El final de la década del 60 estuvo marcado por un ascenso revolucionario en el marco de una crisis capitalista mundial, abierto por grandes hechos como el Mayo Francés, las movilizaciones contra la guerra en Vietnam o la masacre de Tlatelolco en México, mientras todavía estaban frescas las imágenes del triunfo de la Revolución Cubana. En esos procesos, los estudiantes y la juventud jugaron un papel importante. Esto también se replicó en nuestro país con el ciclo abierto por el Cordobazo en 1969 y los “azos” contra la dictadura de la llamada Revolución Argentina.
En esta nota repasamos el papel jugado por el movimiento estudiantil tucumano, centrándonos en el Tucumanazo de noviembre de 1970, hecho del cual el pasado martes 10 se cumplieron 50 años. Para ilustrar mejor este proceso, realizaremos un recorrido por los años previos.
Entre el cierre de los ingenios y la intervención a las universidades
El golpe de Estado de junio de 1966 encabezado por Juan Carlos Onganía llevó adelante una ofensiva contra los sectores obreros y populares, bajo discursos de “racionalización” y “modernización del Estado”. La provincia de Tucumán fue la primera en recibir el impacto de los planes del Onganiato, con el anuncio del cierre de 11 de los 27 ingenios azucareros. 200.000 personas que migraron de Tucumán y 50.000 nuevos desocupados, fue el resultado de la “reorganización”, que aumentó la concentración de la industria en pocas manos.
Este gran ataque derivó en la lucha de los trabajadores azucareros y los sindicatos de la Federación Obrera Tucumana de la Industria del Azúcar (FOTIA). Durante dos años hubo diferentes movilizaciones en la capital o en los pueblos, enfrentando a la represión (en una de ellas es asesinada Hilda Guerrero de Molina, una organizadora de las mujeres en torno al sindicato de Santa Lucía. Su funeral se transformó en una manifestación obrera y popular. [1]) y cosechando el apoyo popular. El impacto de la crisis y las luchas llegó hasta la cultura, como se vio en la experiencia de “Tucumán Arde” o en el cine de Gerardo Vallejos. Aunque finalmente se impuso la política de la dictadura, consumando una dura derrota.
Onganía también apuntó contra las universidades. Con el decreto ley 16.912 se intervino las universidades, prohibiendo el cogobierno universitario y anulando su autonomía (los rectores y decanos pasaron a ser interventores de la dictadura). Esta medida llevó a que amplios sectores de la clase media comenzaran un proceso de radicalización política que se generaliza desde 1969. La resistencia estudiantil en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) comenzó rápidamente con pronunciamientos, ollas populares y actos relámpagos en las calles, que muchas veces terminaban en represiones, y ocupaciones de edificios.
Mariano Millán señala que hubo una “excepcionalidad tucumana”, donde las luchas azucareras jugaron un papel clave. “La solidaridad estudiantil con estos trabajadores de la caña y el surco fue el fenómeno distintivo de 1967 y un eslabón de gran importancia en la cadena histórica de la formación del movimiento estudiantil tucumano de estos años. En primer lugar porque dotó al movimiento de un aliado de importancia y, sobre todas las cosas, combativo. En segundo, y más importante, debido a que por medio de esta alianza se fortaleció la tendencia a la unidad de acción del movimiento estudiantil reformista con el humanista, más cercano a los curas obreros de estos pueblos”, afirma [2].
Unidad obrera-estudiantil en las calles
A la par de las peleas contra el Onganiato, obreros y estudiantes irán confluyendo, primero con muestras de solidaridad y luego con la unidad en las calles. Esta unidad obrero-estudiantil persistió y en 1969 tendrá nuevas muestras. En abril de 1969 los vecinos de Villa Quinteros protagonizaran una pueblada, cortando la ruta 38 contra el desmantelamiento del ingenio y enfrentando una dura represión. El movimiento estudiantil realizó actos en repudio y los humanistas realizaron una huelga de hambre indeterminada exigiendo soluciones a los vecinos. Días después, el 16 de mayo, volvieron las marchas y barricadas estudiantiles por el asesinato del estudiante Cabral en Corrientes. El 19 la Federación Universitaria del Norte (FUN) realizó un paro y movilización a Casa de gobierno, al que se incorporaron también estudiantes secundarios y luego se formó la Coordinadora Secundaria. El 21 y 22 se realizó una huelga donde los estudiantes se defendían de la policía con cascotes. “Los alumnos emprendían acciones para provocar la intervención de las fuerzas policiales, entonces se replegaban, dispersándose, para volver a concentrar las fuerzas en otro sitio y atacar nuevamente”, señala Millán, quien habla de “una novedad táctica” en el enfrentamiento contra la policía. [3]. Con el Cordobazo en curso y el inicio del paro general del CGT del 30, los estudiantes pelearon junto al movimiento obrero que se movilizó. [4].
