El resultado es inobjetable: Santos fue superior ante un Boca tímido, que desperdició el primer tiempo con el pelotazo como recurso central, que perdió todas las esperanzas con la ráfaga de los locales al inicio del segundo tiempo (ya estaba 1-0 abajo y a los 4 y 6 minutos del complemento lo liquidaron Soteldo y Braga), que se quedó con un jugador menos por una acción irresponsable, innecesaria y tonta de Frank Fabra (pisotón a Marinho que estaba tirado en el piso) que le valió la tarjeta roja. En ningún momento el panorama fue bueno para el xeneize, ni siquiera en el partido de ida en La Bombonera donde ofreció poco y nada.
Recién con la expulsión de Fabra, ya 0-3 abajo y con el orgullo herido, Boca empezó a arrimar al arco de Paulo, con insistencia y sin demasiada precisión. Pero recién ahí pareció acordarse de que es Boca y que llegar a la final de la Libertadores era el objetivo máximo. Ya era un poco tarde, aunque pudo haber descontado.
Aunque Russo no estuvo muy acertado en los cambios (cuesta entender por qué no entró Cardona), hay que destacar que su ciclo volvió a poner a Boca en la palestra de los protagonistas. Llegó lejos en la Copa, con actitud más que con juego, y ahora tiene por delante el desafío del campeonato local que es la definición de la Copa Diego Maradona. En un año accidentado para el fútbol por el contexto de la pandemia, no está nada mal.
En lo que a esta Copa Libertadores respecta, se definirá en el Maracaná y con dos clubes de San Pablo que han sabido cosechar en décadas pasadas. Más brasileño no se consigue. Por la imagen que dejaron en las semifinales, Santos parece un mejor equipo: habrá que esperar hasta el 30 de enero para saber si logra estampar nuevamente su nombre en el trofeo más preciado del continente. |