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La Izquierda Diario
29 de noviembre de 2024 Twitter Faceboock

Contrapunto
Madrid, la convocatoria de CGT y el debate sobre la huelga general metropolitana
Diego Lotito | @diegolotito

En los primeros días de octubre CGT informaba la convocatoria de una Huelga General en Madrid para fines de octubre. En un comunicado llamaba a colectivos sociales y sindicales alternativos a sumarse, pero la convocatoria se lanzaba unilateralmente. En esas condiciones, el debate estaba servido: ¿Qué tipo de huelga? ¿Con qué fuerzas? ¿Con qué programa? ¿En qué fecha? En este artículo queremos profundizar la posición de la CRT en esta polémica.

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La situación en Madrid es crítica, no hace falta decirlo. Descontrol de los índices de contagio de la Covid. Medidas sanitarias ineficientes, contradictorias e irracionales. Descalabro de la sanidad pública, en especial de la atención primaria. Colas de hambre, despidos, paro y precariedad. Confinamientos racistas y clasistas de los barrios obreros. Militarización y represión policial. Motivos no faltan para una Huelga General que plantee una agenda de la clase trabajadora y los sectores populares.

Desde que se conoció la convocatoria de CGT la posición de la CRT ha sido favorable a la huelga y a participar de todas las instancias unitarias para garantizar que esta fuera efectiva. De hecho, antes de que la organización anarcosindicalista planteara esta convocatoria, veníamos sosteniendo la necesidad de una huelga general en Madrid en virtud del agravamiento de la pandemia, el crecimiento del desempleo, la precariedad y la militarización de nuestros barrios y para que este sea tomado por la mayoría social debe ser un programa no corporativo, es decir, debe dar respuesta a los padecimientos que sufre el conjunto de la clase trabajadora y los sectores populares. Y que en función de todo lo anterior hay que conquistar aliados y sumar fuerzas, no solo entre la izquierda sindical y los movimientos sociales, sino apuntando hacia sectores más amplios de la clase trabajadora, lo que presupone disputar a las burocracias sindicales “mayoritarias” la base obrera, exigiendo públicamente a CCOO y UGT a que dejen de actuar como correa de transmisión de los intereses de la CEOE y el Gobierno “progresista” y se sumen a organizar la huelga general.

La convocatoria de CGT no ha seguido esta lógica sino más bien la opuesta. Primero, se ha presentado una convocatoria sin fecha ni programa, sin planificar previamente con qué aliados se llevaría adelante y mucho menos hacer algún tipo de apelación a los sindicatos mayoritarios. La difusión de la convocatoria para el día 30 de octubre, saltándose un preacuerdo alcanzado en una reunión con otras organizaciones de orientarse hacia fines de noviembre, fue quizá la máxima expresión de este método. Obviamente esta dinámica ha generado descontento entre diversos colectivos sindicales, sociales y políticos en principio favorables a impulsar una huelga general en Madrid.

Finalmente, CGT ha rectificado y ha hecho público un nuevo comunicado en el que informa que se ha modificado la fecha de la Huelga General en Madrid para el próximo 11 de noviembre “tras conocerse la voluntad de otros colectivos y organizaciones sociales y sindicales de secundar y participar activamente en esta jornada reivindicativa”. La realidad es que la nueva fecha es el resultado de un debate en el que muchas organizaciones, entre ellas la CRT, plantearon otra vez a CGT que el 11 de noviembre era precipitado si se buscaba el éxito de la convocatoria. Pero el día 11 (como máximo) era inamovible por parte de CGT. Y así estamos, a 15 días de una huelga general en Madrid, que podría haberse preparado mejor.

Condiciones objetivas y subjetivas

Las condiciones que abonan la necesidad de una huelga general en Madrid que imponga un programa de emergencia para las mayorías sociales son incontestables. Desde el inicio de la pandemia las tendencias prexistentes a la crisis económica y social se han visto radicalizadas, con sus secuelas de muerte para decenas de miles de personas y de aumento de la miseria, la pobreza, el paro y la precariedad para millones de trabajadores y trabajadoras. Estas condiciones, que expresan una profundización de la descomposición del capitalismo, son de carácter internacional. Pero es en las grandes metrópolis como Madrid donde se ven más claramente sus efectos catastróficos.

Momentos de crisis profunda como el que estamos viviendo llevan a que se desate la lucha de clases, incluso a situaciones de radicalización social y política. Estas situaciones, sin embargo, no “caen del cielo”. Como diría Trotsky, se forman “por la acción reciproca de factores objetivos y subjetivos”. Como sabemos, la “armonía” entre las condiciones objetivas y subjetivas no es un fenómeno frecuente. Pero en este marco, la actitud que tengan las direcciones del movimiento obrero es el factor subjetivo de primer orden.

