Build back better (algo así como reconstruir mejor) fue el lema que Biden le opuso al ya infame Make America Great Again de Trump durante la campaña presidencial del año pasado. Como una especie de ampliación de la política interna de EE. UU. el G7 lanzará la iniciativa Build back better for the world con la que se pretende "responder a las necesidades tremendas de infraestructuras en los países de ingresos medios y bajos", según un comunicado de la Casa Blanca.
En concreto, el plan irá dirigido a países de Latinoamérica, el Caribe, África y el Indopacífico. Se pretende movilizar capital del sector privado para impulsar proyectos en cuatro ámbitos: el clima, la seguridad sanitaria, la tecnología digital y la igualdad de género, además de contar con inversiones de instituciones financieras. Alcanzaría la suma de 40 billones de dólares y cada país del G7 tendrá una “orientación geográfica” diferente.
En buen criollo, cada unos de los países imperialistas que componen el grupo buscará reforzar la opresión que ejerce sobre su propio “patio trasero” para intentar cerrar el avance chino en la arena mundial, motorizado por el proyecto “One Belt, One Road” que busca revitalizar la conocida como Ruta de la Seda mediante la modernización de infraestructuras y telecomunicaciones para mejorar la conectividad entre Asia y Europa.
El Gobierno estadounidense indicó que su iniciativa de infraestructura es una colaboración entre las “grandes democracias” para llevar a cabo un proyecto guiado por "los valores, con altos estándares y transparentes". Sería una manera de ofrecer algo al mundo en desarrollo, pero que no se quiere "forzar a los países a que hagan una elección".
Pero todos los que vivimos bajo la opresión imperialista, sea del color que sea, sabemos que todas estas frases hechas solo buscan disfrazar las verdaderas intenciones de reforzar la dependencia del “mundo en desarrollo”. Mediante la “inversión en infraestructura”, sobre todo en tecnologías de punta como las telecomunicaciones, lo que en realidad hacen los países desarrollados es profundizar la dependencia tecnológica y así garantizarse la influencia política.
El es modelo que copió exitosamente China y que hoy preocupa a los “líderes del mundo libre” del G7. Y si bien el gigante asiático aún no disputa la hegemonía mundial, lo cierto es que es la segunda economía más grande y el principal competidor estratégico del imperialismo yanqui.
Con esta reunión Biden también intenta volver a poner a su país en el rol de potencia hegemónica que tuvo desde la salida de la segunda guerra mundial. Pero las condiciones económicas y políticas que permitieron eso se extinguieron y hoy EE. UU. es un imperio en decadencia, aunque aún sea el principal país imperialista.
Y esta pérdida de poder, esos indicios de vulnerabilidad, se muestran tanto en el flanco interno como el externo. Hacía adentro, Biden anunció con bombos y platillos sus planes para revivir la economía en la post pandemia, pero el momento populista del presidente estadounidense aún no se pudo concretar, más por las deserciones dentro de su propio partido que por la rotunda negativa de los republicanos en aprobar sus proyectos en el congreso.
En el plano externo, la Casa Blanca tuvo que reconocer que hay "algunas diferencias de opiniones" entre los líderes del G7 sobre “qué tan fuerte" debe ser la presión hacia Beijing. Con un ejemplo basta para ilustrar. La Italia devastada por la primera ola de coronavirus recibió ayudas médicas varias de China antes que de sus hermanos occidentales. Es que en 2019 el país mediterráneo se había sumado a la ruta de la seda.
Es muy difícil adelantar cómo se desarrollará esta disputa y cómo serán sus tiempos. Si EE. UU. logrará hegemonizar al resto de los países del G7 en su enfrentamiento con China o si la decadencia americana provocará una desbandada de sus aliados. Lo que es seguro es que se viene un escenario mucho más turbulento y que los trabajadores del mundo no debemos confiar en las ofertas de “inversión y desarrollo” de ninguno de los bandos en disputa. |