Hacia fines del siglo XIX surgen algunos cuestionamientos nuevos dentro de la fotografía que, hasta entonces, tenía un fuerte vínculo con la ciencia, espacio donde se cristalizaron los discursos de la modernidad a través del positivismo. Este momento histórico fue bisagra ya que dio pie al surgimiento de la fotografía social y documental siendo la Comuna de París en 1871, el primer gran conflicto social registrado fotográficamente.
Pero este tipo de registro, no aparece recién en ese momento porque no hubo antes cuestiones sociales para registrar o necesidad de haberlo hecho. Aparece porque se da una nueva etapa en la tensa relación entre la burguesía y el proletariado en el campo de imagen.
Producto del capitalismo, la cuestión social se vio seriamente agudizada. El empobrecimiento y la desigualdad ligadas al modo de producción, empeoraron cada vez más y esto se vio reflejado en las terribles condiciones de vida para los sectores populares de las grandes ciudades, fundamentalmente las mujeres y los niños.
Con el antecedente de las revueltas en el mundo todavía acechando, el estado no pudo quedarse de brazos cruzados y debió dar respuestas. Es así que surgió con fuerza la noción de reforma social. El documentalismo inicial estuvo fuertemente vinculado a estas cuestiones.
En sus comienzos, las temáticas eran amplias y podían ir desde hechos no del todo ordinarios que ocurrían en las ciudades como, por ejemplo, el congelamiento de una fuente de agua hasta fotos que reflejaban lo que sucedía en las calles. Apareció lo urbano y la arquitectura de las grandes ciudades. De a poco empezaron a aflorar entre esas imágenes, escenas más sociales: la vida en los ámbitos públicos.
El uso de la fotografía entonces tenía la clara finalidad del registro. Es el Estado el que utilizó la herramienta para documentar su nacimiento y en ese contexto dio cuenta de lo social.
Siglo XX. Documentalismo social
Con el cambio de siglo, Estados Unidos estaba experimentando un periodo de reforma social progresista que afectaba desde la teoría social educativa hasta la reforma política y que intentaba suavizar las condiciones derivadas de la industrialización de un capitalismo en ascenso. A través de exposiciones y publicaciones, los temas reformistas se situaron en el centro de atención de las revistas ilustradas de la época. Los educadores, las agencias y las organizaciones oficiales y no gubernamentales deseaban documentar sus actividades caritativas y sociales y la prensa popular ofrecía un mercado dinámico para esas imágenes.
Tal como con el positivismo, la fotografía siguió manteniendo la idea de ser prueba y verdad pero lo hacía desde un nuevo discurso: la fotografía documental social.
Esta nueva manera de registrar alcanzó su madurez gracias al compromiso y visión de Jacob A. Riis y Lewis W. Hine. El primero era periodista y el segundo sociólogo. Pero hoy vamos a concentrarnos en el trabajo de Hine.
Hine retrata la explotación laboral infantil
Formado en sociología en la Universidad de Chicago (carrera que continuó en las universidades de Columbia y Nueva York), Lewis Hine comenzó a sacar fotos registrando la llegada de los inmigrantes a la Isla de Ellis. Pensaba la fotografía como una herramienta para aplicar a la enseñanza escolar y, sobre todo, para registrar el trabajo infantil. A principios del siglo XX no existía una regulación laboral nacional en Estados Unidos que protegiera a los menores, por lo que miles de niños trabajaban en condiciones aberrantes en granjas, talleres y fábricas. En 1906 Hine comenzó a trabajar para la revista Charities and the Commons y se convirtió en investigador y fotógrafo del Comité Nacional contra la Explotación Laboral Infantil con el objetivo de registrar pero también con la idea de mover a la opinión pública y lograr un cambio que protegiera a los menores.
