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La Izquierda Diario
18 de mayo de 2021 Twitter Faceboock

Efeméride
El #DíaDeLaEscarapela que Belgrano nos legó
Redacción

El 18 de mayo de 1935 el distintivo celeste y blanco, que había sido aprobado como símbolo nacional a pedido de Manuel Belgrano en 1812, fue reconocido con un día especial para su conmemoración. Acá algunos elementos para conocer más a su mentor.

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El 18 de mayo se conmemora en Argentina el Día de la Escarapela, el distintivo celeste y blanco que en 1812 fue aprobado como tal a sugerencia de Manuel Belgrano. La efeméride recuerda la declaración en tal sentido del entonces Consejo Nacional de Educación.

La adopción de la escarapela como insignia patria se produjo luego del Éxodo Jujeño, cuando Belgrano ya había organizado dos baterías, “Libertad” e “Independencia” y le mandó una carta al Triunvirato planteándole la necesidad de crear una insignia que permitiera distinguir en el campo de batalla a las tropas leales de las realistas.

En su misiva Belgrano decía: “Excmo. Señor, Parece llegado el caso de que Vuestra Excelencia se sirva declarar la escarapela nacional que debemos usar, para que no se equivoque con la de nuestros enemigos, y no haya ocasiones que puedan sernos de perjuicio; y como por otra parte observo que hay cuerpos del ejército que la llevan diferente, de modo que casi sea una señal de división, cuyo nombre, si es posible, debe alejarse, como Vuestra Excelencia sabe, me tomo la libertad de exigir de Vuestra Excelencia la declaratoria que antes expuse. Dios guarde, etc.”. Y 23 años después, el Consejo Nacional de Educación instauró el Día de la Escarapela.

En un artículo publicado en 2020, la historiadora de La Izquierda Diario Liliana Caló realizó una completa semblanza de Manuel Belgrano, creador tanto de la escarapela como de la bandera argentinas. Aquí se reproduce el texto completo de ese artículo.

Belgrano, el prócer nacional creador de la bandera

Varias son las facetas desde las que es posible recordar a Manuel Belgrano, quien integra junto a otros consagrados por la historiografía liberal el rango de prócer de la patria. Su ingreso a la política está vinculado a los primeros años del siglo XIX, en los inicios del proceso independentista de la metrópolis española y adquiere mayor protagonismo a partir de su participación en las guerras contra los peninsulares.
Su biografía, sea en el contexto de los debates sobre la identidad frente a la inmigración masiva de comienzos del siglo XX o en los años recientes al servicio de la construcción de los liderazgos del campo “nacional y popular”, ha sido manipulada por las necesidades y coyunturas políticas de los grupos dominantes. Aquí resaltaremos aspectos de su trayectoria ideológica y política como un representante del proceso de formación de los grupos dominantes en la lucha contra el dominio español.

Un político ilustrado

La formación intelectual de Belgrano transcurre en Europa, donde obtuvo en 1789 el diploma de bachiller en Leyes en Valladolid y el título de abogado unos años más tarde. Tras el impacto que provocó la muerte en la guillotina del rey Luis XVI y la consolidación política del orden burgués en ese continente, Belgrano como muchos otros intelectuales abrazó como un político ilustrado y reformador el ideario defensor de la propiedad afín a las ideas fisiócratas y la lucha por la libertad contra las tiranías. Así lo cuenta en su autobiografía: “Como en la época de 1789 me hallaba en la España y la revolución de Francia hiciese también la variación de las ideas, y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de mí las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad y solo veía tiranos en los que se oponían a que el hombre, fuese donde fuese, no disfrutase de unos derechos que Dios y la naturaleza le habían concedido”. Con esta visión reformadora definirá sus posicionamientos y su futura actuación política, como defensor del libre comercio al que entendía como camino para el progreso.