«¿Cuál ha sido durante toda la pandemia el rol de los llamados sindicatos “mayoritarios”? Lejos de llamar a la organización y el combate en defensa de la salud y la vida de nuestra clase, lo único que han hecho las cúpulas CCOO y UGT ha sido felicitarse a sí mismas de haber sido invitadas nuevamente a la mesa de diálogo social con la CEOE y el Gobierno.»

El impacto de la crisis sanitaria, económica y social en la clase trabajadora ha generado una profunda rabia social que se expresa con ritmos desiguales en distintas regiones y países del mundo. En el Estado español, y en especial en Madrid donde más ha golpeado la Covid, la crisis sanitaria, la proliferación de ERTEs, la intensificación de la precariedad laboral, la profunda división interna de la clase trabajadora, combinadas con niveles bajísimos de sindicalización, han minado la moral y la capacidad defensiva de la clase trabajadora durante el período previo.

Con esta situación ha colaborado, sin lugar a dudas, la izquierda neorreformista. En los últimos años Podemos e Izquierda Unida canalizaron el descontento social hacia la política institucional, primero desactivando la calle, para terminar integrándose al Gobierno de coalición con el PSOE. Su papel en la crisis actual, de adaptación completa a la gestión liberal del Estado capitalista de la mano de Pedro Sánchez, es el resultado inevitable de esta deriva política.

Sin embargo, si el nivel de respuesta social y en la lucha de clases está tan por detrás del nivel de ataque que estamos sufriendo es también por el rol que juegan las direcciones oficiales del movimiento obrero. ¿Cuál ha sido durante toda la pandemia el rol de los llamados sindicatos “mayoritarios”? Lejos de llamar a la organización y el combate en defensa de la salud y la vida de nuestra clase, lo único que han hecho las cúpulas CCOO y UGT ha sido felicitarse a sí mismas de haber sido invitadas nuevamente a la mesa de diálogo social con la CEOE y el Gobierno. Han vuelto allí de la mano de la ministra de Trabajo “comunista” para hacer lo que mejor saben: entregar a la clase trabajadora por un plato de lentejas.

La burocracia sindical es el principal instrumento de los capitalistas y su Gobierno para pasivizar al movimiento obrero, mantener la división de sus filas y fuera de los sindicatos a la mayoría de la clase obrera. Por eso mismo es vital interpelarlos, exigirles que rompan con la paz social, llamarlos a que convoquen a la huelga y denunciarlos públicamente por no hacerlo. Solo así se puede desenmascarar su papel conservador ante cientos de miles de trabajadores y trabajadoras que aún confían en sus buenos oficios.

En este contexto, por ser el sindicato más importante de la “izquierda sindical”, CGT tenía la responsabilidad de poner sobre la mesa la necesidad de la huelga general en Madrid. Así lo ha hecho, lo que ha sido una muy buena noticia. Pero si se decide luchar, esto no puede plantearse formalmente. Hay que prepararse y buscar todos los mecanismos para articular los volúmenes de fuerza necesarios para el combate, incluyendo la lucha por el frente único con otros sindicatos y organizaciones sociales. Esta consideración estratégica es elemental para pensar la relación de fuerzas y las posibilidades de éxito de la acción. Si no se actúa así, entonces no se está preparando una huelga general, sino un desfile o una jornada de protesta más. Una jornada así es necesaria, pero hay que llamar a las cosas por su nombre.

¿Huelga general, huelga social, huelga ciudadana?

La convocatoria de CGT ha generado dos posiciones en nuestra opinión equivocadas: por un lado, una posición sectaria que, apoyada en críticas parciales a la CGT y consideraciones correctas sobre los límites de la convocatoria, la relación de fuerzas, etc., es contraria a impulsar la unidad de acción, en algunos casos encubriendo posiciones oportunistas. Por otro lado, una posición superficial, de corte posmoderno, que relativiza las dificultades subjetivas de la situación desplazando los elementos que determinan el éxito de una huelga general; o sea, que se llame así, pero no sea verdaderamente una huelga general.

«Para nosotros una huelga en Madrid debe ir obviamente contra el Gobierno de Ayuso, pero debe al mismo tiempo señalar explícitamente las responsabilidades del Gobierno central.»

