Escritor y fotógrafo mexicano, Juan Rulfo nació en Jalisco el 16 de mayo de 1917 y falleció en 1986. Pasó su niñez en San Gabriel y luego viajó a Ciudad de México donde estudió historia del arte y fotografía. Durante las dos décadas siguientes, años 30 y 40, viajó por el país y escribió sus primeros cuentos, algunos de los cuales son publicados en revistas. En la década del ´50 escribe sus dos obras:
Pedro Páramo (1955) y El llano en llamas (1953).
Ambas permanecen vigentes, no sólo porque se siga leyendo, sino porque sigue inquietándonos acerca de eso que podríamos llamar la experiencia humana. Es la historia ambientada en un pueblo desdibujado, desértico, poblado de campesinos y gentes abandonadas, que habitan entre el calor y el polvo, entre la miseria y la guerra. Narraciones marcadas por un espíritu melancólico e introvertido, gestado durante la Guerra Cristera y la Revolución Mexicana.
Con esos dos volúmenes, Rulfo se convirtió en pieza clave de la literatura en castellano y su influencia, reconocida por escritores como Borges, se extendió a otros países a medida que su obra fue traducida.
Juan Rulfo
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges nació en Buenos Aires el 24 de agosto de 1899 y murió en Ginebra en 1986. Fue un escritor de cuentos, ensayos y poemas argentino, extensamente considerado una figura clave tanto para la literatura en habla hispana como para la literatura universal. Sus dos libros más conocidos, Ficciones y El Aleph, publicados en los años cuarenta, son recopilaciones de cuentos conectados por temas comunes, como los sueños, los laberintos, las bibliotecas, los espejos, los autores ficticios y la mitología europea, y más.
Entre otros aportes al arte, en 1921 fue uno de los impulsores de la revista literaria española Ultra, que —como su propio nombre deja adivinar— era el órgano difusor del movimiento ultraísta.
Borges en México
Borges visitó México en tres ocasiones: en 1973, 1978 y 1981. Fue durante su primera visita que Juan Rulfo, escritor mexicano, y Borges sostuvieron un diálogo:
Rulfo: Maestro, soy yo, Rulfo. Qué bueno que ya llegó. Usted sabe cómo lo estimamos y lo admiramos.
Borges: Finalmente, Rulfo. Ya no puedo ver un país, pero lo puedo escuchar. Y escucho tanta amabilidad. Ya había olvidado la verdadera dimensión de esta gran costumbre. Pero no me llame Borges y menos «maestro», dígame Jorge Luis.
Rulfo: ¡Qué amable! Usted dígame entonces Juan.
Borges: Le voy a ser sincero. Me gusta más Juan que Jorge Luis, con sus cuatro letras tan breves y tan definitivas. La brevedad ha sido siempre una de mis predilecciones.
Rulfo: No, eso sí que no. Juan cualquiera, pero Jorge Luis, sólo Borges.
Borges: Usted tan atento como siempre. Dígame, cómo ha estado últimamente?
Rulfo: ¿Yo? Pues muriéndome, muriéndome por ahí.
Borges: Entonces no le ha ido tan mal.
Rulfo: ¿Cómo así?
Borges: Imagínese, don Juan, lo desdichado que seríamos si fuéramos inmortales.
Rulfo: Sí, verdad. Después anda uno por ahí muerto haciendo como si estuviera uno vivo.
Borges: Le voy a confiar un secreto. Mi abuelo, el general, decía que no se llamaba Borges, que su nombre verdadero era otro, secreto. Sospecho que se llamaba Pedro Páramo. Yo entonces soy una reedición de lo que usted escribió sobre los de Comala.
Rulfo: Así ya me puedo morir en serio. |