Si las promesas presidenciales anunciaban “empezar por los últimos para llegar a todos” y que los últimos serían los primeros... a más de un año de transcurrida la pandemia, ¿qué pasó con les jóvenes trabajadores y cuáles fueron los principales impactos en dicha generación?
La crisis desatada por la COVID-19 aceleró y profundizó tendencias de larga data del mercado de trabajo. A más de un año de iniciada la pandemia, el saldo resulta inequívoco: mayor degradación de las condiciones de vida y de trabajo para miles de trabajadores y trabajadoras de todo el mundo. Una degradación que, si nos enfocamos en Argentina, involucra la pérdida de casi un millón de puestos de trabajo; la caída de la cantidad de horas trabajadas; la continua caída del salario real (que al momento de escribir este informe sitúa al 32% de la fuerza de trabajo debajo de la línea de pobreza); caída del Salario Mínimo Vital y Móvil (valor de referencia para quienes son beneficiarios de programas sociales) por debajo de la línea de indigencia.
Pero también vimos que el deterioro de la calidad de vida y empleo no alcanza a todes por igual, siendo les jóvenes y mayormente las mujeres jóvenes -les denominades “grupos vulnerables del mundo del trabajo” [1]- quienes reciben los golpes más fuertes de la crisis.
Este primer dato de la realidad permite justificar por qué en este informe nos preguntamos por la situación de les jóvenes en el mercado de trabajo. Pero no es el único: observar qué pasa con la juventud trabajadora implica además intentar reflexionar sobre las especificidades de la clase obrera, sobre los distintos segmentos que la componen y la necesidad del capital de moldear un tipo de fuerza de trabajo específica (informal, precaria, disponible, flexible, barata y contingente), particularmente útil ante situaciones de crisis como la actual. Una fuerza de trabajo susceptible de ser despedida sin costo alguno ni derechos. Es entonces, también, una forma de indagar sobre un sector fundamental para la reproducción del capital, que ha sido golpeado por otros efectos de la pandemia, como la profundización de la crisis educativa, y por otros no tan “coyunturales”, como la creciente estigmatización bajo los motes de “Ni-Ni” (ni trabajan, ni estudian).
Tal como dice Antunes (2020), lo que hasta hace algunos años era la excepción en el mercado de trabajo (como la subcontratación) amenaza con transformarse en la norma, al tiempo que se instalan “nuevos términos en el diccionario del flagelo laboral como voluntariado, emprendedurismo, uberización” [2]. En un contexto donde el empleo disponible es poco, y aquel que se logra conseguir o mantener es a costa de perder derechos conquistados, son les jóvenes, en su carácter de “recién ingresantes” al mercado laboral, les candidates prioritaries a sufrir los efectos de las fluctuaciones del mercado y a volverse el eslabón por dónde ajustar en tiempos de crisis.
En este marco, una tercera razón se impone. El peso que han tenido históricamente les jóvenes en los diversos procesos sociales y políticos y el peso que hoy asumen en las luchas que dinamizan el mapa de la conflictividad social y laboral. En los últimos años, resalta su participación en el ciclo de luchas abierto a fines del 2018 con los Chalecos Amarillos en Francia y el levantamiento catalán, hasta las revueltas en América Latina con Chile y Ecuador a la cabeza; así como su protagonismo en las sucesivas movilizaciones contra el asesinato de George Floyd en Estados Unidos y en la huelga general contra el gobierno militar en Myanmar; y, más recientemente, en el paro extendido en Colombia donde retomaron la autoorganización de la “primera línea” chilena.
El escenario global muestra las experiencias de organización y el sello de radicalidad de estos jóvenes que carecen de confianza en un futuro de ascenso social. Este último punto es importante porque permite abrir la pregunta por la posibilidad de que, ante la avanzada del capital sobre el trabajo en el contexto pandémico, exista una resistencia por parte de este sector de la clase obrera, el sector más afectado, pero también el que ha estado históricamente más presto a dar la pelea.
¿Una juventud globalmente perdida?