La primera posición no vale la pena discutirla demasiado, al menos en este artículo. El sectarismo es una enfermedad infantil evidentemente muy difícil de erradicar. Como escribió Trotsky, “Para el sectario, todo aquél que trata de explicarle que la participación activa en el movimiento obrero exige el estudio permanente de la situación objetiva en lugar de los consejos altaneros pronunciados desde la tribuna profesoral sectaria, es un enemigo. En lugar de dedicarse a analizar la reali¬dad, el sectario se dedica a las intrigas, rumores e histeria.” [1] Aunque hay también actores cuya posición sectaria con la huelga esconde un profundo oportunismo. Trabajan conscientemente en contra de una huelga, no solo general, sino incluso contra huelgas sectoriales, porque consideran que “con la que está cayendo” no es momento de desarrollar la lucha de clases sino de sostener al Gobierno progresista. En esta posición se encuentran en Madrid algunos sectores que, aunque son opositores a Ayuso, defienden al Gobierno central.

Para nosotros una huelga en Madrid debe ir obviamente contra el Gobierno de Ayuso, pero debe al mismo tiempo señalar explícitamente las responsabilidades del Gobierno central, como plantea nuestra compañera Lucia Nistal en una reciente editorial. La manifestación de este domingo 25 de octubre en Madrid, tiene justamente la virtud de plantear la lucha por la defensa de los servicios públicos, “gobierne quien gobierne”.

La segunda posición, sin embargo, resulta más interesante. No solo porque representa una visión bastante extendida entre algunos sectores del activismo social y de la izquierda sindical, sino porque parece ser la posición de la CGT ante su propia convocatoria. Las formulaciones son variadas, desde la idea de una “huelga social” a una “huelga ciudadana”, o una definición por la negativa, “no es una huelga clásica”. En cualquier caso, lo esencial es que el éxito de la “huelga” no se mida en función de si se para o no la producción, ni el transporte ni ningún sector estratégico desde el punto de vista del funcionamiento de la economía capitalista. [2]

«La definición de la huelga como “social” o “ciudadana” como un eufemismo para hacer pasar una jornada de lucha como si fuera huelga general no ayuda. Es más bien una manera de esquivar el verdadero debate: ¿cómo se prepara una huelga general efectiva en una gran metrópoli como Madrid...?»

Naturalmente, una huelga general puede ser de diversos tipos. Si recordamos el famoso debate de Rosa Luxemburg y Karl Kautsky, existe una diferencia fundamental entre una "huelga de protesta" o "huelga demostrativa", que es una medida de lucha aislada y pacífica, generalmente con el objetivo de exigir algo al Gobierno, y una huelga general política (o "huelga coercitiva"), que golpea los cimientos del poder capitalista. [3] Obviamente ni CGT ni nadie está planteando una huelga general política con el objetivo de derrocar al Gobierno de la Comunidad. Pero tal cual está planteada, la huelga que promueve CGT ni siquiera llegaría al status de huelga de protesta. Porque las huelgas, aunque sean parciales y de presión, se preparan, se sostienen en el trabajo en la base y en la autoridad conquistada en la vanguardia obrera, la cual naturalmente se gana en la lucha de clases.

La definición de la huelga como “social” o “ciudadana” como un eufemismo para hacer pasar una jornada de lucha como si fuera huelga general no ayuda. Es más bien una manera de esquivar el verdadero debate: ¿cómo se prepara una huelga general efectiva en una gran metrópoli como Madrid, en un marco de crisis económica, social y sanitaria, con una clase trabajadora precarizada y dividida internamente, y bajo la dirección mayoritaria de burocracias sindicales contrarias a impulsar la lucha de clases? Esa es la cuestión.

La lucha por la Huelga General Metropolitana

La reconfiguración de la clase obrera en las últimas décadas, con el desarrollo de grandes ciudades y metrópolis, en las que se integran sistemas cada vez más complejos e interdependientes de comunicaciones, distribución de energía, logística de mercancías y tránsito de personas de los que depende la economía capitalista, plantea hace tiempo la necesidad de repensar el problema de la huelga general.

Este proceso, diseñado y controlado por la burguesía, ha tenido un efecto no deseado para el capital: otorgar un renovado poder social a la clase trabajadora de las grandes ciudades concentrada en los servicios estratégicos. Sectores en los que se reúne a su vez gran parte de una nueva clase trabajadora precarizada que se mezcla de forma original con muchos de los “viejos” trabajadores en plantilla fija y sindicalizados. Este fenómeno no es nuevo, es internacional y se ha desarrollado de un modo extraordinario en los últimos 30 años, dando lugar a profundos procesos de la lucha de clases. [4]

Analizando la histórica huelga general de 1995 en Francia, un hito en este proceso, el filósofo autonomista italiano Tony Negri planteaba que se imponía pensar la acción militante como una huelga metropolitana, es decir como un conflicto de toda la ciudad. [5] Negri considera la huelga metropolitana, para decirlo en sus palabras, como una “forma específica de recomposición de la multitud en la metrópoli”, no como una socialización de la huelga obrera sino más bien como una “nueva forma de contrapoder” que en última instancia tiene el objetivo de refundar la ciudad, “reconstruir la metrópoli”. Esta idea resurge después del 15M, al calor de los debates hacia la huelga general del 29 de marzo de 2012 contra la reforma laboral del PP.

