Se hace tan fácil mandatar desde una oficina con calefacción y con abrigos. Con el café asegurado y la comunicación virtual. Tramites online para evitar contactos. El viaje en auto. El protocolo, personal y los insumos al día. Los medios sosteniendo el discurso oficial. La distancia física y social necesaria para vivir en la burbuja que se empecina a tergiversar la realidad de las aulas.
En la escuela, en cambio, el frío te cala los huesos con un protocolo que promulga una ventilación como si fuera verano. Con agua con lavandina, si es que hay. Con meriendas recortadas. Personal y estudiantes que se mueven en colectivo con el virus acechando la humedad del barbijo, o cualquier enfermedad porque con los pies congelados y el cuerpo sin defensas hasta un resfrío se convierte en gripe. O algo peor.
Docentes, no docentes y alumnos/as que mueren o se enferman. Nombres que se murmuran con miedo o con dolor pero que jamás pasan de las redes sociales a los grandes medios. Sistema de vacunación postergado. Directivos que aíslan y otros/as que no aceptan aislar, personal trabajando desde casa porque sí, porque esto es la nueva normalidad-el doble trabajo-el quiosco 24/7 que vino para quedarse sumando mayor explotación a la explotación, más tareas a las tareas que teníamos dentro y fuera de la escuela.
Ahora los y las alumnos/as van con frazadas al aula. Ahora los y las docentes enseñan en pasillos con bufandas y guantes. Ahora celadores/as toman la temperatura, limpian, controlan ingresos. Ahora hay “bajas” cada día como si esto fuera un campo de batalla. Ahora deseamos cada mañana que no llueva, no haga más frío o nieve.
Siempre se romantizó el triunfo de la pobreza como una demostración de la dignidad del ser humano que no molesta, que no protesta. Aquella que es capaz de resistir a fuerza de agachar el lomo. La sumisión como naturalización. Pero esto ya no se soporta. Que se nos exponga con la vida el derecho al salario o a la educación como si fueran la única opción en tiempos de crisis sanitaria, que se inflen estadísticas cuando la realidad del aula es otra: es la del miedo, del espacio helado, del cuerpo tiritando, de la panza vacía, de las sillas sin ocupantes.
Sostener la presencialidad cuando el peligro deja de ser probable para ser inminente no hace más que evidenciar que a DGE le importan más los números que las personas y que la única burbuja que no se ha roto es la de la su falta de empatía social. |