Durante los primeros meses de 1970, la situación del movimiento estudiantil fue relativamente quieta en comparación al año anterior. Esto no quita que se hayan dado peleas parciales contra las medidas “limitacionistas” que apuntaban a esmerilar algunas conquistas estudiantiles a través de exámenes de ingreso, ajuste o cierre de comedores y recortes presupuestarios. Las conmemoraciones del asesinato del estudiante Juan José Cabral y del Cordobazo también motorizaron acciones.
Pero además de estos reclamos propios, el movimiento estudiantil volvió a ser un aliado dinámico de los conflictos obreros. En la UNT, apoyando las huelgas de los trabajadores no docentes que reclamaban por el escalafón único. A nivel general, apoyando a los azucareros que realizaban diferentes acciones desde los ingenios, la textil Escalada, los ferroviarios de Tafí Viejo o la huelga docente de ATEP (aquí enfrentando al entonces interventor Jorge Rafael Videla). También participará en las manifestaciones callejeras durante los paros convocados por la CGT en septiembre y octubre. Como en 1969, aquí también interviene destacadamente el movimiento estudiantil secundario.
Además, a finales de octubre empezaron los reclamos por parte de los empleados judiciales por mejoras salariales, desembocando en un paro de la asociación gremial de empleados judiciales, a la cual también se sumaron abogados por la falta de respuestas del gobierno a sus reclamos salariales.
La defensa del comedor, punto de inflexión durante el Tucumanazo
Como parte de los planes “limitacionistas” y de recorte presupuestario, la gestión del interventor Paz (a quien los estudiantes habían apodado “el Inca” para jugar con su apellido) buscó cerrar el comedor universitario. La UNT concentraba a más de 10.000 estudiantes, de los cuales aproximadamente el 40% era de provincias vecinas y pueblos del interior, y un 30 % de los inscriptos declaraba la necesidad de ingresar al comedor. Una comisión estudiantil relevó que el número de plazas otorgadas era de 760 sobre 2.300 solicitudes [5].
Con un presupuesto insuficiente para mantener abierto el comedor durante noviembre y diciembre, allí comenzó un proceso de politización y organización que derivó en una comisión del comedor y en asambleas que fueron definiendo acciones callejeras como las ollas populares. A medida que pasaban los días, cada vez eran más los estudiantes en las ollas populares, que a su vez confluían con una huelga no docente y obreros de otras fábricas.
El martes 3 de noviembre, estudiantes y empleados no docentes confluyen en el Rectorado para realizar una asamblea. Allí se proclamó que el rector sería tomado como rehén hasta que de soluciones a sus demandas. En la noche del 4 de noviembre una columna de estudiantes y no docentes sale desde el comedor hasta la plaza Independencia, donde votan continuar con la medida de fuerza por tiempo indeterminado. Además, un grupo de 300 docentes de la UNT le exige al rector la equiparación de los sueldos con el resto del país.
El 8 de noviembre, los estudiantes resuelven un paro con concentración en cada facultad para coordinar las acciones hasta tanto se resuelvan los problemas del comedor y el reclamo no docente. También deciden apoyar el paro de 36 horas convocado por la CGT, para el 12 y 13 de ese mes. Esto incluye la conformación de “piquetes” para garantizar el paro y una comisión para establecer contactos con todos los sectores en lucha.
Cuatro días que sacudieron a Tucumán
El 10 de noviembre, sin respuestas a sus demandas, los estudiantes salen a las calles cortando algunas arterias del centro. La policía hace uso de un camión hidrante para reprimir a los estudiantes y muchos de ellos se refugian en el comedor. La policía intimó a retirarse del comedor a más de mil estudiantes, quienes dieron una resistencia férrea con barricadas en cada esquina y que sumó el apoyo de otros sectores, logrando que la policía se repliegue. Así se inicia el Tucumanazo.
En la madrugada del 11 de noviembre aterrizan refuerzos de la Policía Federal y Gendarmería. Durante la mañana el Gobierno da un aumento salarial a los no docentes, por lo cual FATUN (Federación Argentina de Trabajadores de la Universidad Nacional) levanta la huelga, pero en Tucumán deciden continuar. Los estudiantes publican un comunicado llamando a acatar el paro de 36 horas para los días 12 y 13. En las primeras horas, las asambleas fueron disueltas y el comedor resistió el embate de la policía. Nuevamente se arman barricadas, en respuesta la policía ametralla la sede de la FOTIA y realiza detenciones. Por la tarde, todo el centro está tomado por los manifestantes; una de las zonas más conflictivas era en cercanías a la FOTIA. Por la noche están tomadas más de 63 manzanas. El gobernador Carlos Imbaud debe salir de la Casa de Gobierno para negociar con los manifestantes, quienes exigían la libertad de todos los detenidos. El gobernador debe ceder pero los enfrentamientos continuarán.
