Una vieja máxima de la política argentina dice que en los años pares los gobiernos aplican una política de ajuste, mientras que en los años impares estimulan el crecimiento de la economía con la mira puesta en las elecciones. Con pocas excepciones (a Macri en 2019 se lo llevaron puesto las devaluaciones producto de su propia política), es algo que se cumple con bastante rigurosidad.
Despejando las retóricas y los relatos que con grandilocuencia acompañan algunas internas y fechas patrias, este problema más pragmático, que hace a las relaciones de fuerzas del poder, está en el trasfondo de buena parte de los debates que atraviesan la agenda pública en la actual coyuntura.
En los debates del Frente de Todos es donde se concentra el dilema, que se reduce a la discusión respecto de si continuar con los actuales ritmos de ajuste económico (festejados por el propio Domingo Cavallo), o si tomar medidas de emergencia para intentar evitar que el actual malestar popular con la situación tenga costos en las urnas a la hora de las elecciones legislativas. Como sea, la realidad es que bajo la mirada atenta del FMI, con el cual ambos sectores quieren acordar, el margen de acción y gasto público es muy estrecho en cualquiera de los casos. La aceleración del retrasado plan de vacunación sería la otra gran pata del plan electoral.
La preocupación oficialista por las elecciones es sensata: no son pocos los que empiezan a notar que, a la inversa de las promesas de campaña de 2019, la gestión actual no “terminó con el hambre”, sino que la pobreza aumentó al 42 %. Que los salarios no recuperaron su poder de compra, sino que siguieron perdiendo contra la inflación, cuando ya venían muy golpeados después del macrismo. Que los jubilados, en su gran mayoría, siguen muy por debajo de la canasta básica de la tercera edad, cobrando una mínima de $ 23.000. Que los que percibían el IFE, ya no lo tienen. Y que en plena pandemia, se recortó a la baja el presupuesto de salud.
La fuerza de los relatos, aún sin subestimarla, puede empezar a encontrar sus límites cuando se choca contra una base material que los contradice. Si durante meses la herencia recibida del macrismo y lo inesperado de la pandemia actuaron como justificativos para el Gobierno, la realidad es que hoy esos factores siguen jugando su rol político importante pero ya no encuentran tanta paciencia social en los millones que no llegan a fin de mes.
En este marco, y antes de poner en riesgo el resultado electoral (sobre todo en la provincia de Buenos Aires, donde todavía el oficialismo corre con ventaja), desde los sectores alineados detrás de la vicepresidenta vienen postulando la necesidad de moderar el ajuste, para que a la hora de votar se sienta algún alivio en el bolsillo popular. En los debates sobre las tarifas de los servicios públicos y sobre el futuro acuerdo con el FMI se concentró hasta el momento lo principal de esta polémica.
Sin embargo, para pensar el futuro, es conveniente preguntarse antes cómo llegamos hasta acá.
El rol del kirchnerismo en el ajuste
En las actuales polémicas del Frente de Todos, como señalamos, el kirchnerismo se postula públicamente como el sector que busca ponerle un límite a las políticas de ajuste. A la vez que marca la cancha para intentar evitar una confrontación mayor con su propia base social, este espacio busca contener políticamente a los sectores más descontentos con el rumbo actual del oficialismo.
Sin embargo, para pensar la situación es necesario detenerse a analizar cuál fue el rol de este espacio durante en el proceso que llevó hasta acá.
Rebobinando la escena, recordamos que en la génesis del Frente de Todos se encuentra una gran operación de desvío: aquella de frenar los elementos de lucha de clases que habían emergido en diciembre de 2017 contra la reforma jubilatoria de Macri y conducir el descontento hacia las ilusiones de un cambio por la vía de un nuevo Gobierno. Al costo para millones de dejar que sigan pasando los ataques del presidente del PRO, el espacio referenciado en Cristina Kirchner llamó a dejar las calles bajo la consigna “Hay 2019” y el centro de su política pasó a ser constituir un armado electoral de unidad de casi todo el peronismo, con Massa, con los gobernadores feudales, con la burocracia sindical, con Alberto como prenda de unidad.
Esa marca de origen tendría su correlato, una vez en el Gobierno, en políticas moderadas y “racionales” frente a los factores de poder, incluyendo también retrocesos desordenados como en Vicentin cuando los sectores más concentrados llamaron al oficialismo al orden ante el más mínimo amague, o también la negativa a tocar los intereses de los laboratorios como el de Sigman para garantizarle las vacunas a la población.
El tema de la deuda, hoy en el centro del debate, concentra como ningún otro estos problemas. Desde un comienzo, renegociar (o sea reconocer) la impagable e ilegítima deuda pública de Macri y de gobiernos anteriores se transformó en un eje ordenador de la política gubernamental, lo cual está en el corazón de la explicación de la política de ajuste del gasto público. La decisión política fue administrar la herencia macrista, en lugar de rechazarla para priorizar los intereses de las mayorías.
En los hitos fundamentales de este tema, el kirchnerismo, más allá de los relatos, acompañó y sostuvo las decisiones de su propio Gobierno, como el acuerdo con los acreedores privados de la deuda argentina, y fundamentalmente, votando a favor del presupuesto de ajuste que aprobó el Congreso Nacional para 2021 en el cual, entre otros ítems, se eliminó el IFE, se redujo el presupuesto de salud y se “dibujó”la pauta de inflación del 29 % que hoy se usa para negociar paritarias a la baja con ese parámetro. Los discursos de hoy se contradicen con los hechos de ayer.
Actualmente, y asustados quizás por las consecuencias de sus propios actos, desde ese espacio se preocupan por los costos políticos de un supuesto “exceso” de ajuste, tras haber apoyado el camino que llevó hasta acá. Sin embargo, el acotado límite de las diferencias se percibe en el hecho de que con funcionarios, legisladores y el imprescindible rol de burócratas sindicales que acompañan el ajuste con su pasividad, siguen siendo parte y sostén de este Gobierno que castiga de frente a las mayorías populares. Las elecciones legislativas los encontrán a todos en las mismas listas.
Pero aún las propuestas que esgrimen ahora algunas voces del kirchnerismo, en contraposición a los planes de Martín Guzmán, no constituyen una salida para los grandes problemas nacionales. De lo que se trata no es de intentar negociar un poco más duro con el FMI. Ese camino ilusorio, como demuestra la experiencia internacional, solo lleva a un desfiladero perpetuo de crisis, decadencia y empobrecimiento.
En Argentina, la deuda pública, especialmente desde la última dictadura militar hasta hoy (y reconocida por todos los sucesivos gobiernos) es un mecanismo de expoliación fundamental dentro de un sendero de mayor sometimiento del país, penetración del capital extranjero y deterioro de condiciones de vida que al día de hoy han llevado la pobreza a niveles históricos comparables con la crisis de 2001.
Por eso, de lo que se trata no es de regatear el ajuste, sino de salir a enfrentarlo en las calles y organizarse con la izquierda por otra salida, con un programa favorable a la grandes mayorías que parta de romper con el FMI y rechazar el pago de la deuda. En los millones que están haciendo su experiencia con el peronismo en el poder, y los que están saliendo a luchar, están los puntos de apoyo para otro camino. |