Se cumplen 35 años del fallecimiento del autor de El fiord y El niño proletario. A partir de la lectura de ‘Osvaldo Lamborghini, una biografía’, de Ricardo Strafacce, echamos luz sobre su obra y repasamos los grandes mitos que rodean su figura.
Imagen: collage de Osvaldo Lamborghini publicado en El sexo que habla (Macba) + foto de tapa de Osvaldo Lamborghini, una biografía.
A fines de la década del ‘60 la literatura argentina parece estar en pleno apogeo. Entre 1967 y 1969 se publican, entre muchos otros libros, las Crónicas de Bustos Domeq de Borges y Bioy Casares, La oscuridad es otro sol de Olga Orozco, De lugares extraños de Susana Thénon, Extracción de la piedra de la locura de Alejandra Pizarnik y Mujer de cierto orden de Juana Bignozzi. También hacen su aparición La vuelta al día en ochenta mundos, 62 modelo para armar y Ultimo round de Julio Cortázar; Unidad de lugar y Cicatrices de Juan José Saer; Un kilo de oro y Quién mató a Rosendo de Rodolfo Walsh; La traición de Rita Hayworth y Boquitas Pintadas de Manuel Puig; Hombres a caballo y Cosas concretas de David Viñas; así como La invasión de Ricardo Piglia y Los suicidas de Antonio Di Benedetto.
Entre este tsunami literario, un tal Osvaldo Lamborghini, que no había terminado la secundaria, publica El fiord: enigmática y revulsiva narración que retoma y renueva —casi en simultáneo con Copi— una prolífica tradición de novelas breves y usualmente catalogadas como vanguardistas en la literatura nacional.
Debido a la censura que cayó sobre la novela Nanina, de su entonces amigo Germán García, el autor se vio obligado a inventar una editorial fantasma (Chinatown) para poder publicar. García, que escribió el epílogo, tuvo que firmar con seudónimo y El fiord solo se conseguía en la librería Hernández: toda una metáfora de la centralidad que otorgaba Lamborghini al autor del Martin Fierro. Esta “clandestinidad de origen” acompañó al escritor hasta el fin de sus días. No era su deseo la marginalidad: por el contrario, aspiraba a ser reconocido como un genio. Pero escribía de un modo que lo empujaba al margen y existía en esa tensión.
En vida, publicó tres libros —El fiord (1969), Segrebondi retrocede (1973) y Poemas (1980) —; algunos trabajos en revistas y diarios, una historieta titulada Marc! (con ilustraciones de Gustavo Trigo) y algunos artículos de la revista Literal, de cuya redacción participó entre 1974 y 1975. La mayor parte de su obra fue publicada póstumamente gracias al amigo y albacea César Aira (otro de los renovadores de la nouvelle, que también empezó a escribir por estos años).
De mitos y oscilaciones
De vida nómade, solitaria y extravagante, la figura de Osvaldo Lamborghini (en adelante, OL) está rodeada de mitos. La lectura de su biografía, obra de Ricardo Strafacce, echa luz sobre varios de ellos. Por ejemplo, el mito de la homosexualidad: no lo era. Tampoco era heterosexual, bisexual o trans. No encajaba con el modelo de hombre viril y combatiente que primaba en los círculos políticos e intelectuales de la época y a veces se refería a sí mismo como “la mujer con pene”. Pero cuando trataba con otras mujeres no era mujer: su primera compañera y esposa lo abandonó, cansada de celos e inutilidad doméstica; otra de sus parejas vio volar a su gata por la ventana del departamento y oyó a OL justificarse: el animal “lo miraba mal”.
Otro mito, que aún se lee en varios artículos, es el de su “vinculación con la derecha peronista”, lo cual, dicho al pasar, da a entender que sostuvo a la Triple A, algo que jamás ocurrió. En cambio, su actividad política comenzó en la Izquierda Nacional de Abelardo Ramos, leyendo a Marx, Lenin y Trotsky, y continuó en las alas izquierdas del peronismo. Adoptó como maestro a Salvador Buseta, linotipista veterano de la resistencia peronista (en él está inspirado un personaje de La causa justa), cercano a Cooke y al marxismo y conocido por ser uno de los redactores del programa de Huerta Grande de las 62 organizaciones, que plantea medidas tales como la nacionalización de la banca y el comercio exterior.
Sin embargo, tampoco puede decirse que haya sido una persona de izquierda. En el terreno político OL osciló tanto como en el identitario y asumió, en momentos claves, posiciones extremadamente concesivas con la derecha. El hecho más grave, a este respecto, se registra meses antes del golpe de Onganía, durante su breve militancia en el Sindicato de Prensa: ante un proceso electoral, rompe con la conducción combativa de Jozami y Jauregui (de la que formaba parte) y se abstiene de tomar posición ante un ataque de la burocracia de Marcelo Damiano, que irrumpe con sus matones y a los tiros a una asamblea.
Esta postura, que parece asumir ingenuamente (termina por perder sus fueros gremiales), marca el fin de la militancia y el comienzo de la escritura.
El fiord: entre la biografía y la burocracia
Según el biógrafo, El fiord es “un intento de sacarse de encima con un solo gesto, de un plumazo, toda esa retórica gastada que durante algo más de diez años de merodear los ambientes de la militancia política y gremial se había adherido a su propia lengua”.
