En su habitación, la víspera del 17 de diciembre del 2018, Litzy Hurtado, de 28 años, mujer transexual, se pone una minifalda y una blusa con perlas muy escotada, y se pinta los labios de rojo intenso para atraer clientes. Saldrá junto a su hermana Davinia, quien es igual a ella. Las anima escuchar que esa noche Ángela Ponce, mujer transexual y miss España, participará en el Miss Universo. No saben que será la última noche que estarán juntas.
Según la Mesa de Trabajo Nacional (MTN) para poblaciones vulnerables, solo el 40% de las mujeres trans finalizó el colegio. La presidenta de la Organización de Transexuales y Transgéneros Femeninas (Otraf), Luna Humerez, indicó que muchas mujeres trans abandonan los estudios porque sufren acoso. Además, gran parte de estas son echadas de sus hogares y relegadas de todo su entorno familiar desde la adolescencia, negándoles todo apoyo material y afectivo, por motivo de su identidad, según declaraciones de activistas trans. Y en el ámbito laboral los datos reflejan una realidad más triste. Según los registros de Otraf y MNT, sólo el 1% de las mujeres trans tiene trabajo digno en Bolivia, el resto trabaja de noche y duerme de día, o está en la indigencia.
Litzy, Davinia y sus amigas ingresan a la discoteca Chocolate para refugiarse del frío y la oscuridad de las calles de El Alto. Se sientan alrededor de una mesa de plástico, y empiezan a consumir bebidas al calor de una amena conversación. Sienten miradas que se clavan sobre ellas de la mesa contigua. “(…) mientras los tragos se le subían a la cabeza, aumentaban (las agresiones verbales). Pasaban las horas y acrecentaban los insultos: en lo que pasábamos al baño, en lo que íbamos, volvíamos”, relató Davinia Hurtado.
La violencia contra las mujeres trans es una violencia estructural, ligada al mandato patriarcal y heteronormativo, cuya ruptura cuesta la marginación, todo tipo de violencia física, psicológica y sexual, hasta el más extremo crimen de odio patriarcal que representa el trans feminicidio. Esta violencia, a su vez, se alimenta de la abundante desinformación que esparcen sobre todo de sectores antiderechos, o de la ignorancia sobre la transexualidad. La Asociación Americana de Psicología (APA) indica, en su página, que una persona transgénero es aquella cuya identidad de género no se ajusta a la que se asocia de manera común con el sexo que se les asignó al nacer. “La identidad de género hace referencia a la experiencia personal de ser hombre, mujer o de ser diferente que tiene una persona”, y se comunica mediante la expresión de género: conductas, manera de vestir, peinados, voz o características corporales, señala la APA.
Frente al aumento de las agresiones, las chicas deciden retirarse del lugar. Al salir, escuchan un nuevo improperio. La paciencia se les agotó, empieza la pelea entre ellas y las personas que las molestaban. De repente Litzy siente una puñalada en el corazón. La sangre caliente empieza a recorrer sobre su pecho, luego frío. Cae al suelo inerte, junto con su sueño de abrir un restaurante.
Los de seguridad “prefirieron estar de parte de los agresores (…). Tuvimos que pagar todos los daños que hicieron ellos para salir del local. Nos encerraron como media hora para que no salgamos. Nosotras queríamos recibir auxilio médico, porque a mí igual me agredieron feo”, relató Davinia, quien sufrió lesiones graves en la cabeza y perdió el conocimiento.
Según la Defensoría del Pueblo, en la última década se conoce de 64 asesinatos contra personas LGBT en el país, pero solo 14 se investigaron. Apenas una obtuvo sentencia condenatoria, aunque se encuentra en apelación. Además, según indicó la presidenta del Colectivo TLGB El Alto, Romina Apala, “Hay casos de mujeres trans asesinadas que nadie registra”. Es decir que detrás de las cifras oficiales hay otras muertes silenciadas, además de casos de discriminación y violencia.
Dos días después, Davinia Hurtado recobra la conciencia en el hospital, y se entera que su hermana murió. Hablar de aquello le cuesta, la llena de tristeza. Se acompañaron desde la niñez. A los 10 años abandonaron la casa de sus padres para ser ellas mismas. Sobrevivieron trabajando de lo que podían. A partir de los 15 años se dedicaron al trabajo sexual. Ella pide seguridad para las trabajadoras sexuales, y si fuera posible, un cupo laboral para dejar el sexoservicio.
Apenas cinco meses antes, el 14 de julio de ese año ocurría el feminicidio de otra mujer transexual, Adri Adely Jurado. En octubre del año pasado, en El Alto, ocurrió un nuevo hecho que cobró la vida de Gabriela Ramírez, de apenas 19 años de edad, también mujer trans. Ambos hechos aún sin justicia. Y estos se suman a la treintena de casos aproximadamente de hechos fatales contra mujeres trans que se han cuantificado en la última década, según Otraf. De manera lamentable, ninguno con sentencia condenatoria ejecutoriada para los asesinos que privaron del derecho fundamental de la vida a estas personas solo porque odiaba que ellas fueran libres.
Hoy, en el mes del orgullo LGBTI+, por Litzy, por Adri, por Gabriela y por todas las personas trans violentadas, desde el activismo y la militancia contra la violencia heteropatriarcal, diferentes activistas se encuentran en lucha por las siguientes demandas: el cupo laboral trans, el reconocimiento y sanción del transfeminicidio y de los crímenes de odio transfóbicos y homofóbicos, el derechos al matrimonio igualitario, la restitución de los derechos suspendidos por el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) de la Ley No 807 de Identidad de Género y por plenos derechos para todas las diversidades y disidencias sexuales y de género. |