En una declarada confrontación con las políticas neoliberales, el kirchnerismo se propuso entre sus objetivos iniciales encarar un proyecto “neodesarrollista” a partir de la reconstrucción de una burguesía nacional. En teoría, la concreción exitosa del objetivo mencionado sentaría las bases de un nuevo proyecto de país, ya que se trataría de una clase empresaria consustanciada directamente con el devenir y el desarrollo de la nación.
Los resultados tras una década de “neodesarrollismo” permiten vislumbrar una economía que continúa fuertemente concentrada y extranjerizada, una burguesía “nacional” con escaso interés en reconstruir el aparato productivo y una persistente fuga de capitales. El presente artículo pretende indagar en algunas de las cuestiones que permiten entender por qué la burguesía argentina actual no ha acudido al “llamado histórico” y no se ha convertido en el esperado agente impulsor del desarrollo.
Un “proyecto nacional” con… una economía fuertemente extranjerizada
En los últimos veinte años el capital extranjero ha aumentado considerablemente su presencia en la economía argentina. Si bien el proceso de extranjerización comenzó a darse fundamentalmente a través de la privatización de las compañías estatales a comienzos de los años noventa, luego continuó expandiéndose dentro del propio sector privado asociado a la centralización del capital en diversos rubros de actividad. Tras la crisis de la convertibilidad, tanto el gobierno de Duhalde como los de los Kirchner retomaron discursos favorables a un “capitalismo nacional” y se promovió un renovado protagonismo de firmas de capital local (privadas y estatales). Sin embargo, a pesar de ello, el proceso de extranjerización no parece haberse revertido significativamente, menos aún teniendo en cuenta sus implicancias macroeconómicas y sobre el perfil de especialización productiva y de inserción internacional del país.
Un indicador de ello lo constituye la incidencia del capital extranjero en la cúpula empresaria argentina (las 200 empresas más grandes). En este sentido, el peso máximo que alcanzaron las firmas trasnacionales en la elite empresaria fue en 2007, cuando 115 compañías foráneas explicaron el 64 % de la facturación agregada de la misma. Si bien esta proporción descendió en los últimos años hasta llegar a 109 firmas en 2012 con una participación en las ventas del 53 %, la misma se sigue ubicando en niveles muy superiores al promedio de la década anterior. De allí que en la posconvertibilidad la gravitación del capital extranjero en la elite promedió el 58%, frente a registros medios cercanos al 39 % durante la vigencia de la convertibilidad (Gráfico N.º 1).
El predominio de las empresas transnacionales se manifiesta en muchos sectores, siendo particularmente intenso en aquellas actividades que han tenido un rol protagónico en la expansión económica en la posconvertibilidad: agroindustrias, armaduría automotriz y de electrónicos de consumo, industrias químicas, minería y petróleo, comercio minorista y de productos agropecuarios. Además, los capitales extranjeros tienen una presencia destacada en diversos servicios, como la telefonía celular y el sector financiero.
A pesar que desde 2003 en adelante hubo numerosas ventas de capitalistas locales a extranjeros (muchos de ellos de origen brasileño) y se afianzó el predominio de las compañías foráneas, la enajenación del núcleo del poder económico local mostró un ritmo menos vertiginoso que el que tuvo durante los años noventa y durante la crisis y salida de la convertibilidad. Es interesante reparar en algunos factores que contrarrestaron o atenuaron la expansión de la extranjerización en la posconvertibilidad: a) en el marco del elevadísimo grado de extranjerización global con el que el país ingresó al siglo XXI, en la década pasada se verificaron varias operaciones de compra-venta de empresas entre actores extranjeros; b) el relativamente débil aporte de las compañías transnacionales a la formación de capital en un período en el que operaron con altas tasas de ganancia y privilegiaron una estrategia de maximización de la remisión de utilidades al exterior (al menos hasta la irrupción de serios problemas en la balanza de pagos en 2011); y c) el capital nacional recuperó o ganó terreno en espacios de acumulación que hasta entonces contaban con una importante presencia foránea, en su mayoría en sectores que se encuentran al abrigo de la competencia capitalista por estar regulados públicamente (algunos rubros específicos ligados a la prestación de servicios públicos, juegos de azar, obra pública, medios de comunicación, etc.).