Así, en medio de una orgía escabrosa, la narración nos invita a asistir al nacimiento de Atilio Tancredo Vacan (mismas siglas que Augusto Timoteo Vandor) y contiene numerosas referencias satíricas tanto a las diferentes alas del peronismo como a eventos de la lucha de clases de esos años (por ejemplo, la épica huelga de los portuarios iniciada en octubre de 1966 y la huelga general de la CGT del 1ro de marzo de 1967).
Por otra parte, según Strafacce, El fiord “era, sobre todo, un réquiem, un canto de amor y de duelo” con respecto a la reciente separación con su esposa. En medio de la bacanal mugrienta, la frase “Entonces apareció mi mujer…” irrumpe en el texto para confirmar el registro autobiográfico que ya se adelantaba en el título: de adolescente, en Necochea, solía vagabundear con sus amigos por algunos bares de emigrados daneses.
El marqués de Sebregondi y el niño proletario entran a un bar
En 1973, OL no es el escritor prolífico que será en sus últimos años en Barcelona. Solo tiene en su haber un relato breve titulado “El niño proletario” y una serie de poemas donde hace su primera aparición el marqués de Sebregondi. A pesar de esta escasa producción, ansía publicar (“primero publicar, después escribir”, resumirá como lema) pero ya intuye que no le será fácil.
Se le abre una oportunidad en Ediciones Noé. Lo que quiere publicar es “El niño proletario”, sin embargo, el texto no llega a la extensión adecuada. Para aprovechar el espacio y no renunciar a su estropeado, OL pasa raudamente a prosa los poemas de Sebregondi e injerta “El niño…” como un capítulo más. El resultado es una obra rarísima y fascinante: una especie de monstruo de Frankenstein literario, donde ficción y autobiografía se vuelven a cruzar.
OL resumió el procedimiento con la consigna: “convertir la necesidad en virtud y la prosa en verso”. Algo que marcará su escritura y dará textos como La mañana, donde se percibe la métrica y rima de la gauchesca dispuesta en prosa. Una forma de escritura novedosa: ni prosa poética ni poema en prosa, sino “prosa cortada”, dirá en Las hijas de Hegel. En esta novela de 1982 también se encargará de tensar su identidad peronista a extremos paradojales: se proclamará “peronista iraní”, porque “el movimiento obrero revolucionario renace siempre de una madre virgen”.
Barcelona, Tadeys y el arte de amujerar
El ascenso de López Rega, primero, y la dictadura de Videla, después, profundizaron su vida solitaria y nómade: ya no era prudente dejarse ver con el excéntrico autor de El fiord en los bares de la Capital Federal. Esto, sumado al consumo de alcohol y pastillas, la desocupación crónica y las primeras enfermedades graves (en particular una úlcera que lo mandó al quirófano dos veces) determinó un autoexilio en Barcelona.
Allí escribirá sus obras más memorables, entre ellas, la novela semi inconclusa Tadeys, que empezó como un proyecto de guion cinematográfico coescrito con Roberto Scheuer, mutó en poema en 1974 y, finalmente, proliferó en prosa en 1983. Recientemente llevada al teatro (1), la embriagante historia de los humanoides sodomitas cuya carne vuelve locos a los habitantes de La Comarca e inspira los experimentos del Doctor Ky en su “barco de amujerar”, constituye uno de los libros más extraños e intensos de la literatura argentina reciente. Por su carácter póstumo, también habilita distintos órdenes de lectura, como una Rayuela sin indicaciones.
Lamborghini fue la cara más clandestina de esa generación literaria excepcional que proliferó en Argentina a la par del ascenso obrero iniciado por el Cordobazo. Tildado de “intolerable” por Roberto Bolaño, excluido por Ricardo Piglia de sus “tres vanguardias” (a pesar de que su obra cumple las condiciones que pide el crítico para fundar una nueva poética de la novela) y defendido por un puñado de colegas como Arturo Carrera, Tamara Kamenszain, Héctor Libertella, Rodolfo Fogwill y el ya mencionado Aira; su influencia en la literatura contemporánea es tan profunda como difícil de mesurar.
Lamborghini se resistió a las categorías políticas e identitarias de su tiempo. Especie de Gregorio Samsa que despertaba cada día en un hotel distinto, transformado a medias en carne sin nombre, inventó el verbo amujerar tal vez para dar cuenta de su estado fluido: tendiente a… sin llegar a...
Murió el 18 de noviembre de 1985 en Barcelona. Su compañera, Hanna Muck, lo encontró “sentado en la cama, en su posición de trabajo o lectura habitual, con un abrigo puesto sobre el pijama”. Murió escribiendo o leyendo. La autopsia indicó “muerte súbita compatible con insuficiencia cardíaca” (2).
Notas
(1) La obra de teatro se estrenó en mayo de 2019 en el teatro Cervantes y fue un éxito. Se siguió viendo online al comenzar la pandemia. La versión teatral y dirección estuvo a cargo de Albertina Carri y Analía Couceyro y el elenco incluyó a Diego Capusotto, Canela Escala Usategui, Javier Lorenzo, Iván Moschner, Felipe Saade, Florencia Sgandurra y Bianca Vilouta Rando. La obra es buena, pero apenas es un atisbo de la novela. Es imposible (o técnicamente muy difícil) poner en la escena de un teatro todo eso.
(2) Las citas de las que no se indica procedencia son de Osvaldo Lamborghini, una biografía de Ricardo Strafacce.