A comienzos de 2020, la OIT resumía las tendencias mundiales del empleo juvenil previas a la pandemia destacando que una quinta parte de la juventud a nivel mundial “no trabajaba ni estudiaba”, y que la informalidad era uno de los flagelos principales (llegando a afectar a un 96% de les jóvenes en el África Subsahariana y Asia Meridional, y a 3 de cada 4 trabajadores jóvenes a nivel mundial). Señalaba también, una contradicción: mientras que los títulos universitarios generan más posibilidades de acceso a un trabajo “no-tan-precario”, la oferta de trabajadores jóvenes, profesionales y calificades supera ampliamente la demanda de los mismos. Es decir, el mercado de trabajo no puede absorber la cantidad de trabajo calificado que se ofrece en el mismo, calificación que por otro lado parecería ser la única posibilidad de escapar a un destino de precariedad. Esto es particularmente importante si tenemos en cuenta que, como señalaba el mismo informe, a comienzos del 2020, de los 429 millones de trabajadores jóvenes en todo el mundo, unos 126 millones (el 30 %), vivían en condiciones de pobreza [3]. Si existe un consenso en los diversos análisis de los efectos del primer año de pandemia, es que estas condiciones solo se han agravado.
Para América Latina, el reciente informe de FLACSO [4] también señala que la contracción económica regional entre 2015 y 2019 tuvo un impacto específico en la inserción laboral de les jóvenes. Al compararlo con los promedios generales de la población, muestra que en ese período se redujeron ampliamente los niveles de actividad y ocupación en les jóvenes de 15 a 24 años de edad, mientras que subió más del doble la proporción de jóvenes desocupades.
De la pérdida de horas de trabajo registradas a nivel mundial, les jóvenes se vieron afectades en un 8,7% , casi tres veces más que el promedio general. Se estima que sus horas de trabajo se redujeron casi en una cuarta parte (un promedio de dos horas por día) [5].
El 77% de la fuerza de trabajo juvenil mundial se encuentra en la informalidad. Esto es particularmente grave si tenemos en cuenta, que fueron los trabajadores informales quienes se vieron más afectados en su trabajo e ingresos.
En el transcurso del año de pandemia, se han exacerbado las dificultades para el acceso al mercado laboral para las juventudes en el mundo, poniendo de relieve el “riesgo real de que dé lugar a una generación perdida” [6].
Finalmente, el reciente informe de la OIT que se titula Los jóvenes y la COVID-19 (cuya muestra se limita a jóvenes con alto nivel educativo), señala que casi el 23% de les trabajadores de entre 18 y 24 años que trabajaban antes del inicio de la pandemia, perdieron sus trabajos, mientras que más de un 45% de ellos vieron reducidos sus ingresos [7]. En este escenario mundial se inscribe la urgente situación de les jóvenes trabajadores en Argentina.
Generación Z o los últimos de los últimos
El desastroso escenario que dejó el 2020 en nuestro país se ratifica en el reciente informe publicado por el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina: la mitad de la población ocupada trabaja en condiciones informales, mientras que la tasa de desocupación, incluyendo a les desalentades en la búsqueda de empleo, trepa al 28,5%, superando las cifras de 2001 [8]. Ahora bien, ¿cómo impacta esta situación en la denominada generación Z, aquelles jóvenes trabajadores de menos de 24 años? Si las promesas presidenciales anunciaban “empezar por los últimos para llegar a todos” y que los últimos serían los primeros... ¿qué pasó con les jóvenes y cuáles fueron las consecuencias de la pandemia en dicha generación?
Para responder esta pregunta nos enfocamos en el segmento de 15 a 24 años, y vemos que de cada 10 jóvenes, 3 son desocupades, lo que triplica la tasa de desocupación general, que para el cuarto trimestre de 2020 se ubicaba en el 11% según el INDEC.
Así, mientras que la tasa de desocupación general aumentó 3 puntos, la desocupación juvenil lo hizo un 6,8%. Son 195.000 les nueves jóvenes que vieron frustradas sus posibilidades de conseguir trabajo en este período, llegando a ser casi 600 mil jóvenes desempleades en la actualidad.
En su más reciente estudio, la OIT señala un preocupante aumento del trabajo infantil en nuestro país desde comenzada la pandemia: un 16% de los adolescentes de entre 13 y 17 años trabaja en actividades orientadas al mercado, y entre ellos 1 de cada 2 comenzó a hacerlo durante la pandemia. Por otro lado, no resulta sorprendente que el 70% de estos jóvenes pertenecen a hogares que vieron reducidos sus ingresos en este marco, con miembros que sufrieron pérdida de empleo, de horas de trabajo, suspensiones o recortes salariales [9].
