Una tranquila comunidad maya del estado de Yucatán, en México, se ve afectada dramáticamente por las megagranjas porcinas que contaminan y saquean el agua. Estrena este jueves en redes sociales.
"Era un olor diferente, que penetraba y lastimaba la nariz". Treinta y ocho segundos con lo esencial: el relato de un hombre de la comunidad maya y las aguas densas y burbujeantes de una laguna en el estado mexicano de Yucatán. Así es el primer teaser de Una laguna negra, documental que se estrena en redes sociales este jueves 7 a las 18 horas de Argentina.
Esta pieza audiovisual cuenta el desastre ecológico y social que provocan las megagranjas porcinas en la comunidad maya de Kinchil, a cuarenta minutos de Mérida, capital del estado, pero en esencia trata sobre hombres y mujeres en busca de su propia supervivencia y la defensa de la naturaleza contra Kekén, la mayor exportadora mexicana de carne de cerdo, y su avance contra el agua y los bienes naturales de una región supuestamente protegida por un Estado que en verdad avala el saqueo y la destrucción.
La primera alerta en Kinchil fue la súbita desaparición de ganado, que llevó a la comunidad a descubrir que una amplia zona de la selva había sido dramáticamente afectada por los efluentes tóxicos descartados por las granjas porcícolas de Kekén,
propiedad del Grupo Kuo y protagonista de una avanzada extractivista para abastecer a mercados como China, Japón, Canadá y Estados Unidos.
Patricio Eleisegui, periodista y escritor argentino, fue el encargado de llevar adelante la investigación y el guion del documental, para lo cual viajó especialmente a Yucatán apenas se levantaron las restricciones por la pandemia. Pero la historia comenzó tiempo atrás, en los primeros meses de 2020, cuando tomó contacto con Alberto Rodríguez, referente maya de Kinchil. Su relato sobre los efectos de las megagranjas fue el puntapié para el proyecto de documental, al que Eleisegui comenzó a dar forma junto a Maricarmen Sordo, la directora, residente en Mérida.
"El modelo de producción intensiva de carne de cerdo es inseparable de la disponibilidad de agua", dice en diálogo con La Izquierda Diario, y agrega que en Yucatán se encuentran las últimas reservas de agua potable de México, en el Anillo de cenotes, un área natural formalmente con protección estatal. Las granjas porcinas de Kekén se erigen impunemente en plena selva, aun en sitios reclamados como propios por derecho ancestral por la comunidad maya. "Hay más de doscientas cincuenta en Yucatán, y más de cuarenta están en reservas naturales", precisa. "Van secando las zonas".
El desembarco de la empresa hace una década tuvo todos los condimentos que suelen usar para “vender” algo que a priori ya huele mal: prometieron empleo, armonía con las comunidades y el infaltable “desarrollo sustentable”. “Una década después, narran los vecinos, el resultado es el opuesto: precarización laboral, enfrentamientos por la tenencia de la tierra, contaminación casi irreparable de los ecosistemas de la zona”, describe la gacetilla de prensa.
"Se instalan en las zonas donde saben que hay demanda laboral alta y pueden imponer sus sueldos como se les antoja", detalla el realizador. En las megagranjas de Kekén no se admiten errores y se despide sin indemnización, además de hacerles firmar cartas en las que prometen absoluta confidencialidad sobre lo que allí sucede. El modelo de granjas industriales necesita mano de obra barata y no sindicalizada.
Lejos de una “integración” y empleos estables y de calidad, en Kinchil ven amenazadas sus formas tradicionales de subsistencia, como la apicultura o la producción doméstica de alimentos, por el avance de los desmontes, el vertido de excretas de cerdo y hasta el uso de agrotóxicos en plena selva. "Es un pueblo de unos 7000 habitantes que tradicionalmente ha vivido de la apicultura", cuenta Eleisegui.
El rodaje, realizado en Kinchil y zonas aledañas, tuvo como escenario la selva yucateca, con su vegetación y pantanos, territorios de muy difícil acceso, pero también se trasladó a poblaciones linderas, como Celestún, zona de pescadores cuyo abastecimiento de agua depende del acuífero subterráneo de cenotes. "El gran peligro es que finalmente la contaminación llegue a ese cenote, y ya hay otros cenotes contaminados, lo que generaría la migración de la población", alerta Eleisegui.