Este 8M las trabajadoras de la salud tenemos una cita infaltable en las calles. Porque con la pandemia quedaron en evidencia las condiciones y la desfinanciación de los hospitales, de nuestros hospitales, esos en los que cada día vemos pasar a miles de mujeres trabajadoras junto a sus familias. Las que pertenecen a la abrumadora mayoría que mueve el mundo, y que durante todo el 2020 estuvieron en la primera línea poniendo en riesgo su salud y sus vidas bajo condiciones de total desprotección por parte del Estado y las patronales, porque no les quedó otra. Así lo denunciaron en los comienzos de la epidemia de COVID-19 empleadas domésticas; asistentes de geriátricos; trabajadoras de viñas; trabajadoras de plataformas y ahora mismo las docentes ante el inicio de clases.
Somos las que junto a nuestros compañeros estamos en la “primera línea” del sistema de salud. Un sistema totalmente fragmentado, desfinanciado y desbordado por los problemas históricos y heterogéneos que lo caracterizan desde la ofensiva neoliberal, al que continuamente, los distintos gobiernos de turno le destinan un exiguo presupuesto. A tal punto, que, aun a sabiendas de la inminente segunda ola de COVID-19, el Gobierno de Alberto Fernandez hizo un recorte a medida del FMI de casi un 10% para esta área clave, aunque si la inflación de este año es del 29%, tal como lo estimó en el Presupuesto 2021, esto significa que habrá un ajuste en salud del 16%.
Las trabajadoras de salud vivimos una realidad marcada por la precarización laboral (en Mendoza hay más de tres mil trabajadores precarizades) y el pluriempleo, con los que debemos lidiar a diario por ser quienes sostenemos la salud de la población, exponiéndonos a nosotras y a nuestras familias. Hemos sido uno de los primeros sectores en reclamar en movilizaciones y cortes de calles, protestas y paros en distintos establecimientos de la provincia por derechos básicos tales como equipos de protección necesarios, aumento y regularización salarial acorde a la canasta básica; la liquidación de salarios adeudados, el pase a planta, entre otros.
Actualmente continuamos en pie de lucha para exigir, por un lado, el cumplimiento de las pases anunciados y celebradas por el gobierno de Suárez en junio del año pasado. Y, por el otro lado, las condiciones laborales para les “prestadores con contratos COVID-19”, que son les que en peores condiciones están, y que inclusive dependiendo el establecimiento llegan a tener atrasados el cobro de sus salarios hasta seis u ocho meses.
Constantemente padecemos la persecución y el atropello de Suarez y la Ministra de Salud, Ana María Nadal. Es que ellos, con sus dietas de privilegio que quintuplican nuestros sueldos, no saben lo que es tener que pagar un alquiler, darle de comer a sus hijes y pagar impuestos con 25mil pesos. O bien, piensan que quienes ponemos el cuerpo, a veces hasta 24 hs sin dormir, para garantizar la atención y cuidado de las y los mendocinos podemos vivir de los reconocimientos simbólicos que nos hacen, mientras paradójicamente hemos esperado hasta tres meses el cambio de barbijos N95, como denuncian nuestres compañeres del Hospital Central.
Además los ritmos de la campaña de vacunación avanzan a cuenta gotas mientras se expone abiertamente y de forma escandalosa con la “Vacunación VIP” los privilegios de clase y el lucro que existe alrededor de la salud por parte de sectores del Estado, los grandes laboratorios, las instituciones de medicina privada y la burocracia sindical que manejan sus intereses en las obras sociales.
No da lo mismo estar o no, motivos nos sobran
A menudo las jornadas extenuantes no terminan una vez que nos sacamos el ambo. Porque al llegar al hogar ese “tiempo libre” indispensable para recuperarnos del agotamiento generalizado, la angustia y el estrés que implica nuestro rol en un contexto como este, queda desperdigado entre las labores domésticas y el cuidado de nuestres hijes y/o familiares en edad adulta. Lo que termina por afectar no sólo nuestra salud sino también las condiciones de vida cotidiana de cada miembro de nuestro grupo familiar. Ahora bien, qué pasaría si comenzaramos a revertir estas condiciones de trabajo que provocan las frustraciones que arrastramos hasta la cama y que la llenan desencuentros debido a la discordancia de los horarios destinados al placer, también sexual.
