“No somos mercancías en manos de políticos y banqueros”. Tras este lema salieron a las calles, hace ahora 10 años, unos cuantos miles de jóvenes en las principales ciudades de todo el Estado. La manifestación, impulsada desde las redes sociales, tuvo un cierto éxito de convocatoria en la tarde del domingo 15 de mayo. Pero nadie previó lo que iba a desatarse en los días y semanas siguientes.
Cuando la juventud actúa de caja de resonancia de profundos malestares sociales
Se venía de más de 2 años de la peor crisis económica de toda la etapa democrática, con un desempleo que ya pasaba del 20%, y del 47% entre los menores de 25 años. Tras aprobar avales por valor de 100 mil millones de euros para el primer rescate de la banca, el gobierno de Zapatero había bajado el salario a los funcionarios e iniciado la primera tanda de ajustes. Una reforma laboral que abarataba y liberalizaba aún más el despido, había sido contestada con la huelga general del 29S de 2010. Pero unos meses más tarde, en enero de 2011, las cúpulas burocráticas de CCOO y UGT habían sellado de nuevo la paz social firmando un “pensionazo” que aumentó la edad de jubilación a los 67 años. Solo en ese año, el número de familias desahuciadas iba a ascender a 60 mil.
A pesar de este panorama, hasta ese momento la respuesta social venía siendo todavía débil. El rol cómplice de la burocracia sindical, convertida en el principal bombero del régimen, era clave para entender esto. El movimiento por la vivienda había comenzado a entrar en escena y algunas protestas de trabajadores públicos, como una importante manifestación de los sanitarios catalanes, precedieron aquella jornada. Sin embargo, el malestar con la situación, con los efectos de la crisis y las políticas de rescate de los capitalistas, a costa de los sectores populares, se estaba convirtiendo casi en un nuevo sentido común.
Esto es lo que expresaron las manifestaciones de aquel domingo. La juventud anticipaba el terremoto que venía. El gobierno del PSOE, que hasta su giro ajustador en 2010 se seguía vendiendo también como el “más progresista de la historia”, respondió a la más importante, la de Madrid, con una brutal represión policial. Carreras, cargas, heridos y detenidos. La respuesta de aquellas jóvenes fue la de acampar esa noche en la puerta del Sol por la libertad de las y los detenidos. Se conseguiría al día siguiente, pero la mecha ya se había encendido.
Un hondo rechazo a las políticas neoliberales y sus democracias para ricos
En pocos días las acampadas se extendían a plazas de todo el Estado. Miles de jóvenes pernoctaban y se reunían en una suerte de asamblea permanente que dio rienda suelta a múltiples cuestionamientos al status quo y a los consensos del 78. Empezaba a abrirse camino una profunda crisis de régimen y con ella algunas “nuevas formas de pensar”.
El 15M se inspiraba y tenía a su vez ecos y resonancias en otros procesos internacionales. El 2011 había comenzado con la caída de Ben Alí en Túnez. El grito de “el pueblo quiere derrocar el régimen” se extendió por el mundo árabe. En Grecia, la plaza Sintagma vivía su particular movimiento de los indignados que catapultó un proceso con más de 30 huelgas generales contra el ajuste. En México el movimiento 132, en Chile la lucha por la universidad gratuita o en EEUU el Ocupy Wall Street, fueron otros de los ejemplos del ascenso juvenil que se vivía en un gran número de países.
Aquí, el elemento más dinámico y patente fue una crisis de representación que tocaba a todos los partidos del régimen. Tanto a la derecha del PP, como al PSOE de Zapatero. También a la IU de Cayo Lara que, como antes la de Llamazares, habían servido de fieles socios parlamentarios del PSOE. Tanto IU y como el PCE respondieron inicialmente con un fuerte sectarismo contra el movimiento, muy especialmente en Madrid donde se encontraban completamente integrados en la casta y fueron parte de grandes escándalos como el de las tarjetas black. Los partidos nacionalistas de distinto signo fueron también objeto del “no nos representan”. En Catalunya CiU, a la cabeza de la ofensiva de recortes sociales en todo el Estado, vio cómo la juventud de las plazas se desplazaba a las inmediaciones del Parlament para intentar bloquearlo el día que se discutía el mayor paquete de ajustes. Artur Mas tuvo que acabar entrando en helicóptero.