El aumento de la precarización del trabajo se vincula en parte con el mayor peso relativo de les trabajadores informales en la estructura productiva, y allí son les jóvenes quienes están más representades. Mientras que el promedio general de informalidad se ubica en 32,7 %, en el caso de les jóvenes estos valores se duplican, ascendiendo a un 63 %. Si miramos el antes y el después del COVID, vemos que mientras cae el número de trabajadores jóvenes informales (casi 2 puntos entre el 4° trimestre de 2019 y el mismo trimestre de 2020) como consecuencia de la mayor pérdida de puestos de trabajo en este sector, pero aún así, considerando el total de ocupades, les jóvenes continúan siendo el doble entre les informales.
Sobre el cuadro 2 también es interesante detener la atención en que mientras todas las brechas entre jóvenes y población general aumenta, solo la brecha de la informalidad cae. Lo que se explica tanto por la caída de les informales jóvenes, como por el aumento de la informalidad entre la población general. Así, en un contexto de crisis económica como el actual vemos que aunque predominan los puestos de trabajo informales, les jóvenes siguen teniendo menos probabilidades que les adultes de conseguir un empleo, aunque éste sea informal.
Jóvenes trabajadoras: doblemente condicionadas
Ahora bien, si les jóvenes de conjunto aparecen entonces como el segmento más vulnerable de la población trabajadora, el panorama se complejiza cuando incorporamos la dimensión de género al análisis. Si bien, lamentablemente, la Encuesta Permanente de Hogares (EPH), sólo permite responder “mujer” o “varón” a la pregunta por el género de los encuestados, invisibilizando a las poblaciones travestis, trans y no binarias- y resulta, por ende, completamente insuficiente para la observación- los resultados no dejan de ser abrumadoramente más desfavorables para las mujeres en cada uno de los indicadore. Como señalan en su informe “(...) la tendencia en la precariedad laboral deja en evidencia que el tramo etario comienza a constituirse, junto al género, como elementos medulares que permiten comprender las diferentes condiciones y tendencias que se dan dentro del mundo del trabajo para las personas” (FLACSO, 2021) [10].
Existen amplias diferencias entre varones y mujeres: mientras la desocupación trepa a un 36% para las mujeres jóvenes, aumentando 10 puntos en comparación al 2019, para sus pares varones la misma se ubica en un 27%, y el aumento de un año a otro es de 5 puntos, exactamente la mitad que para las mujeres jóvenes.
Tal como sostiene Pérez (2010) en un sentido general, las mujeres jóvenes están “doblemente condicionadas” en torno al desempleo, por ser jóvenes y mujeres:
“Su condición de mujeres genera que los empleadores las releguen en su búsqueda de trabajadores argumentando que los embarazos y la crianza de los hijos aumenta el ausentismo (dado que la mayor parte de las «obligaciones domésticas» vinculadas a los hijos recaen sobre ellas) y eleva su costo de contratación en relación a los varones. Esta situación de discriminación deriva en que las mujeres jóvenes presenten menores tasas de actividad y empleo” [11].
Mirando los datos actuales tamizados por la pandemia vemos que esta tendencia se mantiene. La tasa de empleo entre los varones es prácticamente el doble que la de sus pares mujeres, (un 32,1% y 17,7% respectivamente). Si observamos la comparación interanual, podemos verificar el descenso de la misma, como parte de la tendencia contractiva general sobre el mercado de trabajo. Sin embargo, mientras la de los varones se contrajo 2 puntos, para las mujeres se perdieron casi 7. Es decir que, en un escenario de degradación del trabajo de conjunto, son las mujeres jóvenes la población que carga, en mayor medida, con los costos de la crisis.
Por último, la amplia diferencia en las tasas de actividad entre géneros nos introduce en otro tipo de problemática, en tanto la menor participación de las mujeres en el mercado de trabajo tiende a asociarse a la persistencia de patrones de género tradicionales bajo los cuales las mujeres asumen en proporciones muchísimo mayores las tareas de reproducción social de los hogares. En parte, esto se expresa en que dentro del subuniverso de mujeres jóvenes de entre 15 y 24 años, el 72% son inactivas, lo que significa que no se encuentran empleadas ni buscando empleo, mientras que este porcentaje es de 67,9% entre los varones.
