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La Izquierda Diario
12 de junio de 2015 Twitter Faceboock

TELEVISIÓN ABIERTA
Telefé 25 años: un viaje a la decadencia cultural de los 90
Augusto Dorado | @AugustoDorado

Como parte de los festejos por su 25 aniversario, Telefé (antiguo Canal 11) comenzó a emitir desde este lunes -después del noticiero de la medianoche- el primer capítulo de varios de sus programas más exitosos y recordados. En las primeras emisiones desfilaron "Grande, pá", la novela "Amor en custodia" (con Osvaldo Laport y Soledad Silveyra), y "Brigada Cola". Esta madrugada se emitió "Resistiré" protagonizada por Pablo Echarri y Celeste Cid.

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Resultó un ejercicio interesante detenerse en dos de los mayores éxitos de los primeros años de este canal: "Grande, pá" (programa de ficción que ostenta el récord de rating en Argentina, con 62 puntos para su capítulo final y un promedio de 50 puntos en sus 3 temporadas) y "Brigada Cola", un mal intento de parodia a series yanquis tipo "SWAT" y "Brigada A" que le imprimió frases y muletillas a la juventud de los 90, además de catapultar a Guillermo Francella como actor humorístico.
Desde la ficción, Telefé marcó tendencias en la cultura televisiva de los años ´90, década de marcada reacción ideológica, particularmente en su primera mitad, en la que el posmodernismo era el punto de vista filosófico predominante. El mayor botón de muestra fue “Videomatch” de Marcelo Tinelli, que comenzó como un programa deportivo en las medianoches del novedoso canal pero fue adquiriendo la dinámica de un programa de humor: primero en base a los “bloopers” y paulatinamente fue mutando a cámaras ocultas de bromas bastante pesadas y sketches breves. El eje de “Videomatch” era reírse del error ajeno o de su inocencia, dejarlo en ridículo y festejar a “los vivos”: nosotros somos “vivos”, los otros son “gomas” o tontos. Emblema cultural de la década menemista en la que el individualismo y la apatía eran marca de época.

Pero “Grande, pá” aparentaba otra cosa: un padre viudo (Arturo Puig) con 3 hijas, bonachón, empresario a cargo de una casa de clase media alta que contrata a una empleada doméstica (María Leal) para también ocupar de alguna manera el papel de madre que las “chancles” necesitaban. El primer programa salió al aire en 1992 y mostraba una faceta de “Don Arturo” que se fue diluyendo con el correr de los epidodios: el personaje era una especie de “playboy” que en ese primer capítulo tiene una amante a la que oculta de sus cándidas “chancles” y además realiza una casting para la marca de lencería de su empresa con un desfile de chicas en ropa interior en su oficina (que deben posar ante la cara de baboso del empresario). Con la sola razón aparente de preservar la inocencia de sus hijas y su imagen de viudo, Arturo vive una doble vida que empezará a cambiar con el ingreso de María al hogar. Todo parece indicar que no se puede atentar contra el esquema de familia tradicional pero para un tipo como Don Arturo -empresario y de buen pasar, buen candidato para cualquier mujer según transmite el relato- está permitida alguna “canita al aire”.

Otra figura importante es la “tía Norma” que simboliza la pacatería y la rigidez en la crianza de sus sobrinas, al borde del ridículo. Papá varón canchero y comprensivo, tía mujer, rígida y obsesiva.

“Brigada Cola” en cambio tenía un argumento menos firme: una brigada de algún cuerpo militar de elite de fantasía que se dedica a “misiones” poco claras. En el primer capítulo está perdido en “tano Fifone” (Gino Renni) no se sabe bien porqué y lo buscan con modernos equipos satelitales. En un momento el jefe de la brigada (Ricardo Lavié) intenta establecer una comunicación telefónica pero el intento es fallido. El encargado de la comunicación (Edgardo Mesa) se excusa: “Se liga señor, tendríamos que haber entrado en la privatización”. Por si Bernardo Neustadt se quedara corto con sus arengas privatistas a “Doña Rosa”, Telefé incluía en sus guiones mensajes poco subliminales. Claro, se trataba del canal controlado por el grupo Telefónica.

La mayoría de los gags, además de la torpeza de los brigadistas, radicaba en la tensión entre mujeres estereotipadas (secretarias voluptuosas) y los varones, frases con doble sentido y ocasiones insólitas para que cualquiera de las mujeres, sobre todo la psicóloga de la brigada (Mónica Guido) quede en bikini o ropa interior. Por si no alcanzara con el humor machista, el primer capítulo incluye un componente muy gorila: los enemigos de turno son un comando mafioso (o algo por el estilo porque estaban altamente armados para… robarse una grabación de Soda Stereo) cuyo nombre es “los capochas negras” (léase los cabecitas negras).

Una de las escenas de combate deriva en que el protagonista “Francachella” (Guillermo Francella) tiene que vestirse de mujer para distraer a sus enemigos y el sólo hecho de travestirse lo “mariconiza”.

No es el ánimo de esta nota la crítica minuciosa y despiadada de productos de la industria cultural que ya tienen un cuarto de siglo, aunque vale la pena recordar qué consumos culturales acompañaron a una generación. Pero si bien los medios masivos de comunicación tienen una influencia relativa sobre la construcción del sentido común de cada época, esto no sucede de manera lineal. También la realidad social cambiante tiene su influencia en el plano de la cultura. La lucha contra los prejuicios machistas, los avances del movimiento LGTB o la mayor presencia del movimiento obrero como sujeto social (en los años ´90 se cuestionaba la existencia de las clases y hasta del obrero en sí) trastocaron los guiones de las ficciones post 2001. Así aparecieron personajes que participan en luchas (el D´onofrio de “Guapas” en 2014), la temática LGTB ya no es sólo motivo de burla sino también de reflexión, o problemas como la trata de personas y la violencia de género son más habituales en las pantallas del siglo XXI.

Difícil tener nostalgia por algunos de los prejuicios y sentidos comunes que expresaban “Brigada Cola” o “Grande, pá” aunque nos arranque alguna sonrisa volver a ver esas situaciones que hoy nos parecen un poco ridículas.

 
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