Pero no solo se cuestionaba a los partidos. En las plazas se empezó a hablar del Régimen del 78, del derecho de autodeterminación, a cuestionar una monarquía a la que todo el arco mediático rendía pleitesía... y junto a estas demandas democráticas, una gran cantidad de demandas sociales que cuestionaban el rescate a la banca, la deuda asumida con él, los recortes, los desahucios, los cierres y despidos o la precariedad.
Las recetas neoliberales y las democracias para ricos, de las que el Régimen del 78 no era más que su forma hispana, estaban en el punto de mira de una nueva generación a la que, después de venderle el cuento de que era “la mejor preparada de la historia”, se la condenaba a un futuro en el que viviría “pero que vuestros padres”. Las plazas se llenaban de estudiantes, licenciados y también jóvenes trabajadores precarios, y una porción nada menor de viejos militantes políticos y sociales que se reengancharon, muchos después de años de desmovilización.
Los debates en la plaza, como extender la indignación y conquistar la agenda del 15M
La masividad de las asambleas de las plazas sorprendió a muchos y asustó a unos cuantos. Evitar que ese fenónemos juvenil conmoviera el conjunto del tablero social y político fue una tarea prioritaria para los “Estados Mayores” del régimen.
Los medios de comunicación hablaban amablemente de estos “jóvenes idealistas”, pero cuando su acción se orientaba a enfrentar las políticas de ajustes y a cuestionar una democracia al servicio de las grandes empresas -como fue el caso del bloqueo del Parlament o un año más tarde el "Rodea el Congreso" en Madrid- una campaña de criminalización se desataba sin piedad. Evitar que del movimiento saliera una “hoja de ruta” independiente, un programa que uniera las reivindicaciones democráticas y sociales y se asemejara más a “el pueblo quiere derrocar el régimen” de las primaveras árabes, era crucial.
El otro agente en intervenir conscientemente fue la burocracia sindical de CCOO y UGT. Saludó el movimiento tarde y desde la barrera, y trabajó para que no hubiera el más mínimo contacto entre los jóvenes de las plazas y las luchas en curso en infinidad de empresas y el sector público. Querían mantener a toda costa una paz social que llevaba a estos conflictos al aislamiento y de derrota en derrota desde 2008.
Desde las plazas se propusieron diferentes alternativas para superar estos obstáculos y desarrollar el movimiento. Una parte, desde una visión autonomista y alternativista, quiso convertir las acampadas y otras experiencias sociales, en pequeñas “islas” donde poder resolver con nuestros propios medios los grandes problemas sociales. Una línea que llevaba a abandonar, por imposible, cualquier enfrentamiento directo con el gobierno y el régimen.
Otra, que terminó siendo la dominante y a la que se sumaron la casi totalidad de los grupos de la extrema izquierda, pretendía articular un programa de demandas mínimas por un lado, con otras más generales, como la exigencia de apertura un proceso constituyente. La “hoja de ruta” para conseguirlas pasaba por una suma de movimientos sociales que lograran presionar a los poderes constituidos. Una línea que, como se vio más adelante, agotado el ciclo de movilizaciones sociales, iba a tener su continuidad en la conformación de propuestas político-electorales con un programa de reformas y gestión del Estado capitalista.
Por último, algunos, como los que entonces militábamos en Clase contra Clase – la actual CRT – peleamos porque el movimiento planteara un programa que uniera las demandas democráticas y sociales, ligado a un programa para que la crisis la pagaran los capitalistas y a la lucha por procesos constituyentes impuestos por medio de la movilización social. Frente a la visión de sumatoria de movimientos, defendíamos que era capital lograr “llevar la indignación a los centros de trabajo”, y lograr que el “no nos representan” se dirigiera también hacia las direcciones burocráticas de los sindicatos. Desde nuestra modestas fuerzas, en las plazas fuimos parte de las comisiones que iban a apoyar las luchas obreras u organizaban encuentros de coordinación de las mismas. Sin conseguir sumar a la clase trabajadora a esta lucha en un lugar central, cualquier transformación social y democrática iba a ser imposible o licuada por el mismo régimen y sus agentes.
