Para quienes salimos de colegios públicos, es común que, de nuestra generación, sea solamente una minoría quien realice las Pruebas de Aptitud Académica (PAA), más conocidas como examen de admisión a las universidades públicas. Es aún más reducida, la cantidad de estudiantes que aprueban el examen de admisión, y también, una minoría quienes lograr ingresar a una carrera. Este proceso para ingresar a la universidad, se convierte en lo que, en palabras comunes, se llama un coladero.
La lógica que se esconde bajo ese coladero, es profundizar las desigualdades sociales para la clase trabajadora y su juventud. Para esta juventud, a quienes se les cierran las puertas de la “educación pública y gratuita”, no les queda más que el camino del endeudamiento para estudiar en universidades privadas, o apostar por el camino del trabajo precarizado (la juventud y las mujeres se encuentran encabezando los índices de trabajo precarizado e informal).
La crisis sanitaria y económica actual, ha venido a afectar todos los ámbitos de nuestras vidas. La educación, es uno de esos ámbitos. El paso abrupto de clases presenciales a clases virtuales, trajo una serie de limitaciones que el MEP no logra solventar, pues son problemas estructurales que, antes de la pandemia, ya estaban, pero a las que nunca se les dio respuesta.
Pese al esfuerzo de docentes de secundaria (así como de primaria), hay una cantidad grande de estudiantes que no logran conectarse a las clases virtuales. Y, aunque existe la opción de poder realizar de manera física las Guías de Trabajo Autónomo (GTA), estarían perdiendo las explicaciones virtuales, así como horas de consulta. Si la educación es un derecho, todo estudiante debería tener derecho a acceso a internet de calidad, así como a algún dispositivo desde el cual recibir clases virtuales. Sin embargo, esto no es un derecho, y hay miles de estudiantes sin acceso a internet y a un dispositivo adecuado. Esta desigualdad se profundiza en medio de la pandemia, por las rebajas salariales y el aumento abrupto del desempleo. Por ello, entre el alimento y el internet, este último no es una prioridad.
Además, la pandemia vino a poner sobre la mesa otro problema: la salud mental. En muchos hogares, el o la estudiante no tiene un ambiente óptimo para estudiar, pues pueden existir una serie de factores que le impiden concentrarse. La pandemia también puede agravar problemas de ansiedad o depresión, o bien, convivir en un hogar en el que esté presente la violencia.
Este panorama lleva a que la calidad de la educación disminuya, y no exista un aprendizaje significativo. Aun así, ya fue anunciado que los exámenes de admisión (pruebas PAA) se realizarán del 1 al 20 de diciembre. Si ya antes de la pandemia, solamente 1 de cada 6 estudiantes que realizaban el examen de admisión lograban ingresar a la universidad, frente al nuevo panorama que nos receta la pandemia, esas cifras –preocupantes, ya-, podrían aumentar considerablemente.
El examen de admisión, al ser un limitante para el ingreso a la educación superior pública, se convierte en un mecanismode exclusión contra la juventud de la clase trabajadora. Por ello es necesario pelear por la eliminación del examen de admisión, por el acceso irrestricto a las universidades públicas.
Si la excusa del gobierno y las autoridades universitarias es la falta de presupuesto, exigimos el no pago de la deuda externa, que es una deuda impagable e ilegítima, así como el no pago del préstamo con el Banco Mundial, para que ese dinero se destine en la contratación de personal docente, construcción de edificios y así poder garanizar acceso a la educación superior para todas las personas que deseen estudiar, y que el modelo actual excluye.
Con los recortes a la educación, a la cultura, y con un panorama como el descrito anteriormente, las movilizaciones que han atravesado el país desde setiembre -cuando las mujeres reclamaron contra los femicidios, con el punto más alto en el rechazo al acuerdo de deuda con el FMI, pero también recientemente en las marchas contra los recortes a cultura y la campaña contra la pesca de arrastre- muestran que la rebelión de la juventud en países como Chile, Estados Unidos y Colombia se ha expresado también en el país.
Tal parece que las sociedades capitalistas no dejan de poner limitaciones a la juventud de la clase trabajadora, el camino queda abierto para construir organizaciones revolucionarias, que permitan luchar por el derecho al pan y también el derecho a la poesía; es decir, a una vida digna, a una vida que merezca la pena ser vivida.
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