En 1974, Leopoldo Torre Nilsson unió sus fuerzas a las de Manuel Puig para la confección del guion de la que sigue siendo la mejor adaptación fílmica de una obra del autor de “La traición de Rita Hayworth”, posiblemente su mejor obra: “Boquitas pintadas”.
Hoy en día poco recordado en el panorama internacional, el realizador argentino Leopoldo Torre Nilsson saltó a la fama gracias al reconocimiento crítico y los premios que saludaron a algunas de sus películas de principios de los años 60 como “La mano en la trampa” donde, con cierto aire buñuelesco, retrataba, mezclando la ironía y el drama, distintos estratos sociales de la asfixiante sociedad argentina del momento.
Ya en 1974 unió sus fuerzas a las del narrador Manuel Puig para la confección del guion de la que sigue siendo la mejor adaptación fílmica de una obra del autor de “La traición de Rita Hayworth”, posiblemente su mejor obra: “Boquitas pintadas”.
Estamos ante una película imperfecta, pero, a ratos, fascinante y única que fue acogida como un gran éxito en varios festivales, aunque tuvo numerosos problemas con la censura. A diferencia de la adaptación de “El beso de la mujer araña”, pertrechada por Héctor Babenco, Torre Nilsson sabe recoger el espíritu a la vez desconcertante e iconoclasta del novelista, con su adscripción a la literatura popular, al habla cotidiana de las mujeres, sus escapes cinéfilos, su narrativa epistolar y esa mezcla de sensualidad y desamparo en el que viven sumidas sus criaturas.
Si Babenco necesita que el personaje gay recree una película de nazis en lugar de la mítica “Cat people” para apuntalar el carácter aparentemente evasivo y sentimental de Molina frente a su heroico compañero de celda, Nilsson se vale de la colaboración del escritor lo que deja una huella indeleble en la abundante literatura de toda índole que acompaña a las nada desdeñables imágenes, que siempre mezclan sordidez y esteticismo, de “Boquitas pintadas”.
En esta el realizador y su operador Juan Carlos Desanzo saben dotar de una peculiar gama cromática cercana al folletín y a la historia de amor y muerte, que se nos narra a través de varios personajes femeninos, que intercambian amor, cotilleos e impresiones sobre un personaje masculino cuyo fallecimiento al comienzo de la narración da lugar a un prolongado “flash-back”. Mediante este recurso nos describe, con una mezcla de humor incisivo y sentimentalismo rebuscado, las peripecias de varios personajes que estuvieron cerca de ese hombre, inagotable conquistador, rompecorazones y ahora enfermo de pulmonía.
Hay ráfagas de belleza en esas imágenes a la vez saturadas, excesivas y esteticistas como en esas pasiones desatadas y en esos secretos (a voces) de alcoba que recorren la estructura del filme que, como otros de su director, no nos ahorra momentos de crueldad, violencia y negrura, sin descuidar una mirada humanista sobre sus criaturas.
La represión y la obsesión sexual, los negocios apañados, el machismo imperante y la influencia de la política en las costumbres sociales del momento se filtran por todas las grietas de este serial romántico, arropado de largos monólogos, diálogos alternativamente incisivos o deliberadamente cursis, y una cuidada disposición de los personajes y los objetos en el interior o el exterior, quedando, como en casi todas las novelas de Puig, las mujeres relegadas al ámbito de lo doméstico y los hombres a la esfera pública.
“Boquitas pintadas” puede parecernos hoy algo afectada, melodramática y maltratada por el paso del tiempo con sus apuntes “kitsch” y sus rasgos caricaturescos, pero no deja de ser un estilizado, apreciable y fiel testimonio de un momento histórico y un retrato valiente del abismo que separa los sentimientos y las acciones de mujeres y hombres que tratan, sin éxito, de lograr una comunicación fluida.
Hoy, treinta años después de la muerte de Puig, es bien sabido que, en su periplo de cinéfilo irredento (como algunos de sus personajes) y guionista en activo, el autor nunca quedó satisfecho del todo con los filmes realizados a partir de unos libros que destacan por su carácter experimental, donde se superponen los diálogos y los monólogos interiores y donde se arremete, como también hizo Torre Nilsson, contra el peronismo vigente en novelas como “Pubis angelical”, y contra la estructura heteropatriarcal del mundo que lo vio crecer.
El silencio social de las mujeres se articula a través de largas conversaciones, aparentemente anodinas, donde predomina el diálogo la réplica incisiva y el monólogo interior que pasa de un personaje a otro, en una construcción poco habitual del espacio de la novela en una sociedad marcada por diferentes formas del totalitarismo.