”. En “Polvos de una relación”, que puede interpretarse no solo como el ocaso amoroso sino también como las nuevas relaciones amorosas y económicas, Jacoby escribe “Todo lo sólido se esfuma/ Polvos de una relación” quizás, en un homenaje, quizás, en forma de despedida de las ideas que encarna el marxismo: “Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás” dice Marx en el Manifiesto comunista.
Era un momento donde no había una perspectiva clara de lo que vendría, tanto porque tocaba la puerta el neoliberalismo de los 90, como también el avance de la enfermedad de Federico Moura, que se lo llevaría definitivamente el 21 de diciembre de 1988. En esa encrucijada, parecía que era necesario “salvar unos proyectos de canción”. Y así fue. La música de Virus, a diferencia de otras bandas de la época, son una foto fidedigna de una generación que respiró una bocanada de oxígeno, y al compás del guiño irónico y la crítica a las viejas formas, supo bailar hasta el día de hoy, como una adolescente sin edad.