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La Izquierda Diario
28 de noviembre de 2020 Twitter Faceboock

Desaparición, muerte y encubrimiento
Exclusivo: ¿qué hizo el Estado con la mochila de Facundo Astudillo Castro?
Daniel Satur | @saturnetroc

Hechos y declaraciones oficiales como indicios. El pescado podrido de Berni y el destacado rol de la Policía Federal en la “aparición” de pruebas y la “custodia” del cangrejal donde hallaron el cuerpo. Testigos “pescadores” que dicen y se desdicen. Y varias respuestas que no aparecen.

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En el caso de Facundo Astudillo Castro hay varias preguntas que los medios apologistas de Sergio Berni y la Policía Bonaerense se niegan a plantear. Dos de ellas son muy simples: ¿Por qué si Facundo desapareció vestido, con su gorra y con una mochila llena de pertenencias su cuerpo apareció esqueletizado y sin ninguna de sus muchas prendas y cosas, exceptuando una zapatilla a 30 metros y en perfecto estado de conservación? y ¿por qué su ropa y su gorra aparecieron un mes después dentro de su mochila junto a algunas de sus pertenencias?

Las preguntas son simples, casi de sentido común. El problema es la respuesta. Y eso incomoda al ministro de Seguridad de Axel Kicillof, a los jerarcas de la fuerza de “seguridad” especializada en cometer crímenes atroces y a los animadores mediáticos que les sirven.

Pequeño racconto

El cuerpo esqueletizado de Facundo apareció (se podría decir “fue hallado”, aunque eso puede dar la idea de que “fue buscado” y no es tan así) la tarde del sábado 15 de agosto en el cangrejal de Villarino Viejo. La versión oficial (llena de agujeros) es que uno, dos, tres o cuatro pescadores (depende qué acta se lea) lo vieron de casualidad durante una salida de pesca. La misma versión ubica a la Policía Federal en un rol activo y sagaz, yendo rápidamente al lugar, encontrando el cuerpo apenas pisado el terreno, dando inmediato aviso a los funcionarios judiciales y haciéndose cargo de la “custodia” de la escena.

Como ya se dijo, sacando la zapatilla derecha, el resto de las pertenencias de Facundo no estaban ni sobre, ni al lado ni en las inmediaciones de su cuerpo. Y bien vale recordar cuándo, dónde y cómo fueron encontradas muchas de ellas, no por la Policía Federal, sino por la persistencia de Cristina Castro (madre del joven), sus abogados, la Comisión Provincial por la Memoria y les perites que colaboran.

El 31 de julio, quince días antes de que apareciera el cadáver y a unos 60 kilómetros de allí, en un calabozo hediondo de la Bonaerense se encontró el amuleto con forma de sandía y el paquete de cigarrillos de Facundo. Además en el patrullero de esa seccional de Teniente Origone (que el 30 de abril manejaba el oficial Alberto González cuando abordó a Facundo en la Ruta 3) se halló un cabello con ADN compatible con el del joven.

El 12 de septiembre, veintiocho días después de aparecido el cuerpo y a casi cuatro kilómetros de ese lugar, en un descampado del cangrejal apareció la mochila de Facundo. Dentro de ella su ropa (con signos de rotura y quemaduras), su gorra, sus teléfonos celulares, su licencia de conducir y otras pertenencias. Y un papel de hacer dedo con la inscripción “Médanos” (destino al que Facundo no iba).

El 18 de septiembre, treinta y cuatro días después y a unos veinte kilómetros del lugar de la aparición del cadáver, en un patrullero de la Policía Local de Bahía Blanca se encontró el trozo de piedra turmalina que Facundo llevaba colgado de su cuello. Ese mismo patrullero que, según registros oficiales, saliéndose de su rutina y cruzándose de distrito, merodeó la zona del cangrejal el 8 de mayo.

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Aún no apareció la zapatilla izquierda de Facundo. Tampoco su DNI (fotografiado por la Bonaerense el 30 de abril). Menos aún la cadenita que portaba la turmalina. Y algunas prendas siguen faltando también. Pero lo aparecido hasta ahora, en diferentes circunstancias y momentos, alcanza y sobra para llenarles de preguntas el buzón de mensajes a Berni y Kicillof.

A la pesca de la mochila

Entre el 15 de agosto (cuando apareció el cuerpo) y el 12 de septiembre (cuando apareció la mochila) pasó de todo, como la confirmación de que el cuerpo era el del joven de Pedro Luro y la realización de la autopsia. En ese marco, es importante detenerse en todo lo que rodea a la aparición de la mochila, sucedida en esas semanas intensas.

