Corría julio de 2019 cuando, en medio de la campaña electoral, el economista ortodoxo Guillermo Calvo le dijo al medio chileno Diario Financiero que “Cristina es lo mejor que le puede pasar al país” porque “va a aplicar el ajuste con apoyo popular, culpando al gobernante previo”. Aunque para él y para todos era imposible saberlo, la pandemia también se sumaría después como factor justificador del rumbo de la crisis.
Haciendo un ejercicio de historia contrafáctica, podría especularse con lo que hubiera sucedido durante el último año si las elecciones las hubiera ganado Mauricio Macri.
¿Hubiera aumentado la pobreza hasta alcanzar a casi a la mitad de la población sin un solo paro general o marcha de la CGT y la CTA? ¿Se hubiera perjudicado sin resistencia a millones de jubilados con la suspensión de la movilidad jubilatoria desde diciembre del año pasado? ¿Se le hubiera regalado el protagonismo de las calles a la derecha y sus banderazos?
El relato oficialista, discutible, argumenta que hay que apoyar al Gobierno porque, a diferencia de lo que hubiera pasado con Macri, se hizo lo mejor que se pudo con el IFE, el ATP y otras medidas, sin las cuales todo hubiera sido peor. Argumentos de dudosa contundencia, no solo porque en Argentina otros siguieron ganando y aumentó la desigualdad (los especuladores, los bancos, los sojeros), sino también porque medidas económicas similares se aplicaron en todo el mundo, incluidos los países donde gobierna la derecha regional.
Especulaciones al margen, de todos modos lo importante es lo que está por venir. La profecía de Calvo se pondrá verdaderamente a prueba en el próximo período, cuando bajo la renovada sumisión al FMI los golpes del ajuste sigan deteriorando una situación social que ya es muy delicada.
Lo que ya se puede adelantar es que el operativo está en marcha: el considerable apoyo popular con el que cuenta el Gobierno (a pesar de haber bajado en las encuestas) y los aspectos más progresistas de su retórica están siendo puestos, maquiavélicamente, al servicio de intentar ocultar el fondo de la cuestión: que las promesas electorales hechas hace un año atrás no solo no serán cumplidas, sino desde la carta de Cristina Kirchner de fines de octubre el oficialismo profundizó un giro hacia el orden y el ajuste que perjudicará las condiciones de vida de millones de personas. Desde la represión en Guernica hasta la sanción del presupuesto de ajuste 2021 a pedido del FMI, sobran los hechos para quien los quiera ver y analizar.
¿Qué pasaría en las calles si estas mismas medidas las estuviera llevando adelante Mauricio Macri?
Sin embargo, gobierna el peronismo, así que volvamos. Con ayuda del aparato estatal y de los medios de comunicación de uno de los lados de la grieta, se busca entonces sostener un relato que se contradice con los hechos. El objetivo es abusar del crédito que millones le dieron al Frente de Todos para implementar ataques con la menor resistencia posible. Las marchas del Día de la Militancia, el impuesto a las grandes fortunas y el envío del proyecto de ley por el derecho al aborto fueron parte esta semana de una escenografía planificada para copar la agenda y que el plan de ajuste fiscal con el FMI, el nuevo recorte a los jubilados, los anuncios de aumentos de tarifas, la eliminación del IFE o la disminución de las partidas para salud y educación, pasen disimulados.
Algo se está rompiendo
Pero todo lo sólido se desvanece en el aire. Las iniciativas para recuperar el control de la agenda política después de habérsela cedido a la derecha de Juntos por el Cambio se mostrarán débiles y transitorias ante los golpes de la crisis.
No hay relatos ni maniobras que puedan convencer por mucho tiempo con meros símbolos a quienes dejen de percibir el IFE, a los jubilados que sean ajustados, a trabajadores que sean despedidos, a los bolsillos vacíos que pierdan contra la inflación.
En este marco, ya hay un incipiente renacer de las luchas de la clase trabajadora. Minoritario aún, pero puesto en marcha.
El comunicado del Consejo Directivo de la CGT de la semana pasada había sido un síntoma inequívoco: por primera vez en lo que va del actual Gobierno la máxima burocracia sindical del país se veía presionada a expresar su preocupación por las medidas de ajuste en curso. De medidas de fuerza, ni hablar, pero ese es otro tema.
Los lectores de La Izquierda Diario saben que eso es expresión de lo que comienza a pasar por abajo, ocultado deliberadamente por la mayor parte de los medios de comunicación. A las luchas por tierra y vivienda, con Guernica como símbolo, le siguió la entrada en escena de cada vez más sectores de la clase trabajadora, a veces autoconvocados, otras presionando a sus direcciones: médicos y enfermeras, obreros de la alimentación, choferes de colectivos, protestas en supermercados, paros de municipales, movilizaciones de aeronáúticos, paro de los telefónicos, entre muchos otros.
Son los destacamentos de avanzada que anticipan, como caja de resonancia, las contradicciones que en el próximo período no harán más que profundizarse. En Argentina y el mundo, la historia con el FMI siempre terminó igual.
Con quienes depositaron expectativas en el Gobierno, que son millones, queremos hacer esta reflexión: lejos de ser hechos aislados, la represión en Guernica, las reuniones con Clarín y Techint, la eliminación del IFE o el ajuste a los jubilados, indican la decisión de ir hacia un rumbo claro, al cual se le pondrá la firma definitiva cuando se cierre el acuerdo con el FMI, confirmando largos y duros años de entrega al capital financiero internacional.
No hay tiempo que perder. Hay que tomar partido antes de que sea tarde. Como tantas otras veces en la historia, nuestros derechos los defenderemos en las calles. |