Darío, quiero que comentes cómo es la historia de tu libro sobre Gardel.
El libro que salió con Ediciones de la Flor, con el título de Gardel, ¿a quién le cantás?, es de 1972. El título se le ocurrió a Daniel Divinsky, y supongo que pensó que era un título ganchero. Y tuvo una ilustración de Oscar Smöje, que hoy es el director del Palais de Glace. Smöje hizo una tapa con los colores de la camiseta de Boca. Supongo que también pensando que eso iba a favorecer la venta. (Risas.)
El trabajo que aparece allí fue redactado en Estados Unidos, hacia 1961-62. Lo hice para “Sociología de la cultura”, una de las materias que daba un exiliado alemán, Leo Löwenthal, del grupo de [Theodor] Adorno. Con ese trabajo me fue muy bien: no solo obtuve una nota excelente, sino que me permitió ser ayudante de investigación por el mérito que se le atribuyó.
Sin embargo tu relación con el tango viene previo a esto…
¡Claro, claro!
Lo escuchabas de chico…
Exactamente. Lo tengo que haber escuchado en la radio. Estuve en 9 de julio hasta 1935. Hasta mitad de año quizás. Y seguramente lo escuchaba en la radio, porque me sabía de memoria “Cuesta abajo” y otros tangos que cantaba Gardel. E incluso una persona que se llamaba José Altare, que era chofer de mi padre (que era médico, e iba en auto a las distintas consultas –incluso al campo–), me llevaba desde donde yo vivía, en la mitad de la cuadra, a una panadería que estaba en la esquina. Me sentaba sobre el mostrador y yo cantaba con una guitarrita que tenía… Esa guitarrita la he conservado, y aparece una mención a ella, también una foto junto con una pequeña anécdota vinculada con [Héctor A.] Murena en el libro Los años en el Di Tella, 1963–1971 [páginas 33 y 44], a propósito de esta guitarra.
Entonces: yo tenía parte del repertorio de Gardel. Y después, ya de adolescente, cuando estaba de vacaciones en Uruguay, en la casa de mis abuelos, iba por las tardes –me parece que entre las 3 y las 5 de la tarde, aproximadamente– una audición de radio (que no puedo saber cuál era) en que pasaban todos los discos de las distintas orquestas de tango. Las recientes grabaciones. Y yo oía permanentemente eso. Conocía a los cantores de las distintas orquestas, repertorios... Y además en la ciudad de Buenos Aires se respiraba mucho tango porque se tocaba tango en muchos lugares; en bares, acá en el centro.
Digo: el tango era una cosa omnipresente. Porque además coincidía con los años de la Segunda Guerra Mundial. Había menguado mucho la llegada de “novedades discográficas” de Estados Unidos y de muchos países de Europa. Entonces había una gran actividad tanguera.
Y había programas muy lindos. Había por ejemplo un programa que se llamaba “Ronda de Ases”, que iba dos veces por semana, e iba el público al teatro Casino –que era un teatro que estaba, me parece, en Maipú, entre Corrientes y Sarmiento–. Y ahí competían orquestas de tango, y el público votaba. Entonces había un público fervoroso que aplaudía a rabiar a sus favoritos –la orquesta por la que hinchaban… porque cada una tenía su hinchada, por así decir–. Era un clima muy festivo y muy competitivo a la vez. Entonces las distintas orquestas tenían sus seguidores…
Sus fans.
¡Exactamente! No era lo mismo D’Arienzo, que Troilo, que Caló, que Pugliese… Cada orquesta tenía “su sello” y sus cantores también. Era todo algo muy lindo y disfrutable, y los que nos interesábamos por eso conocíamos los tangos y había una especie de “sabiduría tanguera” que hacía que nos valiéramos –por así decir– de esos códigos o de esas letras.
He conocido gente mayor que se valía del Martín Fierro para su “filosofía cotidiana”, por así decir: “Hacete amigo del juez, que siempre es bueno tener palenque ande ir a rascarse” y equivalentes… Todavía tienen vigencia. Pero eso era más en mis mayores; la gente de mi generación –por lo menos los que vivíamos acá en Buenos Aires– estaba mucho más ligada con el tango. Y con las cosas del tango. (Me adelanto al decir algo, alterando la temporalidad: hace dos años, más o menos, descubrí, un día, después de ir al baño, que había sangre en mis heces. Y ahí ¿de qué me acordé? Me acordé de “Cotorrita de la suerte”, que es un tango que cantaba Gardel. “Cotorrita de la suerte” dice algo así: “Pasa un hombre quien pregona: ‘¡Cotorrita de la suerte! Augura la vida o muerte. ¿Quiere la suerte probar?’”. Recordé ese tango porque pensé “¡Sangre! Capaz que me saqué la lotería de un cáncer…” Y lo primero que hice –el tango no lo tenía… digo: lo sabía de memoria–, ese día, o al día siguiente, fue ir a [la disquerías y librería] Zivals, que me queda a dos cuadras de donde vivo, a comprar el tango cantado por Gardel. Y ahí lo tengo… Con esto quiero decir hasta qué punto el tango forma parte de mi vida).
