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2 de noviembre de 2020 Twitter Faceboock

Debates
¿Vuelve la teoría del cerco?: culpar a Berni por Guernica para cuidar a Kicillof
Eduardo Castilla | X: @castillaeduardo

Periodistas y medios oficialistas intentan presentar al gobernador bonaerense casi como una víctima. Un relato que no tiene nada de nuevo y es funcional a una escalada represiva.

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El 12 de marzo de 1974, cuando habían transcurrido casi dos semanas del golpe policial que pasó a la historia como Navarrazo, Montoneros publicó en El Descamisado la siguiente conclusión: “No cuesta mucho ver que todo esto es parte de una conspiración contra Perón y contra el pueblo que se extiende a todo el país. Desde la masacre de Ezeiza, la burocracia sindical, junto a López Rega, Osinde, Martiarena, vienen desplegando su plan terrorista”.

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La participación de Perón en el golpe que derrocó a Obregón Cano y Atilio López era tan evidente que solo una ceguera consciente -y decidida- podía evitar verla.

Aquellas palabras era un ejemplo más -entre una multiplicidad- de la llamada “teoría del cerco, que buscaba atribuir las responsabilidades por el accionar creciente y brutalmente represivo al “entorno” del viejo líder vuelto del exilio. Un relato -para usar terminología contemporánea- que salvaguardaba su imagen ante las grandes mayorías populares.

La ingenuidad candorosa de aquella “teoría” cobra sus propios contornos -acordes a nuestra época- por estas horas. El trasfondo es la represión durísima desatada en Guernica contra familias pobres que reclamaban tierra para vivir. Represión que, a pesar del enorme operativo desplegado, encontró una fuerte resistencia protagonizada por jóvenes y familias.

Demostrando falta de creatividad, cierto progresismo intenta presentar a Axel Kicillof como una suerte de víctima, como el involuntario protagonista de una situación que le fue impuesta por circunstancias ajenas a su voluntad.

Parte de ese relato intenta exhibir al Poder Judicial -incluyendo juez y fiscales- como responsables casi exclusivos de la durísima represión. Por ejemplo, se escribe que “esta justicia racista y clasista, acicateada por medios de prensa y sectores de poder que solo conocen los artículos de la Constitución que protegen a la clase propietaria, impidió que las negociaciones concluyeran en paz. Si los gobiernos de Kicillof y Alberto Fernández, no hubieran estado bajo la presión mediática que intenta presentarlos como auspiciantes de las ocupaciones ilegales, habrían podido demorar la intervención armada, incluso denunciar la provocación de los fiscales”.

Lo que resulta inentendible -por más que se busque y se rebusque- es porqué esa denuncia contra el fiscal no fue realizada en los casi 100 días que duró el proceso de recuperación de tierras. ¿Acaso no sabía el Gobierno de Kicillof que Condomí Alcorta era un derechista confeso, que llegó a afirmar que los padres usaban “a sus hijos como escudo" en Guernica? Lo sabía todo el país y no el Ejecutivo bonaerense.

En la misma tónica, nos encontramos con afirmaciones como “si algo debiera estar claro es que en el fondo de Guernica hay una infamante justicia de clase. Todo lo demás, aunque atractivo y necesario de analizar, es secundario en medida prevalente (…) ¿Querían Justicia independiente, los promotores de que el kirchnerismo estuvo detrás de la toma? Ahí la tienen a la Justicia ésa, en todo su esplendor”.

El progresismo redescubre el carácter clasista de la Justicia. Pero entonces, si el fallo y la decisión tienen ese tinte social ¿porqué se la obedece? Si la decisión judicial tiene un marcado carácter de clase -y lo tiene-, la resolución de Kicillof de acatarla también. El relato se muerde la cola. Cuando se quiere subestimar una represión contra familias pobres se dicen muchas idioteces.

Escribimos, vale aclarar, con la mayor de las moderaciones.

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Pero el demonio malvado de este relato tiene nombre y apellido. El aspirante a “López Rega” de nuestro tiempo se llama Sergio Berni. Perfil y discursos los ponen en una misma línea conceptual. No dudamos de que la vocación del ex carapintada e infiltrado apunta en aquella dirección. El festejo exultante en las redes el mismo día que reprimió a miles de familias revela las cosas como son. La celebración de sus represiones pasadas -variadas y recurrentes- también.