La reversión parcial del proceso de desnacionalización que se observa desde 2007 se relaciona con dos factores distintos: 1) el retorno del Estado en calidad de accionista y/o propietario de algunas grandes empresas (Aerolíneas Argentinas, YPF, etc.); 2) algunos grupos económicos locales experimentaron cierto dinamismo que los reposicionó aunque limitadamente. Cabe mencionar que las reestatizaciones no se debieron a un proyecto estratégico de corte nacionalista al estilo de los populismos tradicionales de mediados del siglo XX como Cárdenas en México, Vargas en Brasil o el propio peronismo en la Argentina, sino que fueron respuestas desde el aparato estatal frente a restricciones puntuales y coyunturales. De todos modos ese tipo de salida más “progresista” ante problemas planteados por la coyuntura no puede ser comprendida sin tener en cuenta los cambios en las relaciones de fuerza entre las clases sociales y la mayor autonomía relativa obtenida por los gobiernos kirchneristas como resultado de ello.
La importancia del capital extranjero en el sector externo
La gravitación estructural de los oligopolios foráneos que integran el grupo de las 200 corporaciones de mayor envergadura adquiere todavía más relevancia cuando se evalúa su peso sobre el comercio exterior del país: la participación de este tipo de firmas sobre el total de las exportaciones argentinas pasó del 20,7 % en 1993 al 38,4 % en el último año de crecimiento de la convertibilidad (1998), para finalmente alcanzar el 44,2 % en 2012 (con una participación récord en 2005 con casi el 55 %). Vale apuntar que es a partir de mediados de la década de 1990 cuando se manifiesta, acorde con la mayor presencia de firmas extranjeras y exportadoras en la cúpula, un incremento considerable en la incidencia extranjera en el comercio exterior. Sin embargo, también hay que mencionar que los guarismos elevados de la etapa 2002-2012 son contemporáneos con un crecimiento muy acelerado de las exportaciones del país, que se expandieron a una tasa anual acumulativa del 12 %, alentadas en buena medida por un escenario internacional sumamente favorable.
Este hecho es significativo ya que se trata de un número acotado de corporaciones extranjeras que ejerce un control ostensible sobre una parte relevante de las divisas generadas en el país por la vía exportadora, lo cual les confiere objetivamente un importante poder de veto sobre la política económica. A ello cabría adicionar el rol real o potencial de la inversión extranjera directa en la “financiación” de la balanza de pagos, así como en su “desfinanciación” a través de diversos mecanismos entre los que se destaca la remisión de utilidades.
Las utilidades del capital extranjero radicado en el país pasaron de un promedio anual de 2.230 millones de dólares entre 1992 y 2001 a 6.830 millones en 2002-2014, con un valor máximo de 11.960 millones de dólares en 2011. Al considerar el período 2002-2014 de manera conjunta se puede observar que las utilidades obtenidas por las empresas extranjeras adquirieron un comportamiento mucho más dinámico que la entrada de inversión extranjera directa (IED), en tanto la remisión de utilidades pasó de significar el 26,5 % de las entradas de IED en la convertibilidad (promedios anuales) al 63,7 % en la etapa “neodesarrollista”. De este modo, el aporte que la IED podría realizar como ahorro externo se ha visto reducido a alrededor de un tercio de los flujos procedentes del exterior.
Si se deja de lado el problemático año 2002, se observa que si bien durante el “neodesarrollismo” se incrementó la remisión en términos absolutos, el aumento superior que exhibieron las utilidades dio como resultado una menor proporción de las mismas remitidas al exterior. Esto se asoció a una suba en la reinversión de utilidades. Es por ello que, a pesar de que la proporción de utilidades remitidas cayó en relación con las utilidades devengadas, la misma se incrementó con respecto a la IED.
Pero también debe considerarse que ante la virtual imposibilidad de remitir beneficios por las restricciones cambiarias establecidas a mediados de 2011 y por limitaciones impuestas por el Banco Central a los bancos privados, el incremento de la reinversión de utilidades a partir de allí se debe a una cuestión de carácter estrictamente contable, dado que ésta se estima de manera residual al considerar la diferencia entre las utilidades devengadas y las distribuidas. Se trata de un hecho apreciable ya que, en un contexto en el que los aportes de capital se vieron reducidos, el crecimiento de la reinversión de utilidades también explica el grueso del incremento de la IED en el bienio 2012-2013. El hecho de que las corporaciones foráneas no hayan podido remitir utilidades no significa necesariamente que esos flujos se hayan transformado en inversión real dentro del país [1]. Así, el descenso en la remisión ocurrido en los últimos tres años considerados puede revertirse en la medida en que se vaya relajando el acceso a las divisas (de hecho, es lo que ha sucedido).
