Se levanta siempre a las 4 de la mañana para llegar a su trabajo en el centro, donde, tercerizada, hace limpieza durante ocho horas en una importante empresa de telecomunicaciones. Su salario llega apenas a los $ 6.000 y no todos los meses, por lo que se ve obligada a tomar horas extras para apenas llegar a fin de mes.
Años atrás, Lidia vivía con su pareja. Después de tres años de convivencia, su vida comenzó a hacerse muy cuesta arriba, más aún. Su pareja comenzó a maltratarla, golpearla y abusar de ella. Y lo soportó durante un tiempo. Hasta que llegó el día en que, en sus palabras, la gota rebalsó al vaso: “fue cuando me tiró en la cama, me puso una almohada en la cara y no me dejaba moverme (…) ahí entre golpes y discusiones, pude zafar y ese día decidí terminar¨.
Ese día, cínicamente, él mismo, después de casi matarla, llamó a la policía y la ambulancia, algo que Lidia todavía no entiende por qué. Terminó en el hospital. Y después en la comisaría, donde no le tomaron la denuncia y la mandaron a su casa. Sí, a su casa, donde vivía el tipo que la había mandado a golpes al hospital ese mismo día. Esa noche se quedó en la casa de su hija.
En la comisaría, la hicieron volver al otro día, cuando “un señor me tomó declaración mientras miraba un partido de fútbol”. La mandaron a un médico forense, pero luego no pasó nada. Más adelante fue a la comisaría de la mujer, creyendo que allí obtendría la respuesta y la contención que necesitaba. Pero la cosa no fue distinta: “me tuvieron desde las 11 de la mañana hasta las 8 de la noche, donde me tomaron la denuncia, pero nunca funcionó, no hicieron nada, realmente no hicieron nada”.
La siguiente denuncia la hizo un año después, ya que en el medio estuvo muy mal anímicamente, fue internada por depresión y atendida, aún hasta hoy, por psicólogo y psiquiatra, bajo medicación. Nos relata: “Fui a la calle Uruguay, de ahí me mandaron a Viamonte, después me mandaron a Tucumán, después me mandaron a Talcahuano y por último a la calle Lavalle”.
Para esos días, Lidia se había enterado que su ex pareja había abusado también de su sobrina cuando tenía 18 años y de su hija, de apenas 14 años en ese momento, quienes se animaron a contárselo cuando ella comenzó a hacer las denuncias. Desbordada, amenazó con matarlo ella misma si no hacían nada. Finalmente, le tomaron la denuncia en la Unidad Fiscal para la Investigación de Delitos contra la Integridad Sexual y Prostitución Infantil.
Ella esperaba que, yendo a hacer la denuncia, iba a encontrar contención, que iban a darle un albergue para no tener que volver a dormir al lugar donde podían llegar a matarla. Pero eso nunca pasó. Eso la llena de bronca, por ella, por su sobrina, por su hija y por amigas suyas que sufren también de violencia por el solo hecho de ser mujeres. Cuando le preguntamos qué esperaba ella por parte del Estado cuando comenzó con las denuncias, nos dice: “…que nos contengan, nos den albergue. A la que no tiene trabajo, que le consigan un buen trabajo, porque muchas estamos sometidas por ese tema, la falta de trabajo. Y no podemos desligarnos de la persona que nos está agrediendo todo el tiempo.” Y agrega: “…me han cerrado miles de puertas, una tras otra, pero yo no bajé los brazos. Tenemos que contarlo. Las mujeres tenemos que organizarnos y salir a gritar a las calles.”
Sabiendo que la organización y la lucha de las mujeres son fundamentales, ella apoya firmemente el proyecto de creación de un Plan Nacional de Emergencia contra la violencia hacia las mujeres, presentado a principios de mes por el diputado nacional por el PTS en el Frente de Izquierda, Nicolás del Caño, entendiendo que es necesario una ayuda inmediata a las miles de mujeres que sufren a diario la violencia de género.
El caso de Lidia no es un caso aislado. Son millones las mujeres que, como ella, sufren esa larga cadena de violencias día a día en sus casas, en la calle y también en sus lugares de trabajo. Que sufren violencia incluso por parte del Estado cuando deciden alzar la voz y denunciar. El caso de Lidia es uno más.
Lidia es millones de mujeres, pero al mismo tiempo es una más. Aunque podría haber sido una menos. O su sobrina. O su hija. Y ella lo sabe, porque sabe que en Argentina una mujer es asesinada cada 30 horas.
Por eso el 3 de junio desde temprano estuvo en Congreso y apenas comenzamos a hablar, me contó que era víctima de violencia. Para ella, estar ahí era una cita de honor. Me pregunto cuántas de las cientos de miles de mujeres que estuvieron ese día, habrán estado ahí por ser víctimas de algún tipo de violencia.
Ese día, Lidia fue una más entre miles de remeras, carteles, banderas y globos color violeta. Junto a sus compañeras de Pan y Rosas, Lidia levantó bien alto el cartel que decía “Ni Una Menos” y, como ella misma dice, salió a “gritar a las calles” que si tocan a una, nos organizamos miles.
Y ella empezó a organizarse. Es consciente de que es necesario que conformemos un gran movimiento de mujeres que pelee por todos nuestros derechos en nuestras casas, en nuestros lugares de trabajo, de estudio y en las calles. Junto a Pan y Rosas, ya está pensando en la organización de talleres sobre violencia de género en su barrio, de cara al próximo importante evento y una nueva cita de honor para ella, el Encuentro Nacional de Mujeres que se realizará en octubre en la ciudad de Mar del Plata.
Lidia sabe que no alcanza con una marcha nada más. La hipocresía de los medios de comunicación, los gobiernos, el Estado y sus instituciones no logra engañarla. Ella lo vivió en carne propia y sabe que son responsables. Por eso sigue sin bajar los brazos aún hoy. Por eso cuando le preguntamos cómo seguir, responde: “organizándonos”. |