El Estado mostró su peor cara, lejos de la autocrítica por la escasa contención de quienes peor la están pasando en esta crisis inducida, recayó en la salida fácil: reprimir al débil para contener las corridas por derecha. Esa señal quiebra un hilo de ilusión creado al calor del “volveremos mejores” o el reeditado “vengo a proponerles un sueño” de Néstor. Si Guernica fue el punto de inflexión, la jornada siguiente del 31 de octubre, con la ola de desalojos, es una cachetada a la credibilidad de quienes prometieron que la salida era con todas/os. Y no es tan sólo la defensa de la propiedad privada lo que está en juego, sino el carácter simbólico que representa golpear al pobre para dejar tranquilos a las/os ricas/os y a la derecha desclasada que le encanta golpear la essen -quizás su propiedad más cara- por cualquier cosa que huela a derechos al pobre.
Hace unos días le hice una foto a Walter cocinando tortas fritas. Hoy, con su nena al hombro, junto a su compañera suplicaron que les dejaran sacar la ropa, intentaron convencer a la policía sin lograrlo y el resultado fue la detención violenta de su pareja. Nada más desgarrador que verlas/os mirar arder lo poco que tenían.
Estela y Maximiliano tienen trabajos informales, no llegan a fin de mes y tienen dos hijas. Venirse a la toma es la solución de hoy a un problema de ayer. Tanto el municipio como la provincia les ofrecen ir al banco de tierras, lugar donde la esperanza envejece. No estar registrados, no contar con un salario formal es una condición que los deja en lugares de no prioridad. Hoy entre lazos de manos intentaron defender su rancho, pero la aleccionadora retroexcavadora de vialidad provincial demolió sus ilusiones.
Abigail y Sebastián han dejado la modesta casa que alquilaban, no pueden pagarla y mudaron todas sus cosas a la toma, también como sus vecinas/os tuvieron que ver cómo sus cosas fueron pulverizadas por el fuego. Entre lágrimas, Sebastián registró con su teléfono el momento.
Va aquí este fotoreportaje del paso de las políticas públicas que los gobiernos decidieron llevar adelante, sin grietas, sin distinciones. Hoy el Estado dejó a su paso tierra arrasada y aún huele a quemado. Y lo más triste es que el problema sigue tan vivo que quizás más temprano que tarde los sueños de tierra para vivir se transformen en sus pesadillas.
Walter
Estela y Maximiliano
Abigail y Sebastián
Fotos: Martín Álvarez Mullally |