Los dichos del presidente, en el marco de la promulgación de la ley 27.610, ya generaron muchas repercusiones. Aunque con límites importantes, en la conquista de esta ley se trata de un reclamo histórico de las mujeres en Argentina y el mundo. El derecho al aborto no se lo debemos a Alberto Fernández como tampoco a ni ningún otro varón particular, ni funcionario o funcionaria de turno.
Muy lejos del fin del patriarcado para las trabajadoras
Estamos lejos. No solo que hubo 23 femicidios en lo que va del año, sino que las trabajadoras en general y las trabajadoras de la educación en particular, tenemos mucho lo que pelear aún en lo que hace a nuestras condiciones de vida y de trabajo.
La pandemia nos puso a las y los trabajadores/as de la educación en la encrucijada de dar respuesta a una educación de emergencia. La experiencia de encuentros pedagógicos desde la virtualidad ha significado que tengamos que asumir la responsabilidad de desarrollar prácticamente de cero una nueva modalidad, por muchos no aprendida previamente. Enfrentar dicha encrucijada ha significado para la mayoría de los/as docentes echar mano a herramientas y recursos: dígase, nuestro servicio de internet (wifi o datos móviles) pago con nuestro salario, o nuestras tecnologías (celulares sin capacidad de memoria, neetbooks o pc no actualizadas) cuando las hubo. El Estado no ha garantizado que las y los docentes tengamos cubiertas las herramientas básicas de la virtualidad: formación y recursos. En su lugar, ha recortado nuestros salarios e incumplido con el pago de los aguinaldos. Cabe mencionar también que nuestras condiciones laborales se han visto afectadas: al pasar de una modalidad a otra, no se tuvo en cuenta la desregulación de los tiempos/horarios/tareas y la sobrecarga laboral se puede observar en nuestros cuerpos, nuestra vulnerabilidad psíquica y emocional (*Ver encuestas sobre Trabajos de Cuidado-SUTE).
La sobrecarga laboral se traduce en más horas dedicadas al trabajo de educar, más horas de planificar actividades y el proceso de enseñanza, aprender a manejar las plataformas y las redes, las TICs, armar materiales, subirlos en los -múltiples grupos-, hacer seguimiento, corregir, monitorear el proceso de los estudiantes, tener en cuenta a los que no han podido conectarse, pensar actividades para ellos, sostener reuniones de personal, pensar como sostener este tipo de escuela; etc. Solo enumerarlo es extenuante. EL derecho a decidir sobre nuestros cuerpos no solo implica la sanción de la IVE sino también la posibilidad/libertad de decidir qué hacer con nuestro tiempo, nuestras fuerzas, nuestras ganas, nuestros deseos.
Las trabajadoras son las más afectadas por la sobrecarga laboral. Puesto que además de esto son las responsables, en muchos casos las únicas, del trabajo de cuidado, es decir, del trabajo de cocinar, limpiar, ver y atender las necesidades de sus hijos o personas adultas mayores a cargo.
Desde hace décadas tanto los gobiernos como la burocracia sindical Celeste de CTERA han naturalizado la doble jornada de trabajo para paliar los bajos salarios (el doble turno o la sobrecarga de horas). Para una trabajadora de la educación esto significa una triple jornada, ya que en este extraño “fin del patriarcado”, las mujeres siguen siendo las que cargan con las invisibilizadas tareas domésticas, cuidado de hijos e hijas y familiares; además de su trabajo remunerado. En pandemia, niños y niñas no fueron a la escuela, ¿quién los cuidó? Aunque pueda haber colaboraciones y “ayudas”, las mujeres son las que dedican el doble del tiempo a tareas domésticas no remuneradas.
Lejos del reconocimiento de lo que ha significado esta realidad en la pandemia, el gobierno de Mendoza pretende que firmemos una propuesta salarial que desconoce el 2020 y sigue dejando a miles y miles por debajo de la línea de pobreza. El 85% son mujeres.
Desde el feminismo se acuñó una consigna para denunciar esto: “No es amor, es trabajo no remunerado”. Los preceptos patriarcales que asignan a las mujeres las tareas de cuidados no han terminado. Tenemos una gran tarea para visibilizar el trabajo reproductivo, feminizado y no pago, que en el caso de la educación justifican bajo la idea de “sacerdocio” y “vocación”. El ideal de docente de algunos sectores sigue siendo la maestra-madre abnegada, precarizada y calladita (porque nos vemos más bonitas).
Hace 15 años se promulgó la ley de prevención y erradicación de la violencia de género. En Mendoza la ley 8806 habilitó la modificación de la ley de licencias (5811). Desde entonces venimos exigiendo su reglamentación. Hace más de un año desde el SUTE tenemos reuniones paritarias y prácticamente tenemos escrita la reglamentación de la licencia. El último 11 de enero hubo una nueva reunión y la respuesta es que por ahora no. ¿Será retroactivo el fin del patriarcado anunciado por el presidente? ¿Quizás así avancemos en algo tan elemental?
El reglamento presentado por las miembras paritarias del sindicato establece un ordenamiento para la licencia, traslado y reducción horaria de trabajadoras de la educación en situación de violencia, un avance en la lucha por derechos, pero no es la caída del patriarcado, eso nos queda claro.