Tuvo acceso a la obra de Montesquieu, Rousseau, Gaetano Filangieri y los autores de la Enciclopedia como Diderot y D´Alembert, entre otros. Regresa a América a partir de su designación como secretario perpetuo del Consulado que se iría a crear un año después (1794, cargo que ejerció hasta 1810), con el fin de fomentar el comercio a pedido de los comerciantes coloniales más influyentes y del propio virrey del momento, Nicolás Antonio de Arredondo, mostrando una estrecha relación entre su familia (su padre era un importante comerciante), el virrey y los funcionarios españoles para los negocios en las llamadas Indias.

La invasión napoleónica al reino español en 1808, que incluyó la prisión del rey Fernando VII, provocó en las colonias americanas una prolongada crisis con diferentes reacciones y salidas. Desde las más radicales, como la instalación de Juntas soberanas, siguiendo el ejemplo español, a otras legitimistas como la del carlotismo que defendía la idea de una regencia de la hermana de Fernando VII, Carlota Joaquina de Borbón, que se encontraba en Brasil por ser la esposa del príncipe regente portugués. Su coronación se proponía como una salida para garantizar frente a la conquista francesa la continuidad de la dinastía borbónica. Belgrano será uno de sus defensores desestimando los intereses que detrás de ella mantenían los portugueses y los británicos de avanzar en los proyectos de dominio continental sobre los territorios españoles. Lejos de cualquier proyecto independentista para Belgrano pesaba más, incluso a costa de mantenerse dentro de la legitimidad monárquica, los fines y la política librecambista que caracterizaba y practicaba la corona inglesa. Actuó como abogado y firme partidario de estrechar los vínculos coloniales con Gran Bretaña. Fue, en este sentido, exponente de un sector de la elite gobernante que dará mayor relevancia al comercio inglés, forjando vínculos de subordinación al capital británico, proceso que se profundizará durante el siglo XIX.

Un hombre de acción

Años más tarde irá radicalizando sus posturas, toma parte en las invasiones inglesas y será uno de los integrantes de la Primera Junta porteña de 1810. Sin embargo, será a partir de su intervención en las guerras emprendidas por el nuevo gobierno criollo, escenarios cruciales para sostener las medidas adoptadas desde Mayo, que su figura adquirirá mayor protagonismo.

De los dos principales frentes de batalla iniciales, el del Norte y la Banda Oriental, Belgrano en Paraguay junto a Castelli en el Alto Perú fueron encomendados a ganar ese bastión de influencia realista, que incluía ciudades claves como Potosí para el financiamiento estatal. En parte por la falta de apoyo en la región y por la superioridad en recursos, Belgrano no logró obtener las victorias esperadas (batallas de Paraguarí y Tacuarí). A pesar de los resultados de estos combates, la audacia de decisiones como el éxodo jujeño en 1812[1], serán los años de exaltación de su figura como referente del nuevo orden político en construcción.

A propósito de la bandera

La adopción de la bandera fue desde los inicios problemática. Su antecedente directo fue la creación de la escarapela. Establecido en Rosario, y habiendo organizado dos baterías llamadas Libertad e Independencia, a través de una misiva Belgrano planteará al Triunvirato la necesidad de una insignia a fin de distinguir en el campo de batalla las tropas leales de las realistas. La misiva decía: "Excmo. Señor, Parece llegado el caso de que Vuestra Excelencia se sirva declarar la escarapela nacional que debemos usar, para que no se equivoque con la de nuestros enemigos, y no haya ocasiones que puedan sernos de perjuicio; y como por otra parte observo que hay cuerpos del ejército que la llevan diferente, de modo que casi sea una señal de división, cuyo nombre, si es posible, debe alejarse, como Vuestra Excelencia sabe, me tomo la libertad de exigir de Vuestra Excelencia la declaratoria que antes expuse. Dios guarde, etc.".