La extrema izquierda, entre la “ilusión de lo social” y el compromiso con un nuevo reformismo
Lo que siguió a ese mes largo de acampadas y asambleas excede de poder abordarlo en un solo artículo. Los siguientes meses la indignación se extendió y diversificó en múltiples formas. El movimiento contra los desahucios; en las universidades el curso 2011-12 se reactivaron asambleas y procesos como la lucha contra el “tasazo” en Catalunya; las mareas de las trabajadoras de la educación, la sanidad y otros sectores públicos, junto a los usuarios; luchas contra despidos y cierres en decenas de empresas; dos huelgas generales contra la reforma laboral de Rajoy; la lucha minera y su marcha sobre Madrid en el verano del 2012...
Lo que podríamos definir como una “ilusión de los social” ganó fuerza en aquellos meses, pero pronto tocó techo. La idea de que el sostenimiento en el tiempo de luchas parciales iban a conseguir parar los ataques, lograr torcer el brazo a los gobiernos autonómicos y el central -desde noviembre de 2012 en manos del PP con mayoría absoluta- y “democratizar” el régimen, se fue mostrando cada vez más utópica. Más aún cuando esta misma movilización siguió contando con las operaciones de la burocracia sindical para evitar una entrada en escena de la clase trabajadora, más allá de las jornadas puntuales de huelga de marzo y noviembre, o luchas como la minera, que fueron conducidas a derrotas sin paliativos.
Entre el activismo del 15M, los movimientos sociales y la extrema izquierda, empezó a debatirse sobre qué proyecto político tenía que emerger de todo aquello. Como disponer aquellas energías en lo social para una lucha política contra el gobierno, sus partidos y el régimen.
La película es por todos conocida. De aquellos debates terminó emergiendo Podemos a comienzos de 2014. La misma izquierda que había alentado esa “ilusión de lo social”, ahora se adscribía a una “ilusión de lo político” que absolutizaba los límites de los social – aceptando resignadamente que importantes fuerzas no se habían desatado, nada menos que el movimiento obrero, por el rol de la burocracia, y que conseguirlo es parte central de las peleas de la izquierda – y acordaban un programa de reformas en clave humanizadora del capitalismo y por medio de la autorreforma del régimen.
Esos eran los mimbres del Podemos de los orígenes. Más allá de discursos sobre “romper el candado del 78” o “asaltar los cielos”, Pablo Iglesias e Iñigo Errejón, dejaron claro desde el principio que pretendía refundar un nuevo consenso -dando por roto el del 78- en base a un retorno a un programa socialdemócrata y algún tipo de reforma constitucional. Tras su éxito en las europeas y en plena abdicación de Juan Carlos I, aclararon que no venían a cuestionar la Monarquía, en Vistalegre se desprendieron de toda demanda social o democrática que pudiera asustar al establisment, dejaron de hablar de la casta para rogar su entrada en Moncloa ya en 2015, antes habían dado la espalda a la consulta del 14N en Catalunya y harían lo mismo con el 1-O en 2017...
Grupos como Anticapitalistas jugaron un papel de central en poner en marcha este proyecto. Aún con críticas parciales a los aspectos más moderados de la dirección de Iglesias, asumieron el grueso de esa “hoja de ruta” hasta la entrada en el gobierno con el PSOE en 2020, cuando rompieron.
¿Había alternativa? La había. Incluso a nivel internacional había ejemplos radicalmente distintos al auge del neorreformismo que tomaba a Syriza como espejo, y que se iba a convertir en la aplicadora del memoréndum de la UE en Grecia. En Argentina, desde 2011, diversos grupos de la extrema izquierda trotskista – el PO, IS y el PTS, el grupo hermano de la CRT- habían conformado el Frente de Izquierda y de los Trabajadores (FIT). Un frente electoral basado en un programa anticapitalista y de independencia de clase, que desde entonces viene poniendo sus posiciones institucionales al servicio, no de la gestión del Estado capitalista, sino del fortalecimiento de la capacidad de movilización y autoorganización de la clase trabajadora y los sectores populares.