En las escuelas las mujeres que transitan también son las mamás y las estudiantes, quienes en su mayoría no cuentan con las mismas posibilidades que los varones. Y ni hablar en pandemia.
Desde las escuelas venimos exigiendo la real y efectiva aplicación de la Ley de Educación Sexual Integral, la que aún cuenta con múltiples escollos por su falta de reglamentación, por falta de presupuesto y por la resistencia sobre todo de sectores religiosos que, financiados por el estado, militan contra los derechos de las mujeres y disidencias.
Muy lejos del “fin del patriarcado”, nos encontramos frente a un ajuste que se intenta justificar con la pandemia, ante al cual las mujeres nos llevamos la peor parte.
Y por ello no solo nos organizamos en cada lugar de trabajo sino que peleamos por recuperar nuestras organizaciones sindicales y opinamos que nuestra lucha es política. Porque el patriarcado opera en las formas y el contenido. Por eso en el SUTE peleamos no solo por un programa, consignas y por recuperar la herramienta de lucha efectivamente para los y las trabajadoras sino también luchamos por combatir las formas que allí se dan de violencia, opresión y discriminación.
Adoptamos una convicción al decir “yo te creo” ante cada compañera que denuncia pasar por una situación de violencia. Peleamos por un lugar real de representación para las compañeras que representamos el 85% del gremio, mientras los lugares de representación gremial en su mayoría la detentan varones.
¿Fin del patriarcado?
Históricamente nos han vulnerado nuestros derechos; la religión y la ciencia han sido herramientas para crear los argumentos de dominación de género.
Se explica la existencia de las mujeres y de las disidencias sexuales: lesbianas, homosexuales, personas trans, desde parámetros que nos colocan en lugares de seres incompletos, imperfectos, anormales, sin capacidades de decisión, etc.
Historiadores, filósofos, científicos y políticos han opinado sobre las mujeres y sus capacidades, y esta nota se extendería a una cantidad de páginas innumerables si ahondáramos en eso. Estas explicaciones se traducen en normas, costumbres, leyes, usos; es decir construcciones sociales, y por lo tanto modificables. Los estereotipos y roles que se adjudican a las mujeres, a lesbianas, a homosexuales, a las personas trans y a los varones son esas construcciones culturales. Qué lugar deben ocupar en la sociedad, qué tareas deben realizar, qué destinos deben recorrer. ¿Acaso la “señorita maestra” buena, amable, maternal y sumisa no es una construcción que combatimos día a día?
El patriarcado funciona desde hace miles de años y vivimos en una sociedad que cría y educa personas violentas. Violencias dirigidas a géneros considerados inferiores. Es una historia de desigualdad, apoyada en cada sistema de opresión. Por esto nos organizamos. Por esto peleamos. Por esto nuestra lucha no se acaba con la conquista de un derecho por más central que sea en nuestros reclamos. Las mujeres son la mayoría de los/as pobres, de los/as desocupados/as, quienes acceden a menores niveles educativos, quienes tienen más vulnerado el derecho a la vivienda.
Quienes consideramos que estos sistemas opresivos son antihumanos los combatimos. Sostenemos que su construcción es social, cultural, histórico y que es sostenida por sectores y clases sociales con poder hegemónico, y por ello son modificables, quebrantables. Y esa es nuestra apuesta. La opresión de las mujeres, la violencia ejercida sobre sus cuerpos, es histórica, porque el Patriarcado es una construcción histórica, es un sistema de dominación, muy conveniente a la explotación capitalista, como la xenofobia o el racismo. Cada una de estas opresiones relacionadas no se “caen” por fuerza de gravedad. No las finaliza un decreto. No se trata solo de una ley. Nuestra lucha es por conquistar otras condiciones de vida, de existencia.
Pero el presidente tuvo el tupé de decir que “para muchas mujeres, es la culminación de un tiempo de lucha”. ¿De qué hablará cuando dice fin del patriarcado? Señor presidente, la violencia hacia las mujeres es violencia patriarcal, y los gobiernos no están a la altura de las circunstancias. El Estado no garantiza ni la más mínima medida de emergencia que actuar ante la brutal realidad de los femicidios y la violencia de género. En nuestro sindicato recibimos en promedio un pedido de ayuda por día en las Consejerías de Género. Maestras, profesoras, celadoras, preceptoras que acuden al sindicato porque el estado no da respuesta.
No le pone fin un presidente, lo vamos a tirar
Hay mucho por andar, estamos en eso, nos sentimos compañeras de las pibas, somos parte de la marea verde de Argentina y de América Latina, ponemos tiempo y esfuerzo en combatir toda forma de burocracia. Enfrentamos gobiernos que nos desprecian, nos atacan, nos ponen en la línea de pobreza, nos desvalorizan mintiendo sobre cuánto trabajamos, cuánto descansamos y poniendo en tela de juicio nuestra capacidad.
Enfrentamos la crisis, los ajustes, el ataque a nuestros derechos laborales. Como dijo un gran pensador revolucionario, y muchos y muchas sostenemos, la historia de la humanidad es la historia de esas luchas, de las luchas de los oprimidos/as contra sus opresores, de los explotados contra los explotadores, la lucha de clases. La historia es dinámica, dialéctica y perfectible. Nosotras decimos que una firma no tira miles años de opresión, pero también que cada conquista puede ser un gran punto de apoyo para ir por más. Para ir por todo y terminar toda opresión y explotación. |