¿La mochila estaba junto al cadáver y quienes custodiaban la escena se la llevaron para hacerla aparecer un mes después, bien lejos de allí? Si parece loco hacerse esta pregunta, habrá que explicar por qué se hace. La Izquierda Diario cruzó fuentes y chequeó información. Aquí se presenta parte del misterioso itinerario de la mochila de Facundo.

Hasta el momento, según las actas de la Policía Federal, fueron tres los supuestos “pescadores” que declararon el sábado 15 de agosto haber visto el cuerpo esqueletizado de Facundo en el cangrejal y dieron aviso a esa fuerza represiva. Uno, que se anunció como “Maximiliano”, lo hizo por teléfono ante el fiscal alrededor de las 17:00. Los otros dos lo hicieron en la sede de la Federal (Rondeau 139) pasadas las 22. El primero no mencionó a los otros dos, ni ellos a él. El primero no habló de la mochila, los otros dos sí.

Quien dijo públicamente que la mochila estaba junto al cuerpo fue el propio Sergio Berni. Se lo contó a periodistas amigos que no tardaron en difundir la “primicia” (o la fake news). Por ejemplo, a las 23:50 se leyó en Twitter que “el ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, confirmó en exclusiva a Data Clave que ‘por la contextura y el lugar donde se produjo el hallazgo se trataría de Facundo’, aunque remarcó que ‘aún restan hacer los estudios correspondientes’. Además, confirmó que a metros del lugar se encontró la mochila del joven”.

¿Cómo sabía Berni, si la Bonaerense no estaba ahí? Simple, porque habló con el fiscal Ulpiano Martínez, quien desde el lugar le dio el parte. Cristina Castro, a metros del fiscal, vio cuando le alcanzaron el celular y le dijeron “lo llama el señor Berni”. Y además porque a esa hora el excarapintada ya conocía las declaraciones de dos “pescadores” que, en la sede bahiense de la Federal, relataron el “hallazgo”.

Según consta en las actas de la Policía, a las 22:17 dos hombres de 34 y 32 años, de apellidos Núñez y Garcés, declararon lo que supuestamente vieron siete horas antes. Ante el comisario Pablo Messineo, jefe de la delegación, firmaron dos testimonios calcados, con las mismas palabras (sólo se cambiaron nombres y datos personales). Hasta tienen la misma hora y minutos, como si lo hubieran hecho en simultáneo. Burdo.

En esas declaraciones ambos dijeron que cerca de las 15:00, mientras pescaban juntos en Villarino Viejo, observaron en la orilla del canal, sobre una zona húmeda y de matorrales, “un esqueleto enterrado en el barro”, boca abajo y “que se encontraría en el lugar de hace unos días por cómo estaba encallado”. Messineo les preguntó “si alrededor de los restos se encontraban prendas o algún elemento” y, según el mismo acta, ambos respondieron que “a unos metros observaron un elemento color negro similar a una mochila”.

Aún Berni no dijo quién le hizo llegar primero la información, si Messineo o Ulpiano Martínez. Lo cierto es que cuando el ministro dijo que la mochila estaba cerca del cuerpo, se basaba en sus “fuentes confiables”. O al menos eso creyó como para decirlo a periodistas que salieron a difundirlo con frenesí.

El domingo 16 a la mañana, cuando llegaron al lugar Cristina Castro, sus abogados y una delegación del Equipo Argentino de Antropología Forense (para levantar y transportar el esqueleto a su sede porteña) la mochila no estaba.

Pese a la brutalidad simbólica del hecho, Berni nunca pidió disculpas por tirar semejante pescado podrido. Mucho menos dijo quién le había pasado esa información errónea. O veraz, pero incompleta, ya que nadie le avisó que la mochila finalmente no aparecería ese día.

“Al servicio de la comunidad” represiva

La noche del sábado 15 la Policía Federal, por orden del fiscal Martínez, se quedó “custodiando” el lugar hasta el inicio de las diligencias de la mañana siguiente. Desde ese momento se apostó allí una guardia permanente que duraría meses (incluyendo el momento en que apareció la mochila, el 12 de septiembre).

Se trata de la misma fuerza (que opera bajo la órbita del Ministerio de Seguridad de la Nación) que, hasta el día anterior a la aparición del cuerpo aseguraba haber rastrillado esa zona con “exhaustividad” junto a sus pares de la Prefectura.

A fines de agosto el tal “Maximiliano”, Núñez y Garcés volvieron a declarar ante la Policía Federal. El fiscal Martínez había ordenado que ampliaran sus versiones sobre lo visto el sábado 15 en el cangrejal. Sus declaraciones son tan confusas que no se termina de saber si fueron los tres juntos a pescar o uno por un lado y los otros dos aparte. Tampoco si estaban o no acompañados por un cuarto hombre de apellido Hoster. Menos aún qué hizo el grupo cuando se enfrentaron al cadáver. Y menos que menos si la mochila estaba o no al lado del cuerpo. Lo que sí se sabe es que ése 15 de agosto dijeron unas cosas y dos semanas después otras.