En el Estado español, a la “ilusión de lo social” se podía haber dado una respuesta en este sentido. Por esta línea peleamos a contracorrientes grupos como Clase contra Clase. Por un agrupamiento que trabajara desde ese momento para ofrecer una alternativa desde la izquierda revolucionaria, a la bancarrota anunciada del neorreformismo que aspiraba a emular a Tsipras. En 2016 impulsamos la plataforma No Hay Tiempo Que Perder, junto a Izquierda Anticapitalista Revolucionaria. Sin embargo, una combinación, de parte de este otro grupo, de sectarismo y de conformarse con quedarse en el terreno de lo social, hizo imposible que pudiera avanzar. Por su parte Anticapitalistas, como la mayor parte de la extrema izquierda española -incluyendo grupos hoy ya desaparecidos -, optaron por la subordinación política y organizativa a Podemos, algo que iba en la línea opuesta a la de tratar de constituir un núcleo alternativo al neorreformismo desde la izquierda revolucionaria.
La otra ilusión catalana, el “procesismo”
En Catalunya la emergencia de la cuestión catalana en la Diada de 2012 hizo que, más rápido que en ningún otro lugar, la crisis abierta con el 15M se transformara en un gran movimiento democrático que desafiaba al Régimen del 78 en uno de sus pilares, la unidad territorial.
La “ilusión de lo político” a la catalana tomó unos mimbres particulares. Al frente del procés se colocaron la vieja casta pujolista, en colaboración con ERC. Lograban por un lado recomponerse de los efectos de la crisis de representación que los había puesto en la diana, y a su vez desviar un potente movimiento hacia una vía de movilizaciones simbólicas, negociaciones con el Estado -que no llegarían a nada- y desligar la lucha por el derecho a decidir de las grandes demandas sociales que se venían expresando en los meses anteriores.
Esta operación pudo realizarse con poca resistencia gracias a la colaboración de la CUP. Esta formación, que había capitalizado buena parte de la indignación en especial de sectores juveniles, optó por una política de colaboración con los partidos procesistas que favoreció esa escisión entre lo democrático y las reivindicaciones sociales. La extrema izquierda catalana se subordinó a esta particular hoja de ruta de “la mano extendida”, lo que hizo que en todo este tiempo el campo de lo social y la lucha por la autodeterminación fueran por vías paralelas.
Algunas voces peleamos en otra dirección. Vincular la lucha por la autodeterminación con un programa que resolviera los grandes problemas sociales. Esto implicaba apostar por la más absoluta independencia política de los partidos procesistas, y el desarrollo de la lucha de clases contra su govern ajustador. Solamente así la clase trabajadora podría ser sumada a la lucha por el derecho a decidir, lograr que participara con sus propios métodos y trabajar por una alternativa a la dirección claudicante desde la izquierda y la clase trabajadora.
En 2017, el momento más álgido del procés, puso en evidencia este talón de Aquiles. Al referéndum del 1-O le siguió la enorme huelga del 3-O, que mostró al mismo tiempo el potencial de fuego que puede tener la clase trabajadora en una lucha democrática como ésta, pero también que la izquierda anticapitalista, empezando por la CUP, no se había preparado para tirar adelante una movilización de este tipo, con la clase obrera al centro, que enfrentara tanto a la represión del Estado como al rol claudicante de la dirección procesista.
10 años después, otra crisis y otra generación indignada
Este aniversario del 15M se produce después de un año de pandemia que ha reabierto y profundizado algunas de las grietas que se abrieron entonces y que no se han logrado cerrar. En estos años se han ensayado distintos proyectos de restauración. Desde la encarnada por Rajoy y Felipe VI con su discurso del 3-O, hasta la restauración “progresistas” de la moción de censura primero o el gobierno de coalición después.
