Se llama Cristobal Cabrera Morales. Nació en Peñalolén, su mamá es Jaqueline Morales, y su papá un hombre de apellido Cabrera que lo abortó al año de vida. Es también el menor de 8 hermanos.
Cristóbal, el mismo niño que alguna vez le dijo a su psiquiatra, a eso de los 11 años, que no podía quedarse dormido, si no era abrazando a un oso de peluche porque no le gustaba dormir solo. Tiempo después de que el morboso show televisivo lo convirtiera en figura pública por ser un niño delincuente que no podía pronunciar bien la palabra “cigarro”, a los 9 años.
El niño adicto al alcohol y la marihuana, el pequeño delincuente con una mamá imputada por microtráfico. El niño con una familia disfuncional. El niño que vivió su infancia-adolescencia entrando y saliendo del SENAME y robando en casas del sector oriente de Santiago. El joven de 21 años que casi lo mataron con una puñalada hechiza en el pecho en la cana de Puente Alto.
Ojalá algún día saliera en la TV que ese mismo niño, sacó el cuarto medio, dio el discurso de egreso, se especializó en un taller de estructuras metálicas, le gustaba ir a bailar al taller de bachata y dio dos veces la PSU, porque quería estudiar algo para ayudar a su mamá.
¿Y qué pasó? no pudo, porque ante la ley y los ojos de algunxs, dejó de ser,
automáticamente, un niño dañado, para ser un adulto imputable. Ahora tiene 23 años y le dieron 10 años de cárcel por los delitos de robo con violencia e
intimidación.
¿A Cristóbal le hablarán de violencia?. A Cristóbal no le hablen ni de violencia, ni de
“rehabilitación”, de “reinserción” y menos de “protección”, porque la puñalada más dolorosa que le ha tocado recibir, fue haber nacido en un sistema tan violento, humillante y desigual como este, donde solo los pobres van a ese negocio mal llamado cárcel.
Lo mínimo que podemos hacer es llamarlo por su nombre y dejar de decirle “Cisarro”. |