"Se han arruinado cinco años de progresos hacia la erradicación de los trabajadores pobres", informó hoy la OIT. La comparación es tan dura como dudosa. Por un lado, un dato que millones sentían en el bolsillo y la mesa es confirmado por un organismo oficial. Por otro, la afirmación de que veníamos de "cinco años de progresos”. ¿A vos te había tocado?
Para 2022, 205 millones de personas se encontrarán desempleadas.
El informe confirma una serie de pronósticos sobre las consecuencias de la crisis sanitaria y social, que venimos analizando en La Izquierda Diario en distintas notas y los informes del Observatorio de les Trabajadores en la Pandemia.
Todos confirman aumento de la desocupación y la caída de las horas de trabajo, con el intento de las patronales de profundizar la informalidad y precarización. Como plantea el Observatorio, “incluso teniendo en cuenta los pronósticos más optimistas, los indicadores actuales auguran una recuperación capitalista a través de una mayor extracción de plusvalía, profundizando las tasas de desempleo, aumento de la sub-ocupación, y una extensión de la informalidad y precarización del empleo”.
¿La pandemia es la responsable y el de la OIT es el único futuro posible?
El informe de la OIT convierte una de las razones obvias de la crisis económica y social en la explicación única e inevitable. "La pandemia causó 108 millones de nuevos trabajadoras y trabajadores pobres". ¿Pero fue el virus o más bien las decisiones que se tomaron ante él?
La realidad es que la recesión económica, así como los ataques a la clase trabajadora, venían desde hace tiempo. La pandemia vino a empeorar el panorama, sobre todo porque la decisión de los capitalistas fue que sean les trabajadores quienes paguen la crisis. Los gobierno y las conducciones sindicales siguieron el libreto.
Las políticas para contener cualquier estallido se limitaron a eso: lo mínimo y necesario para evitar que las rebeliones que habíamos visto en 2019 se repitan y extiendan a otros países. El propio FMI advirtió que, según muestra la historia, las epidemias vienen seguidas por un aumento de la conflictividad social.
Al informe de la OIT se lo puede bajar todavía más a tierra.
En Colombia, donde la desocupación superó el 20 % en un año, creció mucho más entre los jóvenes y las mujeres, y el gobierno dictó nuevos decretos precarizadores como el 1094 que permite el contrato hasta por hora.
En Argentina, el Frente de Todos ya desencantó a millones que lo votaron. El salario real siguió cayendo como lo hizo durante el macrismo. Lo confirman las últimas paritarias estatales. Se perdieron millones de empleos, empezando por los informales. El salario mínimo legal no llega al tercio de la canasta de consumos mínimos calculada por la Junta Interna del Indec. Según ese organismo, el 32 % de los trabajadores ocupados son pobres en último trimestre del 2020. ¿Cuánto serán ahora?
Digamos las cosas como son: fueron los acuerdos entre el Estado, los empresarios y las conducciones sindicales los que explican esos números, más que el virus.
Pero la segunda pregunta también tiene una respuesta que desafía las explicaciones y pronósticos de la OIT. ¿Es ese el único futuro posible? No. O al menos eso muestra por ejemplo la rebelión que vive hoy Colombia, que aún sin la entrada en escena la clase trabajadora con sus métodos ya tiró abajo algunas de las medidas de Duque y el FMI. O la oleada de luchas que recorre Argentina desde septiembre del año pasado, que mostró fenómenos interesantes como los autoconvocados, las acciones radicalizadas, la extensión nacional y el protagonismo de las y los precarios. Lo mismo muchas huelgas, todavía aisladas, que vimos recorrer Estados Unidos y Europa, o las protestas que se empiezan a ver contra Bolsonaro en Brasil.
La izquierda clasista viene planteando medidas de emergencia para salvar las vidas trabajadoras del colapso sanitario, pero también de la catástrofe social que todos pronostican como un destino inevitable.