Su pedido será aprobado por el Triunvirato el 18 de febrero de 1812, caracterizada por dos colores: blanco y azul celeste. A orillas del río Paraná, Belgrano izó por primera vez, con aquellos colores, la bandera de las Provincias Unidas del Río de la Plata, el 27 de febrero de 1812 y ordenó a las tropas un juramento de lealtad que decía: "Soldados de la patria. En este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional; en aquél (señalando la batería Independencia) nuestras armas aumentarán sus glorias. Juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores y la América del Sud será el templo de la Independencia y de la Libertad. En fe de que así lo juráis decid conmigo: ¡Viva la Patria!". Y continuaba: "Señor capitán y tropa destinada por la primera vez a la batería Independencia: id, posesionaos de ella y cumplid el juramento que acabáis de hacer".

Informará de estos sucesos al Triunvirato: "Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé a hacer celeste y blanca, conforme a los colores de la escarapela nacional. Espero que sea de la aprobación de vuestra excelencia". Pero el pedido de Belgrano será rechazado por el gobierno central pues no se aceptaba su creación por considerarlo un gesto apresurado, teniendo en cuenta que la decisión de la ruptura completa con la corona española aún en 1812 no había logrado el consenso necesario entre la dirigencia política criolla. Lejos de cualquier epopeya providencial, de ser expresión y emblema de la nación naciente, la creación de aquella insignia respondía a fines más prácticos: no se podía seguir combatiendo con los emblemas de los adversarios y oponentes.

La bandera como el escudo o el himno nacional se convertirán en símbolos patrios componentes de la identidad de una clase social, que desde mediados del siglo XIX dará los primeros pasos hacia la construcción del Estado nacional, con el objetivo de erigirse como representante de todo el pueblo.

Conservar lo conquistado

A partir de 1814, con la instauración del Directorio se abre un momento conservador del ciclo de mayo, que se extenderá hasta 1820, período de descentralización y auge de las autonomías provinciales. En ese plazo tendrá lugar el Congreso reunido en Tucumán que declara la Independencia, en julio de 1816, al que Belgrano será convocado con el propósito de informar la situación política de España a partir de su estadía en el exterior como representante de las Provincias Unidas. Ante el reflujo de los procesos americanos anticoloniales que llevaron al fusilamiento de Morelos en México, el exilio de Bolívar en Jamaica, la muerte de Miranda en la cárcel y en Chile el exilio de O´Higgins, el retorno a la corona de Fernando VII se vislumbraba seguro y perdurable y con ello el retroceso de las ideas republicanas. Belgrano propuso el establecimiento de una monarquía sudamericana, encabezada por un descendiente inca a fin de contar con el apoyo de los pueblos del Alto Perú y el traslado de la capital a Cuzco, como una medida defensiva que permitiera preservar lo conquistado. A contraposición de proyectos como el artiguista de carácter federal, Belgrano expresaba a un sector moderado del gobierno central que buscaba, incluso bajo una forma monárquica, asegurar la independencia completa de España y las ventajas políticas y, especialmente, económicas y comerciales ganadas.

Relatos

Belgrano volvió a estar al frente del Ejército del Norte pero será por poco tiempo ya que por problemas de salud se vio obligado a volver definitivamente a Buenos Aires en 1820, hasta su muerte el 20 de junio de ese año. Así como ocurre con San Martín, el “Padre de la Patria” y otros personajes, su trayectoria ha sido elaborada por la historiografía liberal como parte de la construcción de una conciencia nacional, como uno de los “padres” fundadores de una nación latente, y en los últimos años reconstruida como biografía de un héroe pero humanizado. Hemos tratado de rescatar brevemente, a propósito de su efeméride, aspectos de su participación como líder político e ideológico en el período posterior a los sucesos de Mayo, período controversial en la historiografía nacional del que aún queda mucho por contar.


[1] Se conoce como éxodo jujeño la retirada hacia Tucumán, ordenada por el Triunvirato, del Ejército del Norte comandado por Belgrano, en agosto de 1812, en el que la población de San Salvador de Jujuy jugó un papel central abandonando la ciudad y el campo, trasladándose por más de 360 km .

 
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