Este martes he podido comprobar que muchos jóvenes se han movilizado exigiendo la libertad de Hasél y la libertad de expresión. Era tanta la juventud que más bien pensaba que muchos de ellos podrían ser hijos míos, por la diferencia de edad. Me sorprendió muy gratamente, en primer lugar porque eran la manifestaciones más grandes que veo en lo que va de pandemia; y, también porque la juventud sale a protestar en un contexto económico y social muy complicado.
También he podido comprobar que en las movilizaciones para defender la libertad de Hasél y la libertad de expresión no había una sola bandera, ni la presencia de ningún sindicato. Tampoco se podía verificar si las organizaciones estudiantiles habían acudido. No he podido encontrar banderas de las grandes formaciones de la izquierda. Algunas banderas rojas, algunas catalanas, de Pan y Rosas y poco más.
Los tertulianos, en la tele y la radio, el jefe de los Mossos y los dirigentes políticos (sobre todo los más conservadores) se quejan de la violencia en las calles. Se quejan de los contenedores quemadores y le mobiliarios público y privado destrozado. No se quejan tanto de la muchacha que perdió el ojo por la represión policial, ni tampoco de la misma represión en policial. Lo de siempre, los jóvenes son los responsables de la violencia.
Sin embargo, la violencia no ha comenzado este lunes. En primer lugar, la violencia, si analizamos el caso concreto de Pablo Hasél, comienza con la obscenidad de que el Rey viva en la opulencia, pagado con dinero público, sin rendir cuentas y protegido por el Gobierno de Sánchez-Iglesias. Eso en el medio de la peor pandemia en cien años, con una crisis social durísima, provoca un resentimiento social enorme.
Es violencia que las manifestaciones de los grupos fascistas reivindicando la persecución contra los judíos, la División Azul en el bando de Hitler se pueda hacer sin problema. Precisamente lo contrario que ha sucedido con los jóvenes, este martes y miércoles. La policía reprime a la juventud y protege a los fascistas. Cada vez más el Régimen muestra su verdadera cara.
Violencia es que la juventud tenga un 40% de paro, un 66% de temporalidad, tasas universitarias imposibles de pagar. Violencia es que los jóvenes sean culpabilizados de los contagios de Covid-19, mientras los ricachones hacen fiestas “privadas” con centenas de personas en lugares amplios que ellos tienen. Violencia es el discurso de que los jóvenes son “ni-ni”.
Violencia es que un juzgado diga que una violación a una mujer no lo era porque una “manada” en Manresa se aprovechó de ella estando desmayada. Violencia es que las mujeres lleven décadas cobrando mucho menos que los hombres haciendo el mismo trabajo. Violencia es que despidan a una mujer porque está embarazada.
Violencia es negar una y otra vez la posibilidad de la autodeterminación de los pueblos, y en concreto a Catalunya que lleva más de 10 años haciendo referéndums populares (el de Arenys de Munt, el 9N y el 1O); mientras desde el Estado se limita el autogobierno, el uso de catalán y se limitan las inversiones públicas en infraestructura.
La violencia no comenzó con el primer contenedor quemado, ni con un cristal roto. La violencia comienza con el duro castigo que el sistema capitalista, el Régimen del 78, los grandes empresarios y el Gobierno (incluso uno que se dice progresista) descargan los costes de la crisis económica y social sobre la juventud, las mujeres, los trabajadores y los pueblos.
El sistema capitalista es violento. Por eso tiene sus cuerpos de represión que vigila que el pueblo no se levante contra el mal gobierno. Por eso tiene sus leyes hechas por los agentes de los poderosos en el Congreso y que favorecen al Ibex35 mientras deja en la miseria a miles de jóvenes. Por eso tienen sus jueces con apellidos de “ilustres” familias que gozaron de muchos derechos durante la dictadura Franquista.
Siendo el sistema así de violento, nadie se puede extrañar que la juventud se violente en sus protestas. Mucho más cuando la policía se dedica a reprimirlos. Pero el gran problema es que la situación de los jóvenes y mujeres, de los trabajadores en paro y ERTOs, de las capas medias que sufren la crisis no son defendidas, ni expresadas por los grandes sindicatos, cuya cúpula está completamente al servicio del gran capital. |