Otro motivo que explica el descenso en la remisión de utilidades a partir de 2012 y que, a diferencia de las restricciones cambiarias, sí implica una modificación de carácter estructural, es la recompra mayoritaria (51 % de las acciones) por parte del Estado de la petrolera YPF, que estaba en manos de Repsol, en mayo de 2012, lo cual implicó una mayor reinversión y una menor distribución de dividendos entre los accionistas de la principal compañía del país.
Cabe resaltar que la remisión de utilidades no es la única forma que tiene el capital extranjero para enviar el excedente generado en la economía local al exterior. Muchas veces el endeudamiento externo privado es usado como otra vía para remitir ganancias, dado que una parte importante del mismo es realizado por filiales de empresas transnacionales con sus propias casas matrices y/o con empresas vinculadas en el exterior. A ello hay que adicionarle las transferencias al exterior por las firmas transnacionales bajo otros conceptos como los pagos de regalías y honorarios profesionales y bajo maniobras tradicionales como la subfacturación de exportaciones o la sobrefacturación de importaciones.
En la búsqueda de la “burguesía nacional”
Con muchas dificultades para competir en mercados abiertos, el capital nacional ha venido resignando porciones importantes de la estructura económica y se ha replegado, con pocas excepciones, hacia el procesamiento de recursos básicos. Sin embargo, la consolidación de la extranjerización en los años recientes no implica que no haya habido lugar para el surgimiento y/o la consolidación de algunos grupos económicos locales “viejos” y “nuevos”.
Algunos de los “miembros ilustres” de la burguesía argentina (Arcor, Ledesma, Madanes, Pérez Companc, Techint, Urquía y Vicentin) se vieron ampliamente beneficiados en la posconvertibilidad y, en muchos casos, potenciaron la internacionalización de sus actividades (por la vía exportadora y/o a favor de inversiones en otros espacios nacionales).
A esta burguesía “tradicional” debería agregársele un conjunto de grupos empresarios que experimentaron un crecimiento notable bajo los gobiernos kirchneristas y que antes ocupaban lugares marginales en la dinámica de acumulación local. Dicha expansión económica y patrimonial fue posible merced a la muy activa participación de estos actores en muchas de las “áreas de negocios” que se habilitaron desde el sector público en diferentes frentes: obras de infraestructura, energía, medios de comunicación, juegos de azar, etc. (Electroingeniería, Calcaterra, Caputo, Indalo, Pampa Holding, etc.).
La expansión de estos grupos “nuevos” fue posible por tratarse en general de actividades no transables y reguladas por el Estado. Por ende, no se trata de un nuevo conjunto de “campeones nacionales” fomentados desde el aparato estatal para disputar una porción del mercado mundial en sectores dinámicos, a la manera de los chaebols coreanos, sino que se vinculan con el aprovechamiento de espacios de acumulación a resguardo de la competencia externa.
Una burguesía dependiente incapaz de encarar un proceso de desarrollo
Más allá de las diferencias que puedan establecerse entre estos “nuevos” capitales y los “tradicionales”, es claro que, vistos en conjunto, su crecimiento en los últimos años no ha contribuido a impulsar una reindustrialización basada en el despliegue de nuevas capacidades productivas que puedan impulsar un proceso de desarrollo. Si a esto se le suma la propensión a fugar capitales que ha tenido esta fracción del empresariado en las últimas décadas, difícilmente se pueda considerar a estos actores como “agentes del desarrollo”.
Si bien pueden existir conflictos puntuales sobre medidas de política económica, existe una fuerte confluencia intereses entre el capital extranjero y los diferentes segmentos del gran capital nacional. En un caso, el de los “burgueses tradicionales”, por su inserción en el mercado mundial a partir del aprovechamiento de las ventajas comparativas domésticas. En el otro, el de los “nuevos burgueses”, porque allí tampoco se busca modificar las modalidades de inserción de la Argentina en la economía mundial si no que el objetivo casi excluyente pasa por garantizarse ciertos “nichos de privilegio” sin competir con el capital transnacional. En ambos casos el resultado es el mismo: la profundización de un perfil de especialización regresivo y una inserción pasiva y subordinada en el mercado mundial, es decir, las bases materiales de un país subdesarrollado.
Todas las limitaciones señaladas quedan en evidencia cuando se observa la relativamente insuficiente inversión por parte de las grandes empresas extranjeras y nacionales, así como la persistencia de una parte importante del plusvalor en estado “líquido”, en su mayor parte bajo la forma de fuga de capitales al exterior. Por tales motivos queda en evidencia que las tareas pendientes del desarrollo sólo podrán ser llevadas a cabo partir de un cambio radical en las relaciones de fuerza entre clases sociales y fracciones de clase.