El subcomisario Pérez

El subcomisario José Pérez es el segundo del comisario Messineo en la delegación bahiense de la Federal. Según las propias actas de la fuerza, volcadas en el expediente, durante esa jornada intensa Pérez estuvo hiperactivo.

A las 17 sonó el teléfono de la delegación. Del otro lado, el mismo fiscal Martínez le informaba a la Federal que “un señor de nombre Maximiliano -que sería pescador-, tendría información trascendente con relación a la búsqueda de Facundo Astudillo Castro”.

Apenas terminada esa llamada, Messineo le ordenó a Pérez que vaya a la casa del “pescador”. Éste fue, habló con él y salieron para el cangrejal. Según las actas policiales, “con la urgencia del caso” fueron a Villarino Viejo y, “arribado a la zona en cuestión se pudo corroborar que hay un canal (Cola de ballena)”, el que “se procedió a inspeccionar visualmente”.

Quien conoce la zona afirma que es un lugar lleno de barro, de muy difícil acceso y que nadie anda por allí si no va a pescar. Pero nada de eso dice el acta que describe el hallazgo. Tampoco con cuánto personal fue Pérez al lugar. Solo afirma que “se logró avistar sobre el suelo, lo que a simple vista se trataría de un cuerpo en estado cadavérico” y ahí “se procedió a efectuar consulta con la Fiscalía”.

Pérez y el “pescador testigo” se quedaron ahí hasta la madrugada del domingo. Y en esas horas pasó de todo. Al rato cayó Ulpiano Martínez y lo primero que hizo fue dar aviso a periodistas amigos (como Germán Sasso). Después llamó al Equipo de Antropología Forense y ordenó que vayan cuanto antes. Y orquestó el operativo.

Sospechosamente, la Fiscalía se tomó su tiempo para avisar a la familia de Facundo.
Recién pasadas las 19:30 Rodolfo Murillas, secretario del fiscal, llamó a Luciano Peretto y le dijo “encontraron un esqueleto completo en Cabeza de Buey”. Enseguida el abogado pasó a buscar a Cristina y salieron desde Pedro Luro.

Tardaron casi tres horas en llegar, por la distancia y por la desorientación que provoca el lugar. Se perdieron en el camino y la camioneta en la que viajaban (habían sumado a Leandro Aparicio en el viaje) se terminó encajando en el barro. Avisado por sus subordinados, Pérez se trasladó hasta el lugar. Condujo a Cristina al sitio de la aparición del cuerpo mientras los abogados esperaban a lugareños que los ayudarían a sacar el vehículo.

Apenas llegó, Cristina se encontró con el fiscal. Allí lo escuchó hablar con Berni. En ese momento Pérez se retiró y volvió a encontrarse con el “pescador testigo”. Curiosamente, “Maximiliano” y la madre de Facundo nunca fueron presentados. Estando a metros de él, a ella le escatimaron toda información sobre quién había hallado el cuerpo.

Lo que siguió es historia conocida. El domingo todo un país estaba prendido a las pantallas de los medios nacionales, apostados con sus móviles en el acceso al cangrejal. A las 15 Cristina y sus abogados dieron una improvisada conferencia de prensa. “Nunca hubo una mochila, así que si alguien tiene el teléfono del señor Sasso que le pregunte dónde está”, dijo Castro. “Al señor Berni también le digo lo mismo”, agregó.

Luego de denunciar que la zapatilla había sido “puesta ahí” (ni siquiera tenía tierra encima) y que era necesario saber de qué vehículo eran las huellas aparecidas a metros del cuerpo, la madre de Facundo sentenció: “¡queremos ya la renuncia del señor Berni!”

Sergio Berni | Foto Télam
Sergio Berni | Foto Télam

Aparición forzada

Otro sábado a la tarde, otro “pescador”, otra vez el cangrejal custodiado por la Policía Federal. Según las actas de la propia fuerza, a las 17:40 del 12 de septiembre José Díaz, de 59 años, llamó a la delegación de Bahía Blanca para avisar que mientras paseaba por la zona de los cangrejales encontró una mochila llena de cosas.

“Pude abrir uno de los cierres, los otros dos se rompieron”, dijo. En el bolsillo que pudo revisar encontró dos teléfonos celulares y demás elementos. Según él, decidió llevarse todo a su casa porque tuvo “la corazonada de que se trataba de pertenencias de Facundo Astudillo Castro”.