Recorrió numerosas fábricas, granjas, manufacturas textiles y minas. Entrar a las fábricas con una cámara no era sencillo, “Hine se hizo pasar por todo tipo de personajes, desde inspector de bomberos hasta vendedor de Biblias. Una vez escondió la cámara en una fiambrera…”. [1] Hine realizó más de cinco mil fotografías y recorrió más de 19.300 km en el transcurso de un año. Él mismo pedía a los niños que miraran directamente a la cámara, los planos que elegía enfatizaban aún más la situación de los pequeños empleados, frente a los enormes telares y máquinas.
Hine registró cuidadosamente el nombre de cada niña y niño, su edad, el tipo de trabajo o establecimiento donde trabajaba y su ubicación geográfica sacándolos del anonimato. Algunos sufrían lesiones severas por las máquinas debido a lo pequeños que eran y porque muchos no sabían leer las advertencias de seguridad. Las edades variaban entre los 5 y 12 años. Lewis mostró de manera honesta los rostros de los más pequeños privados de su infancia, salud, educación y futuro. Las condiciones precarias, las extenuantes jornadas de 12 horas, las responsabilidades de adultos en cuerpos diminutos tomando roles de mineros, obreros, hilanderas, campesinos, vendedores, limpiabotas.
«Hay dos cosas que quería hacer: quería mostrar las cosas que debían ser corregidas, y quería mostrar las cosas que había que apreciar.»
En 1918, contratado por la Cruz Roja Americana, Hine viajó a Europa donde documentó la devastación que dejó la primera guerra mundial. Al regresar a Estados Unidos pasó a un registro más neutro, retratando la evolución del trabajo inmerso en una nueva época de máquinas ya sin poner el acento en las condiciones en el que éste se daba. Abandonó la idea de que con la fotografía se podía impulsar una reforma de leyes sobre el trabajo infantil, cosa que finalmente sucedió en 1916 cuando el Congreso aprobó la legislación para proteger a los niños. Como resultado de la Ley Keating-Owen, se restringió y reguló el trabajo de menores. Owen Lovejoy, presidente del Comité Nacional de Trabajo Infantil, escribió que “la labor realizada por Hine para lograr esta reforma es más determinante que cualquier otro esfuerzo…”
Algo importante a destacar en su producción, fue el uso de la fotografía en diálogo con la palabra que utilizaba la Escuela de Chicago y que Hine tomó y problematizó realizando afiches como forma de difusión para mostrar lo que sucedía con los niños y niñas cuando se los obligaba a trabajar en las fábricas.
Lewis Hine rompió con la noción de verdad tan fuerte que traía el positivismo del siglo XIX. Él planteó a la imagen como símbolo y afirmó que es ahí donde reside su poder. Rompió también con la idea de objetividad de la cámara fotográfica, sabía bien que sus fotografías eran subjetivas y estaba convencido de su enorme poder de crítica. A través de sus imágenes volcó todos sus conocimientos y sensibilidad al servicio de mostrar las injusticias de un sistema que explota y oprime, sin disimulos, hasta a los más pequeños. Su cámara no mira desde arriba, apunta en un ángulo normal, a la altura de los ojos de las y los protagonistas de sus fotos, que a través de su lente nos miran fijo. Entre máquinas gigantes, nos interpelan.
El siglo de las fotos de uno de los más importantes retratistas de la historia de la fotografía quedó atrás, pero todavía vemos en sus gestos la terrible realidad de cientos de miles de niñas, niños y jóvenes que se suman a las filas de los millones que movemos el mundo. Las cifras de las infancias que este sistema arranca de sus hogares y escuelas para ponerlas a trabajar a bajo costo, no dejan de crecer. Hine mostró sus rostros al mundo pero no estaba en sus manos transformarlo. Pensar en erradicar el trabajo infantil dentro de los marcos de esta sociedad es resignarse a aceptar un fracaso seguro. La única manera de ponerle fin de una vez por todas es transformando este sistema, injusto e irracional, que arrebata a los más pequeños su presente, su futuro y el derecho a soñar.