Ninguna de ellas ha sacado a la Corona de su crisis, a pesar de que sigue blindada. Ninguna ha cerrado la cuestión catalana, a pesar de que el movimiento está en un claro retroceso y la represión no cesa. Ninguna ha sido capaz de generar un nuevo consenso sobe el cual poder imponer todas las políticas de ajuste que necesita el capitalismo español para salir de su crisis y estancamiento, a nuestra costa.
Ni siquiera se ha restablecido un sistema de partidos estable, que sustituya con éxito a la “balsa de aceite” del viejo bipartidismo. Nuevos partidos entran en crisis, como Cs o ahora el mismo Podemos, otros emergen por el flanco extremo derecho, como Vox, hay promesas de relevo en el neorreformismo, con Más País, el PSOE venía recomponiéndose y acaba de sufrir un mazazo en Madrid, y el PP, en la coyuntura goza de buena salud, pero las tendencias a la trumpanización hay que ver qué efectos tiene...
No vivimos todavía un nuevo “no nos representan”, pero ni mucho menos la casta política -que incorpora ahora para muchos a los que antes la denunciaban y hoy son parte del gobierno- cuenta con la aprobación entusiasta de la mayoría. Incluso la casta catalana, que gozó de gran consenso hasta 2017, está atravesada por una crisis que pone en peligro la gobernabilidad autonómica, a pesar de su mayoría parlamentaria.
Mientras tanto, los efectos de la crisis económica se hacen cada vez más patentes en forma de desempleo masivo, desahucios, precariedad o las colas del hambre. El gobierno “más progresista de la historia” ha dado auténticas migajas, mientras gestionaba un paquete de rescate a las grandes empresas con 140 mil millones de los fondos europeos. Ahora, Calviño y Díaz, negocian con Bruselas los plazos del próximo ajuste, nuevas reformas laborales y de pensiones. Todo recuerda cada vez más a Zapatero 2010.
El malestar social crece y tiene expresiones diversas. La conflictividad sigue en gran medida contenida por el efecto pandémico y el rol de las burocracias sindicales, que siguen trabajando para mantener las luchas contra EREs y despidos aisladas, o sigue sin defender a los sectores más precarios de la clase trabajadora.
Sin embargo, es sintomático y alentador, que empiezan a producirse manifestaciones de rabia y descontento entre la juventud. Las manifestaciones por la libertad de Hasel este invierno, en especial en Catalunya donde se prolongaron durante 2 semanas, o las protestas contra Vox en las campañas electorales catalanas o madrileñas, o antes en Madrid contra los confinamientos de clase de Ayuso, en estos días en Cornellá contra la muerte de un jóven trabajador... son síntomas, desiguales y quizá aún moleculares, de que otra vez las generaciones más jóvenes pueden estar empezar a actuar como esa caja de resonancia de malestares sociales muy profundos.
Quienes hoy protagonizan estas protestas son muchos nacidos a finales del siglo XX o comienzos del XXI. Parte de la misma generación que la juventud chilena que se moviliza contra el régimen heredero de Pinochet, muchos de quienes están en primera línea en EEUU del Black Lives Matter o los que enfrentan la represión de Duque en Colombia. En el caso español es además una generación que no vivió el 15M, o solo por televisión, por ser muy jóvenes. Muchos y muchas no tuvieron nunca ilusión en Podemos o en el “procés” y sus dirigentes, los conocieron ya integrados en Moncloa o en un retroceso claudicante.
El reciente encuentro organizado a comienzos de mayo por Contracorriente, Pan y Rosas y la Red de Precarios, que reunió a 150 jóvenes, fue también una pequeña expresión de estos fenómenos que recorren la juventud. Esta generación, así como las luchas que empiezan a darse en empresas, sectores precarizados o subcontratados o movimientos como la vivienda, están llamados a jugar un papel muy importante en volver a patear un tablero que, como en 2011, condena a las grandes mayorías a vivir un nuevo retroceso en derechos sociales y democráticos sin precedentes.
