El pasado martes 29 de junio Dilma Rousseff y sus ministros iniciaron el segundo día de viaje oficial a los Estados Unidos en reunión con el dueño del monopolio de comunicación News Corporation, Rupert Murdoch, que entre otros diarios, controla al influyente “The Wall Street Journal”. En el mismo día el gobierno brasilero publicó cuatro páginas de propaganda paga en el diario de Murdoch para anunciar el plan de privatizaciones de puertos, aeropuertos, vías férreas y carreteras en Brasil.
Rápidamente la comitiva oficial se reunió con representantes del sector financiero y con empresarios de gigantes americanos, como la General Motors (GM), WalMart, General Electric (GE), Coca-Cola, entre otras. El tono del discurso de Dilma a los banqueros y empresarios fue de sostener que Brasil trabajará para tener una “economía más abierta y competitiva” y para terminar con la burocracia “infernal”, que permanece en el país.
Dando continuidad a su agenda, la presidenta recibió a Henry Kissinger, ex secretario de Estado de los Estados Unidos en la década del 1970, conocido por ser artífice de los golpes de estado en América Latina y sostener dictaduras alrededor del mundo. Sobre el encuentro con Kissinger, Dilma declaró a los medios que se trata de una “persona fantástica” y que la conversación había sido “extremadamente productiva, desafiante, inspiradora”. Este martes 30 la comitiva visitará Washington, donde se reunirá con otros empresarios y el presidente Barack Obama.
El domingo el Ministro de Desarrollo, Armando Monteiro, que integra la comitiva, declaró que un posible acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos es una aspiración del gobierno brasilero. “El acuerdo es una aspiración, es lo que se plantea en el horizonte”, declaró al diario Estado de São Paulo. La defensa de un acuerdo de libre comercio con los Estados Unidos marca un cambio en la relación a la posición sostenida por el anterior gobierno del PT y llevada adelante por representar una capitulación histórica del partido frente a la dominación del imperialismo norteamericano en América Latina.
En el lenguaje de los economistas, la defensa de una economía "más abierta" como sostiene Dilma significa en la práctica menos reglas y controles a la circulación del capital extranjero en el país. Es decir, Dilma les está afirmando a los empresarios norteamericanos que encontrarán cada vez mayores facilidades de obtener altas ganancias en la economía brasilera. Por su parte, la aprobación de un tratado de libre comercio significará que el comercio entre los dos países se dará, en gran medida, libre de impuestos.
Lo que en el discurso de la derecha, y ahora del PT, aparece como una gran oportunidad para reactivar las inversiones y superar la crisis económica, en realidad servirá para profundizar la enorme dependencia con el capital extranjero norteamericano. Mientras Brasil aumentará la exportación de materias primas y productos manufacturados de bajo valor agregado, como carne o jugo de naranja, nuestra economía estará atada al capital financiero especulativo y a los productos industrializados de alto valor agregado. Lo que podría ser un duro golpe a una industria nacional ya debilitada.
Además de privatizaciones, menos controles al capital y libre comercio, Dilma sabe que a los inversores extranjeros les falta la garantía de que encontrarán mano de obra barata. Por eso, uno de los pilares de su discurso en este viaje es la defensa del ajuste fiscal, que tiene como base fundamental la contención de gastos sociales y la flexibilización de los derechos laborales.
En este sentido, el viaje de la presidenta a los Estados Unidos se muestra como parte importante de la estrategia del gobierno del PT para enfrentar la crisis económica que afecta completamente al país: descargar la crisis sobre las espaldas de los trabajadores y aumentar la subordinación de la economía nacional al capital extranjero, no importa si es chino o americano. La subasta está en curso. |