Para el 12 de noviembre ya había llegado el Ejército y más refuerzos de la Federal. Luego de un intento frustrado de ingresar al Rectorado y al comedor, los estudiantes marcharon hacia la FOTIA. Al mediodía comenzó el paro de la CGT, se desplegaron columnas de obreros y estudiantes hacia la Casa de Gobierno, enfrentando la represión. Llegada la noche se mandó a reprimir al grueso de obreros y estudiantes que se encontraban en inmediaciones de la FOTIA, con la orden de relegar a como dé lugar con armas de fuego, múltiples detenciones y allanando la FOTIA .
El 13 de noviembre los focos de resistencia fueron las zonas aledañas a la FOTIA y a la plazoleta Dorrego. En ambas la represión fue feroz y tras enfrentamientos durante toda la jornada, las fuerzas represivas lograron dispersar a los manifestantes y recuperar el control sobre la ciudad.
Como consecuencia del Tucumanazo, el gobernador Imbaud presentó su renuncia. Mientras continuó la protesta estudiantil durante las semanas siguientes, aunque sin lograr la intensidad de las jornadas previas. Finalmente el rector interventor Paz renunció y el movimiento estudiantil logró la construcción de otras dos sedes para el comedor, con una ampliación de la capacidad para 3500 comensales.
Un rasgo llamativo es que las autoridades debieron reconocer a la Comisión del Comedor que habían puesto en pie los estudiantes, ejerciendo un control sobre el cumplimiento de los acuerdos, incluyendo las condiciones laborales. Como sucedió en los días de noviembre de 1970, al comedor se acercarán obreros, familias de las villas de emergencia, e incluso se creó una comisión especial para que lustrabotas, canillitas y demás chicos en la calle puedan comer.
“Mientras nuestras riquezas son devoradas por los monopolios, y montos fabulosos del presupuesto nacional van a los aparatos represivos, cuando se habla del partido que vamos a jugar ‘todos’, del gran acuerdo nacional, cuando nuestros gobernantes se llenan la boca de democracia. Hay miles de chicos que padecen la democracia de morirse de hambre, que el ‘acuerdo nacional’ no llega a quienes como ellos, jamás nadie les ofreció nada”, escribe la Comisión en un volante de 1971.
Con diferentes grados de conflictividad, el movimiento estudiantil seguirá organizado y en junio de 1972 protagonizará el Quintazo, unas jornadas con enfrentamientos callejeros con las fuerzas represivas. Además continuará siendo un importante aliado para el movimiento obrero, como se expresó en la huelga azucarera del ‘74. Estas experiencias, al igual que las que se venían realizando en el resto del país, llevaron en 1975 a la burguesía e Isabel Perón a implementar el Operativo Independencia, ensayo general del posterior genocidio.
A modo de conclusión
Las políticas de la dictadura y el mismo contexto de radicalización, junto a los procesos de lucha de clases a nivel internacional llevaron a que el movimiento estudiantil luche por demandas propias, a la par de ser aliado de los trabajadores en sus luchas. En este sentido, creemos importante rescatar la definición del estudiantado como “una caja de resonancia” (Trotsky), donde se expresan las tensiones e intereses de las clases sociales. Con las crisis esas tensiones crecen y los estudiantes encuentran una referencia entre los dos polos de la sociedad de clases: los trabajadores y la burguesía.
Que el movimiento estudiantil juegue un rol progresivo, como ocurrió en los 60 y 70, depende no solo del contexto sino también de las peleas que se den en su interior. Como parte de la Juventud del PTS apostamos a rescatar estas experiencias para pelear por un movimiento estudiantil que se organice para defender la educación pública y gratuita, pero que también cuestione que el acceso a la educación superior se cierra cada vez más para los hijos de los trabajadores; que le ponga el cuerpo a las peleas que dan los trabajadores y los sectores más golpeados en la crisis, como se vio en Guernica, siendo parte de un cuestionamiento más profundo del capitalismo.
En un escenario de crisis como el actual, donde el gobierno cumple con las recetas de ajuste del FMI, es fundamental retomar las lecciones de hechos como el Tucumanazo para preparar las batallas que se vienen. |