¿Qué escenarios se abren con la aparición de nuevas variantes como delta, que parecen ser cada vez más peligrosas? Acá te mostramos sus riesgos y las condiciones que hacen posible su aparición.
Desde que la OMS sugirió renombrar las variantes del SARS-CoV-2, nunca fue tan preocupante nombrar las letras del alfabeto griego. Alfa, beta, gamma y delta nombran a variantes de preocupación, aquellas más transmisibles, letales o capaces de reducir la eficacia de las vacunas o de generar reinfección. Las siete letras épsilon a lambda son ocupadas por las variantes de interés, siendo la última una variante “sudamericana” propia de Chile, Perú, Ecuador y Argentina. Pero ahora es Delta, B.1.617.2 o “variante India” el foco de la atención mundial y también en Argentina, donde se detectó hasta ahora un único caso en un viajero procedente de Europa. ¿Qué características tiene la nueva variante, que amenaza con generar nuevas olas de pandemia?
La clave de la variante delta es la colección de mutaciones en la famosa proteína espiga o spike, la que le da la característica apariencia de “espinas” a las representaciones que conocemos del coronavirus. Crucialmente, estas espinas son la llave que permite al virus ingresar a las células humanas al unirse a un receptor específico llamado ACE2, el cual actúa como un portal para acceder al interior de las células. Las mutaciones presentes en la variante delta le permiten ser más transmisible: 60% más transmisible que la variante alfa o “inglesa”, la cual era ya una variante de preocupación, y 140% más transmisible que la variante original.
Una segunda mutación crucial de la proteína espiga de la variante delta le permite evadir parcialmente al sistema inmune. En particular le permite evadir los anticuerpos, defensas desarrolladas por el cuerpo producto de una infección anterior. También vuelve inútiles ciertas terapias (pero no todas) basadas en anticuerpos y le otorga resistencia parcial a los anticuerpos producidos por un esquema de vacunación incompleto (es decir, de una sola dosis en el caso de vacunas que requieren dos componentes).
Cabe remarcar que lo último no indica en absoluto que las vacunas actuales sean inefectivas contra la nueva variante. Por ejemplo, un pre-print (estudio aún no evaluado por pares) muy reciente muestra que en el Reino Unido la aplicación de una dosis de la vacuna de Oxford - AstraZeneca tiene un 71% de efectividad en evitar las hospitalizaciones por la variante delta, mientras que el esquema completo de dos dosis tiene un 92% de efectividad. Un estudio publicado en The Lancet, por su parte, ubica estos números en el 60 al 73%, indicando una protección “sustancial aunque reducida”. Esta vacuna es una de las que más se aplica en Argentina, que las recibe a través del mecanismo Covax de cooperación internacional, o las produce en la planta de Garín del laboratorio mAbxience, el cual hasta el momento sólo entregó el 13% de las dosis acordadas el año pasado.
Si bien estos resultados son alentadores, respecto a limitar los casos graves de la enfermedad, otro estudio reciente (aún no revisado por pares) muestra una gran caída de la efectividad de las vacunas en disminuir la aparición de síntomas. Una sola dosis de las vacunas de Pfizer-BioNTech o de Oxford-AstraZeneca sólo tienen un 33.5% de efectividad en evitar la aparición de síntomas leves, que no requieren hospitalización.
El tercer punto preocupante, es que existe una creciente evidencia de que la infección con esta variante podría ser más severa, según testimonios de médicos de India, el Reino Unido y el sur de China, sitios donde esta variante se ha vuelto predominante. En cualquier caso, su mayor capacidad de contagio y su capacidad de evadir anticuerpos implican un aumento en las hospitalizaciones, incluso en personas con una dosis de vacuna ya aplicada. Un estudio en Escocia indica que el número de personas que debieron ser hospitalizadas fue el doble entre quienes portaban esta variante, respecto a quienes estaban infectados con la variante alfa.
Un virus que corre con ventajas
Contra toda simplificación, comencemos con un hecho básico. El virus carece de voluntad e intenciones y en ningún caso podemos decir que “evoluciona para” enfermar a los humanos. Es el mecanismo de selección natural, descrito por Darwin hace más de 150 años, el que otorga esa apariencia de voluntad. Una apariencia que llevaba a los teólogos de otras épocas a ver las huellas de un diseño divino en la naturaleza, que brindaba a animales, plantas y, podríamos agregar, virus mortíferos, las herramientas para sobrevivir en este mundo.
La aparición de nuevas variantes es consecuencia de las mutaciones que surgen naturalmente y del ambiente donde se desarrollan. Pero es aquí donde los seres humanos, y el sistema capitalista más específicamente, juegan un rol en la construcción de ese ambiente.
El surgimiento de mutaciones es, como dijimos, un proceso natural. Cada vez que el virus realiza una copia de sí mismo aprovechando la maquinaria de una célula humana existe la posibilidad de que ocurran errores, es decir, mutaciones. Millones de estos eventos ocurren en una sola persona infectada, y muchos millones más se acumulan a medida que la pandemia se prolonga en el mundo entero. La ausencia de acciones de control, sin embargo, es una manera de dar más oportunidades para que estas mutaciones ocurran, y en este universo de posibilidades aquellas que resulten beneficiosas para la dispersión son las que se preservarán. No es en absoluto una coincidencia el surgimiento de variantes como la alfa (“inglesa”) o gamma (“Manaos”) en sus respectivos países, sino una consecuencia indirecta de sus políticas sanitarias.
Como explica la epidemióloga Emma Hodcroft, cuando la dispersión es tan alta eventos raros se vuelven probables. Por ejemplo es posible que algunas de estas variantes se hayan originado en personas inmunocomprometidas, donde el virus puede permanecer mucho más tiempo.
Un segundo aspecto, de adaptación al sistema inmune, también es esperable. Las variantes que, como delta, puede evadir aunque sea parcialmente al sistema inmune tienen una ventaja. Pueden replicarse en personas y lugares donde otras variantes no pueden. Es solo cuestión de tiempo que se vuelvan dominantes.
Si por medio de selección natural un virus puede lograr una ventaja y reproducirse con mayor eficacia, ¿qué es lo que falta para que aparezcan variantes resistentes a las vacunas de las que ahora disponemos? El peor escenario es posible, aunque todavía no esté a la vuelta de la esquina. Todos los expertos en evolución viral señalan lo mismo: para evitar este escenario debemos vacunar tan rápido como sea posible, con el esquema más completo. Lo que debemos evitar, como señala Hodcroft, es "que haya altos niveles de virus circulando y permaneciendo en una población parcialmente vacunada”.
Este último punto, a diferencia de las mutaciones, no es un proceso natural en absoluto. Depende del ritmo, disponibilidad y acceso a las vacunas. Es el resultado de un mecanismo que privatiza el conocimiento científico para la ganancia de unas pocas compañías multinacionales. Basta recordar la historia de cómo la vacuna de Oxford, producida en una universidad y financiada con fondos públicos llegó a manos de AstraZeneca. Y, en el caso de Argentina, esas mismas vacunas siguen un recorrido insólito por tres países antes de regresar y poder ser aplicadas. Es también resultado de la competencia, donde países acaparan vacunas hasta dejarlas vencer, mientras otros no pueden acceder a ellas. Es el resultado de un proceso que niega los logros de la medicina. Contra toda esta irracionalidad basta recordar las palabras de Jonas Salk, creador de la vacuna contra la poliomelitis: “no se puede patentar el Sol”.