En informes previos, hemos dado cuenta del deterioro que el salario del conjunto de les trabajadores sufrió durante los últimos años, con especial énfasis en el último año atravesado por la crisis pandémica. En este marco general, el cuadro salarial para les jóvenes trabajadores es aún más preocupante: el promedio salarial que recibe el segmento joven formal e informal es de $22.687; es decir un salario que está apenas por encima del SMVyM para enero 2021, que de por sí constituía un piso histórico muy bajo, con una pérdida de su valor de compra respecto al año 2015 del 70% [12]. Sobre ese piso (subsuelo) tan bajo, el salario promedio de les jóvenes informales ($14.568) queda muy por detrás, mientras que para la porción de jóvenes que se encuentran formalizados en su relación de dependencia, el promedio salarial es de $30.806,43, ubicándose aproximadamente un 30% por debajo del promedio de la población total asalariada.
De esta forma, tanto el salario promedio joven como los salarios diferenciados por tipo de contratación formal/informal se encuentran por debajo de la línea de pobreza ya sea para el cálculo estimado por INDEC ($50.854) como por los trabajadores de ATE INDEC ($82.000), indicando que, en promedio, el conjunto de les trabajadores jóvenes se encuentra por debajo de la línea de pobreza. Esto constituye un indicador alarmante tanto para la reproducción de la vida como para la posibilidad de su emancipación.
Una crisis todo terreno
Existe cierto consenso en la literatura que aborda la “juventud” como problemática social, alrededor de la necesidad de hablar de “juventudes” para dar cuenta de la profunda heterogeneidad de experiencias que tal designación comprende. Si tenemos en cuenta la desigualdad que existe entre las diversas tramas regionales, entonces el lugar donde les jóvenes crecen, viven y se desarrollan, es uno entre los elementos determinantes en la configuración de distintas experiencias y vivencias juveniles.
Cuando nos aproximamos a la distribución geográfica de los principales indicadores para la juventud, se destaca la región del Gran Buenos Aires como zona crítica. A la vez que exhibe la tasa de desempleo más alta en términos regionales para el segmento juvenil, es la única región que posee indicadores de desocupación por encima de la media de los jóvenes de entre 15 y 24 años. Mientras que la desocupación media nacional para este segmento es de 30,4%, para la región de GBA asciende a 37%.
Asimismo, Gran Buenos Aires, es la región con mayor incremento de la desocupación para los jóvenes en términos interanuales (11,3%). Se verifica también, en todas las regiones un aumento de la desocupación juvenil, a excepción del Noroeste y la Patagonia, cuyas tasas de desocupación se redujeron. Sin embargo, en ambos casos, también se redujeron sus tasas de actividad (es decir, que hubo salidas de la fuerza de trabajo) y de empleo (es decir, que se redujo la población ocupada con respecto al total).
Dime quién te emplea...
Al analizar el empleo juvenil según las ramas de la actividad económica, vemos que les jóvenes se concentran en los sectores más golpeados por la pandemia, tales como Comercio, Construcción, Hotelería y Gastronomía y Personal Doméstico. Estos sectores reúnen una serie de características comunes: son de baja productividad, tienen fuertes vínculos con el mercado y consumo internos y poseen altos grados de informalidad. Es por ello que también sufrieron las mayores proporciones de pérdidas de puestos de trabajo. Según un reciente informe del Centro de Estudios Metropolitanos, “durante la pandemia, estas ramas disminuyeron considerablemente sus dotaciones de personal y, si consideramos solamente la disminución de empleados jóvenes en ellas (comparando 1° trimestre vs 2° trimestre), vemos que los números son elevadísimos. Por ejemplo: Servicio doméstico redujo sus empleados jóvenes en un -60%, Hotelería y Gastronomía -57%, Construcción -55%, Comercio -43%” [13].
Ahora bien, tal como se desprende del gráfico 3, la situación es distinta para varones y mujeres. Mientras los varones fueron más afectados por el impacto de la crisis en el sector de Construcción (23,6%), las mujeres jóvenes lo fueron por su inserción en el sector de Personal Doméstico (10,1%) y Hotelería y Gastronomía (11,4%). En el caso de Comercio las proporciones de jóvenes trabajadores son de las más altas del total de ocupades y allí las mujeres superan a los varones por 10 puntos (29,9% contra 19,1%). El único sector con cierta composición de fuerza laboral juvenil que presenta algunos indicios de recuperación en el último período es la Industria [14].