A esta altura no hay dudas de que son estas condiciones las que nos aíslan y quitan tiempo de calidad para dedicarle a los nuestros o nosotras mismas. Entonces qué esperamos las que no queremos resignarnos a la frontera cada vez más difusa del tiempo de trabajo y no trabajo, cuando no es imposible ni utópico la socialización tanto de las tareas domésticas como de las horas de trabajo en base a salarios que realmente alcancen y que no nos mantengan en vilo como cada fin de mes. Donde en lugar de atender en edificios que se caen a pedazos con insumos muy por debajo de las necesidades de la sociedad, existan establecimientos administrados por nosotras, nuestros compañeros y las y los usuarios del sistema de salud. Para que junto a las y los científicos de nuestro país estemos a la cabeza de planificar democráticamente cada estrategia e intervención en salud con una perspectiva integral y un presupuesto acorde que salga de los impuestos a las grandes fortunas y del no pago de la deuda, asegurando los testeos masivos, la liberación de patentes y un plan de vacunación efectivo.
Con frecuencia somos quienes atendemos en nuestros hospitales y centros de salud a mujeres, trans y travestis violentades. Esos rostros que la mayoría de las veces vuelven una y otra vez cuando no tienen recursos para salir de la casa donde se ejerce la violencia o luego de que la justicia cómplice desestima sus denuncias previas Y somos también nosotras las que nos vemos igualmente interpeladas con cada cimbronazo que nos significa conocer la noticia de un nuevo femicidio o travesticidio.
Ningún gobierno nos ha dado una solución estructural para paliar esta y otras situaciones. Porque por más que pinten sus ministerios de violeta y de los colores de la diversidad, hasta aquí, el fin del patriarcado se vuelve un horizonte cada vez más engorroso si depositamos nuestra confianza en las reformas impotentes que nos ofrecen un promocionado presupuesto de género que no llega ni a los 150 pesos anuales y que en nada sirve para paliar la gravedad de los casos actuales. Está a la vista que sus intereses y prioridades están alejados de los padecimientos de miles de mujeres, disidencias y trabajadores que enfrentan las consecuencias de la crisis, como no tener vivienda, trabajo o un salario acorde a la inflación. Pero bien cerca de grupos económicos como Vicentín, las mineras, los terratenientes y los bancos.
No vamos a conformarnos con una vida signada por la pobreza, la precarización y la violencia como a la que nos quieren acostumbrar. Vamos a pelear por transformarlo todo. Con esa misma fuerza que tras la conquista de la promulgación del derecho al aborto demostramos que tenemos. Hecho histórico fruto de una pelea incansable en las calles con la organización y movilización de cientos de miles. Logro que más allá de sus limitaciones (la imposición del plazo de hasta 10 días, para confirmar la realización de la práctica; la penalización para quien aborte después de la semana 14 y no pueda justificar las causales de peligro de vida, de salud o violación) como trabajadoras de la salud nos comprometemos a tratar de hacer cumplir por todos los medios posibles cada vez que en base a la “Objeción de conciencia” los sectores más reaccionarios y fundamentalistas quieran decidir por las más jóvenes y pobres, que son las que principalmente sufrirán las dificultades que habrá para acceder al aborto legal. Particularmente en provincias como las nuestra donde ni siquiera se adhiere al Protocolo de Aborto No Punible que lleva más de un siglo de promulgación.
Este 8M despleguemos todas nuestras fuerzas en las calles para que a ningún
gobierno, juez, policía y antiderecho les queden dudas que el potencial transformador de que eso que nos encadena es la propia razón de su destrucción. Para esto no alcanza con combates formales de las que ciertos feminismos nos quieren convencer, sino que necesitamos organizar la fuerza de lucha que anida desde las mortíferas salas de los hospitales, desde la precariedad de las cocinas de las barriadas populares, desde la oscuridad de los talleres clandestinos y desde las dictatoriales líneas de producción de las fábricas que tienen que ser reconvertidas y puestas al servicio de las necesidades sociosanitarias y económicas que esta situación extrema exige. |