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La Izquierda Diario
12 de abril de 2021 Twitter Faceboock

Opinión
Precarización y extremismo editorial: las empresas periodísticas frente a su crisis
Agustín Espada
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https://youtu.be/xo0Pxxo_oWY

¿Qué caminos siguen los dueños de los medios de comunicación en la búsqueda de sostener la rentabilidad del negocio? Las viejas respuestas al nuevo problema del reparto de una torta publicitaria, cada vez más absorbida por las plataformas de Internet.

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En la columna anterior se describió al sistema de medios argentino y su estructura de propiedad. La relación de sus empresarios con el gobierno de turno y sus intereses económicos en otras actividades que dependen de avales o regulaciones estatales. La idea central de aquella nota era el regreso a una etapa facciosa del periodismo vernáculo. Una etapa en la cual la actividad pone cuestiones político-ideológicas por encima de la profesión periodística, el tratamiento justo y el relato de la coyuntura.

Bien vale hacerle una pregunta a ese texto: ¿por qué sucede eso? ¿Por qué el periodismo, y sus empresarios, se abrazan a "la grieta", agarran la pala para profundizarla y abandonan la noción de “interés público” para la producción serializada de noticias y entretenimiento?

La respuesta más rápida y con mayor capacidad explicativa para este fenómeno es que el periodismo es una actividad cada vez menos rentable. Las fuentes de ingreso tradicionales de las distintas actividades mediáticas están en crisis hace varios años y el momento parece ser límite. Dada esta falta de potencial para obtener rentabilidad, los empresarios se acercan a la actividad para ponerla a disposición de proyectos políticos y económicos que los trascienden. Los medios aparecen así como unidades de negocio parasitarias: viven y se alimentan de lo que pueden generar otras empresas. Al mismo tiempo, dada su alta penetración social y capacidad de incidencia, todavía, en el debate público, se transforman en unidades subsidiarias de esos grandes grupos económicos. Herramientas de presión, negociación, toma y daca.

El funcionamiento tradicional del negocio mediático consistió en generar un producto (radio, tele o diario) para conseguir cierto caudal o tipo de audiencia que pudiera ser atractiva para ofrecer al mercado de auspiciantes. Tanto por su tamaño como por sus cualidades. En prensa gráfica, además de los ingresos publicitarios los diarios financiaron buena parte de su actividad con la venta directa. Este sistema permitió la profesionalización de la actividad periodística y mediática desde los inicios del siglo XX hasta los primeros años del siglo XXI, cuando comenzó un lento proceso de precarización del negocio.

Como sucede con las industrias del retail, los taxis, el turismo o el sistema financiero, la disrupción digital transformó las bases del funcionamiento económico. Para los medios, Google, Facebook, YouTube, Instagram, Twitter, Netflix, Spotify o Apple se transformaron en los factores de disrupción: son cada vez más importantes dentro del mercado de auspiciantes. Con enormes aspiradoras de datos personales y sistemas de venta programática de publicidad, la mitad de la publicidad que antes llenaba las cuentas de las corporaciones mediáticas hoy queda en estas plataformas que no producen contenido (ni noticioso, ni casi ningún otro, a excepción de Netflix). Y no sólo no producen contenidos sino que también trabajan sobre la forma en la cual circulan y premian a los que más tráfico produzcan sin medir incidencia en el debate público o su calidad.

Las audiencias invierten grandes montos de dinero en mantenerse informados: contratan Internet en sus hogares, paquetes de datos para sus teléfonos personales, algunas abonan servicios de televisión y otras también se suscriben a servicios de streaming. Pero esas grandes cantidades de dinero invertidas (quizás mucho más que hace algunas décadas) no derraman hacia los productores de contenidos, que también ven reducida su torta publicitaria. En una tormenta perfecta, los medios no consiguen adaptarse y reemplazar los ingresos perdidos.

Las respuestas elaboradas ante este contexto consisten en reducción de personal (vía despidos, jubilaciones anticipadas) y transformación productiva: donde antes había un periodista que generaba una nota por día, hoy hay un joven que genera diez entradas diarias para el sitio web, un vivo de Instagram para la cuenta institucional y hasta edita un newsletter. La calidad del producto final es la gran dañada. Y en este río, el rol de las redes sociales al momento de generar los clicks y visibilidad para las notas y productos informativos, abrazar a comunidades convencidas y que acuerdan con la línea editorial, se transforma en la forma de acrecentar visitas. Y poder disputar mejor en el mercado publicitario digital.

El extremismo editorial (a favor y en contra del gobierno) es más una manera de aferrarse a un modelo en peligro de extinción, que de adaptarse a un nuevo entorno que transformó el negocio periodístico. Buscar clicks con notas sobre redes sociales, rumores o, directamente, noticias falsas, respondiendo a una comunidad fanática enfervorizada y retroalimentada por los algoritmos de la sociabilidad digital, es una respuesta vieja a un problema nuevo.

Mientras esta crisis se profundiza, genera estragos en puestos laborales, afecta la calidad del debate público y, por ende, la salud de las democracias, el periodismo (y muchos periodistas) buscan modelos alternativos por fuera del sistema empresario tradicional. Sin modelos que se afirmen para la reconstrucción de un periodismo profesional autónomo, el retorno de la etapa facciosa está a un click de distancia.

* El autor es Dr. en Ciencias Sociales (UBA) y especialista en medios de comunicación.

 
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