«Desde nuestro punto de vista es la acción obrera con sus métodos, paralizando posiciones estratégicas, la que direcciona y da capacidad de coerción sobre el capital a un movimiento que unifica a trabajadores, mujeres, jóvenes precarios y amplios sectores populares.»

La potencialidad de la idea de Negri es que plantea una huelga que abarca todo el tejido urbano, todos los espacios de producción y reproducción social de las metrópolis y su periferia. El principal límite es que su concepción desconoce la centralidad del trabajo asalariado y de la empresa como el centro organizador de la clase obrera y de la actividad capitalista, con todo su potencial para desarrollar una política “hegemónica”, situando el despliegue de la lucha sólo en una dimensión territorial.

Desde nuestro punto de vista es la acción obrera con sus métodos, paralizando posiciones estratégicas, la que direcciona y da capacidad de coerción sobre el capital a un movimiento que unifica a trabajadores, mujeres, jóvenes precarios y amplios sectores populares. La huelga como acto de subversión del trabajo, paraliza la actividad de las empresas y diferentes lugares de trabajo atacando el interés capitalista. Es a partir de este hecho que la población es involucrada. La acción común transforma la lucha reivindicativa en causa social, en lucha política, trastocando la normalidad burguesa e involucrando a toda la ciudad.

La cuestión no es contraponer las posiciones estratégicas con el territorio, sino integrarlas, desarrollando el potencial hegemónico de la clase trabajadora, como denomina Juan Dal Maso a “la capacidad de crear una fuerza mayor a la del propio sector aislado, a partir de una posición estratégica en el funcionamiento de la economía cuya interrupción afecta obligadamente a otros sectores, o a partir de una función cuyo ejercicio implica la relación entre distintos sectores populares”.

«Para que haya una verdadera "huelga social", tiene que haber una verdadera huelga general que paralice el conjunto de la actividad capitalista.»

En tanto es una huelga industrial, logística, del transporte y las comunicaciones, que interrumpe el flujo de producción y circulación de mercancías, personas y ganancias, la huelga general metropolitana adquiere un carácter “social” (superando el estadio sindical-corporativo), integrando la multiplicidad de “sujetos” que el capitalismo ha reconcentrado en las grandes urbes: la clase trabajadora organizada en los sindicatos, la juventud precarizada de los barrios populares -que mayoritariamente no está sindicalizada-, las y los estudiantes, las personas migrantes, los parados, los pensionistas, los movimientos barriales por el derecho a la vivienda, colectivos antirracistas o el movimiento de mujeres. Es una huelga que genera las condiciones para que paren los que no pueden parar (como las y los precarios, quienes no tiene contrato, la mayoría que no está sindicalizada), uniendo la fábrica, la estación de metro, la tienda, el bar y el barrio en un movimiento impugnador del capital.

Dicho de otro modo, para que haya una verdadera “huelga social”, tiene que haber una verdadera huelga general que paralice el conjunto de la actividad capitalista. En este sentido, la huelga general metropolitana recupera la tradición más profunda de la lucha de clases situada en los orígenes del movimiento obrero en el contexto del capitalismo del siglo XXI.

El camino hacia esta huelga está plagado de ensayos y errores. De más está decir que no se extingue en un solo acto, y mucho menos en un acto mal preparado. Implica una dura lucha contra las burocracias sindicales que subordinan los intereses de la clase trabajadora a los capitalistas y nos mantienen divididos. Pero también implica una lucha contra el corporativismo y el rutinarismo. Es una tarea que va más allá de la huelga misma y apunta en última instancia a una recomposición revolucionaria de la capacidad de lucha (defensiva y ofensiva) de clase trabajadora.

En este contexto, desde la CRT sostenemos que la jornada de huelga y protesta que convoca la CGT y otros colectivos, más allá de los límites que señalamos, tiene que ser un paso en este sentido, que ayude a forjar la coordinación entre distintos sectores, escalonando la lucha en el camino de preparar una verdadera huelga general. Desde esta perspectiva es que impulsamos la participación en la jornada del 11N.

 
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