Cabe destacar que, dada la heterogeneidad productiva que caracteriza a nuestro país, existen sectores empresariales con fuerte anclaje en el mercado externo y con capacidad de incidir sobre los precios y las condiciones de vida de la población, que han sabido extraer sus beneficios. Como se indica desde el Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas, no todos los sectores perdieron durante el 2020. Sectores como el Agronegocio, la Gran Comercialización (donde se incluyen empresas como Mercado Libre, esa gran máquina precarizadora de jóvenes), las Actividades Inmobiliarias y la Renta Financiera supieron capturar un excedente de ganancias del 2,8%; en parte por la caída del salario real y de su retroceso en la participación del Valor Agregado Bruto y también, en otra parte, por los subsidios recibidos del Estado, como el ATP [15].
Del desaliento laboral hacia la primera línea de la resistencia
Al comienzo de este informe destacamos la importancia y el interés por detenernos en la situación laboral y de vida de la juventud trabajadora. Planteamos que con la pandemia el capital no hizo más que profundizar la configuración de estos “grupos vulnerables del mundo del trabajo” como un tipo de fuerza de trabajo específica en sus características estructurales. Su incorporación al mercado de trabajo y de consumo expone vidas que tienden a estar cada vez más supeditadas a las necesidades del capital y, junto con ello, evidencia las desigualdades que emanan de la precariedad y la superexplotación. Así es que les jóvenes trabajadores se han venido consolidando como una fuerza de trabajo informal, precaria, disponible, flexible, barata y contingente.
A más de un año de transcurrida la pandemia no caben dudas de que sus condiciones laborales y de vida empeoraron al calor de la crisis. Este dato en sí no resulta novedoso si consideramos que los estudios que abordan el cruce entre ciclo económico y empleo jóven ya han destacado el carácter procíclico del mismo durante las crisis -lo que implica que les jóvenes son les primeres en ser despedides cuando cae la actividad y los primeros en recuperar el empleo en tiempos de crecimiento (Pérez, 2008) [16]-. Sin embargo, no deja de ser importante ver en qué sentido específico se ha comportado esta tendencia en la crisis actual.
Es en este sentido que también puede explicarse que haya menos jóvenes en actividad porque dejaron de buscar trabajo y se retiraron desalentades del mercado de trabajo, y el aumento de la proporción de desocupades (quienes continúan buscando y no encuentran empleo). El resultado es una tasa de desocupación juvenil que triplica los valores del promedio general de desocupación (30,4% contra 11%). Los sectores de actividad más golpeados por la pandemia que en gran parte la explican son Comercio, Construcción, Hotelería y Gastronomía y Personal Doméstico. A nivel geográfico se destaca el Gran Buenos Aires como una zona muy crítica donde los valores de desocupación superan la media (37%) y que reúne el mayor incremento interanual de desocupades entre 15 y 24 años de edad (11,3%). Por último, son las mujeres jóvenes las más golpeadas, manifestando un incremento de desocupación de 10 puntos, a la vez que sus altas tasas de inactividad muestran que se mantienen ciertos patrones tradicionales de género que las mantienen alejadas del mercado laboral.
Estas condiciones tienden a empujar a les jóvenes a aceptar peores trabajos que la población adulta, muchas veces de mayor cantidad de horas y con menores derechos y retribuciones. Si bien la cantidad de trabajadores jóvenes no registrades descendió 5 puntos respecto del total de la población, la tasa de informalidad en este segmento continúa siendo altísima.
El saldo es que 6 de cada 10 jóvenes ocupades no tienen acceso a derechos laborales básicos como el salario mínimo por actividad, obra social, cobertura de ART para accidentes de trabajo y enfermedades profesionales, aguinaldo, vacaciones, licencias pagas por maternidad/paternidad, ni aportes que le brinden una perspectiva de un futuro con jubilación. El impacto en sus ingresos es bastante claro: con niveles que oscilan el salario mínimo, en promedio, el conjunto de trabajadores entre 15 a 24 años son pobres.
