Mañana fría de otoño en Viedma, la capital de la provincia de Río Negro; mientras se atraviesa la segunda ola de covid19 con la saturación del sistema de salud en andas, van llegando al jardín las familias para dejar a sus hijes allí. La representación de la escolaridad en el jardín de infantes nos remite en la mayoría de los casos a unas imágenes coloridas, a risas y juegos, a conversaciones atentas quizá alrededor de la lectura de un cuento, a las corridas por el patio, al desayuno o la merienda calentita para pasar el frío.
Esta debiera ser una imagen extendida a lo largo y ancho de nuestra geografía si aún pensáramos que la consagración al derecho a la educación desde los 4 años se hiciera posible para el cien por ciento de la población infantil en esa edad escolar. No obstante esta no es la realidad extendida, y la contracara a esas representaciones va ganando terreno, van sumando experiencias de falta de los derechos elementales básicos para nuestros niños y niñas.
Llegan mensajes a las “seños”, que no hacen más que reflejar ésta realidad, que dicen que una alumna de jardín no va a poder asistir porque en su casa no hay para desayunar, que su mamá prefiere que duerma para que no sienta tanto el hambre, el día sigue y a esta seño le siguen llegando mensajes en el mismo sentido.
¿Alguien puede poner en duda la demanda inmediata para parar con la situación de extrema precariedad por la que están atravesando miles de familias en la región? ¿alguien puede insertar en esas imágenes coloridas del jardín de infantes, la falta de Ana, de Luciana, de Marcos, de Lucas; que no fueron al jardín porque no pudieron comer quizás desde la noche anterior? ¿De qué continuidad pedagógica nos hablan, cuando nuestros niñes no va a la escuela porque tienen hambre, porque sus familias no tienen trabajo y no pueden resolver el día a día de la alimentación?
Las encuestas que se recolectan a nivel nacional hablan por sí solas, entre el tercer y el cuarto trimestre del 2020, la pobreza infantil aumentó casi 10 puntos, pasando del 52, 5 % (julio-septiembre) al 62,9 % (octubre-diciembre), según los microdatos de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) del INDEC. Este salto se explica por el aceleramiento de la inflación que hizo caer el poder de compra, también por la eliminación del IFE que tuvo un alcance para 9 millones de personas que perdieron sus ingresos por la pandemia y que hoy sería más que necesaria como paliativo elemental, al menos por 40 mil pesos mensuales.
En Río Negro la tarjeta Nutre que todavía no la reciben todas las familias, a modo de ejemplo de un jardín se solicitaron 150 tarjetas y solo llegaron para tres familias, o la suba que se dio de forma general donde en el 2020 se tramitaron 13.000 tarjetas Nutre y en lo que va del 2021 se solicitaron ya más de 26.000, no hace más que reflejar la pauperización de miles de infancias.
Frente a la suba de precios, los pobres son cada vez, más pobres. Son estas familias las que destinan una mayor proporción de sus ingresos a comprar alimentos. La inflación que aumenta mes a mes no ayuda revertir esta tendencia; todo lo contrario; las familias cada vez más, se endeudan para comer. Un informe del Observatorio de la Deuda de la UCA, registró que una de cada cuatro familias tuvo que dejar de comprar ciertos alimentos durante la cuarentena, que el 48 % de los menores de seis años modificó su forma de comer y que el 10% de la población infantil asiste a comedores como estrategia de supervivencia alimentaria.
Aquí se hace urgente la implantación de medidas que no pueden esperar, como son las partidas de fondos para que estás tarjetas lleguen ya, el mejoramiento de los establecimientos educativos para que los protocolos que se diseñaron sean viables, y de esa manera no se pongan en riesgo la salud de ningún integrante de la comunidad educativa. |