Antes me había referido a la adolescencia. En mi adolescencia, uno de los tangos –¡uno de los grandes tangos!– es “Malena”. A mí me gustaba mucho Troilo –entre otros; pero me gustaba mucho Troilo–. Y hay un solo suyo en “Quejas de bandoneón”, que yo en algún momento, en una audición a la que me invitaron para una entrevista, tenía que llevar sugerencias de música que quisiera oír, y elegí ese; porque me parece que hay un solo de bandoneón sensacional.
Y de esos años es “Malena”, que yo hasta hace no mucho estaba tratando de confirmar qué Malena es la del tango de Manzi. Porque Nelly Omar, en más de una ocasión, reivindicó ser ella. Bueno, no: no era ella; era una mujer que se llamó Malena de Toledo. Pero entonces yo eso, no hace mucho, seguía dando vueltas con esa interrogación, por esa afirmación de Nelly Omar.
Así que el tango era cosa de todos los días. Recuerdo que estaba en Carmelo, en el año ‘40 o ‘41, cuando se inauguró la Radio Carmelo, con mucho bombo, y fue una delegación de artistas argentinos. Y como parte de la delegación que fue estaba Mercedes Simone, que esa noche cantó en el teatro Uamá, y entre las cosas que cantó estaba “Negra María”, una milonga de [Lucio] Demare y [Homero] Manzi. A mí me gustaba mucho su timbre de voz –por ejemplo no me gustaba Libertad Lamarque, que fue mucho más popular. El timbre de voz de Libertad Lamarque no me gustaba–. Esto es más o menos hasta los quince años, dieciséis… Y después siempre seguí interesado. Me gustó mucho [Astor] Piazzolla... (Fracasé con Piazzolla: intenté que le pusiera música a La saga del peronismo, y no fue así.) Y después escuché a gente como Eduardo Rovira, que era menos conocido pero también me parecía muy interesante. Lo escuché una noche, en un local que aparentemente todavía existe, en la calle Paraná, entre Corrientes y Sarmiento: un sótano. Creo que ahora hacen jazz allí.
Bueno: Piazzolla, Rovira, Troilo, Pugliese… Y luego escuchar a Julio Sosa.
¡Al que le decían “el varón del tango”!
¡Sí! “El varón del tango” (Risas.) En un local acá, por la calle Corrientes, de la mano del teatro Metropolitan, más o menos a esa altura… era un galpón enorme, y ahí cantaba Julio Sosa. Lo fui a escuchar una noche con Gerardo Andújar, un gran amigo mío.
Con Gerardo Andújar compartíamos el “conocimiento” de las letras del tango. Y él lamentablemente –en mi opinión– había adoptado excesivamente la “filosofía tanguera”, que es más bien derrotista (o era).
Y volviendo a tu Gardel ¿a quién le cantás?...
Y el libro sobre Gardel sale de ese trabajo que yo hice en los Estados Unidos, que era un poco un reexamen (como otros trabajos que hice allí mismo) de parte de mi historia personal. Y en ese sentido puedo decir que me saqué de encima una serie de elementos negativos; así como también trabajé –por ejemplo– sobre los conflictos en las universidades… todo lo que yo había vivido hasta ese momento surgió o afloró mientras yo estudiaba. Y el tango tiene que ver con eso.
Después, cuando se publicó como libro, que fue una idea de Daniel Divinsky, le agregué un prólogo. Ese prólogo está en el tomo [de la serie de libros autobiográficos, llamada De la misma llama] que cubre del ‘72 al ’79 [entre las páginas 15 y 22]. Y en ese libro se rescataron los tangos que son parte de la investigación.
Se reproducen las letras.
Se reproducen las letras. Ahí hay un tema con las letras, y yo en algún lado también lo he mencionado. Una persona que me escribió, que se llamaba Miguel Santamaría me advirtió que varios de los tangos que yo ponía (eran como cien, y él me señalaba unos siete u ocho) no habían sido cantados jamás por Gardel. Bueno: le agradecí mucho y dejé constancia de eso. Lo que pasa es que me había llevado un librito del Alma que canta, que era una revista dedicada a eso, donde se publicaban las letras; y ahí ese librito le adjudicaba esos tangos a Gardel. Digo: haber sido cantados por Gardel. No hice el cotejo puntual y entonces… bueno, dejé constancia de eso.
¿Y el libro cómo funcionó?
El libro funcionó bien. Pero la gente más del “medio tanguero” lo criticó. Porque yo hacía recuentos de los tangos, poniendo que cada tipo de tema aparecía tantas veces…
Una clasificación.
Exacto. Y eso les parecía una “herejía”, que era una incomprensión total de lo que el tango y lo que Gardel… en fin. Ese tipo de personas lo descalificaron totalmente. Después otra gente lo apreció, incluso hace poco tuve una conversación con Julio Schvartzman, que trabaja este tema, desde un ángulo más académico, y me dijo que ese trabajo alguna gente lo apreciaba mucho.
* La página web del escritor: http://dariocanton.com/ |