Apuntando a recrear el “cerco”, leemos, por ejemplo, que Sergio Berni puede ser definido como “la mano derecha de Kicillof”. Una mano derecha que, mientras se negociaba en Guernica, “se paseaba por televisión coqueteando con la gran derecha nacional y global, extorsionando a la pobreza y estigmatizando a sus representantes, dispuestos a criminalizar la pobreza, pensando el problema de la vivienda con el código penal en la mano, en tándem con los operadores judiciales”.

En esta hermosa historia, la “mano izquierda” sería Andrés Larroque. La realidad, otra vez, desmiente los discursos. El ministro de Desarrollo y Hábitat cumplió a rajatabla el papel de extorsionador profesional contra las familias pobres. Fue el vocero indirecto de la amenaza represiva, el encargado de pedir una rendición incondicional para que no hubiera balas y palazos.

Si se apela a la metáfora de las manos, hay que precisar: la mano izquierda fue la encargada de amagar con la piña durante semanas. La mano derecha fue la aplicó el golpe.

Pero volvamos al villano de la novela. En el progresismo periodístico también se afirma quees un asco el discurso fascistoide de Sergio Berni, quien viene a ser un extremo por derecha ferretera de ese mismo Frente al igual que lo es Sergio Massa en su costado liberalote”.

Sí. Chocolate por la noticia, hubiéramos dicho hace un par de décadas. Ignoramos si se sigue usando. Eso es Sergio Berni. Lo era cuando fue consagrado ministro provincial o cuando lo sostuvieron a pesar de su actuación ante la desaparición y muerte de Facundo Castro. Por eso lo eligieron: para atraer el voto fascistoide y para dirigir un ejército represivo llamado Policía Bonaerense. Y porqué tenían la garantía de su experiencia al frente de múltiples represiones, como el Indoamericano en 2010, o la lucha de Lear en 2014. Sorprenderse es de ingenuo. O de cínico.

Por suerte, al final la verdad siempre triunfa: el mismo gobernador se encarga de confirmar que él tomó la decisión política de reprimir en Guernica. Lo hizo -nuevamente- este lunes por la mañana en una entrevista radial, cuando afirmó que “había una orden de desalojo de la justicia, podíamos no acatarla, pero se acató”.

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En los años 70, la teoría del cerco cumplió el triste papel de disfrazar a Perón de víctima, al tiempo que el viejo líder impulsaba el accionar contrarrevolucionario junto a la derecha peronista. Incapaz de romper estratégicamente con Perón y con una estrategia de conciliación de clases, la izquierda de ese movimiento apeló al cerco, en una suerte de autoengaño activo.

Las modernas “teorías” del cerco apuntan a la misma funcionalidad. Los “malvados” Berni y Condomí Alcorta vienen a ser los culpables de una represión ordenada por las “víctimas” Kicillof o Alberto Fernández. Nada más lejos de la realidad.

En los años del Cordobazo, la consecuencia de esa ubicación tuvo resultados dramáticos. La clase obrera, protagonista de un enorme y poderoso ascenso revolucionario, no pudo superar políticamente al peronismo y terminó derrotada por el régimen genocida.

Hoy, con la represión aplicada en Guernica -en las mismas horas que se aprobaba un Presupuesto de ajuste- se anuncia un "programa" para capear la crisis económica y social. La resistencia desplegada por familias y jóvenes anuncia las luchas que vendrán contra esa política. El futuro se presenta con los contornos de la lucha de clases, cada vez más marcados.

En esas condiciones, cuando se hace evidente que solo la lucha activa de millones puede impedir que la aguda crisis recaiga sobre sus espaldas, la pelea por superar políticamente la experiencia peronista sigue siendo de una importancia vital. Derribar las modernas y patéticas "teorías del cerco" es parte de esa batalla.

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Los artículos citados en esta polémica corresponder a Horacio Verbitsky, en El Cohete a la luna; Esteban Rodríguez Alzueta en La Tecl@ EÑE y a Eduardo Aliverti en Página/12.

 
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