La necesidad de poner en pie una izquierda revolucionaria
El marco que deja la pandemia y en el que se conmemora este décimo aniversario, encuentra a aquellos proyectos políticos que trataron de capitalizarlo y desviarlo en una situación de bancarrota política o retroceso.
El caso más evidente es Podemos. Nació cuestionando el rescate a la banca de Zapatero, y hoy gestionan el mayor rescate al IBEX35 de toda su historia; se oponía a los ajustes y contrarreformas, y hoy su ministra de Trabajo las negocia en Bruselas; denunciando la Ley Mordaza y hoy es parte del gobierno que más la ha aplicado; hablando de romper los candados del 78 y hoy niega el derecho a decidir de los catalanes y avala desde el Consejo de Ministros el blindaje a la monarquía.
En el caso catalán, la CUP mantiene un perfil más a la izquierda, sobre todo en la denuncia del régimen español. Sin embargo, el rumbo moderado y gobernista que viene adoptando desde las elecciones del 14F, la está transformando en una suerte de partido de Estado a la catalana. Sus mediaciones para facilitar un gobierno entre ERC y JxCat -los padrinos de los ajustes y de la claudicación del 2017- o su pacto de legislatura con ERC -toda una lista de renuncias-, hace que, si no rectifica, pueda terminar en una posición muy similar a la de Bildu en Euskal Herria.
Desde la CRT proponíamos a diversas organizaciones de la extrema izquierda tras las elecciones madrileñas, avanzar en unir y coordinar esfuerzos para “debatir y definir un plan de reactivación y refuerzo de lo social, que sea capaz no sólo de resistir la desmoralización que ha generado la bancarrota del neorreformismo, sino sobre todo retomar la iniciativa y generar nuevas esperanzas para comenzar a recuperar lo perdido”.
Esto no lo planteamos como una vuelta a lo social para quedarnos a la espera de que surga un nuevo proyecto neorreformista o de conciliación de clases. Menos aún una vuelta a lo social a la vez que se es parte de algún revival de este tipo.
Es lo que parece que quieren seguir haciendo Anticapitalistas, a cuenta de su exploración de acuerdos con Más País en Andalucía, y en la línea de sus compañeros de la exmayoría del NPA francés que quieren una alianza con el soberanismo de izquierda de Melenchon. Una vía que solo puede conducir a repetir los mismo errores de 2014, que concluyeron con el refuerzo de quien venía a cerrar la “ventana de oportunidad” del 15M, y a que su actual bancarrota esté abriéndole las puertas a la extrema derecha.
La tarea estratégica hoy es la construcción de una alternativa política al neorreformismo y a otras variantes de conciliación de clases, que fortalezca un núcleo revolucionario que se luche por un poner en pie un partido revolucionario de las y los trabajadores.
Una tarea que no puede ir separada de discutir a partir de las lecciones que deja esta década transcurrida desde el 15M ¿Nos preparamos para que la izquierda revolucionaria pueda superar a las distintas variantes reformistas que querrán hacer descarrilar los siguientes procesos? O seguimos haciéndoles a estas la campaña electoral, como hizo Izquierda Revolucionaria con Pablo Iglesias el 4M, promoviendo un “Podemos de los orígenes” como defiende Anticapitalistas o siendo parte de la CUP aún cuando se dispone a ser la "consellera sin cartera" de ERC, como plantea Lluita Internacionalista.
El balance de esta década no se puede reducir al movimiento en sí que la abrió, el 15M. Tampoco solamente al rol que jugaron las direcciones que vinieron a desactivarlo. Es necesario también abordar la discusión sobre cuál ha sido, y sigue siendo en muchos casos, la política y la responsabilidad de la extrema izquierda, de manera pública y junto a los sectores que vienen haciendo una experiencia con el neorreformismo. Esta discu-sión es la que desde la CRT creemos que tiene que abrirse en el próximo periodo, si queremos dar pasos en construir una izquierda revolucionaria que se prepare para procesos como el que vivimos en 2011 y otros mucho más agudos. |