El federal que atendió la llamada avisó al subcomisario Pérez, quien mandó al principal Cristian Arias García a la casa de Díaz. Arias García es otro de los policías de alta participación en el caso. Cuando llegó al domicilio, el “pescador” le entregó la mochila. Junto a los dos celulares, en el bolsillo estaban la licencia de conducir de Facundo, un encendedor, un cargador, auriculares negros y un papel con la leyenda “Médanos”. Según las actas policiales, a las 19:10 y tras recibir fotos de Arias García, el subcomisario Pérez le avisó a Ulpiano Martínez.

El fiscal le dijo a Pérez que avisara a la familia de Facundo mientras él haría lo propio con los fiscales Adrés Heim y Horacio Azzolin, desde hacía días también a cargo de la investigación. Los fiscales terminarían sabiendo más detalles por boca de la Federal que de su colega, quien se había “cortado solo” y manejó las diligencias a espaldas de Heim y Azzolin.

Al otro día, el domingo 13, una comitiva de la PFA llevó al “pescador” Díaz a reconocer el terreno donde habría aparecido la mochila. Los acompañó en representación de la querella el doctor Aparicio. Allí, a casi cuatro kilómetros de donde apareció el cuerpo, encontraron un par de “tiradores” de cierres en el suelo.

Ese mismo día, quizás como “gesto” de Martínez hacia Heim y Azzolin, la Fiscalía ordenó que la Federal le entregara la custodia de la mochila a la Gendarmería. Días después, cuando se hizo la apertura total de la mochila, se encontró la ropa que según testigos y fotos Facundo llevaba puesta el 30 de abril. Parte de esas prendas estaban rotas e incluso con rastros de lo que podrían ser quemaduras de ácido u otro elemento. También estaba allí la gorra.

En un próximo artículo se detallará el particular itinerario de la gorra de Facundo. Aquí solo se adelanta un hecho insoslayable. Esa prenda, que Facundo difícilmente se sacaba cuando viajaba, estaba cuidadosamente colocada en el fondo de la mochila, limpia y conservada. Sobre ella estaba la remera, sucia, rota y con signos de quemaduras. Y sobre la remera el pantalón totalmente embarrado. Escapa a toda lógica que haya sido el mismo Facundo quien acomodó sus cosas de esa manera.

Dos días después el comisario Pablo Messineo envió un escrito al fiscal Martínez. Tras largas charlas con el subcomisario Pérez y el principal Arias García, se decidió a pedirle a la Fiscalía que libere a la Policía Federal de seguir custodiando el cangrejal. Para él la misión ya estaba cumplida, “colmando las expectativas de búsqueda el hallazgo de la mochila”, según dice el texto fechado el 15 de septiembre.

Ulpiano Martínez rechazó el pedido de Messineo, porque consideraba que se debía mantener la custodia sobre el lugar. Tal vez, como aún faltan aparecer partes del esqueleto de Facundo y algunas de sus pertenencias el fiscal considere que por las dudas hay que estar ahí.

Visto desde un ángulo, la Federal tiene un nivel de efectividad investigativa comparable al de la Brigada Zeta. Sus rastrillajes “negativos” no hallaron nada donde luego “pescadores” o perros adiestrados encontraron el cuerpo de Facundo, huesos de otras personas, la mochila y otras pertenencias, un amuleto con forma de sandía, un trozo de la piedra turmalina y hasta cabello genéticamente compatible con el del joven.

Pero analizado desde otro lado, tal vez el accionar de la Federal no sea valorado tan negativamente. Si se tiene en cuenta que antes, durante y después de las apariciones de Facundo y sus cosas esa fuerza tuvo a su cargo todas las “pesquisas” de la causa por desaparición forzada, para algunos la Federal no solo hizo mucho sino que hasta merecería un monumento.

Es altamente improbable que la mochila de Facundo haya pasado 135 días a la intemperie en ese terreno hostil, que nadie la haya visto en tantos meses y que haya aparecido en un más que aceptable estado de conservación. Por eso las preguntas no dejan de aparecer.

¿Qué recorrido hizo esa mochila desde el 30 de abril hasta el 12 de septiembre? ¿Estuvo cerca de Facundo hasta el día que apareció su cuerpo? ¿Se la sacaron antes de morir y pusieron adentro su ropa? ¿Se la llevó la Federal la noche del 15 de agosto “hasta nuevo aviso” y por eso Berni tiró pescado podrido ante los medios? ¿Quién envió el 30 de abril a las 20:41, desde uno de esos celulares, un mensaje a uno de los amigos de Facundo? ¿Por qué el fiscal Martínez le mintió incluso en ese momento a la madre de Facundo? ¿Por qué el Gobierno, sabiendo estas cosas, sigue encubriendo a los sospechosos?

Muchas preguntas que bien podrían resumirse en una sola: ¿qué hizo el Estado con la mochila de Facundo Astudillo Castro? El Estado tiene la respuesta.

 
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