La batería de condiciones adversas para este fragmento de la población cumple un rol de disciplinamiento de toda la clase trabajadora, porque de modo inestable termina formando parte del “ejército industrial de reserva”, entrando y saliendo del mercado de trabajo, al tiempo que tira para abajo todas las condiciones generales. En este escenario recesivo las juventudes trabajadoras pasan a ser esa mano de obra muy barata, muchas veces llamada “eventual” o hasta “descartable”, que se agrava con la pandemia porque ante la menor cantidad de puestos de trabajo disponibles, son obligades a someterse a changas o a contratos temporales, a merced del grado de “confianza” de los empresarios en la mejora de la situación económica del país. Si bien no es para nada una condición exclusiva de ellas, vemos que son les jóvenes trabajadores quienes poseen la precarización como marca registrada.
Y mientras tanto… ¿los sindicatos? Hasta el momento las dirigencias sindicales parecieran ignorar las demandas de les jóvenes trabajadores, como si esa no fuera un área de su competencia. Frente a las altas proporciones de jóvenes desocupades y precarizades vía la exclusión de los convenios colectivos de trabajo o directamente la ausencia de registro laboral, no encontramos a las direcciones sindicales, ni aun ante la crisis económica actual, luchar por mejorar su situación y unir sus demandas con les trabajadores “privilegiades”. Suele primar el interés corporativo que les permita mantener cierto nivel de negociación frente al gobierno y las empresas, a expensas de dejar a les más precarizades fuera del mapa de la organización y la representación sindical. Existen ejemplos en donde incluso propiciaron convenios creativos con las empresas, que han generado nuevos modos de flexibilizar esta mano de obra, con el explícito aval del Ministerio de Trabajo. El caso más paradigmático es el de la fábrica Mondelez donde el sindicato de la alimentación permitió que se firmara un acuerdo con varias empresas de comida rápida (McDonald’s, Burger King, Gate Gourmet) para que le cediera “trabajadores a préstamo”, ante las bajas por licencias (o los despidos encubiertos en forma de retiros voluntarios, ocurridos antes de la pandemia). La mayoría por supuesto eran jóvenes, que fueron forzades a ritmos de trabajo extenuantes, sin acceso a categorías y con salarios por debajo del resto de los operarios “estables”. Es conveniente subrayar el lugar que ocupa el Estado en este tipo de operaciones. Si, por un lado, se lanzan políticas públicas del estilo “Empleo joven” que declaran la intención de buscar paliar los padecimientos específicos de este sector en torno al empleo y su formación educativa, por el otro se suscriben mecanismos que les precarizan aún más. La consecuencia de esta combinación de factores es la consolidación de toda una generación sin derechos laborales.
Situación que no pasa inadvertida en todos los casos. Sin el afán de ser exhaustivos, entre las luchas y movilizaciones a lo largo del país que encuentran a les trabajadores jóvenes como sus protagonistas resulta necesario destacar el ejemplo de les trabajadores de Hey Latam en Rosario, aquellos “Call Center en pie”, que luego de un reciente fallo inédito y favorable en la justicia que desenmascaró el fraude empresarial, continúan hoy organizades en asambleas y peleando por sus puestos de trabajo y por la reinstalación. A ello se le suman les trabajadores de reparto de las plataformas que durante 2020 realizaron en forma coordinada una serie de paros internacionales, y persisten en sus reclamos para que su carácter de “esenciales” se refleje también en sus condiciones laborales y en los ingresos. De igual forma no puede dejar de nombrarse a las numerosas movilizaciones de los movimientos sociales y los movimientos de desocupades e informales -con significativa composición juvenil- por trabajo y vivienda dignas, por un nuevo IFE para sortear la emergencia sanitaria, así como por la necesidad del aumento del SMVyM.
Frente a una miseria presente que elimina toda posibilidad de un futuro mejor, ¿podrá ésta generación de trabajadores rebelarse y despojarse de los designios del capital? ¿Será la potencia de la unión de las luchas entre todos los sectores, territorios y categorías de trabajadores la que lo permita? La crisis actual amenaza con llevar el “úsese y tírese” a un nuevo nivel, pero el escenario global nos muestra que existen numerosas experiencias de organización y de lucha donde les jóvenes son actores centrales de una fuerte resistencia social a este destino.